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Nuestro modelo de Desarrollo

Fuentes: Rebelión

Hace unos meses atrás Joaquín Fernández nos convocaba, en su artículo Desarrollo y Progresismo , a reflexionar sobre la importancia que tendría para un proyecto de centro-izquierda la recuperación del concepto de desarrollo, ahora adaptado a las nuevas condiciones y desafíos que nuestra economía presenta. Haciendo eco de este emplazamiento quisiera compartir algunas reflexiones al […]

Hace unos meses atrás Joaquín Fernández nos convocaba, en su artículo Desarrollo y Progresismo , a reflexionar sobre la importancia que tendría para un proyecto de centro-izquierda la recuperación del concepto de desarrollo, ahora adaptado a las nuevas condiciones y desafíos que nuestra economía presenta. Haciendo eco de este emplazamiento quisiera compartir algunas reflexiones al respecto.

En primer lugar resulta muy interesante constatar cómo el «desarrollismo», en su versión latinoamericana, fue ampliamente rechazado por las corrientes neoclásicas que tomaron cuenta de la economía y por las perspectivas posmodernas anidadas en las ciencias sociales. La marginalidad asumida por esta idea de «desarrollo» no deja de sorprender si se considera que Chile fue epicentro de la intelectualidad desarrollista que desde mediados del siglo pasado proponía un principio normativo que afirma la necesidad de la contribución del Estado al ordenamiento del desarrollo económico en las condiciones de la periferia latinoamericana, tal como lo definiera Bielschowsky .

Tanto las perspectivas neoclásicas ligadas al neoliberalismo como los discursos posmodernos tienen en común una profunda aversión a la idea de direccionalidad asociada al «desarrollo». De hecho, el neoliberalismo y su recetario se oponen al fundamento del mismo, en tanto, la intervención gubernamental se transforma en una anatema que significa, de por sí, distorsión en el mercado, lo que contrasta con los criterios que asegurarían el crecimiento económico: desregulación, liberalización y privatización.

Si se considera, tal como lo conceptualiza Ray Kiely, al «desarrollo» como una intervención organizada en asuntos colectivos de acuerdo con parámetros de mejoramiento, lo que supone la disputa sobre lo que se considera como mejoras y desarrollo y, por ende, implica una lucha constante por imponer definiciones. Resulta absolutamente relevante comprender que bajo esta lógica el neoliberalismo también es un proyecto de desarrollo. Conclusión para nada trivial si reparamos en que las políticas neoliberales se han intentado presentar o han sido presentadas como inevitables y, en última instancia, como deseables. En otras palabras, las recetas neoliberales en muchos lugares, incluyendo Chile, se aplicaron bajo el supuesto de que ellas eran el resultado natural del desencadenamiento de las fuerzas económicas y sociales y no el producto de una decisión política o, específicamente, de un proyecto particular de desarrollo que, como cualquier otro, puede ser tematizado.

Resulta paradojal que, paralelo a lo anterior, el «modelo» chileno sea presentado, al mismo tiempo, como una alternativa de «desarrollo» para otros países. Uno de los autores que han destacado en este esfuerzo es Manuel Castells, quien afirma que el sobresaliente desempeño de la economía chilena se explica por un proceso de doble transición: el paso de la dictadura a la democracia y el paso de un modelo económico autoritario liberal excluyente a uno democrático liberal inclusivo.

Por un lado, el modelo autoritario liberal excluyente es entendido, por el autor, como el modelo de desarrollo que margina de los beneficios del crecimiento a la gran parte de la población a través del ejercicio autoritario e incontrolado del poder del Estado y que prioriza los mecanismos de mercado por sobre los valores de la solidaridad social, casi con ausencia de políticas correctoras de las desigualdades sociales.

Por otro lado, el modelo democrático liberal inclusivo sería un modelo de desarrollo administrado a partir de un Estado democrático (elecciones libres) y que, pese a ello, mantiene los mecanismos de mercado como forma esencial de distribución de recursos, estando abierto a la aplicación de políticas públicas con miras a conseguir la inclusión del conjunto de la población a los beneficios del progreso económico, mediante una política fiscal redistributiva y un gasto social más vigoroso.

Y, aunque la mirada optimista de Castells es matizada con el reconocimiento de las deudas de un modelo que ha tenido dificultades para transitar con los recursos humanos y organizativos adecuados para un modelo informacional de desarrollo, basado en la capacidad de generación de conocimiento, recepción de transferencia tecnológica y formación de fuerza de trabajo informacional, no ha tenido inconvenientes en presentar a Chile como la alternativa a seguir por los países otrora llamados «periféricos».

Castells no reconoce en la diversificación productivo-exportadora del país un proceso de reprimarización, en el que el Cobre continúa teniendo un papel central en la economía, pese al proceso de desnacionalización que ha sufrido en las últimas décadas, y en donde las nuevas exportaciones no tradicionales no hacen más que reproducir un patrón primario de exportación (derivados mineros, frutas, maderas y vinos). Así Chile no ha hecho más que explotar un nicho económico altamente subordinado, en el marco de la división internacional del trabajo, en el que se mantienen lógicas de dependencia tecnológica y donde la producción de conocimiento es bajísima.

Y aunque, sin lugar a dudas, no se pueden dejar de reconocer los enormes avances experimentados en materia económica y social en los gobiernos democráticos, en lo medular, el patrón de acumulación se ha mantenido intacto y las grandes orientaciones macroeconómicas han persistido prácticamente incuestionadas.

En este sentido, resulta interesante contrastar las ideas de Castells con la de otros autores que han sido más escépticos en relación al paradigma chileno. Uno de ellos es la canadiense Naomi Klein, quien afirma que la idea de neoliberalismo es inseparable de la aplicación de políticas de schock, como traumas colectivos al estilo de los golpes de Estado latinoamericanos, para anestesiar la capacidad de reacción de las sociedades, para así abrir paso a reformas estructurales de corte liberal. Aplicando esta lógica, hablar de dos modelos en Chile permitiría una suerte de amnistía al neoliberalismo, quitándole las responsabilidades que le tocan en su traumática imposición durante los años 70. Y, pese a que en la actualidad, este modelo tenga un respaldo democrático, muchas de las reformas que hicieron posible una política neoliberal sólo serían pensables bajo medidas autoritarias, sin oposición y sin capacidad para que la ciudadanía pudiese reaccionar en contra de los recortes de sus derechos.

Otra autora, que a mi juicio debe ser estudiada con detención, es Alice Amsden que, en su libro The Rise of the rest, establece la distinción entre the rest, por un lado, o sea, aquellos países que adquirieron una experiencia manufacturera suficiente en la producción de comodities tales como algodón, seda, alimentos y bienes de consumo leves y que se desplazaron a sectores de tecnología media y alta (entre los que estaría Chile) y the reminder, por otro, que considera a aquellos países que no consiguieron familiarizarse con formas manufactureras en el periodo pre-guerra y que están lejos de la diversificación productiva de the rest.

Para esta autora, el desarrollo económico es un proceso de desplazamiento a partir de un grupo de ventajas basadas en productos primarios, explotados por trabajo no calificado, para un set de ventajas basadas en el conocimiento, explotado por trabajo calificado. En ese proceso, los países con industrialización tardía, the rest, dieron un gran paso, pero que suponía la total dependencia de otros países en la comercialización de tecnologías para establecer industrias modernas. Al interior de the rest, se estableció una nueva distinción fundamental, pero ahora entre «compradores» (Buying) y «productores» (Making) de tecnología. Así, no obstante, todos los países del resto inicialmente compraron más que produjeron tecnología, durante los años 90 se produjo una gran brecha en los gastos en ventajas basadas en conocimiento entre países productores versus países compradores de tecnología. A pesar de que entre 1950 y 1980 todos los países del resto (con excepción de Argentina) compartían un nivel de industrialización, productividad y fortaleza institucional similar; las exigencias para éstos fueron diferentes a partir de los años 80, donde los requerimientos tecnológicos van a ser decisivos para la inserción en la economía mundial.

Precisamente uno de los contrastes que mejor expresan la distancia entre los países compradores versus los productores de tecnología es la comparación entre Chile y Taiwán, dos miembros de the rest, que a partir de los años 80 verán superado el estadio de relativa igualdad de sus trayectorias de desarrollo. Así, el país asiático, superará con creces al país sudamericano. La siguiente cita in extenso de la autora marca claramente esta distancia:

«Chile as well abandoned a growth strategy based on manufacturing, and did so as early as 1973. Instead, it disciplined its work force with martial law, continued to exploit state-owned copper reserves, and pioneered »gourmet farming,» exporting high-value fruits to Northern markets counter seasonally. In historical terms, the refocus of the Argentine and Chilean economies on primary product production was rational. Both countries were rich in natural resources and, like other regions of recent settlement, had enjoyed a Golden Age of prosperity based on primary products before World War I.

Nevertheless, if post-1973 economic performance is compared in Chile and Taiwan, another small country with a prosperous agriculture, then Chile fares rather poorly. As is evident from table 1.4, by 1995 Chile’s per capita income was only a fraction of Taiwan’s (68 percent as much), whereas in 1973 Taiwan’s per capita income had been only a fraction of Chile’s (73 percent)- and population growth in this period was relatively fast in Taiwan. The strategy of Taiwan was to specialize in manufactures while the strategy of Chile was to specialize in mining and agro-industry. The share of manufactures in total exports in 1995 was 93 percent in Taiwan and only 14 percent in Chile.

In the nineteenth century, a focus on primary products generated growth rates of per capita income as high as those generated by a focus on manufactures. In the twenty-first century, when wealth is more likely than ever to derive from knowledge-based assets rather than primary product-based assets, whether or not the preponderance of Chileans can grow rich on the basis of exploiting primary products remains to be seen» (Amsden, 2001, 291) .

El salto de los países asiáticos no obedeció a la aplicación de políticas neoliberales, pues el milagro de «los tigres» obedeció más a una estrategia proteccionista de substitución de importaciones, donde la industria fue desarrollada a través de medidas de protección doméstica. Así, el hecho de que el modelo asiático no sea un modelo liderado por las fuerzas desencadenadas del mercado y sí por una vía de desarrollo estatal debería llevarnos a resituar el debate chileno sobre desarrollo y, en particular, sobre la disputa de dos modelos de desarrollo que se enfrentaron para definir los destinos del país: un modelo centrado en el Estado anterior al golpe de Estado y un modelo centrado en el mercado luego de éste (aquí sí estaríamos frente a dos modelos claramente diferenciados). Recalificar este debate, estratégico para el país, sin ortodoxias y sin naturalizaciones debiera ser prioridad entre aquellas fuerzas que se proponer ofrecer una alternativa sustantivamente distinta a la afirmada por quienes sostienen el actual gobierno. Más aún cuando discusiones sobre nuestra matriz energética o sobre nuestra soberanía en relación al Cobre irrumpen en el debate evidenciando la orfandad de proyectos de las fuerzas autodenominadas progresistas.

En esta tarea, retoman fuerza las palabras de Martín Hopenhayn quien afirma que es indispensable no confundir la crítica a la direccionalidad de la historia de nuestro continente (en particular la crítica a la eficacia cepaliana, por ejemplo) con el rechazo a toda direccionalidad, ya que la necesidad de imágenes futuras sigue presente, así: «habrá que constatar lo irrecuperable y, en una misma operación, tantear lo reciclable. Si algunos mitos de emancipación o desarrollo parecen haber estallado en mil pedazos… de esos mitos siempre habrá retazos, esquirlas y jirones que proveen parte de la materia prima para elaborar nuevos proyectos colectivos».