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Nueva Constitución: gato por liebre

Fuentes: Crónica Digital

A pesar de la inmensa maquinaria desplegada para convencer a los chilenos de que tenemos una «nueva Constitución», el orificio de la duda y de la incredulidad se agranda en forma creciente.El rumor social se extiende, y la primera voz disonante con el coro hegemónico concertación-derecha-poderes fácticos, fue la del candidato presidencial del Juntos Podemos […]


A pesar de la inmensa maquinaria desplegada para convencer a los chilenos de que tenemos una «nueva Constitución», el orificio de la duda y de la incredulidad se agranda en forma creciente.

El rumor social se extiende, y la primera voz disonante con el coro hegemónico concertación-derecha-poderes fácticos, fue la del candidato presidencial del Juntos Podemos Más, Tomás Hirsch.

Se han expresado otras voces, incluso al interior del bloque oficialista, y también se ha pronunciado el Presidente de la Conferencia Episcopal, exponiendo asuntos de fondos por los cuales no cree que se pueda hablar, así no más, del cierre de la transición y de un nuevo estado constitucional.

Pero esta batalla política, que es estratégica, recién comienza, y se requiere desplegar mucha iniciativa, mucha unidad, y muchos argumentos para salir al paso de la operación más contundente llavada adelante por un
gobierno de la Concertación, y por un Presidente representante de ese bloque
político.

1) Lagos pretende sellar el período con un desplazamiento del sentido político hacia el futuro, esto es, hacia su pretensión de ser el candidato presidencial concertacionista del bicentenario, y entonces lo que hace es
perfilar el cuadro de fuerzas políticas que, transversalmente, lo apoyarían en esa aventura. Esa correlación la dibuja en forma transversal, por eso enfatiza en el concepto de «unidad nacional» y en una «nueva Constitución que nos representa a todos».

2) En este intento, el actual Presidente ha llegado al extremo de confundir, y entramar, el rol del gobernante con el rol del Estado. El papel de un gobierno, con la función del Estado y sus poderes.

Esto es inédito, y en verdad marca un hito en cuanto la superación de la llamada «democracia representativa», de pos dictadura, hacia un estado autoritario, presidencialista, en donde el gobernante parece decir, sin tapujos: «El Estado soy yo».

No es casual que el Presidente de la Cámara de Diputados, Gabriel Ascencio, le reclame a Lagos el no haber puesto de relieve, ni siquiera mencionado, el trabajo que hicieron los parlamentarios en relación a las reformas aprobadas por acuerdo y consenso con la derecha.

Es evidente, Lagos asume la pertenencia y la propiedad absoluta del paso dado. No hay sombras ni colaboradores que pudieran debilitar el unipersonalismo del símbolo político que se pretende imponer.

3) La «República» de Lagos no recoge, ni acoge, la tradición republicana chilena que, influencia mediante del movimiento popular, encabezado por Salvador Allende, vinculaba el paradigma de la Revolución Francesa, con los aportes de una tendencia creciente hacia una Democracia Participativa de nuevo tipo, con miras hacia el Socialismo.

Nada de eso. La «República» de Lagos es, en rigor, el capitalismo salvaje con estatuto y rango constitucional; el intento de legitimación de un estado de derecho que pretende simplemente tomar por asalto los últimos vestigios de un estado nacional independiente, para dar paso a un rápido proceso de anexión y ubicación de plataforma territorial para los grandes capitales transnacionales, con miras hacia el Asia-Pacífico.

Por eso, el peso abrumador del gran capital, sobre el trabajo; el peso abrumador de la
propiedad privada ultra concentrada, sobre los derechos ciudadanos de primera, segunda y tercera generación, son legitimados en esta «nueva Constitución».

4) Lagos ha tenido que responder. Y ha dicho que tampoco la constitución del 25 y del 33 eran constituciones nuevas, sino reformadas, como ésta. Eso es en parte cierto.

Pero los momentos históricos son muy diferentes, incomparables. Las reformas a esas constituciones buscaron extender la presencia del Soberano en la vida social; pretendieron profundizar la Democracia Representativa; avanzaron respecto del Pluralismo y la inclusión social, así como en derechos fundamentales como la Salud, la Educación, la Vivienda.

Esa era la tendencia, y no se trataba de formulaciones por arriba. Como toda reforma, se trataba de pactos o contratos sociales que se producían en medio de conflictos y crisis, en medio de transformaciones sociales profundas.

Eso es lo que explica el proceso político institucional chileno, y el hecho inédito que un exponente del Socialismo, de la Izquierda, alcanzara la Presidencia de la República por el voto ciudadano.

Las reformas daban más identidad y fuerza a un estado nacional independiente, de fuerte sentido social.

5) No hay nueva Constitución Política. No hay ninguna transformación significativa. Se trata de un contrato entre los que ejercen el poder, desde arriba.

El Soberano no ha sido consultado, no ha participado, ni siquiera ha sido bien informado. No hubo siquiera el intento de algo que se pareciera a una Asamblea Constituyente.

En todas las transiciones, y los cambios constitucionales que de ellas emanan, existe un proceso político-social que se da en el tiempo. Si se trata de establecer la Democracia, esos procesos tienen la impronta absoluta de la participación, en diversos espacios y ámbitos. Lo menos cercano a ello es la exclusión. El pueblo, en este aso, es un simple espectador.

6) No se trata de negar las reformas que se han producido, eso sería absurdo. Más todavía, cuando ha sido la izquierda chilena la que en forma insistente ha planteado, desde el primer gobierno civil de Aylwin, el camino de las reformas constitucionales y la del cambio de la constitución política, como una vía institucional para democratizar el estado.

A tal punto esto es así, que a lo menos en dos ocasiones el Partido Comunista propuso pactos electorales a la Concertación, para abrir espacio a este camino de reformas y transformaciones.

Este tema, ligado a la imposibilidad de cambios producto de la correlación en el Parlamento, ha sido recurrente como argumento de la Concertación.

Sin embargo, su comportamiento político ha sido el contrario a su discurso, y ahora adoptó por el pacto constitucional con la derecha. Nunca la Concertación aceptó las propuestas del PC.

Destacados juristas y constitucionalistas democráticos, han establecido la posibilidad política de apelar incluso a la figura del plebiscito, para llevar adelante este proceso democratizador, en los marcos de la actual Constitución. Todos los presidentes concertacionistas se negaron a ese camino.

No hay consulta al pueblo

La derecha ha dado su respaldo pleno a las reformas. Está eufórica. También lo debe estar el imperialismo y las corporaciones transnacionales, que ven cómo el laboratorio neoliberal chileno se abre paso para las nuevas «tareas» que se le imponen en la globalización capitalista.

Pero en la sociedad ocurre algo muy diferente. Crece el descontento. Muchos no se creen el cuento; hay incredulidad; hay incluso molestia con esta forma autoritaria y engreída que adopta el gobernante.

La izquierda ha tenido una clara vocación democrática de futuro, al haber incorporado a su programa de gobierno la necesidad de una Asamblea Constituyente para una nueva Constitución. Esa es una tarea histórica que, una vez más, ha quedado en manos de la izquierda chilena.

Más temprano que tarde, esta posición democrática de la izquierda chilena será reconocida por las mayorías nacionales, que aspiran a un estado democrático, y no se conforman con lo realmente existente.

– Juan Andrés Lagos es periodista, academico, miembro de la comisión política del Partido Comunista de Chile y miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.