Nota: texto elaborado en base al debate habido en Kortxoenea sobre el mismo tema, con la participación de Néstor Kohan
1.- Nuestro Marx.
2.- Nuestro marxismo.
3.- Nuestro marxismo ahora.
4.- Resumen.
Este es el título que hemos dado a la charla-debate que vamos a mantener Néstor Kohan y yo con vosotras y vosotros, y espero que también entre nosotros dos, aquí, en Kortxoenea, una fábrica recuperada por la iniciativa juvenil y popular vasca. La recuperación de locales y empresas, de tierras y, en general, de lo que pertenece al pueblo, es una constante en las luchas de las clases trabajadoras. Socializar espacios y conocimientos privatizados es una necesidad permanente en la lucha por el socialismo y la independencia de los pueblos, una necesidad que adquiere cada día más carácter de urgencia debido a la ciega necesidad del sistema capitalista por privatizarlo absolutamente todo. Como veremos más adelante, la expropiación de los expropiadores es ya ahora mismo una consigna y un objetivo fundamental. El lugar que nos acoge tiene, además, otro valor referencial añadido porque aquí, en una empresa recuperada, vamos a debatir no sólo sobre la actualidad de nuestro Marx, sino también lo vamos a hacer con un amigo y compañero argentino que conoce minuciosamente la obra del Che Gebara. Como sabéis, en Argentina es muy importante la experiencia práctica y teórica en la recuperación de empresas y espacios, y el Che fue un adalid de la recuperación masiva de las tierras privatizadas por la burguesía agraria, para devolverlas al campesinado con la Reforma Agraria.
Es en este marco tan lleno de valores humanos, como el de la recuperación y la socialización, en el que vamos a debatir sobre nuestro Marx ahora. ¿Por qué este título? Por tres razones.
1.- Nuestro Marx
La primera porque reivindicamos a «nuestro Marx», o lo que es igual, a «nuestro» marxismo y «nuestro» socialismo. ¿Cómo podemos hacerlo si recordamos que Engels sostuvo tesis sobre el Pueblo Vasco que han sido refutadas por la historia? Precisamente por eso, porque se equivocaron y porque el marxismo es un método que exige la autocrítica, la crítica inmisericorde pero constructiva de sí mismo como parte consustancial a la crítica destructiva del sistema capitalista. Recordemos que Engels había vaticinado en la mitad del siglo XIX que Euskal Herria, que el Pueblo Vasco, como otros pueblos «sin historia», estaba condenado a la desaparición, a ser absorbido, engullido por los «pueblos con historia», por los grandes Estados burgueses ya formados o en proceso de formación. Engels se equivocó en esta tesis, pero fue su autocrítica posterior la que nos explica la razón de su error: la sobreestimación que hicieron tanto él como Marx del factor económico y la subestimación de los factores políticos, ideológicos, nacionales, culturales, etc., por urgentes razones de lucha teórica contra la ideología burguesa en el seno del proletariado.
Sin mayores precisiones ahora, desde la década de 1860 en adelante Marx y él fueron tomando conciencia de la necesidad de restablecer la plena interacción entre los diversos componentes de la totalidad social, insertando en ella a la economía en vez de mantenerla como razón única y exclusiva del devenir histórico. Conforme profundizaban en sus estudios, la explicación de la dialéctica entre los diferentes niveles aparecía como vital, de manera que Engels dedicó a ello el grueso de sus esfuerzos al final de su vida, auto criticándose por el error cometido al sobrevalorar unilateralmente, casi de forma mecanicista y economicista, la importancia del desarrollo de las fuerzas productivas, en detrimento de la importancia de las relaciones sociales de producción y sobre todo de la interacción entre ambos componentes de la dialéctica de la historia humana. Las relaciones sociales de producción no fueron apenas sintetizadas en forma teórica, de modo que la impresionante cantidad y calidad de referencias directas e indirectas al «factor subjetivo», al «factor étnico», a la «vis inertiae», a las «cadenas del pasado que oprimen el cerebro de los vivos», a las «costumbres» y «tradiciones», al «carácter innato de la raza», a las «condiciones geográficas», a la «raza como factor económico», al «orgullo nacional herido», a los «sistemas nacionales de producción precapitalista», a la lengua de un pueblo como «el ser comunal que habla por sí mismo», a la «historia nacional de más de dos mil años» de algunos pueblos, estas y otras muchas referencias a una problemática real que reaparecen en toda su obra, han permanecido excluidas de una restrictiva y muy pobre definición de las relaciones sociales de producción.
Para aclararnos más rápidamente, podemos recurrir al ejemplo de las relaciones entre la lucha de clases práctica y sus permanentes conexiones con y contra el Estado burgués, por un lado, y por otro lado, la marcha de la economía capitalista. Desde una interpretación reformista y mecanicista, antidialéctica, del marxismo, la economía capitalista puede y debe estudiarse sin tener en cuenta la lucha de clases en general, y en especial la lucha de clases en su contenido político, es decir, revolucionario. Desde el método dialéctico, es imposible separar la dinámica económica de la lucha de clases y del papel del Estado burgués, aunque esta interacción permanente pueda parecer muy lejana, dormida e incluso inexistente durante determinados períodos. En realidad, lucha de clases y tasa de beneficios forman una unidad de contrarios irreconciliables en permanente lucha interna, y en esta unidad el Estado burgués es un instrumento vital a favor de la tasa de beneficios capitalistas.
Pues bien, llevando este ejemplo a lo esencial del materialismo histórico, a la dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, vemos que al nos ser correctamente entendidas estas segundas, tampoco podemos comprender su interacción con las primeras, con las fuerzas productivas. Más incluso, al no entender que las fuerzas productivas también están formadas por «fuerzas productivas especiales, tanto objetivas como subjetivas, apareciendo las últimas como cualidades de los individuos», según sostiene Marx, al ignorar esta dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo en el interior mismo de las fuerzas productivas, aislamos e incomunicamos mecánicamente la economía «objetiva» de la «subjetiva». Peor aún, negamos el contenido económico de lo «subjetivo», reduciendo lo económico a una burda materialidad mecánica y automática. De la misma forma en que los antidialécticos separan la lucha de clases de la economía, también separan las relaciones sociales de las fuerzas productivas, y expulsan de estas segundas a las «fuerzas productivas subjetivas».
El error del Engels de mitad del siglo XIX con respecto al Pueblo Vasco y a los pueblos «sin historia» nacía en buena medida de la aún no correcta elucidación del papel de lo subjetivo en la historia, así como de una limitada crítica al eurocentrismo y estatalismo de Hegel, tema en el que no podemos extendernos ahora como tampoco podemos hacerlo en el proceso por el cual la II Internacional y más tarde la III Internacional stalinizada magnificaron y sacralizaron al título de dogma este error inicial, también latente en Marx, aunque luego superado. La perduración de este mecanicismo contra toda evidencia histórica y lógica ha tenido efectos desastrosos, catastróficos, sobre la lucha revolucionaria mundial, y muy especialmente contra las luchas de liberación de los pueblos oprimidos. Estoy seguro que después de mi intervención, Néstor Kohan os resumirá lo fundamental de las derrotas sufridas por los pueblos de las Américas al imponérseles líneas políticas constreñidas por estas limitaciones.
La expresión «marxismo español» aparece muy frecuentemente en los textos de las izquierdas estatalistas, como las del «marxismo francés», sobre todo cuando se discute sobre el estructuralismo, el althusserismo, etc., así como se habló y mucho del «marxismo italiano» cuando se creó el eurocomunismo. Sin embargo, sé por propia experiencia que hablar de «marxismo vasco» causa perplejidad e incluso enojo, cuando no carcajadas, en la casta intelectual española. La aparición de un «marxismo vasco» ha ido unida a la progresiva superación de este mecanicismo antidialéctico, estatalista y gradualista. Por «marxismo vasco» entiendo la adaptación concreta a Euskal Herria de lo universal del marxismo como teoría y praxis de la revolución comunista, teoría y praxis aplicable a todos los pueblos del mundo porque el modo de producción capitalista es mundial, actúa a nivel planetario, y sus contradicciones internas determinan estructuralmente lo elemental de las opresiones, dominaciones y explotaciones que aplastan a la humanidad trabajadora por encima de sus especificidades nacionales, culturales y estatales.
Lenin sostenía, entre otras muchas cosas, que el «alma» del marxismo es el análisis concreto de la realidad concreta, lo que implica que el marxismo ha de concretarse en y para cada pueblo. Desde esta visión leninista, el marxismo sólo puede ser tal si, a la vez que profundiza en su crítica radical del capitalismo mundializado, también concreta esa radicalidad en cada pueblo, en cada Estado, en cada región del mundo en donde las contradicciones sociales toman cuerpo objetivo y subjetivo. Es por esto que podemos y debemos reconocer la existencia de un «marxismo vasco», de un «marxismo latinoamericano», etc., como plasmaciones concretas, espacio-temporales, de la teoría mundial marxista. Nada de la historia de la lucha revolucionaria a escala planetaria sostenida desde finales del siglo XIX, cuando los pueblos colonizados irrumpieron en la escena mundial desbordando a la lucha de clases en el capitalismo colonialista, es compresible si rompemos esta dialéctica entre lo universal, lo particular y lo singular, entre lo esencial de la explotación capitalista y las formas con que se presenta en cada pueblo.
Ahora bien, el marxismo no puede desarrollar su pleno potencial emancipador si previamente no se parte de la existencia de una nación concreta, de un pueblo determinado como espacio material y simbólico de lucha de clases y de liberación nacional. Si las izquierdas del Estado nacionalmente opresor no reconocen explícitamente e impulsan la necesidad de la independencia de los pueblos que oprime su Estado, el marxismo no desplegará su poder revolucionario. Si las izquierdas estatales parten del dogma del marco estatal dado, el impuesto por la burguesía, como el único espacio posible de lucha revolucionaria al que deben supeditarse de algún modo los pueblos oprimidos que no tienen Estado propio, si se parte de este marco, no puede aplicarse nada de lo anterior. Se repite en el presente el error de Engels si se piensa que los pueblos sin Estado, oprimidos nacionalmente, han de «integrarse voluntariamente» en el futuro «Estado socialista», por muy confederal que prometa ser, y que solamente gracias a esta «integración voluntaria» evitarán su desaparición histórica. La visión estatalista y mecanicista del marxismo terminará reproduciendo más temprano que tarde el autoritarismo centrípeto y centralista, represivo en última instancia, que como ha demostrado la historia, se convertirá en una fuerza contrarrevolucionaria.
Nuestro Marx es el que con sus estudios posteriores sentó las bases metodológicas sobre las que otros marxistas enriquecieron la teoría que corrigió definitivamente los errores y superaron las limitaciones arriba vistas. Queremos resaltar especialmente el giro realizado hacia el estudio sistemático de las interacciones entre la economía y la política, de las formaciones precapitalistas, de las formas de propiedad colectiva precapitalista, de la historia de los pueblos no occidentales, de la etnología, etc. Este «último» marxismo, en el que también destaca la autocrítica de Engels, como hemos dicho, partió de una base real que le imprimió una capacidad crítica muy superior: hablamos de los textos sobre las atrocidades del colonialismo europeo y sobre las luchas de resistencia anticolonial, lo que se unió a sus tesis sobre las luchas de los pueblos europeos, especialmente el irlandés y el polaco. Además de otras bases, esta irrupción de las luchas de liberación forzó a Marx a profundizar en estudios más complejos y extensos sobre el capitalismo. Por último, nuestro Marx, o el marxismo vasco, también se ha formado gracias a la recuperación de los denominados textos del «joven Marx» sobre la alienación, que engarzan con y son mejorados por su brillante descubrimiento teórico y crítica inmisericorde del fetichismo.
2.- Nuestro marxismo
Las primeras nociones sobre socialismo llegaron a Euskal Herria a finales del siglo XIX según los esquemas de la socialdemocracia de la II Internacional, es decir, lastradas por cuatro grandes limitaciones que determinaron su práctica sociopolítica desde entonces hasta ahora. No se trata de una determinación directa y absoluta, que aparece siempre igual en todos los momentos y en todas las luchas, sino que los cuatro componentes influyen todos a la vez y de forma directa, otras veces la influencia preponderante parte de uno y/o de otro estando los demás en segundo plano, etc. Además, las especiales condiciones de acumulación originaria de capital en Euskal Herria en cuanto nación oprimida sometida a dos Estados, que había librado feroces guerras de resistencia nacional preburguesa contra los sucesivos ataques españoles, que tenía una lengua y cultura totalmente diferentes a la española y francesa, con un bloque de clases dominante reaccionario y violento al extremo, en estas condiciones estructurales que en lo esencial siguen vigentes, el primer socialismo a la fuerza debía posicionarse activamente en defensa de la clase trabajadora.
En líneas generales, las cuatro limitaciones provenientes de la versión socialdemócrata del socialismo a finales del siglo XIX son estas: Una, el economicismo mecanicista y determinista al que se enfrentaban Marx y Engels desde hacía años. Dos, el desconocimiento de la dialéctica y la fuerza subterránea de un neokantismo nunca superado. Tres, la creencia de que el Estado burgués podía ayudar a la emancipación del proletariado, tal como sostenía el lassalleanismo. Y cuatro, un profundo rechazo a la identidad, lengua y cultura vasca, tildada de reaccionaria y primitiva, así como un estatalismo españolista furibundo, presentado como agente de progreso. Es cierto que en el socialismo español en Euskal Herria existió una corriente euskaldun y defensora de un «sano regionalismo», pero nunca cuestionó la primacía del Estado español y de su cultura. También es cierto que en algunos períodos y debido a los avances del sentimiento vasquista, el socialismo español tuvo que reconocer algunos contenidos positivos en el Sistema Foral suprimido por las invasiones españolas del siglo XIX, pero en modo alguno este reconocimiento tímido rompió con la supremacía del mito de «España» como foco de progreso y democracia. Ni la pequeña corriente vasquista, ni estos débiles reconocimientos tardíos, ni algunas declaraciones oportunistas sobre la realidad histórica vasca lograron que el primer socialismo rompiera con el nacionalismo español.
Naturalmente, en estas condiciones generales no tardaría mucho tiempo en que surgieran los primeros brotes de crítica social específicamente vasca, desde sectores que tenían más fuerza política y de masas que los socialistas. De hecho, el socialismo españolista era bastante reducido cuantitativamente, era un grupo muy pequeño que tenía muchas dificultades para crecer en militancia. Dejando aquí de lado a las corrientes anarquistas, que ya apareciendo en la década de 1870, a partir de 1910 en adelante se inicia la crítica social desde perspectivas interclasistas y católicas, que tomaría cuerpo organizativo en el sindicato ELA que irá girando hacia una tesis de «tercera vía» entre el capitalismo y el socialismo oficializada en 1929 y definitiva en 1933: el cooperativismo como medio para superar el capitalismo sin caer en el socialismo. A la vez, dentro del nacionalismo popular en la década de 1920 surge el grupo Aberri y el Jagi-Jagi que sin romper tampoco con los tópicos burgueses sí avanzan hacia una crítica humanista del capitalismo. Y el avance más nítido hacia un socialismo vasquista se realiza con la fundación de ANV, Eusko Abertzale Ekintza, en 1930. Era un partido que provenía de tesis socialdemócratas y republicanas de izquierda, pero formadas dentro del campo nacionalista e independentista, y que se había ido desgajando sucesivamente del PNV, de sus escisiones y de sus uniones posteriores. Debido a la dureza del capitalismo vasco y a la gravedad de la crisis desatada en 1929, la mezcla de republicanismo y socialdemocracia vasquista fue dando paso a un anticapitalismo socialista que todavía no se declaraba marxista.
El primer marxismo que llegó a la clase trabajadora vasca, a grandes rasgos expuesto, se fue creando mediante el debate entre grupitos cada vez más críticos con el socialismo españolista, acercándose a la III Internacional, o Internacional Comunista. Las tensiones internas en la URSS y en la IC se trasladarían casi automáticamente a estos grupos de modo que, en síntesis, surgieron dos tendencias básicas: la del PC de Euskadi y luego a la delegación vasca del POUM. Las tesis iniciales del PC de Euskadi, sostenidas poco antes de la contrarrevolución franquista, tienen muchos puntos de coincidencia con el marxismo de bastantes sectores del independentismo socialista actual. Desde su misma fundación en la clandestinidad en junio de 1935 el PC de Euskadi, tuvo problemas crecientes con el PC de España por la ingerencia del segundo sobre el primero, avasallamiento que tendía a anular su independencia orgánica. El PC de Euskadi se autodefinió como «partido hermano» del PC español, y no como «sección vasca» del PC de España. Sin embargo, los prometedores inicios del PC de Euskadi fueron, primero, frenados por el giro interclasista impuesto por el stalinismo a la III Internacional en su VII Congreso celebrado en agosto de 1935; después, por la línea del PC español durante la guerra, y por último, por su fervoroso españolismo ultracentralista que aniquiló la anterior independencia orgánica del PC vasco, absorción total para finales de la década 1950. Por su parte, la sección vasca del POUM también se caracterizó por una visión muy realista y consecuente hacia el Pueblo Vasco como nación oprimida, ya que una de sus señas de identidad estratégica era la defensa a ultranza del derecho de autodeterminación de los pueblos oprimidos por el Estado español, incluido el de la total separación para crear un Estado independiente. Tesis marxista inicialmente sostenida también por el PC de Euskadi, hasta su españolización.
Todas estas dinámicas fueron barridas fundamentalmente por la dictadura franquista, pero no tenemos que olvidar las presiones del nacionalismo español de «izquierdas», que no toleraba la mínima posibilidad de un socialismo vasco, y menos aún de un marxismo independentista vasco. Además de la fuerza centrípeta proestatalista inherente al nacionalismo español en cualquiera de sus versiones, tanto el PCE como el PSOE se guiaban por las políticas de la II y III Internacionales, sobre todo después de 1945, de potenciar los grandes Estados burgueses europeos como las únicas estructuras capaces de aplicar los acuerdos pactados en 1944 y 1945 entre el imperialismo y la URSS. Las naciones oprimidas, las clases trabajadoras y los pequeños Estados débiles quedaban anulados como sujetos activos en aras de estos acuerdos internacionales.
Para el pueblo trabajador vasco estos acuerdos fueron desastrosos ya que mantuvieron viva la dictadura franquista hasta 1978, oficialmente, y de forma remozada y embellecida en lo externo y con algunas concesiones democrático-formales en lo interno, hasta ahora mismo. Fueron estos acuerdos los que aniquilaron la esperanza de libertad del Pueblo Vasco que ya en había 1947 iniciado una fase de luchas obreras y populares, de huelgas locales y generales que mantuvo hasta comienzos de la década de 1950 en insoportables condiciones represivas. El independentismo socialista y el marxismo vasco comenzaron a formarse definitivamente a partir de la demoledora certidumbre de la «traición de las democracias» y de la URSS a los derechos de Euskal Herria, y a favor de la dominación capitalista española. La segunda parte de la década de 1950 fue decisiva en cuanto fase de crítica negativa de lo real, es decir, período en el que se hunden las ideas democraticistas existentes ante la brutal realidad objetiva que anula las utopías e ilusiones subjetivas. Desde los tópicos de la doctrina social católica, hasta la demagogia de un PCE que no quería entender nada de la «cuestión nacional», pasando por el colaboracionismo pasivo del PNV y activo con el franquismo de la burguesía «nacionalista», todas las visiones idealistas basadas en estas creencias fueron derruidas por la implacable crítica negativa.
1959 es el año que certifica el comienzo de la fase de crítica constructiva y de avance cada vez más consciente y teóricamente asentado hacia el independentismo socialista que tardaría en llegar pero que ya palpitaba embrionariamente en las discusiones sostenidas en ETA y en otros sectores sociopolíticos del Pueblo Vasco en la primera mitad de la década de 1960. Para entonces resultaba ya innegable que la liberación vasca apenas no podía conquistarse con los dogmas del socialismo y marxismo «oficiales», estatalistas, que justificaban abierta o soterradamente la opresión nacional con argumentos extravagantes y reformistas. Del mismo modo, el eurocentrismo de los grandes PC stalinistas europeos con respecto al imperialismo de sus burguesías, fue una lección decisiva que reforzó la certidumbre anterior. Sin embargo, la definitiva irrupción del marxismo vasco sólo se realizaría mediante tensas rupturas internas con otras corrientes revolucionarias vascas pertenecientes al mismo movimiento que seguían dependiendo de los dogmas externos. Esta precisión es muy importante ya que confirma el método dialéctico según el cual es la unidad y lucha de contrarios internos al proceso del que se trate la que determina la orientación de la salida a la crisis, sin negar la influencia mayor o menor de las presiones y condicionantes externas a ese proceso concreto.
Las contradicciones internas llegaron a su punto álgido en la segunda mitad de la década de 1960 y se mantuvo de forma decreciente con escisiones sucesivas hasta los primeros años de la década de 1980. Una constelación de grupos maoístas, trotskistas, comunistas, marxistas-leninistas, autónomos, consejistas, etc., se fue desgajando del tronco inicial, comenzando diversas andaduras que resulta imposible seguir aquí. Con la perspectiva histórica hoy disponible, podemos confirmar definitivamente las constantes básicas que se debatieron en aquellas escisiones y que se centran en cinco cuestiones básicas:
Una, la opresión nacional como realidad objetiva fundante que determina que la especificidad concreta de la lucha de clases en nuestro pueblo, con sus ritmos, fases y objetivos tácticos propios que responden a la naturaleza sociohistórica del capitalismo en Euskal Herria. Dos, por tanto, el independentismo y el socialismo, así como la (re)construcción del complejo lingüístico-cultural e identitario vasco, son componentes sustantivos y determinantes de la lucha revolucionaria, de sus objetivos, estrategias y tácticas, y del papel clave que juega el pueblo trabajador como aglutinante social de la lucha de liberación nacional y de clase, también antipatriarcal. Tres, por tanto, la teoría de la interacción de las formas de lucha, esencial en el marxismo en cuanto praxis de la revolución comunista mundial, adquiere en Euskal Herria una importancia propia determinada por la objetividad estructurante de la opresión nacional, lo que explica la fuerza de la autoorganización colectiva que se plasma en movimientos populares, sociales, etc. Cuatro, las alianzas de clase y fracciones de clase, y sus objetivos tácticos, en el proceso de liberación deben ser definidas según los tres puntos anteriores, y no según los dogmas externos, según las prioridades impuestas por fuerzas políticas que desconocen la realidad vasca o, peor aún, que niegan su especificidad como marco concreto de lucha revolucionaria. Y cinco, la importancia clave del poder práctico de las masas como fuerza política material que, dentro del capitalismo, vence a la burguesía en las batallas concretas, o al menos con su lucha y resistencia impide que las victorias burguesas sean aplastantes e irreversibles, de modo que al poco el pueblo trabajador contraataque y retome la ofensiva.
De un modo u otro, las cuatro constantes son debatidas en todas las escisiones que van dando cuerpo al independentismo socialista, aunque poniendo énfasis en distintos matices y puntos críticos en cada escisión. El resultante de este enriquecimiento no es otro que una teoría que asume lo esencial y básico del socialismo pero que ha sabido conservar e integrar aspectos válidos de las corrientes que se han ido desgajando a lo largo del tiempo. No se trata de una «teoría cerrada», compacta y sin fisuras. Tal cosa no ha existido nunca en la historia del pensamiento revolucionario, excepto cuando el dogmatismo se ha impuesto sobre la dialéctica. Si repasamos la historia de las organizaciones y movimientos revolucionarios vemos que ha dominado la ágil interacción creativa entre la diversidad de posturas enfrentadas en lo accesorio y secundario, y la unidad básica sobre lo fundamental conscientemente asumida por el colectivo. Solamente cuando triunfaba la burocratización interna y con ella la prohibición de la crítica, sólo entonces se imponía obligatoriamente la uniformización disciplinaria de la «teoría» que sacralizaba el poder de la burocracia y la obediencia ciega de las bases. Pero estas «teorías» duraban muy poco porque a cada giro oportunista de las burocracias debía seguirle el urgente giro de la «teoría» para justificar el cambio producido.
El marxismo vasco no es ajeno a esta experiencia histórica. A primera vista, sin profundizar en lo que le une y cohesiona en lo decisivo, parece que el independentismo socialista está dividido por múltiples interpretaciones diferentes, cuando no una caja de grillos, y es cierto porque, como hemos dicho, a lo largo de tantas escisiones siempre sobreviven partes válidas que se integran en la visión común. Cuando un colectivo está adecuando una teoría general como el marxismo a su realidad nacional, lo más probable es que, mal que bien, aprenda a integrar en su nueva visión alguna tesis defendidas por los grupos que se han escindida del colectivo, por muy áspero que haya sido el debate. Con muchas dificultades, la izquierda abertzale ha intentado siempre salir enriquecida por esas confrontaciones. Pero además de esto, lo sensación descrita es cierta porque la riqueza en autoorganización popular así como los altos y tensos ritmos de nuestra lucha de liberación exigen el recurso a muchas ayudas teóricas para cada lucha concreta, lo que facilita esa lógica y rica diversidad. Sin embargo, analizando con más detalle lo que une internamente a tanta variedad, al profundizar en la base descubrimos una cohesión mucho más fuerte de lo que se cree desde el exterior a la izquierda abertzale.
Una de las razones, y no menores, de la fuerza que caracteriza al independentismo socialista es esta flexible solidez de su núcleo interno que se adapta como un junco a los vientos huracanados, y que de inmediato reacciona recuperando su originaria posición. Es incuestionable que no se trata de una virtud exclusiva nuestra sino que es común a los procesos revolucionarios no esclerotizados ni osificados. No hemos descubierto en Cantábrico, sino que también en esto, sobre todo en esto, nos limitamos a aplicar en nuestra lucha una de las armas decisivas del marxismo: la agilidad táctica dentro de una estrategia flexible pero fiel a los objetivos irrenunciables.
3.- Nuestro marxismo ahora.
El socialismo independentista tiene que demostrar su efectividad práctica precisamente en la situación crucial que vivimos, pringándose en la lucha a pie de calle, en las fábricas, en los movimientos que defienden los derechos de los y las prisioneras políticas, los derechos democráticos perseguidos, el final de la tortura, el derecho de autodeterminación, en la lucha contra el paro, la precariedad y la pobreza, etc. Euskal Herria se encuentra en una crisis global originada por la confluencia de cuatro crisis parciales. Malvivimos dentro de una crisis global que integra cuatro subcrisis parciales que al interactuar general una sinergia de la que resulta esa crisis global. Las cuatro crisis específicas o subcrisis insertas en una crisis superior, nos remiten a una cuestión que siempre ha marcado las distancias entre el marxismo y el reformismo en cualquiera de sus corrientes: el problema del poder. La izquierda independentista sostiene que el Pueblo Vasco necesita tener poder político para responder con las medidas adecuadas a cada una de las subcrisis y a todas ellas en conjunto. La necesidad de un Estado Vasco se demuestra precisamente por la gravedad de la crisis global, por la experiencia elevada al rango de lección histórica, según la cual los Estados español y francés siempre han supeditado o sacrificado al Pueblo Vasco en aras de los intereses de sus burguesías respectivas.
Las cuatro subcrisis son las siguientes:
Una, la crisis mundial del capitalismo que no es únicamente una crisis de acumulación y sobreproducción excedentaria agravada por el caos financiero y la impagable deuda pública y privada de las grandes potencias imperialistas occidentales, como los EEUU, etc. La actual crisis tiene estas y otras características ya conocidas. Pero a la vez, tiene un contenido nuevo que distingue de las crisis económicas anteriores: ahora es la primera vez en la historia del capital en la que a la crisis económica se le añaden una crisis energética y de recursos naturales, una crisis ecológica y alimentaria, y una crisis de hegemonía interimperialista que se expresa en la militarización generalizada, en el alza del belicismo y en la posibilidad de la autodestrucción termonuclear y bioquímica. Nunca en la historia de la civilización burguesa se habían concitado estas crisis en una sola, y nunca antes las fuerzas destructivas, la militarización y el belicismo habían llegado a ser tan importantes en la reproducción ampliada del capital, y tanto poder aniquilador y letal como en el presente.
Dos, la crisis de decadencia del imperialismo occidental en su conjunto, y del euroimperialismo en concreto, no sólo como resultado de la crisis anterior, que también, sino a la vez como efecto del poder creciente del BRICS, de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, potencias que ya caminan unidas en cuestiones insospechables hace pocos años –tienen diferencias en otras muchas–, que empiezan a minar cimientos básicos del imperialismo occidental. Pero la crisis de la UE responde además de a los factores anteriores, también responde a su propia dinámica interna causada por una serie de problemas muy difíciles de resolver a corto plazo, excepto si se recurre a la «guerra económica» o a la guerra a secas. El eje germano-francés, representante del bloque de clases dominante en la UE, está lanzando una salvaje «guerra económica» contra los pueblos trabajadores y contra las burguesías europeas más débiles para imponerles muy durísimos recortes salariales y sociales en beneficio del capital financiero-industrial. La situación socioeconómica y política del capitalismo francés, sin ser tan angustiosa como la del español, no es tan boyante como la alemana, y desde luego no tanto como lo desea y necesita la burguesía gala. Para la parte del Pueblo Vasco bajo ocupación francesa esta situación solamente puede ser negativa, teniendo en cuenta la casi infinita desproporción de recursos entre la nación oprimida y el Estado ocupante.
Tres, la crisis específica del Estado español que sufre también las anteriores pero con agravantes propios como son la inexistencia de un orden estato-nacional burgués asentado en la legitimidad generada por una revolución burguesa clásica, fracaso histórico que obliga al bloque de clases dominante a recurrir a otros aparatos de orden, como el militar y el religioso, al ser muy débil la efectividad integradora de la legitimidad burguesa; su atraso socioeconómico, su baja productividad, su indiferencia tecnocientífica, su alta economía sumergida, su corrupción, etc. Estos y otros agravantes han facilitado que el capitalismo español dependa mucho más de la industria turística, de los servicios, de la especulación financiera, del ladrillo, del dinero criminal y mafioso, que de la industria normal, por no hablar de la de alta tecnología, inexistente en la práctica. Este edificio artificial remozado el oropel entre 1997 y 2006, se ha desplomado dejando a la luz sus débiles bases. Pero tanta podredumbre, y sobre todo, la integración en el sistema de la oposición de su majestad y del sindicalismo oficial, ha impido hasta ahora la emergencia de un movimiento revolucionario nuevo excepto muy contados grupos.
Y cuatro, la crisis que sufre Euskal Herria que, además de económica, es también crisis de la política represiva española. La crisis económica tiene diferencias importantes con respecto a la española por la naturaleza más industrializada y tecnologizada del capitalismo vasco, comparado con el español, lo que se demuestra, por ejemplo, en la diferencia cuantitativa y cualitativa de la tasa de paro, etc. Pero es en la crisis política de la dominación española y de las fuerzas autonomistas y regionalistas la que determina las decisivas tendencias fuertes de salida de la crisis global: avanzar en los derechos nacionales y en las mejoras sociales profundas como pasos hacia el socialismo y la independencia estatal. La resolución de la crisis de dominación en el sentido democrático y progresista de la palabra, es vital para la resolución de la crisis socioeconómica. Sin una profunda democratización es imposible detener el empeoramiento de las condiciones de vida del pueblo trabajador.
El independentismo socialista es muy consciente de que la actual crisis global solamente puede resolverse en beneficio de las clases y pueblos explotados, en beneficio de las mujeres y de las personas de tercera edad, mediante medidas sociopolíticas que garanticen la aplicación de soluciones económica contrarias a las que está imponiendo el capital. Es decir, aplica contundentemente el axioma marxista de la importancia del poder de masas y de la fuerza política como instrumentos fundamentales para vencer a la burguesía en las batallas cotidianas dentro del capitalismo, como para vencer revolucionariamente en el tránsito al socialismo. Sin duda, esta es una de las grandes diferencias que separa al marxismo vasco del marxismo español actual: la cuestión del poder de las masas organizadas y de la fuerza política, según hemos dicho arriba.
La crítica marxista de la economía política burguesa sostiene que si bien los desencadenantes de las crisis son fundamentalmente endógenos, internos, a la economía en sí, es decir, causados por sus contradicciones irreconciliables, y si bien la lucha de clases acelera la agudización de esas contradicciones al reducir parcialmente la tasa media de beneficio, siendo esto cierto, sin embargo, la salida de la crisis solamente es posible mediante victorias políticas, bien sean victorias burguesas en cualquiera de sus formas, bien sean victorias revolucionarias y anticapitalistas. Dicho de otro modo, aunque el desencadenante de la crisis sea económico, su salida es política, siendo la lucha de clases y la lucha de liberación nacional el nexo entre ambos polos de la totalidad dialéctica. Quiere esto decir que el problema del poder es central. El poder político es la quintaesencia del poder económico, y sus interacciones y mediaciones se realizan en la lucha de clases y de liberación nacional. El marxismo vasco aplica a Euskal Herria este principio incuestionable del marxismo universal.
La reivindicación explícita de un Estado que vertebre la República Socialista Vasca se basa en la experiencia de la lucha de la humanidad trabajadora contra la explotación capitalista. La insistencia machacona del independentismo socialista en el papel rector del contrapoder popular y obrero en las luchas cotidianas dentro del capitalismo y de la opresión nacional, y del papel clave que tendrá el poder popular en ascenso conforme se avance en la liberación, esta constante práctica sostenida en más de medio siglo y siempre sometida a la crítica teórica, esta insistencia es típicamente marxista. Del mismo modo, también es esencialmente marxista la compaginación entre la acción de masas, la lucha institucional no asimilable por el sistema, y la permanente lucha teórico-cultural contra la ideología burguesa.
El independentismo socialista sabe que el poder político es fundamental en cualquiera de sus áreas y espacios de realización, desde el municipal hasta el parlamentario, desde la asamblea obrera y vecinal hasta las huelgas generales masivamente realizadas. Cuando definimos al poder político como fundamental lo hacemos en términos marxistas, es decir, como instrumento de aglutinación de fuerzas progresistas y revolucionarias y, a la vez, como instrumento de lucha para vencer siquiera en esas batallas concretas a la clase dominante y al Estado opresor en ese espacio de poder determinado. No hablamos del poder en abstracto, o del poder o por el poder, o menos aún de aquel dicho reformista de que «hay que tocar poder» a cualquier precio. Hablamos del poder en el sentido decisivo de, primero, ir reduciendo el poder burgués y español en opresiones concretas desarrollando contrapoderes populares que en las fábricas y talleres, en las escuelas y universidades, en las calles y domicilios, en todos los sitios donde las explotaciones machacan a la gente trabajadora, en estos lugares el contrapoder popular ha de debilitar al poder explotador y ha de ampliar y fortalecer las libertades y derechos sociales; y, segundo, sobre estas bases conquistadas, que deben ser defendidas y ampliadas en todo momento, sin descanso, sobre ellas tenemos que avanzar hacia otro grado superior del poder popular que ha de materializarse en la independencia estatal.
4.- Resumen:
Nuestro Marx ahora solamente puede existir como un marxismo independentista e internacionalista, que demuestre teóricamente la necesidad de un poder popular y de un Estado vasco que establezca relaciones prevalentes con otros pueblos libres y soberanos. La crisis global, civilizacional, del capitalismo, que va a ser muy larga aunque con altibajos, ha elevado a un rango superior la urgencia de establecer relaciones internacionales nuevas, opuestas a las imperialistas, que a su vez se basen en una planificación de la vida colectiva interna realizada mediante la democracia socialista y el poder popular. Este marxismo vasco se ha creado solamente después de que la amarga experiencia acumulada entre 1890 y 1950-60 confirmase que los dogmas aparentemente marxistas del exterior no servían en absoluto para la lucha revolucionaria en Euskal Herria. Esta certidumbre se hizo irreversible tras las experiencias del Mayo’68 francés, del eurocomunismo y de la «transición democrática» de finales de 1970 en el Estado español, y se está reforzando desde entonces cada día que pasa.
El independentismo socialista no ha sido una creación arbitraria y caprichosa de un grupito intelectual recluido en sus despachos universitarios y oficinas profesionales. Ha sido y está siendo el producto contradictorio y complejo de la experiencia de colectivos que siempre se han opuesto frontal y radicalmente a la esencia misma del capitalismo español, a su forma estato-nacional burguesa como marco espacio-temporal y cultural de acumulación ampliada. El marxismo vasco se ha ido formando teóricamente después de la experiencia práctica, después de las luchas, integrando componentes de otras versiones del marxismo, o si se quiere, de otros marxismo, pero manteniéndose fiel a lo esencial de la teoría abierta que empezó a formarse en el cuarto decenio del siglo XIX. La teoría de la plusvalía, de la explotación asalariada y de las crisis socioeconómicas y políticas; del fetichismo y de la alienación, del Estado, de la democracia socialista y del poder popular; de la interacción entre factores objetivos y subjetivos y el papel de la «vergüenza nacional»; del papel de la conciencia como fuerza material; del imperialismo y de la liberación nacional; del materialismo histórico y el método dialéctico; de la reducción de la mujer a mero instrumento productivo; de la mercantilización de la naturaleza, de su «venganza» y de la Tierra como patrimonio de las generaciones venideras, estos y otros componentes del marxismo universal son y deben ser confirmados en Euskal Herria mediante el logro de nuestra independencia socialista.
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