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Nueva Orleáns, un año después del Katrina

Fuentes: Sin Permiso

El otro día hablé por teléfono con un amigo mío cajun. Me dijo: «Quizás deberíamos invitar a Hizbollah a Nueva Orleáns». Acababa de leer un artículo en el New York Times en el que se informaba sobre la velocidad y ausencia de burocracia con la que el movimiento chiíta ha comenzado a reconstruir el sur del Líbano.

Nueva Orleáns todavía está deshecha. En la «hermosa franja de tierra» que acompaña el recorrido del río -poblada mayormente por gente blanca- todavía se celebran «les bons temps»; pero el corazón de la metrópolis afro-americana, poblado por barrios de clase media y trabajadora, se asemeja a una ciudad fantasma. Hay enormes áreas sin energía y todavía se localizan cuerpos entre los escombros apestosos.

Mientras tanto, más de la mitad de la población permanece en el exilio. Un cuarto de millón de Luisianenses -entre ellos, al menos un 80 por ciento de negros- están en Texas; otros 100.000 en Atlanta.

Es increíble, pero los propietarios de casas de Nueva Orleáns y de las parroquias vecinas todavía no han recibido ni un céntimo del dinero federal para la reconstrucción. Sólo una pequeña minoría que tiene cobertura de seguros está en condiciones de reconstruir sus casas.

Los inquilinos -la mayoría de la población negra pre-Katrina- no han recibido nada, y la administración Bush se niega a reiniciar gran parte de los planes federales de viviendas de la ciudad.

El otro día hablé por teléfono con un amigo mío cajun. Me dijo: «Quizás deberíamos invitar a Hizbollah a Nueva Orleáns». Acababa de leer un artículo en el New York Times en el que se informaba sobre la velocidad y ausencia de burocracia con la que el movimiento chiíta ha comenzado a reconstruir el sur del Líbano.

Mientras tanto, una delegación de Sri Lanka y de otros países azotados por el tsunami que visitó la zona, manifestó estar horrorizada por las condiciones incomprensibles que encontraron en el lugar.

Es misterioso, sin embargo, que no se hayan entrevistado con algunos activistas locales, o no hayan visto imágenes de las muchas protestas callejeras. El documental de Spike Lee: When the Levees Broke que acaba de ser transmitido por la televisión privada, es una requisitoria en toda regla contra la negligencia criminal de los Cuerpos de Ingenieros de la Armada, que construyeron muros de baja calidad que permitieron que se inundara el grueso de la ciudad.

Spike -a diferencia del Congreso- permitió que se expresara a sus anchas la gente común de Nueva Orleáns, blancos y negros. Volver a escuchar el relato de sus vivencias es una experiencia magnífica y desgarradora, al mismo tiempo.

Entretanto, actúa la limpieza étnica. En estos momentos, Nueva Orleáns es una pequeña ciudad y, probablemente, con mayoría de blancos. Se han perdido, cuando menos, 100.000 votos de negros que equilibraban la balanza de poder en Luisiana. El beneficio es para los republicanos, y es muy probable que la pérdida sea permanente.

Los precios de la propiedad en la «hermosa franja de tierra» blanca que va desde Tulane hasta el Barrio francés se han disparado, y es posible que otros tantos residentes negros deban emigrar en el futuro, por falta de escuelas o de alquileres razonables.

Los inmigrantes latinos que llegaron a Nueva Orleáns de la mano de constructores sin escrúpulos, siguen acampados en sus autos, hostigados y arrestados, ahora que ya no es necesaria su fuerza de trabajo

En la ciudad, la furia se mantiene al rojo vivo. Pero en estos momentos el destino de la Costa del Golfo es un problema nacional menor. La traición de los demócratas es casi tan grande, y por cierto mucho más hipócrita, que la de la administración Bush.

Hilary Clinton y sus secuaces están demasiado ocupados defendiendo el derecho de Israel a destruir el Líbano, como para ni tan siquiera soltar lágrimas de cocodrilo por los negros o por los pobres cajunes.

Debo confesar que estoy francamente abrumado al comprobar la escasa pasión de los representantes de los negros en el congreso, o la bajísima prioridad que el movimiento de los trabajadores le otorgó a uno de los asaltos más brutales en contra de la clase trabajadora en la historia moderna de los EEUU.

La mayor solidaridad con Nueva Orleáns procede de grupos como Acorn (una unión nacional de propietarios de inmuebles de clase trabajadora), Common Ground (una amplio movimiento alternativo de izquierda antibelicista), y de una colisión de nacionalistas negros y grupos afros, veteranos de los derechos civiles y antiguos Panteras Negras.

En el mes de abril escribí lo siguiente para The Nation, y desgraciadamente sigo pensando lo mismo]:

«Sería verdaderamente inspirador ver que, en la última batalla Nueva Orleáns, el nuevo o renovado movimiento en pro de los derechos civiles basado en un valiente activismo local tenga su extensión en una solidaridad significativa promovida por el movimiento sindical, los llamados Demócratas progresistas e incluso los miembros del Congressional Black Caucus. Promesas, declaraciones en la prensa y el envío de delegaciones esporádicas, sí las ha habido hasta ahora; pero lo que no ha habido aún es una denuncia nacional del atropello sufrido y un sentido de la urgencia de que debería prestarse mucha atención al intento de asesinato de Nueva Orleáns, precisamente en el cuadragésimo aniversario de la Voting Rights Act [la ley que en 1965 ayudó a asegurar el derecho al voto de los negros]. Como escribió el historiador Ted Tunnell, el fracaso de los Radicales del Norte de 1874 para lanzar una respuesta armada de sus militantes contra la insurrección blanca de Nueva Orleáns contribuyó a que se malograra la primera Reconstrucción. ¿Nuestra pusilánime respuesta a los efectos del huracán Katrina nos conduce a aceptar la palmaria reducción de la segunda gran reconstrucción?» .

Mike Davis es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Este artículo fue publicado en el semanario socialista británico www.socialistworker.co.uk .

Traducción para www.sinpermiso.info : María Julia Bertomeu