Detrás de la crónica de la historia que evocamos estos días, se esconde la épica de la cotidianidad, de los nuevos valores, de un proceso que apuesta abiertamente por la igualdad social, la justicia o la solidaridad humana. Detrás de estos cincuenta años de sobresaltos y esperanzas casi siempre postergadas, se esconden las crónicas de […]
Detrás de la crónica de la historia que evocamos estos días, se esconde la épica de la cotidianidad, de los nuevos valores, de un proceso que apuesta abiertamente por la igualdad social, la justicia o la solidaridad humana. Detrás de estos cincuenta años de sobresaltos y esperanzas casi siempre postergadas, se esconden las crónicas de millones de hombres y mujeres que a lo largo de este intenso período de sus vidas se han sentido protagonistas de su propia existencia, que han gozado de momentos de ilusión colectiva o particular y que han sufrido paralelamente desencantos, desalientos y altibajos emocionales por el desarrollo de un modelo propio e intransferible. Una Revolución también es eso: un fenómeno intenso de la naturaleza social que no deja indiferente a nadie. Pura dialéctica en transformación permanente. Y en estas siempre ajetreadas décadas de lucha, compromiso y contradicciones a flor de piel, los ciudadanos-as cubanos-as han aprendido muchas lecciones y formas de conducta que, en su pluralidad, explican mejor que cualquier manual la sociedad cubana de este 2009, cincuenta años después del histórico e inolvidable recibimiento de los «barbudos» en las calles de La Habana.
Tiempo de Sueños.
Si Hemingway hubiera estado allí seguro que habría dicho que la capital era una fiesta. Porque lo era. En la madrugada del 1º de enero miles de personas se lanzaron a destruir parquímetros, máquinas traganíquel, los casinos de los hoteles Plaza, Deauville, Sevilla… Una reacción natural y espontánea ante las «apuestas del infierno» que acababan con los ínfimos sueldos populares. El propietario de Tropicana, al observar el casino de su «paraíso bajo las estrellas», expresó con manifiesto humor criollo: «Aquí, dando al público pan… pero sin mantequilla». La mantequilla, claro está, no era otra cosa que el juego, abolido en una de las primeras medidas revolucionarias. Días inolvidables para los cubanos-as que lo vivieron y que lo cuentan «cándida y dialécticamente» a todos los visitantes de la Isla. Luego vendría la reducción del precio del teléfono y los alquileres de las viviendas, la confiscación de los bienes robados al pueblo, la Reforma Agraria, las nacionalizaciones de los grandes trust norteamericanos… El sueño existe y es real en la tierra. Las grandes mansiones de barrios capitalinos como el de Miramar, abandonadas por sus dueños en viaje sin retorno hacia Miami, se convierten en escuelas, centros de investigación, museos populares… Tiempo de movilizaciones, de despedidas de los jóvenes alfabetizadores al campo, de aquella infamia llamada «patria potestad» difundida por los sectores católicos más reaccionarios y que causaría miles de separaciones familiares, de educación para todos (negros, blancos, verdes y azules) con refuerzo alimenticio, de trabajo voluntario para limpiar la cuadra, ayudar al vecino a terminar su casa, de horas extra en el trabajo entregadas al sueño colectivo… Y tiempo de marchas y manifestaciones, décadas oyendo a Fidel hablando en la Plaza enamorando a la concurrencia («Pá lo que sea, Fidel, pá lo que sea»), de defensa de la Revolución ante el anuncio de ataques enemigos y atentados, de organización democrática directa en los barrios, en las calles, de escuelas de campo combinando el trabajo manual y el intelectual para la formación íntegra de las personas… ¿Es difícil entender entonces que en Cuba el paso de los ciclones o huracanes no cause apenas víctimas mortales, frente a los trágicos datos de su entorno regional, y que el Gobierno destine tantos recursos a la protección de la vida humana? ¿Por qué la sociedad cubana sigue siendo tan solidaria y abierta todavía hoy, aún incluso habiendo vivido situaciones tan extremas como aquella «sovietización» de la burocracia y de la cotidianidad o un Período Especial que dejó herida su alma y posibilitó la reaparición de fenómenos aparentemente superados como la mercantilización de las relaciones o el individualismo?
La respuesta, más allá de las patologías sociales y de los riesgos de perder buena parte de los valores adquiridos colectivamente desde 1959, sigue estando en la intensa historia cotidiana de estas cinco décadas en las que, pese a los flujos y reflujos de la marea, se ha ido construyendo un modelo de relaciones sociales distinto y esencialmente humano.
Cuba Libre.
Los millones de cubanos-as que han vivido en su país en estos cincuenta años han conocido la idea del «hombre nuevo» soñada y practicada por el Ché, han mostrado qué es la ternura de los pueblos abrazando la causa de Vietnam o la lucha por la liberación en distintas geografías de América y Africa, han vibrado con los éxitos internacionales de su diplomacia o su deporte, han llegado en un altísimo porcentaje a cursar estudios superiores situando en la actualidad a Cuba entre los países con mayor número proporcional de licenciados universitarios, han disfrutado de un sanidad gratuita que atiende y protege su evolución biológica desde el día de su nacimiento… Y también han abierto sus puertas a estudiantes y refugiados políticos provenientes de distintas geografías, han creado escuelas internacionales para formar médicos y técnicos del Tercer Mundo, han recibido y lo siguen haciendo a los niños ucranianos afectados por la tragedia de Chernobil, han curado la falta de visión de centenares de miles de latinoamericanos sin recursos desplazados de forma gratuita a la Isla gracias a la dulcemente denominada «Operación Milagro», han acudido a ayudar a pueblos sometidos al rigor de la naturaleza o han visto con orgullo cómo su Gobierno ofrecía su apoyo técnico y humano a Estados Unidos ante situaciones como la vivida en el 11-S o tras las inundaciones de Nueva Orleans, respondidas siempre con el rechazo de la prepotencia… Y ahora, actualmente, cincuenta años después, la Revolución sigue exportando solidaridad a manos llenas pese a sus dificultades internas: miles de médicos y profesionales de la salud cubanos trabajan en países de América Latina, Asia y África entre poblaciones que, en muchos casos, no han visto nunca un doctor y menos aún han tenido la oportunidad de acceder a una consulta… ¿Es extraño entonces que este pequeño país insular, con poco más de once millones de habitantes y ubicado a doce millas de las costas estadounidenses, cuente con tantos apoyos y cariños nada disimulados en todo el mundo? El triunfo de la Revolución significó un antes y un después en la historia de América Latina. En todo el continente se abrió la puerta de la esperanza al observar cómo era posible comenzar a construir un modelo social diferente sin explotadores ni explotados. «Sin Cuba nada sería igual» continúan pensando hoy millones de trabajadores y campesinos desde el río Grande hasta el Cabo de Hornos. Y el nuevo mapa político del «continente de la esperanza», como lo llamara Salvador Allende, sigue llenando de puntitos rojos su orografía. En el Malecón habanero, a estas horas y pese a quien pese, se dibuja una enorme sonrisa colectiva.