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Blog irónico del enviado de The Guardian a la caza de la cábala más poderosa del mundo

Nuestro hombre en Bilderberg

Fuentes: Guardian co. uk

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


No sé exactamente por qué voy en un vuelo a Atenas, excepto que parece ser la mejor cosa que podía haber hecho. Voy volando en un capricho de último minuto para merodear alrededor de una conferencia que puede, o no, tener lugar y a la cual no he sido invitado. No han invitado a ninguno de vosotros.

No habréis leído al respecto. No habréis visto una lista de invitados, no veréis fotografías del evento. No sucede. No existe. Voy volando a Atenas sin motivo alguno. A pasar unas vacaciones que no me merezco y que en realidad no me puedo permitir. Tal vez a cogerme una insolación, a intoxicarme con comida, y volver a casa. No tiene sentido.

A menos, claro está, que los rumores sean verdad. A menos, como dice alguna gente, que este fin de semana tenga lugar la reunión del grupo Bilderberg . La alineación anual de las estrellas distantes que conforman nuestro destino. Un largo fin de semana en un hotel de lujo, donde la elite mundial se junta para darse las manos, brindar, ajustar en detalle su agenda global y reñir por quién obtiene las mejores tumbonas. Supongo que Henry Kissinger trae las suyas, las envía por helicóptero y las protege durante las veinticuatro horas un equipo especial de la CIA. Capitanes de compañías petroleras, magnates de los medios, la Reina de Holanda y Peter Mandelson. Probablemente Ben Bernanke, posiblemente David Cameron. Políticos y financistas de los cinco rincones del globo (no dejéis que os digan que son cuatro). Y yo.

Llegué anoche, al amparo de la oscuridad. Dije al taxista que se detuviera a 50 metros del hotel. Preguntó por qué. No le pude decir que era para poder cubrir la entrada a la busca de lentes del FBI. Simplemente murmuré que no podía explicárselo. Sus ojos se iluminaron. «¡Ahá!» «¡Ya veo!» «¡Ya sé!» ¿Qué sabía? ¿Y quién es ese que nos sigue? Un hombre en un BMW. Definitivamente, un espía.

Ya ves de qué se trata.

El conductor me deja en un rincón oscuro de la Riviera Ateniense, me da una palmadita en la espalda y dice: «¿Quieres fumar un poco de hierba?» Declino. No puedo dejar que se duerman mis sentidos. Voy a toda prisa al hotel, mirando los coches aparcados, buscando furgones con vidrios polarizados. No hay ninguno. En la recepción parecen haber perdido mi reserva (¡los tentáculos de Bilderberg llegan lejos!) pero finalmente me registran, subo, desempaco, me ducho, bajo, salgo, miro al otro lado de la calle y me doy cuenta que me apresuré a ir al hotel equivocado. Y soy el que se enfrenta a Bilderberg.

Una embarazosa hora más tarde, vuelvo a salir del hotel correcto, determinado a encontrar el sitio en el que dicen que tiene lugar la reunión de Bilderberg. A sacar alguna tempranas fotos, ver tal vez la llegada de Hillary Clinton. Aunque me bastaría Ken Clarke. Se hace tarde. Hay algunos haciendo jogging. ¿FBI? ¿Servicio secreto? Casi seguro. Sigo caminando con determinación Después de media hora me doy cuenta de que di la vuelta equivocada al salir del hotel y que voy caminando por una línea costera desierta hacia Atenas. Vuelvo a la cama. Otra noche tranquila para Bilderberg.

En el desayuno, un hombre robusto con antebrazos peludos se sienta frente a mí y manipula su teléfono móvil. Definitivamente un espía. Se come un huevo duro y me mira mientras lucho con mis Coco Pops. Mi primer descubrimiento del día es descubrir lo que pasa a los Coco Pops cuando los dejan durante una década en un plato de presentación griego. Se convierten en gravilla.

El espía se va primero. Obtuvo lo que quería: una foto de mi persona, tomada furtivamente con su teléfono y enviada a Quantico en Virginia. Y un huevo duro.

Afuera, es un hermoso día, el aire huele a sol y conchas, y no hay señal alguna de una cábala global reunida en algún lugar cercano. Voy a un paseo. De mis escasas fuentes de tercera mano del foro de Internet, creo que sé dónde tiene lugar la reunión de Bilderberg: el resort Astir Palace. Más lejos de mi hotel de lo que parecía en los mapas de Google. Nota para mí mismo: siempre comprueba la escala del zoom.

Una docena de promontorios y polvorientas calles sin salida más tarde, estoy a punto de abandonar. Hace demasiado calor. No tengo un sombrero. El mundo se va al diablo y Vouliagmeni está lleno de basura. ¿Cuál es el problema entre los griegos y los tachos de basura? ¿No los ven? ¿No creen en su existencia? Ocultos, a plena vista… es la forma de ser de Bilderberg. Hace demasiado calor. Necesito agua.

Y entonces, en el pavimento delante de mí, ahí estaba. Lo reconocí por los vídeos. Los tirantes, la camisa afuera, el pelo canoso. El maletín de cuero desarrapado, repleto de oscuros secretos. El decano de los cazadores de Bilderberg en persona, Jim Tucker. Le hablé.

-Perdóneme… Señor Tucker?

-Vamos a mi hotel y hablemos.

Tucker es un hombre apresurado. No se rejuvenece, y su viejo enemigo, Bilderberg, es cada vez más fuerte.

-¿Hace suficiente calor para su gusto? – me atrevo a preguntar.

-Demasiado calor para un gordo -gruñe.

El intercambio de palabras me hace sentir como un combatiente de la resistencia que intercambia códigos. Seguro de mis credenciales, Tucker me orienta hacia el lobby de su hotel. No puedo creer en mi suerte. De repente no estoy solo, no son alucinaciones. Bilderberg está aquí. Si encuentras a Jim Tucker, puedes estar seguro de que Bilderberg no está lejos. Es una gaviota argéntea que se dice que hay ballenas en el mar.

Tucker prende un cigarrillo sin filtro, coloca su sombrero sobre la mesa, y se arrellana en el sofá del lobby para hablar…

Cerca, pero todavía no hay cábala

Es B menos uno, el día antes de Bilderberg. Y es seguro que tendrá lugar: He visto las armas. Pensé que sería una buena idea ir al resort Astir Palace a almorzar. A ver la clase de tortilla de queso que va a ingerir el presidente de la Reserva Federal. No llegué lejos. En las puertas, había ametralladoras y hombres con chaquetas sueltas y guardias que buscaban bombas bajo los coches con espejos sobre bastones usados por gente con obesidad mórbida para ver si se ha sacado los calzoncillos.

Debiera haber ido para el desayuno. Tal vez hubiera podido entrar. Un guardia de seguridad abrió la puerta del taxi, se inclinó hacia el interior, y me preguntó si vivía en el hotel. Hice lo posible. No fue gran cosa, pero fue lo mejor que podía. -Vengo a almorzar -dije con una débil sonrisa.

-Estamos cerrados. Sólo invitados -dijo. Y al taxista, un ladrido de instrucciones para que diera media vuelta. Dimos media vuelta. Expliqué al conductor lo que pasaba en el hotel, tratando de evitar palabras como «globalización,» «corporatocracia» y «disolución de soberanías que conducen a estructuras supranacionales de control.» Creo que comprendió lo que quería decir. -¿Vienen aquí? ¿Los líderes del mundo? -Tocó amablemente la bocina para saludar a una chica en un bikini. -¿Para una conferencia, o para vacaciones¿ ¡Ahora es época de vacaciones! ¡Mire la playa!

Miré a la playa. Todos estaban salpicando en los bajíos, lanzándose pelotas de tenis y leyendo lo que sea el equivalente griego de John Grisham. John Grisham, probablemente. El cielo es azul; el mar tranquilo. Hasta los perros que duermen en la arena están bien alimentados gracias a los tachos del restaurante. ¿Podría haber algo que ande mal en este mundo?

Arriba del cerro, un pequeño grupo se reúne para el fin de semana. Tal vez un poco de tenis de mesa. ¿Qué hay de malo? Tal vez elucubran unas pocas oportunidades de la crisis. ¿Microchips? ¿Banco Mundial? Hay que discutir esas cosas. Y es un sitio tan bonito como cualquiera para discutirlas.

El hotel ofrece «cena gourmet, bares atmosféricos, y amplias áreas y servicios para reuniones y eventos.» Y el spa tiene un baño turco. Y sabéis cuánto le gusta el vapor a Kissinger. («¡Más caliente! ¡Yo quererlo más caliente!»)

Sin mi persona, Jim Tucker tampoco pudo entrar a fisgonear. Apaga un cigarrillo aburrido. Creo que no es el primero. Le pregunto cuál es el orden del día. -¿Este año? Hablarán de esa ridícula gripe porciiiiiina.» Y en las primeras cinco sílabas que da a la palabra «porcina», muestra su disgusto por el tema. -Quieren usarla para convertir a la Organización Mundial de la Salud en el departamento mundial de la salud. -Tengo que preguntar: -¿No lo es todavía?

-Sólo para miembros de Naciones Unidas. También hablarán de la ratificación de la corte penal internacional. Obama espera hasta que tenga un senado favorable, después de las elecciones de 2010. Entonces la hará aprobar una tarde, a fines de semana: demasiado tarde para los periódicos del domingo, demasiado tarde para los programas de entrevista. Sucederá, y nadie se dará cuenta. Primera parte de 2011.

Lo digo por el señor Tucker: para ser un adivino, nos da bastantes detalles. Nada de «Viajarás a ultramar» o «Cuidado con un hombre con una D en su nombre.»

-¿Como David Rockefeller? -Tiene 93 años, pero está vivo, estará presente, -gruñe Jim. Pero de nuevo: ¿por qué es un problema? ¿Por qué se preocupa alguien porque un puñado de poderosos psicópatas – perdón, sociópatas… perdón, banqueros y políticos – realizan una reunión anual. Mucha gente admite que participa…

Tal vez no tenga que ver con que la gente se reúna. Si existe algún problema, es si existe o no un orden del día global coherente, si ese orden del día es algo que lleve a que los que están en el poder hagan lo posible por dirigir las cosas, y si ese orden del día (¡si existe!) es benigna…

Ahora vuelvo al Astir Palace. El calor del día se acaba, y el sol de la tarde se refleja bien en el cañón de una ametralladora.

Bilderberg: Una mención de Sylvester McCoy y todo comienza – 14 de mayo de 2009

La policía con armas (y espejos sobre los bastones) amenaza a Charlie

Sabes que tu día se malogró cuando se acaba mientras te gritan en una estación de policía griega.

No quería que terminara así. Había ido a una simpática caminata al atardecer, pasando por el hotel de Bilderberg, para descansar antes del día de apertura del festejo de la elite globalista, mirando cómo Febo se lanzaba de cabeza al mar occidental, y (sí) para tal vez sacar furtivamente un par de fotos con el lente corto de la creciente cantidad de agentes de seguridad.

Frente a las puertas del hotel tomé una foto casual hacia la bahía, preparándome para girar sobre mis talones y sacar algunas fotos naturalistas del tipo de «guardia armado fumando y conversando con mujer policía.» Un agente de civil llegó corriendo y me enfrentó.

-¡Ninguna foto!

-¿Del mar?

-¡Deme su cámara!

-No comprendo.

-¡Su pasaporte!

-Ya tiene mi tarjeta Oyster. [Tarjeta para pagar el transporte público en Londres, N. del T.]

-¡Pasaporte!

-¿Licencia de conductor?

Toma mi licencia. Había llegado un grupo de policías, y murmuraban en griego sobre la enorme amenaza para el buen funcionamiento de Bilderberg que yo parecía representar.

-¿Qué es esto? -pregunta uno de los policías locales. Toma mi libreta de notas. La abre al azar.

-¿Qué está escribiendo? ¿Qué es esto?

Apunta a un viejo chiste de 8 Out of 10 Cats [programa de televisión, N. del T.] (bueno, apenas) sobre lo que habría pasado si hubiésemos tenido a un Doctor Who femenino. Lo pincha como si fuera una prueba, en negro y blanco, de mi condición de agitador. Lo leo en alta voz: «No digo que no hayamos tenido a un Doctor Who mujer, pero Sylvester McCoy trizó el techo de vidrio.»

-¿Qué es esto? Syl… Syl…

-Sylvester McCoy.

-¿Amigo suyo? ¿Reside aquí?

No les digo que Sylvester McCoy es un destacado luchador por la libertad antiglobalista quien vino a dirigir la revuelta popular contra el orden del día de despojo de la libertad de Bilderberg. -No es nada. ¿Puede devolverme mi libreta?

Conferencian. Un diablillo en mi cerebro me dice que tome mi cámara y saque una foto. Clic. Zumbido. Momento en el cual, en una hermosa tarde de mayo en la Riviera Ateniense, comenzó una de las horas más estresantes de mi vida. Las manos se dirigieron a las fundas de sus pistolas.

-¡NI UNA FOTO!

-¡TOMÓ FOTOGRAFIA!

-¡NI UNA FOTOGRAFIA!

Llegó el sujeto con la ametralladora. Llegó el sujeto con el bastón del espejo para bombas en los coches. Fue la primera vez en mi vida, y espero que sea la última, en la que me intimidaron con un espejo en un bastón. Me rodearon. Uno de ellos, el que aparece en la foto con una mano arriba y la otra sobre su pistola, me empujaba por el hombro y gritaba: «¡Deme la cámara! ¡Deme la cámara inmediatamente!»

Todos a mi alrededor: «¡Borre! ¡Borre las fotos!» seguido por un tironeo para quitarme la cámara, sin mucha seguridad en sí mismo de ninguno de los dos lados, del que salí vencedor. La cámara volvió a mi bolsillo.

Luego se volvió «¡Entre al coche!» «¡Entre al coche!» Yo no iba a entrar al coche. Recuerdo que dije: «Uno de ustedes tiene una ametralladora; me estáis gritando, no entiendo por qué. Tomé una fotografía, todo parece bastante extraño. ¿Qué pasa aquí?»

Uno de los policías más agradables, quien se parecía un poco al tipo más bajo de «LA Law,» el que está casado con Jill Eikenberry, me llevó a un lado: «Viene gente muy importante. Muy importante. Ninguna fotografía. Por favor entre al coche, tomamos detalles, los ponemos en el ordenador, se puede ir.»

Me quejé, pienso que con razón, de que podían simplemente telefonear mis detalles a la comisaría, y comprobar que no me buscaban en tres continentes por actos de terror, pero no lo aceptaron. Empujes, empujes, empujes. Finalmente entré al coche. Tuve que hacerlo.

Me llevaron a la estación de policía. Nos siguieron otros coches. En la estación, vinieron agentes de todas partes. Habían olido un incidente. Una docena se paró alrededor. El coro griego llegó a su máxima intensidad: «¡Entregue la cámara! ¡Borre las fotos! ¿Comprende?!» Odié mis manos porque temblaban cuando escribí el nombre de mi padre para que pudieran buscarme en el «ordenador». Por lo menos me pude reír ahogadamente al oírlos mientras trataban de pronunciar Melvyn.

Una policía me sonrió. «Borre las fotos y se puede ir, sin problemas.» Se parecía a una prima ligeramente viril de Christina Aguilera y me conquistó su sonrisa. Casi le di la cámara. De repente comprendí todo el asunto de buen poli, mal poli. Mantuve la cámara en mi bolsillo. Le sonreí. «Sólo quiero que me digáis si he violado la ley, y si fuera así, ¿me estáis arrestando?» Dios mío, soné como el cliché de un manifestante. Oh, Dios mío, soy un manifestante. ¿Dónde quedaron mis derechos?

«¡Acúsenme o libérenme!» es lo que no grité. Me senté silenciosamente y traté de calmar mis manos en mi regazo. Sonreí a Christina. Iba ganando.

Repentinamente, un «puede irse» del sargento en el ordenador. Me fui. Tenía mi cámara. Tenía mi foto. Estaba libre. Era el fin de Expreso de Medianoche. El puño en el aire del «El club de los cinco.» Excepto que me sentía enfermo y quería dormir.

Dormí. Esta mañana, sintiéndome más fuerte después de una tajada de queque de desayuno, pienso que comprendo: Yo representaba los problemas que comenzaban. Yo era la agitación de la que les habían advertido. Gente muy importante. Sin errores. Estaban conectados, preparados para la confrontación, y mi foto había sido la chispa. Por eso habían estallado. Llegaba gente importante. Ninguna fotografía.

Y de repente comprendí: No HAY realmente ninguna fotografía. Ninguna. Ni un solo miembro de la prensa dominante. Ni una cámara de un cazador de noticias con un trípode. Nada. Aquí no pasa nada. No hay nada que informar.

Las limusinas comenzaron a llegar. No hay nada que informar.

Clausuraron toda una península. Hay bloques de ruta. Ametralladoras. No hay nada que informar.

Es la 57 reunión anual del grupo Bilderberg. No hay nada que informar.

¡Susan Boyle se depila las cejas! Por fin hay algo que informar.

Nuestro hombre en Bilderberg: 15 de mayo de 2009

Listo para perder el control, pero ellos no.

Quiero hablar de Bilderberg 2009. Pero más allá de un simple «sí. Tiene lugar, es real, los líderes del mundo están aquí este fin de semana.» ¿Qué puedo decir? Es una reunión privada.

No sé si están discutiendo la unificación financiera global o la última temporada de Grey’s Anatomy mientras comen sus cócteles de camarones. Ni siquiera sé cuál es la opción vegetariana para la entrada. ¿Cucurbita moschata?

Perdonadme si especulo, pero es todo lo que puedo hacer. No soy un periodista adecuado. No tengo ni el menor derecho a pararme en un paseo público y apuntar cámaras. Ni siquiera tengo una cámara apropiada. Pero lo que tengo es lo siguiente: un sentido de que algo está podrido en el Estado de Grecia. Para mi gusto, no hay ni un solo olor saludable que flote en el aire que sale del Astir Palace. O puede que sea el pan con huevo y pimienta que comí para el desayuno.

Perdonad si algunas de mis especulaciones son obcecadas, pero pienso muchas de estas cosas por primera vez y acabo de librarme de mi escolta policial. Perdonad si sueno chillón o petulante, farisaico o jactancioso, perdonad si mis percepciones han sido influenciadas por la cólera… perdonad, perdonad, perdonad. Perdone que lo moleste señor Bilderberg. He pasado los últimos tres días pidiendo perdón a todos. Perdón al personal de mi hotel por los policías de civil que andan por su lobby. Perdón a los propios agentes de civil por haberlos arrastrado por Vougliameni a perder el tiempo (Les compré un poco de agua helada, y se la llevé, mientras se arrastraban torpemente detrás de un árbol). Perdón, entonces, a la sargento de la recepción de la comisaría por molestarla con mi predicamento: «Me siguen como a un criminal, me pregunto si no le importaría pedirles que dejen de hacerlo. No hago nada malo… y la cosa se pone… bueno… algo molesta.»

Ahora voy a dejar de pedir perdón. Voy a tratar de sacar algún sentido de mis experiencias. No es fácil. No quiero sonar irresoluto, pero he tenido que soportar mucho. Me siento un poco como si hubiera conducido por la callejuela equivocada y como si repentinamente no reconociera nada, y la gente me mirara y no sólo para admirar mis cabellos. Estoy intranquilo. Pienso que alguien estuvo en mi habitación y movió mi laptop. Sé que suena descabellado. Sé que así es, pero tomé una foto antes de salir y no estaba donde lo había dejado.

Escuchadme, sueno chiflado. Hace tres días me convirtieron en un sospechoso, en un buscapleitos, indeseable, molesto, cansado y un poco asustado. Y ni siquiera caminé hacia el hotel Bilderberg desde el incidente de «¡entre al coche!». He tratado de evitar problemas, pero los problemas me han seguido.

De modo que – sacaré sentido del asunto. Voy a comenzar aquí: con la cara del primer delegado de Bilderberg que vi personalmente. Estaba tratando, humildemente, de sacar una foto de algunos delegados mientras se deslizaban por Vougliameni en sus limusinas con cristales de espejo y sus protectores de civil en motos y escoltas policiales. Y uno tenía la ventana abierta. Yo estaba tan excitado que se me olvidó alzar la cámara y saqué una foto del tapacubos. Lo que vi no lo olvidaré. Era un hombre de unos 40 años con su cabeza echada hacia atrás y riéndose, riéndose, la fotografía perfecta que sólo será vista por mi retina.

Y sabéis: no es sorprendente que haya estado feliz. Debe ser CHEVERÍSIMO ser conducido al son de sirenas por calles griegas en el asiento trasero de un coche a prueba de balas en camino a la fiesta MÁS SENSACIONAL del mundo. Fuiste invitado por los más chicos más chéveres de los chéveres para pasar el fin de semana. El hermano mayor súper-chévere de tu hermano mayor chévere y sus amigos chéveres tienen un barril de cerveza y una piscina en el jardín, y sus padres están de viaje y piensas que puede que Jessica irá a la fiesta. ¡ES LA MEJOR FIESTA DE TODOS LOS TIEMPOS! ¡Pongan las sirenas! ¡Vamos pasando! ¡Uuuuuuuuu!

Y tu vida ya es bastante chévere. Ya eres dueño de un periódico o diriges un think-tank, o eres el secretario de estado, empresa y reforma regulatoria del Reino Unido, o diriges Fiat, o eres presidente de la Reserva Federal o Reina de Holanda, o presidente de Shell Oil. Diriges cosas. Tienes grandes ideas. Tienes el control, y el control es entretenido.

Bilderberg es control. Tiene que ver con «¿qué haremos ahora?» Ya dirigimos montones de cosas, ¿y si dirigiéramos algunas más? ¿Qué les parece si facilitamos la dirección de cosas? Más eficiencia. La eficiencia es buena. Sería mucho más fácil con un solo banco, una sola moneda, un solo mercado, un solo gobierno. ¿Qué les parece un solo ejército? Sería bastante chévere. Entonces no tendríamos guerra. Este cóctel de camarones es BUENO. ¿Qué les parece una sola manera de pensar? ¿Y un Internet controlado?

Y si no fuera así, estoy tan increíblemente aburrido de que sean los pocos los que demuestran poder. Me lo mostraron en mi propia cara durante tres días, y por eso se me sube por la nariz como una avispa. No me importa si el Grupo Bilderberg tiene planes para salvar el mundo o para ponerlo en una licuadora y tomarse el jugo. No creo que sea una manera de hacer política. Podría ser un punto facilongo, pero si hubieran estado organizando una liga caritativa de billar, podrían haberlo hecho arriba en una cafetería Starbucks. Si hubieran estado tratando de curar el cáncer podría haberlo hecho a plena luz. Los pensamientos inocentes pueden ser registrados en un acta.

O tal vez son simplemente aventureros sexuales. Tal vez sea el motivo por el cual corren las cortinas. Imagina que tiras tu llave a la tina y sacas a Ken Clarke. Lo siento, Timothy Geithner, es el precio que pagas por hacer negocios.

Tengo que confesar algo. (No soy aventurero sexual, no es eso.) Mi confesión es que ser seguido por la seguridad del Estado griega, retroceder pasando por un café y sorprenderlos, y comprarles agua helada en un día caluroso como en «Un policía suelto en Beverley Hills», cuando Eddie Murphy hace que el servicio de habitaciones los atienda en su coche – fue todo bastante excitante. Fue mi propio pequeño episodio de «Equalizer» (El Justiciero – ¿El justiciero griego?) (No, realmente no, estoy cansado, estoy cansado). Ser seguido fue excitante y divertido y absurdo y desconcertante y aterrador, y terrible, terriblemente malo. Y sé que suena patético pero me puse un poco lacrimoso en la comisaría cuando la decía a la simpática sargenta en la recepción que no soy un tipo malo y que no amenazo a nadie, y que sería lindo si alguien pudiera descontinuar a los pistoleros. No me gusta que me hagan sentir así. Me «pusieron» en esa posición, y no me lo merecía.

Bilderberg tiene que ver con posiciones de control. Llegué a medio kilómetro, y de repente llego a ser uno de los controlados. Me siguen, me vigilan, me registran, me detienen, me vuelven a detener. Me pone en esa posición el «poder» que estaba ahí cerca.

De la misma manera, los delegados de Bilderberg ocupan una posición de poder sobre la ignorancia reverente de la gente que lanza pelotas de playa en el mar, y yo con mi miserable camarita y mi curiosidad y mi sentido deformado de ciudadanía. Mi testimonio aquí no será de los mejores, pero hago lo posible. No trepé a gatas sobre la reja, ni lancé una cámara a la cara de David Rockefeller, pero no quiero que me peguen un tiro en la frente.

Un último pensamiento antes de irme a dormir. En la fábula, los hombres podrán haber sido ciegos pero por lo menos lograron buscar a tientas al elefante antes de tratar de describirlo. Ahora, mete a ese elefante en el asiento trasero de un Mercedes S600 con vidrios polarizados, escápate a un resort griego de lujo, rodéalo de guardias fuertemente armados y helicópteros, dale un Martini, y paga a la policía local para que acosen, detengan y sigan a cualquiera que muestre el menor interés por sacar una foto. Eso, mi amigo, es la bestia que es Bilderberg 2009.

Nuestro hombre en Bilderberg: Me acechan y me siguen – 15 de mayo de 2009

Ahora tengo mucho que contar.

Después hablaré del extraño circo secreto de limusinas, vidrios polarizados, sirenas, helicópteros. No hay tiempo para contar cómo me detuvieron por SEGUNDA vez, por el crimen de estar a medio kilómetro de las puertas del hotel de Bilderberg tratando de tomar fotografías ‘artísticas’ de las ruedas de limusinas mientras aceleraban al pasar. Haciendo tan poco mal junto a tres policías que se portaban bien. Hasta que llegó el llamado por la radio y las motocicletas y los coches de policía llegaron aullando como si fuera una pesadilla. Contaré esa historia más adelante. Ahora tengo que hablar de lo que acaba de suceder.

Pero antes de comenzar, créanme si digo: No me he vuelto loco, de verdad. Nueve por siete es 63, y la capital de Italia es Roma. Sé lo que sé. Y sé cuando me siguen. Lo sé porque acabo de hablar con el policía de civil al que sorprendí mientras me seguía. Es tan absurdo como suena, acabo de «agarrar al perseguidor.»

Ahora me acechan. DE VERDAD. Están sentados en el muro frente al café Oceania o lo que sea, mirándome mientras escribo esta frase. Los invité a tomar un café, pero declinaron. Se rieron tímidamente, cuando los llamé Starsky y Hutch. Preguntaron mi nombre. «Se lo di a sus colegas. Dos veces.»

Preguntaron de nuevo. Les dije. Volvieron a preguntar. Hubo una interrupción embarazosa. «No lo hacen demasiado bien.»…… Nick … … … … y… John.»

Así que ahí estábamos, yo y mis sombras, Nick y John. -Sólo andábamos caminando por ahí. -Esa fue su cobertura y ni se preocuparon de insistir. Simplemente no pudieron resistir: -¿Cuántos días va a pasar aquí? – ¿De dónde es exactamente? – ¿Está viviendo solo aquí? -Yo me reía. Era demasiado extraño. -En qué trabaja?

Dije a «John» que escribo chistes para programas de televisión. Lo olvidó casi instantáneamente. Evidentemente no aparecía en el perfil que acababa de leer. -Entonces, ¿para qué periódicos escribe?

Los vi en la recepción después del desayuno. Tal como había visto al sujeto de apariencia blanducha, de unos 30 años, vestido del mismo modo, la noche antes. Parecía estarme oteando directamente. Me di vuelta y lo sorprendí murmurando con la recepcionista y mirándome. Lo juro por Dios. Sé que suena como si fuera lunático, y si no fuera porque acabo de hablar con Starsky y Hutch yo mismo podría imaginar que tenía una ligera insolación. Anoche, el teléfono sonó en mi habitación del hotel y alguien colgó en cuanto respondí. El llamado provenía del interior del hotel…

Lo recuerdo ahora. Desayuné más rápido que normalmente. Salí. «Nick» estaba solo en el lobby. Hablando por su móvil. Subí rápidamente a mi habitación. Y por la escalera venía bajando «John», también hablando por su teléfono. Ahora combino recuerdo, mientras escribo. No me he vuelto loco. Esto está sucediendo.

¿Estuvo en mi habitación? Sabían que estaba tomando desayuno. Es una locura.

Y lo que vino después: Salí del hotel con mi laptop. Y pensé: sabes qué más, si son REALMENTE polis, me seguirán. Así que se detuve, me di vuelta, y esperé. Diez segundos. Me sentí como un idiota, parado ahí, esperando que me siguiera un policía imaginario. Quince segundos. ¡Eureka! Y sale «John» hablando por su móvil. Me mira desconcertado, parado ahí, y atraviesa la calle. Me siento sobre un muro. Él haraganea junto a un poste. Me levanto, camino hasta el paseo marítimo, voy hacia la izquierda, camino un poco, cruzo la calle (así puedo mirar a los dos lados – y sí, ahí está «John»).

Camino hasta la entrada más lejana del café. Estoy en un episodio de «Bajo escucha». El café es largo y angosto. Doy media vuelta y me paro, oculto, en la misma entrada. Estoy de pie tras un arbusto, sujetando un laptop sobre mi pecho, con mi corazón que suena como un solo de Phil Collins (en la batería, no en el piano).

No soy más que un tipo común. Un ciudadano preocupado. Durante este semana por lo menos, un blogger. Apenas un periodista. Un fotógrafo imposible. No amenazo a nadie. No soy nadie. Pero, arriba en el cerro, en un hotel de lujo, hay una reunión de las personas influyentes más poderosas del mundo. El Grupo Bilderberg. Me han expedido dos veces a la comisaría. Antes de esta semana, nunca había cruzado una palabra con un policía EN TODA MI VIDA. Una vez conduje de noche sin luces y me pararon y me dijeron que no condujera como un idiota. Y eso es todo. No soy un mal tipo. Ya no sé ni lo que soy. Pienso que escribo chistes para ganarme la vida. Pienso que tal vez sea lo que hacía. Soy un hombre que tiene un laptop agarrado sobre su pecho, que trata de respirar silenciosamente. Diez segundos. Quince. «John» pasa delante del arbusto y da un paso atrás, desorientado.

-Hola.

-No soy una amenaza, ¿lo sabes? ¿Verdad?

Pobre «John». Me da pena. No lo hacía demasiado bien. Yo no soy el más listo pero sólo necesité cuatro minutos para desenmascararlo.

No quisieron tomar un café. Les pedí que tomaran mi foto. Lo hicieron. Yo tomé una de ellos. «¡»No fotografia! ¡Muéstreme la cámara!» Pobre «Nick», estaba ante un verdadero lío. No podía recordar si era policía o no.

Parecen amables, en su mayoría, los policías que me han estado acosando por estar ahí y tomar malas fotos con una cámara digital barata. Ayer, conversé con uno de los polis en moto antes de que me metieran al coche de la policía. Le dije que esperaba que mañana habría protestas – no disturbios, sino protestas. Estuvo de acuerdo. «Sería bueno escuchar otra voz,» dijo, tristemente. Un hombre grande, en traje de cuero, atrapado en algo mucho más grande. «Pero hoy tengo que hacer mi trabajo. No es una situación buena.»

No es una situación buena. Y sería bueno escuchar otra voz.

Ahora voy a pagar mi café y volver al hotel. Sólo yo, o sea los tres.

Charlie Skelton enviará el resto de sus actualizaciones desde Atenas, porque parece ser más seguro. Continuará…

http://www.guardian.co.uk/world/series/charlie-skeltons-bilderberg-files