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Una entrevista a Vera Sacristán Adinolfi sobre Manuel Sacristán. Otra celebración de Reyes

«Nunca me engañaron sobre el origen de los regalos, nunca dejamos de celebrar la fiesta con todo su ritual, hasta el último año»

Fuentes: Rebelión

Tiene sus años, está fechada en 1996. Hace más de veinte años, como casi todo (¿Recuerdan la película de Joaquim Jordà? Véanla si no la han visto). Formó parte de un libro editado por Pere de la Fuente y por mí mismo: Acerca de Manuel Sacristán, Barcelona, Destino, un ensayo actualmente descatalogado y que, en […]

Tiene sus años, está fechada en 1996. Hace más de veinte años, como casi todo (¿Recuerdan la película de Joaquim Jordà? Véanla si no la han visto). Formó parte de un libro editado por Pere de la Fuente y por mí mismo: Acerca de Manuel Sacristán, Barcelona, Destino, un ensayo actualmente descatalogado y que, en mi modestísima opinión, no fue un mal libro. Pere y yo recogimos unos once entrevistas hechas a Sacristán a lo largo de casi dos décadas y otras veinte que hicimos nosotros a amigos, familiares y discípulos sobre la vida y la obra del autor de Sobre Marx y marxismo, el traductor -¡30.000 páginas en total!- de El Capital, Historia del análisis económico, Estética -¡cinco mal páginas de Lukács!-, El Banquete y Desde un punto de vista lógico. ¡Nada menos!

La profesora Vera Sacristán explica aquí, entre otras cosas de indudable interés, la forma en que su familia celebraba la fiesta de Reyes, con regalos y poemas incluidos. Acaso valga la pena reeditarle para estimular nuestra imaginación y buscar nuevas formas de celebración más necesarias que nunca.

Puede completarse lo aquí señalado con las reflexiones de la profesora e investigadora de la UPC en los documentales dirigidos por Xavier Juncosa: Integral Sacristán (Barcelona, El Viejo Topo, 2006).

En recuerdo y como homenaje a Giulia Adinolfi, Manuel Sacristán y el amigo y compañero del alma -«temprano levantó la muerte el vuelo»- Pere de la Fuente.

***

 

Usted nació en 1958. Su padre había acabado sus estudios de lógica y epistemología en Alemania en 1956 y había contraído matrimonio con su madre, Giulia Adinolfi, en Nápoles, en 1957. Se ha comentado alguna vez que sus padres se conocieron a través de la mediación del lógico italiano Ettore Casari, compañero de su padre en Münster. No es ésta la única versión. ¿Podría precisarnos este punto?

La historia que mis padres me contaron es que se conocieron en casa de Paco Noy y Lolín Serrano. Mi madre era hispanista y estaba aquí con una beca. Supongo, aunque no lo sé a ciencia cierta, que debió conocer a Paco Noy con motivo de sus estudios. Paco y Lolín organizaban con cierta frecuencia cenas o comidas en su casa a las que invitaban a amigos que a veces no se conocían entre sí. Por lo visto, mi padre tenía alguna experiencia anterior de tales reuniones. El caso es que me contaron que a los dos les daba cierta pereza ir a la cena en cuestión y, sin embargo, allí fue donde se conocieron. Años más tarde, recuerdo en más de una ocasi ón a Paco Noy diciéndome más o menos literalmente que se sentía responsable de mí porque mis padres se conocieron en su casa.

Ettore Casari, que había conocido a Manolo en Alemania, fue el padrino de la boda de mis padres, que tuvo lugar el 27 de agosto de 1957 en Nápoles, en la iglesia de San Gennaro al Vomero. Debía hacer un calor considerable y aquellas no eran épocas muy boyantes económicamente para ellos: Manolo solía recordar, cuando se hablaba de su boda, el calor que pasó metido en su único traje: un traje de invierno de lana. 

Hasta su asentamiento definitivo en la casa de la calle Diagonal, fueron varios los lugares donde ustedes vivieron. ¿Se acuerda de alguno de estos lugares? ¿Qué razones les impulsaban a cambiar tan a menudo de domicilio? ¿Tenía algo que ver el trabajo político de sus padres?

Cuando volvieron de Barcelona de su viaje de bodas, que consistió en una visita a París durante la cual Manolo asistió a una reunión del Comité Central del PSUC, mis padres no tenían muebles ni enseres (eso era mucho más frecuente entonces de lo que lo es en este mundo consumista de ahora) y vivieron en un bajo amueblado de la Pedrera, en una residencia de la calle Ancha donde muchos años después aún los recordaban, en un piso de la calle Padilla, en una casita en Valldoreix … Lo primero que yo recuerdo es un piso de la calle Mitre, donde vivimos entre 1961-62 y 1965, mucho antes del Cinturón de Ronda, y luego un ático en Balmes-Copérnico, que nos duró hasta 1972.

La característica común de todas nuestras casas era su pequeñez y la gran cantidad de libros que las invadían y que nos forzaban a mudarnos a pisos más espaciosos. El gran cambio se produjo cuando alquilamos el piso de la Diagonal. Mis abuelos, los padres de Manolo, nos ayudaron económicamente y esa fue nuestra casa definitiva. Aquella sí que era grande: finalmente hubo un cuarto de estudio para cada cual y la primera mesa de comedor de nuestra vida: recuerdo que su llegada fue un gran acontecimiento familiar. 

Se sabe que su casa de la Diagonal era más visitada que la consulta de un médico de urgencias. El teléfono, según creo, sonaba ininterrumpidamente. ¿Es así? ¿Cómo se podía conciliar el trabajo, la dedicación intelectual, con visitas tan asiduas? ¿Recuerda usted alguno de esos encuentros? ¿Qué personas solían visitarles?

No es cosa de exagerar, pero es verdad que se recibían muchas visitas y muchas llamadas también. Las visitas solían ser de alumnos o ex-alumnos de Manolo, estudiantes del partido, intelectuales en general, amigos suyos, muchos de los cuales fueron cambiando con los años.

Por teléfono le solían llamar para pedirle conferencias, artículos y charlas, y él procuraba defenderse: muchas veces lo dejaba sonar, y si nosotras insistíamos en cogerlo él hacía como que no estaba en casa. Decía que así, cuando se muriera, habr ía logrado dar alguna conferencia menos.

Viviendo en Balmes, Manolo alquiló un estudio cerca de casa, en la calle de Sant Gervasi de Cassoles. El estudio no sólo sirvió para liberar espacio en casa, sino también para aislar a Manolo de las visitas y llamadas. La ubicación del estudio fue un secreto que compartieron muy pocos. Allí Manolo tenía el tiempo y la calma necesarios para trabajar. 

Expulsado de la Universidad, via no renovación del contrato en el año 1965, su padre tuvo que ganarse la vida trabajando a destajo como traductor. Sus traducciones se cuentan por decenas. Tal cantidad de trabajo, al que habría que añadir ensayos, prólogos y trabajo político, exigiría, seguramente, un horario estricto y prolongado. ¿Sabe usted cómo se organizaba?

Puedo contar con detalle cómo trabajaba en verano, cuando yo también estaba en casa y le veía hacerlo. Como en muchas otras cosas, era estricto con su plan de trabajo. Llevaba una libreta en la que apuntaba las holandesas que traducía cada día, el total acumulado y demás. Según la escasez del momento o el precio que le pagaban por holandesa traducía entre 15 y 20 al día. Sólo se permitió bajar a 10 holandesas diarias cuando tradujo a Marx para las OME.

Por la mañana se levantaba pronto y se ponía a la máquina. Durante toda la mañana traducía sin interrupciones importantes. En general, dejaba la corrección de lo que había traducido para la tarde, después de comer y fregar los platos. A media tarde estaba libre para ir a pasear, jugar o cualquier otra cosa que quisiéramos hacer. Ese era el plan de trabajo todo el verano, excepto los domingos, en que se daba fiesta.

No tengo muy claro que en invierno su horario fuera el mismo: aunque, por un lado, las reuniones solían ser por las tardes, y eso le dejaba libre las mañanas; por otro, muchas reuniones nocturnas debían impedirle madrugar al día siguiente. Antes de que le echaran de la universidad, en cambio, solía trasnochar mucho trabajando, pero eso me lo han contado, no lo recuerdo yo directamente. 

En la entrevista que concediera a la revista Dialéctica en 1983, su padre hacía referencia a la vida esquizofrénica que tuvo que llevar durante sus años de militancia. Por una parte, como dirigente del PSUC-PCE, estaba sometido a un difícil trabajo militante que le obligaba a tomar fuertes medidas de seguridad; por otra parte, su condición de personaje p úblico le hacía trabajar, en parte, abiertamente. ¿Recuerda usted cómo repercutía esta complicada situación en su vida cotidiana? ¿Recuerda qué precauciones tomaba?

También en el tema de las precauciones Manolo era muy estricto: nunca tenía una conversación telefónica que no fuera absolutamente inocente, nunca anotaba nada comprometedor… Cuando vivíamos en la calle Padilla, tenían convenido un sistema por el cual mi madre, que se quedaba en casa cuidándome (yo era entonces un bebé) avisaba a mi padre de peligro en la casa: un pañuelo tendido en el balcón, que debía ser de color blanco si no pasaba nada.

Recuerdo algunas anécdotas curiosas que él me contó, relacionadas con el tema de las precauciones: la primera sucedió en la calle Urgell, donde él tenía que acudir a un piso. Estaba en la esquina con Mallorca, inspeccionando la situación, y resultó que otra persona andaba rondando la esquina. Manolo y el otro estuvieron mucho rato disimulando y estudiándose. Manolo no se decidía a dirigirse al lugar de su cita. Al final el otro se acercó y le pregunto: » ¿Tú también eres un hermano?». Era un miembro de la iglesia adventista, que todavía tiene allí su sede, hoy de forma legal.

La otra anécdota muestra hasta qué punto se preocupaba por la seguridad, suya y de los demás: andando por el barrio había tropezado por casauslidad con Gregorio López Raimundo, que entonces estaba ilegalmente en Barcelona. Manolo no se había inmutado, pero Gregorio se había acercado a saludarle. Volvió a casa indignado: le parecía insensato que alguien que se encontraba en situación de clandestinidad le saludara y corriera el peligro de ser descubierto, ¿quién podía asegura que, siendo Manolo un personaje público, no llevara en ese momento a un policía siguiéndole?  

Ha hecho usted referencia un par de veces a que su padre era muy estricto. ¿Puede explicarlo con más detalle?

Me he referido a ello al hablar de su estricto plan de trabajo, que no se saltaba nunca, o de su forma estricta de tomar precauciones. Creo que era una característica de su personalidad. En mi recuerdo, Manolo solía tomar decisiones radicales y se mantenía en ellas. Tenía una combinación de radicalidad y de fuerza de voluntad que quizás expresaría mejor diciendo que parecía tener siempre una gran convicción en sus opiciones y decisiones. Eso regía para los temas más serios y para los más nimios, indistintamente.

En la época en que tenía el estudio de San Gervasio, hacia el año 70 aproximadamente, Manolo dejó de fumar, cosa de la cual estaba muy orgulloso. Contaba que una mañana, después de una noche de mucha reunió n y mucho fumar, le había asaltado tal ataque de tos que había tirado el cigarrillo que estaba fumando y decidió no fumar más. Así fue. Afirmaba que nunca más había sentido ganas de fumar.

Años más tarde, cuando se detectó su enfermedad cardíaca, tuvo que someterse a un régimen de comidas muy estricto y su actitud fue la misma: a partir del momento en que comenzó el régimen, se acabaron los excesos, nunca volvió a ponerle sal a una comida y ni siquiera se permitió un extra de vez en cuando. 

En alguna ocasión, refiriéndose a temas ecológicos y al sentimiento que despiertan ciertas manifestaciones de la naturaleza, su padre habló de su afición al montañismo. ¿Es así? ¿Qué lugares solían frecuentar? ¿Cultivó alguna otra afición, aparte, claro está, de la de devorar libros y trabajos?

Manolo era muy aficionado al excursionismo. De joven había andado mucho por el Montseny, por el que ten ía un cariño especial. Durante años estuvimos yendo de excursión en verano por la Cerdanya, especialmente por el Puigpedrós, y en invierno por los alrededores de Barcelona: primero por Collserola, luego cruzando el Montnegre desde el Tordera en dirección al mar. También ésto lo hacía concienzudamente y con mucha pasión: siempre andaba muy bien pertrechado de mapas, altímetros, víveres e ilustración sobre lo que iba a visitar.

También le gustaba mucho la bicileta. Recorrimos todos los rincones de la plana de la Cerdanya (mejor dicho: de la mitad bajo administración española, porque Manolo no tuvo pasaporte durante años) montados en nuestras bicis. Cuando empezó con los problemas cardíacos recordaba los paseos en bicicleta con nostalgia, nostalgia de la bicicleta y nostalgia de la Cerdanya misma, que fue uno de sus amores.

Pero Manolo tenía muchas otras aficiones: desde luego, el estudio era la principal, pero desde la música (la Flauta Mágica era su pasión) hasta el bricolaje (en el que me permitía ser su ayudante para que aprendiera), muchas eran las cosas que le interesaban y que hacía con entusiasmo. Otro de sus grandes amores fue siempre México, más adelante me rereriré a ello. 

Sus padres y usted solían ir los veranos a una casa que habían alguilado en Guils, en la Cerdanya. ¿Por qué ese lugar? ¿Lo visitaban con frecuencia? ¿Qué recuerdos tiene de aquellas estancias?

Muchos creen que veraneábamos en Guils de Cerdanya porque tanto Manolo como Giulia están enterrados en el cementerio de Guils, pero no es así. Nuestra casa de veraneo estuvo siempre en Puigcerdà. Llegamos allí por casualidad, primero a una casa que encontramos a través de un anuncio en el periódico, y luego a la casa de «Los Sauces», que tuvimos alquilada 26 años. Ibamos todos los veranos, desde finales de junio hasta principios de octubre (siguiendo el calendario escolar de entonces). Cada año el traslado era una auténtica migración: mandábamos por recadero gran cantidad de paquetes con libros, ropa, juguetes … toda una casa. En Puigcerdà llevábamos una vida tranquila: estudiar, leer, ir a la compra, cocinar, jugar en el jardín; todo siguiendo un cierto ritual bastante inamovible. A propósito de cómo vivíamos allí, Rosa Rossi me ha permitido traducir aquí parte de una carta que Renzo Lapiccirella mandó a su hija, Viola, desde Puigcerdà, en agosto de 1966:

«Ayer, aquí, hubo tormenta, pero en serio. Un diluvio de agua, truenos poderosos y relámpagos que cortaban esa manta gris que era el cielo. Hoy, en cambio, ha triunfado el sol. Todo reluce: cielo, campos, monta ñas y árboles. Por no hablar de los pájaros festivamente entregados, con gran dedicación, a su actividad (para darnos gusto, pensamos nosotros). En suma, cosa de idilio o de redacción escolar, si lo prefieres. Pero, bromas aparte, éste me sigue pareciendo un lugar un poco mágico, donde incluso se puede llegar a pensar que quizás el mundo y los hombres han descubierto -o están a punto de descubrir- una medida de sí mismos y de las cosas, un maravilloso equilibrio entre razón y sentimientos y, en definitiva, el sentido preciso de su propia vida y de la de los demás. Manolo escribe sus diez holandesas diarias, Vera está jugando, Giulia continúa ordenando cuidadosamente las cosas (también a través de estas operaciones consigue hacer sentir su amistad y su afecto por los demás), Rosa espera que yo acabe de escribir para ir a Correos. Todo muy sencillo y muy corriente. Pero hay secreto. Está en la amistad, en el fondo común que la alimenta y que nos permite a cada uno -en condiciones más fáciles o más difíciles- no traicionar la imagen del hombre que nos hemos hecho. […] Un tal escribió, una vez, que «el paisaje es un estado de ánimo»: es una exageración evidente, más que discutible por muchos motivos, pero contiene una parte de verdad suficiente. En un sentido muy particular y preciso podría afirmar yo también que Puigcerdà es «un estado de ánimo». […]

Creo que algo de lo que cuenta Renzo sentíamos todos.

Como se ve, recibíamos visitas también allí, pero la mayoría formaban parte del ritual: pasaban parte de sus vacaciones con nosotros mis abuelos italianos (los padres de Giulia), su hermana, Rosa Rossi y Renzo Lapiccirella, viejos amigos; nos visitaban los abuelos españoles (padres de Manolo), sus hermanos … Con la edad, los abuelos empezaron a venir menos, pero compartimos el verano con nuevos amigos: Paco Ferná ndez Buey y Neus Porta, la puntual visita de Juan Ramón Capella (si a mediados de agosto no había aparecido, empezábamos a preguntarnos qué había sido de él) y muchos otros. De alguna forma, la casa de Los Sauces era un punto de referencia, los amigos sabían que nos encontrarían allí.

Además, en Puigcerdà se celebraban dos de las fiestas más importantes del año: el aniversario de la boda de mis padres (que coincidía, además, con el cumpleaños de mi madre, el 27 de agosto) y el cumpleaños de Manolo, que era el 5 de setiembre. Solíamos reunirnos muchos de la familia y las celebraciones incluían decoraciones festivas, serpentinas, confetis, desayunos y comidas especiales, regalos, etc.

La explicación del hecho de que mis padres fueran enterrados en el cementerio de Guils de Cerdanya, un pequeño pueblo a unos cinco quilómetros de Puigcerdà, es la siguiente: Guils era el destino más frecuente de los paseos vespertinos de familia, casi en comitiva, en la época en que el camino aún no estaba asfaltado. Cuando se llegaba a lo alto del pueblo, delante de la iglesia, el paisaje era impresionante. Era el paseo preferido por Giulia; por eso nos pidió ser enterrada allí. Recuerdo haberle preguntado a Manolo si él también quería ser enterrado allí: me contestó que le daba igual lo que se hiciera con él una vez muerto. 

Las mil actividades en que su padre estaba inmerso no impedían, creo, que la acompañara a la escuela, cuando usted estudiaba formación básica. Creo que usted guarda algún recuerdo curioso de estos paseos. En uno de ellos le explicó la paradoja del montón de trigo de Zenón. ¿Es así? Por las noches, durante una cierta época, le regalaba unos dibujos de los acontecimientos del día ¿Conserva esos dibujos? ¿Qué le explicaba en ellos?

Recuerdo mucho a Manolo ejerciendo de padre, quizás sus tareas conmigo eran las más agradecidas: llevarme al colegio, sacarme de excursión los domingos o a paseo por la ciudad … Nos recuerdo juntos en casi todos los museos de la ciudad. Es cierto que me contó la paradoja del montón de trigo de Zenón volviendo del colegio por el paseo de San Juan Bosco. Era otoño, el suelo estaba cubierto de hojas caídas de los árboles, y Manolo empezó a preguntarme si una hoja constituía un montón de hojas. Obviamente, contesté que no, que un montón de hojas se formaba con varias hojas; así que me replicó si bastaría con dos hojas para hacer un montón. Y si no bastaban dos, ¿cuántas bastaban? ¿Tres, cuatro, diez…? ¡No se imagina nadie la impresión que eso puede producir cuando una no tiene ni diez años!

En una época de mucha actividad, encontró una forma de establecer una comunicación nocturna conmigo, cuando muchos días no nos habíamos visto más que por la mañana: el correo nocturno. Entre 1963 y 1965 aproximadamente, y de forma más o menos esporádica, dejaba algunas noches sobre la cabecera de mi cama un dibujo que yo encontraba por la mañana, en el que aparecían todos los personajes de la familia caracterizados como animales (él se dibujaba a sí mismo como un perro) en una escena que solía reproducir un hecho del día que acababa de pasar: «El pato, el pájaro y el perro cenan en un restaurante» (19-VI-64) o del día que iba a empezar: «Hoy vamos andando si es pronto» (?-?-63). También había mensajes educativos, por así llamarlos: «el pájaro mirando el gran plato de verdura que se va a comer en un momento» (9-VI-64). Uno de los temas recurrentes era su preocupación por la cantidad de tiempo que le tomaba su actividad política y lo tarde que llegaba a casa: «El perro, que ha llegado muy tarde, se hace la cena; el pájaro carpintero y el pato duermen» (20-I-64), «Sin repartir el correo, aunque sabe que eso es feo, el cartero desgraciado se ha ido a dormir muy cansado» (23-II-65), «Un perro m ás bien cansado llega a casa adormilado» (14-XI-65). 

Por cierto, hablando de regalos, parece que los días de Reyes eran espectaculares en su casa. No sólo el día sino también los preparativos de la jornada. ¿Podría explicarnos algo de ello? ¿Por qué ese entusiasmo por esa festividad?

Efectivamente, junto con los cumpleaños, la gran fiesta en nuestra casa era la de Reyes, aunque no sé exactamente el motivo. Todos la preparábamos minuciosamente, llevábamos los regalos en el mayor secreto y cumplíamos todos los rituales: escribir la carta, dejar agua, pan y sal para los camellos.. .Además, como nunca me engañaron sobre el origen de los regalos, nunca dejamos de celebrar la fiesta con todo su ritual, hasta el último año.

Lo mejor era la lectura, la mañana del 6 de enero, de la carta que los Reyes Magos me dejaban, en respuesta a las nuestras. Extracto parte de la primera, de 1964, para dar una idea:

«… el carbón azucarado

se nos había acabado:

te hemos dejado verdura,

que es también una ricura.

A tu mamma regalamos

un librito en italiano.

Para Nando y sus papás

tres cosas encontrarás …»

 

Pero también estas cartas tenían vocación didáctica:

«… Si no andamos confundidos,

siete años tienes cumplidos,

pero tu caligrafía

no es gran cosa todavía.

Trabaja tus buenos ratos,

mejora tus garabatos;

si no, tu letra será

como la de tu papá,

famoso en el mundo entero

por grande garabatero…» (1965)

 

Con los años, se ampliaron los temas de que hablaban Melchor, Gaspar y Baltasar en sus cartas. En 1969 Manolo ponía el siguiente discurso en boca de Baltasar:

«… por venir del Tercer Mundo, mi saber es más profundo. Ulceras, agotamientos, nervios, rostros macilentos, no se podrán mejorar si no es hundiendo en el mar el gobierno americano atado con el rusiano. Pues lo que al hombre hizo daño durante el pasado año es, por un lado, el fascismo del bestial imperialismo y, por el otro, el despecho del socialismo mal hecho. Ha sido un período aciago, por lo cual el estómago de la persona decente con espasmo se resiente. Pero no hay que atormentarse, sino más bien reforzarse para llegar al momento del sacrificio cruento del abundante ganado al banquete destinado que será celebración de la gran liberación. Para esa fiesta preclara doy esta minuta rara (por venir del Tercer Mundo, mi estómago es más profundo):

MINUTA

Hígado de johnson al franquillo picado,

salteado con manteca de nixon.

Chuletas de breznev con ulbrichts asados

Macedonia de generales de ambos hemisferios

 

Vinos:

Sangre de banquero

Linfa de fabricante

Líquido cefalorraquídeo de comerciante

 

Bebidas no alcohólicas:

Zumo de burócrata siberiano»

 

Y los pobres Reyes Magos acabaron absorbidos por la General Mitos Inc. de Oklahoma. En 1970 escribían:

«… Dicen nuestros gerentes de Oklahoma: «Hay que cumplimentar, coma por coma, al precio del mercado más subido, lo que encarga el cliente en su pedido. Nunca jamás se entregará un objeto que no se encuentre a un precio sujeto». Y aunque a nuestros gerentes les da grima nuestra usanza oriental de hablar en rima (dicen que puede confundir las cuentas de la sección de promoción de ventas), sin embargo, para que comprendamos la lección que aprender necesitamos, nos repiten un pareado extraño, jamás oído en el Oriente antaño:

«Deja el objeto sin precio

para el subversivo necio».

Deben tener razón nuestros gerentes, pues bien les obedecen hoy las gentes».  

Pero los Reyes Magos no se dejaron convencer, y a partir de entonces apareció también en correo clandestino de los Reyes Magos. Decía en 1971:

«¿Cuál es de verdad el tema,

el importante problema

que en nuestros largos viajes

pensamos con nuestros pajes?

 

La cuestión es la siguiente,

aunque lo ignore la gente.

 

Andando por esos mundos

vemos sus males profundos.

 

Ya en nuestra más propia cosa

es la situación penosa:

 

de juguetes largas listas

hacen los capitalistas,

 

mientras más de un niño obrero

no tiene abrigo en enero.

 

¿Qué decir de los adultos?

No siempre arrancan indultos.

 

Sigue asolando la Tierra

el imperialismo en guerra.

 

Dolores y enfermedades

hay en todas las edades.

 

Pero aun es más complicado

este mundo endiablado,

 

pues eso es sólo una parte

de lo que habrá que explicarte.

 

Surge la complicación

por la siguiente razón:

 

que también tendría el planeta

alegría muy completa:

 

el sol, las nubes, el mar,

jugar, reír, estudiar,

 

andar, subir la montaña,

trepar las rocas con maña,

 

descansar, comer, beber,

oír, mirar, conocer,

 

y aún alguna cosa más

que después aprenderás.

 

Ya en sí misma es la alegría

lo que más importaría,

 

pero incluso es importante

para seguir adelante:

 

sin un fondo de alegría

ninguno se movería;

 

sólo el alegre consciente

puede ayudar a la gente.

 

Más, ¿qué quiere decir eso?

Pues que, si arroja su peso,

 

(con peso pinta a la gente

Chúmy Chúmez el sapiente)

 

cada cual es muy capaz

de alegría, juego y paz.

 

Pero antes de proseguir

hay que saber distinguir:

 

no es oro cuanto reluce,

ni todo a alegría conduce.

 

El hombre capitalista

no es alegre, es escapista:

 

toda su falsa alegría

se basa en la policía;

 

ella protege los lujos

con más o menos tapujos.

 

El hombre capitalista

alarga siempre la lista.

 

Cuando ve del mal la noche

huye a comprarse otro coche;

 

en cuanto tiene un disgusto

o se lleva un nuevo susto

 

corre escapado a la tienda

a comprar lo que le venda

 

otro burgués comerciante.

Y así siguen adelante.

 

Lo contrario es la alegría

de esa febril vesanía.

 

¡Acabemos de una vez

con tan criminal memez!

 

Pero estamos en un mismo

y circular silogismo:

 

NUNCA HABRA BUENA ALEGRÍA

MIENTRAS HAYA BURGUESÍA,

 

MAS NADIE ECHARA EL BURGUES

SI ANTES ALEGRE NO ES.

 

Esa es la gran paradoja,

peliaguda cuerda floja

 

sin cuya superación

nunca habrá revolución.

 

Tal es el real problema

e importantísimo tema

 

que en nuestros largos viajes

pensamos con nuestros pajes.»

 

Los primeros años setenta no fueron nada fáciles. Su padre pasó muy malos momentos: estuvo francamente deprimido. ¿Fue así? ¿Qué recuerda de aquellas fechas? ¿Qué razones cree usted que motivaron esta dif ícil situación? Tengo entendido que un médico de Puigcerdà intervino con muy buen tino en esta situación.

Las cartas de Reyes dejan constancia de la depresión que Manolo pasó. La de 1972, muy breve, acaba así:

«Por no tener energía

para una larga elegía,

te decimos simplemente

qué necesita la gente:

¡Abajo la depresión!

¡Viva la revolución!»

Si no recuerdo mal, al final del verano del 71 Manolo se encontró mal de vuelta de un viaje en coche. Parecí a un simple mareo, pero no se le pasaba. Fue nuestro médico de Puigcerdà, efectivamente, el que detectó los síntomas de una depresión y aconsejó que le visitara un especialista. Durante un par de años Manolo pasó momentos de abandono absoluto: eran empresas hercúleas lograr que se levantara de la cama o de un sillón, o que comiera algo. Además, por entonces fue nuestra última mudanza, la que nos llevó a la casa de la Diagonal. Aun no me explico cómo pudo Giulia soportarlo todo a la vez.

Es difícil decir con certeza cuáles fueron las causas de la depresión de Manolo. Desde luego, no se trató de una reacción a un hecho concreto, sino el cúmulo de una larga historia. Manolo a veces contaba cómo tomó la decisión, una noche en Alemania, de rechazar un puesto que le habían ofrecido y volver a España. El compromiso político no había pesado poco en aquella decisión. Yo siempre he pensado que no podía ser fácil renunciar a hacer carrera académica, a pasarse la vida estudiando (que era lo que más le divertía), para dedicar una parte importante de la vida a «conspirar», como él decía; sin preguntarse después si había valido la pena. Para principios de los setenta, Manolo ya andaba muy decepcionado de cómo iban las cosas en el mundo, en el país y en el partido.

Probablemente otros conocen mejor que yo las circunstancias de la depresión de Manolo. Habrá que preguntar a gentes como Nolasc Acarín que, aunque no era su médico, es probable que se preocupara por él en aquel momento. Su médico se llamaba Montserrat, y debía ser un individuo muy competente; Manolo siempre hablaba de él con mucho respeto.  

En el mismo edificio donde ustedes vivían, tenían una casa los padres de Sacristán, sus abuelos. ¿Qué tipo de personas eran? ¿Qué relaciones mantenían con ellos? Su abuela murió, creo, en el año 1975. ¿Cómo reaccionó su padre ante esa pérdida?

Efectivamente, los padres de Manolo vivían en la misma escalera que nosotros; mejor dicho, nosotros viví amos en la misma escalera que ellos, tres pisos más arriba. Mi abuelo, Manuel Sacristán Samiñán, era de origen ceutí, sus padres regentaban la cantina del casino militar de Ceuta. Tenía un carácter muy andaluz: era despreocupado, guasón y muy desprendido. Políticamente, como él mismo decía, era «pancista», aunque sus hermanos, durante la República y la Guerra Civil, fueron gente comprometida, concretamente con la UGT, hasta el punto que uno de ellos tuvo que exiliarse, acabó en México y allí sigue toda su familia. Mi abuela, Emilia Luzón de las Heras, era de origen castellano y había heredado de su familia de artesanos guarnicioneros su carácter previsor, responsable, creyente y de resignación. Nada que ver con la despreocupación de mi abuelo.

Manolo tenía debilidad por su madre y ella le adoraba: cualquier cosa que él dijera o hiciera iba a misa. La verdad es que, dado el gran sentido familiar que mi abuela tenía, cualquiera de nosotros era un dechado de virtudes, pero su hijo mayor más. Mi abuela Emilia murió el 18 de marzo de 1975, y para Manolo fue un golpe terrible. Muchos años después seguía recordando que él mismo le puso una inyección del sedante que el médico recetó y del que ella ya no volvió a despertar en todos aquellos días. Le impresionaba, además, la tenacidad con que mi abuela, no siendo tampoco tan anciana, había afirmado en los últimos tiempos que sólo aspiraba en esta vida a celebrar sus bodas de oro y cómo esa había sido, en efecto, una de las últimas cosas que hizo.

Durante la enfermedad de mi madre, el padre de Manolo se comportó con ella de forma admirable; eso los acercó más a los dos: a partir de entonces, Manolo visitaba a su padre cada día, a veces comían juntos y compartían la afición de mirar juntos los «partiditos» cada domingo ante el televisor de mi abuelo, que mantenían todo el tiempo si voz, mientras contemplaban la pantalla prácticamente en silencio, con algún raro comentario esporádico.

En resumen, yo creo que Manolo tenía mucho cariño a sus padres y ellos, a su vez, no sólo le querían sino que le tenían un grandísimo respeto; les parecía que era un «sabio» que había tenido muy mala suerte en la vida y hacían todo lo que podían por ayudarle. 

En 1980 murió su madre, Giulia Adinolfi. ¿Cómo afrontó su padre, menos de diez años después de su depresión, este hecho?

La enfermedad y la muerte de mi madre es la experiencia que más ha marcado mi vida, no sólo por el drama que para mí constituyó su final, sino sobre todo por lo que aprendí del comportamiento de ambos. Giulia demostró una lucidez y una serenidad impresionantes, combinando la lucha contra la enfermedad con la aceptación de los hechos tal como eran. La reacción de Manolo fue un ejemplo de solidaridad total: siguiendo su estilo, leyó montones de artículos médicos que se hizo mandar por el hermano de Giulia (especialista en inmunología genética), acompañaba a Giulia a todas partes (en particular a las sesiones de terapia) y se convirtió en un experto enfermero en los últimos meses. Creo que aprendió de Giulia a comportarse en aquella situación, de forma que no se hundió depresivamente ni durante su enfermedad ni después de su muerte. Al contrario, recuerdo que los últimos meses de vida de mi madre, cuando ya estaba inmovilizada en la cama, paradójicamente, charlábamos y reíamos constantemente, a la vez que nos cuidábamos mutuamente los tres (y no sólo nosotros a Giulia).

Después de la muerte de mi madre, Manolo, a pesar de sentirse de luto, como él decía (y como demostró vistiendo de negro durante una larga temporada), tuvo una reacción menos depresiva de lo que era frecuente en é l. Supongo que, en parte, su preocupación por mí debió ser una de las causas.

Al cabo de poco tiempo fue invitado a México. Como he dicho, México había sido siempre una de sus pasiones: alguna vez me dijo que incluso había empezado a aprender náhuatl de joven. Pasó en México algo más de un año, dio un curso en la Universidad Autónoma, visitó todos los lugares que conocía por sus lecturas, volvió a ver a su familia exiliada y, lo más importante, se volvió a casar. Creo que fue una época feliz para él.  

Usted es licenciada en Matemáticas. Es conocido el interés de su padre por las matemáticas y por la filosofía de las ciencias formales. ¿Le orientó él en sus estudios universitarios? ¿Controlaba él, en alguna medida, sus decisiones?

Me parece evidente que mi padre tuvo mucha influencia sobre mis gustos en el tema de los estudios (y en muchos otros, creo). Su estímulo debió avivar mi interés por las matemáticas, que recuerdo muy temprano: cuando estudiaba primero de bachillerato ya tenía claro que las matemáticas eran mi asignatura preferida.

Sin embargo, la intervención directa de mi padre, de mis padres, en mis decisiones era siempre poco menos que nula. Siempre se preocuparon por saber cómo me iban las cosas, pero nunca me aconsejaron que estudiara esto o aquello. La única intervención directa que recuerdo de mi padre en mis estudios ocurrió cuando yo estudiaba primaria en la Scuola Italiana de Barcelona: en verano, me estuvo dando clases de lengua castellana, preocupado por mi desconocimiento y mis faltas de ortografía. Mientras estudié en la facultad, se interesó siempre por saber cómo me iba y, más concretamente, por saber qué me explicaban, especialmente cuando estudié asignaturas de lógica, pero nunca emitió ni tan siquera una opinión sobre lo que me enseñaban o sobre lo que debía yo leer o hacer.

Lo que, en cambio, siempre le obsesionó era que estudiara e hiciera las cosas a fondo. Repetía con frecuencia refranes como «la letra con sangre entra, y la labor con dolor» o «primero es la obligación y luego la diversión». Mi madre tenía una versión italiana: «chi bella vuol apparire, gran dolor deve soffrire». 

También usted estuvo militando en la Juventud Comunista de Cataluña a mediados de los setenta. Su padre, por aquel entonces, había abandonado ya su papel de dirigente del PSUC-PCE. ¿Discutía frecuentemente con él sobre temas políticos? ¿Intentaba él convencerle de sus posiciones? ¿En qué medida repercutió, en su militancia, su militancia?

También en este tema la influencia de mi padre debió ser importante, pero si en el tema de los estudios procuró no intervenir demasiado, en éste fue todavía más prudente: jamás me dijo si le parecía bien o mal lo que hacía, ni me preguntó exactamente qué hacía (eso también tenía que ver con las medidas de seguridad de entonces, no sólo con su discreción como padre). Hablábamos de política como de cualquier otra cosa, pero desde el punto de vista de quien comenta las noticias del periódico, no de quien hace una discusión política de partido. Eso sí, algunas veces le pedí ayuda para algo -un seminario, un artículo- y siempre me la dio con creces. Yo no supe que él había abandonado su actividad hasta más tarde. 

A su padre se le expulsó, como dijimos, de la Universidad en el año 1965. Más tarde, volvió brevemente (curso 72-73) y, de nuevo, no se le renovó el contrato. Posteriormente, no se le concedió el nombramiento de catedrático extraordinario hasta muy entrado el año 1984. ¿Cómo vivió esas circunstancias? ¿Qué pensaba de esto último?

Mi recuerdo es que vivimos aquello con cierta «normalidad», como si ya estuviéramos todos acostumbrados a las faenas que le hacía el régimen. Claro que la expectativa de que le nombraran catedrático nos alegraba a todos pero, como le dijo a un periodista que le preguntó: «prefiero estar con los corderos que con los cabritos».

Del curso 72-73, en cambio, no puede decirse que fuera muy «normal». Por de pronto, Manolo fue detenido aquel invierno ya no recuerdo si dos o tres veces. Por cierto que se vanagloriaba de llevar sus detenciones con mucha serenidad. Decía que era incluso capaz de dormir de pie en la celda de Jefatura donde le tenían mientras no le interrogaban. De su paso por la Modelo guardaba una cajita para medicinas que le regaló un preso común de su misma celda, y la cuidaba con muchísimo cariño.

A pesar de todo, él intentaba mantener el ritmo de sus clases. Incluso tuvo que pasarlas de su horario habitual a las ocho de la mañana, porque decía que a su hora normal siempre había asambleas y no podía dar clase. Al cabo de poco tiempo de dar clase a las ocho volvió diciendo: «ahora ya no sufro las asambleas, ahora vienen a mis clases los que van a hacer pintadas de madrugada». 

Poco después de la muerte de su madre, Rosa Rossi cuenta que su padre estuvo leyendo y trabajando sobre «el tema de la muerte». ¿Sabe usted si ha quedado algún ensayo, algún material de este estudio? ¿Conoce usted si impartió alguna conferencia al respecto?

Efectivamente, recuerdo que acumuló libros sobre el tema y que me hizo algunos comentarios sobre lo que leía, pero no sé gran cosa más. Es posible que Rosa, Nolasc, Juan Ramón u otros sepan algo más. De aquella época, o un poco antes, sólo recuerdo que intervino en una mesa redonda organizada por la Asociación Españ ola contra el Cáncer, junto con Jordi Estapé (que era el médico de mi madre), de la que volvió impresionado por la lucidez y el coraje de alguna de las enfermeras que allí hablaron. 

Poco después de la muerte de sus padres, se creó la Fundación Giulia Adinolfi-Manuel Sacristán. Este año 1995 hará diez años de la muerte de su padre. ¿Qué actividades piensa llevar a cabo la fundación?

La Fundación impulsará actividades de conmemoración. Probablemente algunas se vehículen a través de las universidades de Barcelona: conferencias y mesas redondas. Ahora mismo estamos concretando los detalles. Pretendemos, además, hacer coincidir los actos con algunas publicaciones: un texto de lógica inédito (escrito para una enciclopedia que no llegó a publicarse); un manuscrito inacabado sobre Gramsci (este trabajo tuvo probablemente que ver con la depresión de Manolo: lo estaba escribiendo entonces, lo interrumpió y quiso tirarlo; Jacobo Muñoz lo salvó); la tesis doctoral sobre Heidegger, cuya edición hace añ os que se agotó; y alguna publicación más como una antología de textos y otra de entrevistas. Aparecer á también un número monográfico de la revista Mientras Tanto, que Giulia y Manolo fundaron y la Fundación sigue editando. 

En la bibliografía que Juan-Ramón Capella publicó en el número 30-31 de Mientras tanto, se da cuenta de muchos de «papeles» inéditos. ¿Se ha pensado en la edición de algunos de ellos? Se ha comentado que antes de morir estaba trabajando en torno a algún ensayo sobre el tema de la dialéctica. ¿Es así? ¿Quedan manuscritos inéditos?

Los textos que hemos hallado más o menos completos son los que he mencionado antes. Ahora bien, está pendiente el trabajo de estudiar los cuadernos de Manolo para ver si en ellos se encuentra material publicable o no. Es cierto que estaba trabajando sobre el tema de la dialéctica, dando un curso de doctorado, etc. Nunca me dijo, sin embargo, que estuviera preparando un ensayo, lo cual no quiere decir que no se encuentre entre sus apuntes material suficientemente elaborado como para ello. La Fundación deberá impulsar la catalogación del material que tenemos y su estudio. 

Permítanos acabar haciendo referencia a su nombre. Se ha dicho que su nombre, Vera, no es una mera cuestión estética. Es un homenaje a la verdad, foco que dirigió, seguramente, buena parte de la trayectoria intelectual y vital de sus padres. ¿Es así? ¿Hay algún otro homenaje escondido?

Vera es un nombre relativamente frecuente en Italia: significa `verdadera’. Desde luego, no es una mera cuestión estética. Varios amigos de Manolo han sido testigos de su interés por el significado de los nombre que pretendían poner a sus hijos y hasta qué punto eso le parecía importante. Así que no hay homenajes escondidos ni criterios meramente estéticos, sino más bien voluntad de significado. 

Gracias, muchas gracias.

 

Fuente: Pere de la Fuente y S. López Arnal, Acerca de Manuel Sacristán, Barcelona, Destino, 1996

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