Documento colectivo En el día de hoy, 8 de octubre de 2007, se cumple un nuevo aniversario del asesinato de nuestro querido comandante y compañero Ernesto Che Guevara. Nos juntamos para recordarlo, rendirle homenaje y, fundamentalmente, para intentar continuar su lucha. América Latina vive hoy un nuevo momento político. […]
Documento colectivo
En el día de hoy, 8 de octubre de 2007, se cumple un nuevo aniversario del asesinato de nuestro querido comandante y compañero Ernesto Che Guevara. Nos juntamos para recordarlo, rendirle homenaje y, fundamentalmente, para intentar continuar su lucha.
América Latina vive hoy un nuevo momento político. La lucha de nuestros pueblos ha impuesto un freno al neoliberalismo. El horizonte político actual permite someter a discusión las viejas formas represivas que dejaron como secuela miles y miles de asesinatos, desapariciones, secuestros, torturas y encarcelamiento de la militancia popular.
En este nuevo clima político, las viejas clases dominantes latinoamericanas y su socio mayor, el imperialismo norteamericano, no se entregan ni se resignan. ¡Ninguna clase dominante se suicida!. Debemos aprenderlo de una buena vez.
Agotadas las antiguas formas políticas dictatoriales mediante las cuales el gran capital -internacional y local- ejerció su dominación y logró remodelar las sociedades latinoamericanas inaugurando el neoliberalismo a escala mundial, nuestros países asistieron a lo que se denominó, de modo apologético e injustificado, «transiciones a la democracia».
Ya llevamos casi un cuarto de siglo, aproximadamente, de supuesta «transición». En este periodo va quedando claro que la puesta en funcionamiento de formas y rituales parlamentarios dista largamente de parecerse a una democracia auténtica. En ese sentido, tenía razón el Che Guevara cuando, pensando en la democracia, alertaba que: «No debemos admitir que la palabra democracia, utilizada en forma apologética para representar la dictadura de las clases explotadoras, pierda su profundidad de concepto y adquiera el de ciertas libertades más o menos óptimas dadas al ciudadano. Luchar solamente por conseguir la restauración de cierta legalidad burguesa sin plantearse, en cambio, el problema del poder revolucionario, es luchar por retornar a cierto orden dictatorial preestablecido por las clases sociales dominantes: es, en todo caso, luchar por el establecimiento de unos grilletes que tengan en su punta una bola menos pesada para el presidiario«.
En muchos de nuestros países latinoamericanos hoy siguen dominando los mismos sectores sociales de antaño, los de gruesos billetes y abultadas cuentas bancarias. Ha mutado la imagen, ha cambiado la puesta en escena, se ha transformado el discurso, pero no se ha modificado el sistema económico, social y político de dominación. Incluso se ha perfeccionado.
Los regímenes políticos parlamentarios, postdictadura, en Argentina, en Chile, en Brasil, en Uruguay y en el resto del cono sur latinoamericano, fueron producto de una compleja y desigual combinación de las luchas populares y de masas -donde se inscribe la pueblada argentina de diciembre de 2001- con la respuesta táctica del imperialismo que necesitaba sacrificar momentáneamente algún peón militar de la época de los dinosaurios y algún político neoliberal, patilludo e impresentable, para reacomodar los hilos de la red de dominación, cambiando algo… para que nada cambie.
Hoy, con discurso «progre» o sin él, la misión estratégica que el capital transnacional y sus socias más estrechas, las burguesías locales, le asignaron a los gobiernos «progresistas» de la región -desde el Partido Justicialista del argentino Kirchner y el Frente Amplio uruguayo hasta la concertación de Bachelet en Chile y el actual PT de Lula- consiste en lograr el retorno a la «normalidad» del capitalismo latinoamericano. Se trata de resolver la crisis orgánica reconstruyendo el consenso y la credibilidad de las instituciones burguesas para garantizar EL ORDEN. Es decir: la continuidad del capitalismo.
Mediante este mecanismo de adaptación supuestamente «progre» las burguesías del cono sur latinoamericano intentan recomponer su hegemonía política. Se pretende volver a legitimar no sólo los mecanismos electorales (donde se opta siempre entre distintas tendencias millonarias del partido único del mercado) sino el conjunto de las instituciones del sistema capitalista, fuertemente desprestigiadas por una crisis de representación política que hacía años no vivía nuestro continente.
En Argentina ese proceso general se conjuga actualmente con una ofensiva de la derecha más jodida, reaccionaria y violenta. Mientras el empresario Macri asume en Capital Federal, la familia Kirchner (con el PJ y todos los sellos que lo acompañan) disputa con Sobish, Lopez Murphy, Carrió y Lavagna por ver quien pone más MANO DURA y más ORDEN en las calles…
No es independiente de esto, la continuidad del viejo aparato represivo que sigue combinando desde el «gatillo fácil» hasta las desapariciones clásicas de tiempos dictatoriales, como la del compañero Jorge Julio López. ¿Es una casualidad el asesinato del maestro Carlos Fuentalba? ¿Cómo explicar, sino, que en plena «democracia» siga habiendo presas y presos políticos?. ¿Puede haber una democracia auténtica con leyes como la Ley Antiterrorista, promovida por instituciones norteamericanas y sancionada, sumisa y obedientemente, por Cristina Kirchner y todo el cambalache parlamentario argentino?
De todas formas, a pesar de la creciente represión y los nuevos mecanismos jurídicos destinados a legitimarla, a pesar de la cooptación de un segmento del movimiento popular y del intento de institucionalizar la protesta social, en Argentina las luchas no descienden ni se apagan. Cada vez hay más movilizaciones callejeras -incluso varias en el mismo día-. Tanto de los trabajadores ocupados como de los trabajadores desempleados, tanto del movimiento estudiantil como de organizaciones campesinas y barriales, tanto de organismos de derechos humanos como del movimiento de mujeres, entre muchos otros. El problema es que estas luchas, numerosas, valientes, abnegadas, no logran articularse ni unificarse para pegar un salto político. Quienes convocamos a este acto de homenaje al Che, respetamos la diversidad pero rechazamos con todas nuestras fuerzas la fragmentación que nos impide construir una resistencia más poderosa y golpear todos juntos contra el poder.
En ese singular contexto político, donde la lucha entre la hegemonía reciclada del capital y la contrahegemonía del campo popular tensan hasta el límite la cuerda del conflicto social, emerge, una vez más, la figura del Che Guevara. Viejo fantasma burlón y rebelde. A pesar de haber sido tantas veces repudiado, bastardeado, manipulado y despreciado, hoy asoma nuevamente su sonrisa irónica por entre los escudos policiales, los carros blindados de la fuerzas antimotines y las movilizaciones de protesta popular.
Cada reaparición del Che se produce en medio de una feroz disputa. No podía ser de otra manera.
Hoy, comenzado el siglo XXI, cuando ya nadie se acuerda de los viejos políticos truchos que traicionaron esperanzas populares durante décadas, Ernesto Che Guevara sigue presente en el corazón del pueblo y continúa atrayendo la atención de la juventud más inquieta, noble, sincera y rebelde.
Actualmente, tenemos como desafío recuperar el legado político que Guevara deja pendiente a las juventudes del siglo XXI. Necesitamos reinstalarlo de manera urgente en la agenda de los movimientos sociales y las organizaciones políticas actuales. La práctica política del Che y su pensamiento revolucionario recuperan, en clave antiimperialista y anticapitalista al mismo tiempo, la confrontación por el poder y la lucha radical contra todas las formas de dominación social. Defiende la necesidad de crear en la militancia popular al hombre nuevo y a la mujer nueva. Por eso nos resulta tan útil y actual para actuar y luchar en el mundo contemporáneo.
A pesar de las manipulaciones oficiales, los homenajes truchos que se avecinan y las caricaturas mercantiles que en diversas biografías se han dibujado sobre Guevara, la perspectiva política del guevarismo se sustenta en un análisis histórico de nuestras sociedades. Tanto sus tácticas como su estrategia, la caracterización de los aliados posibles como las vías privilegiadas de lucha, derivan en el Che de un análisis político pero también de una caracterización histórica de las formaciones sociales latinoamericanas y del papel subordinado, lumpen y dependiente de las llamadas «burguesías nacionales», socias menores del imperialismo norteamericano.
En ese sentido, en su «Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental», el Che Guevara afirmaba: «Por otra parte las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la tuvieron- y sólo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución«.
En otro de sus escritos, el prólogo al libro El partido marxista leninista (donde se recopilaban, entre otros, escritos de Fidel), Guevara continúa con el mismo argumento: «Y ya en América al menos, es prácticamente imposible hablar de movimientos de liberación dirigidos por la burguesía. La revolución cubana ha polarizado fuerzas; frente al dilema pueblo o imperialismo, las débiles burguesías nacionales eligen al imperialismo y traicionan definitivamente a su país«.
Cuatro décadas después de aquellos análisis, en tiempos de violenta mundialización capitalista… ¿las burguesías nativas de nuestra América han logrado un grado mayor de independencia y autonomía? ¿Qué sentido realista, pragmático y realizable tienen hoy, en el siglo XXI globalizado, los proyectos de «capitalismo nacional» (tan promocionado por la familia Kirchner), «capitalismo ético» (impulsado por Carrió), «capitalismo a la uruguaya», «capitalismo andino» y otras falsas ilusiones que circulan por el cono sur latinoamericano?
Quienes nos identificamos con el Che creemos que ninguna de las formulaciones del llamado «progresismo» tienen sustento real, posible ni realista. Sirven, quizás, para ganar votos en una elección. Pero no constituyen un proyecto serio de emancipación nacional y continental. Guevara continúa teniendo razón: o revolución socialista o caricatura de revolución.
El Che Guevara concibe a la revolución social como un proceso político a largo plazo, prolongado e ininterrumpido, donde se combinan diversas formas de lucha -predominando las formas extrainstitucionales por sobre las institucionales, dado el carácter históricamente represivo de los regímenes políticos latinoamericanos-. Un proceso donde se combinan tareas de liberación nacional con tareas socialistas. No es viable luchar sólo por la liberación nacional sin el socialismo, como tampoco es realista plantearse el socialismo en el tercer mundo, sin la lucha por la auténtica independencia nacional de toda tutela imperialista.
Quienes compartimos el pensamiento del Che Guevara descreemos del posmodernismo y otros relatos de moda que invitan al movimiento popular, de manera tramposa, a «cambiar el mundo sin tomar el poder». El Che Guevara es muy claro cuando en «Táctica y estrategia de la revolución latinoamericana» afirma: «El estudio certero de la importancia relativa de cada elemento, es el que permite la plena utilización por las fuerzas revolucionarias de todos los hechos y circunstancias encaminadas al gran y definitivo objetivo estratégico, la toma del poder. El poder es el objetivo estratégico sine qua non de las fuerzas revolucionarias y todo debe estar supeditado a esta gran consigna«.
Esa propuesta política no queda restringida a escala nacional. Por eso el Che aclara inmediatamente: «La toma del poder es un objetivo mundial de las fuerzas revolucionarias«. Ahí está la clave de su internacionalismo militante, que él predicó con el ejemplo y entregando su vida en varios continentes del mundo. Cuatro décadas después, en plena mundialización del capital y de los mercados, se nos impone recrear ese internacionalismo militante, superando el sectarismo y uniendo a todos los que luchan en nuestra América y en el resto del mundo.
Defendiendo a la revolución cubana y al proceso bolivariano de Venezuela, quienes convocamos a este acto unitario consideramos que la mejor manera de defender esos procesos revolucionarios consiste en hacer la revolución en la Argentina.
Por todo esto, convocamos a todas y todos los que comparten estas ideas a continuar batallando, día a día, con perseverancia, voluntad y energía, por una nueva Argentina donde gobierne la clase trabajadora y el pueblo, privilegiando aquello que nos une y que nos permitirá lograr más fuerza en nuestros objetivos compartidos.
Querido compañero y comandante Ernesto Che Guevara:
¡Hasta la victoria, siempre!
Buenos Aires, 8 de octubre de 2007
Mensaje del Che Guevara a los argentinos
(fragmento del discurso del 25 de mayo de 1962)
Todos los que luchamos por la liberación de nuestros pueblos luchamos al mismo tiempo, aunque a veces no lo sepamos, por el aniquilamiento del imperialismo. Y todos somos aliados, aunque a veces no lo sepamos, aunque a veces nuestras propias fuerzas las dividamos en querellas internas, aunque a veces por discusiones estériles dejamos de hacer el frente necesario para luchar contra el imperialismo. Pero todos, todos los que luchamos honestamente por la liberación de nuestras respectivas patrias, somos enemigos directos del imperialismo.
En este momento no cabe otra posición que la de lucha directa o la de colaboración. Y yo sé que ninguno de ustedes es colaborador del enemigo, que ninguno de ustedes está ni remotamente a favor del imperialismo, y que todos están decididamente por la liberación de la Argentina. Liberación, porque la Argentina está de nuevo encadenada, cadenas a veces difíciles de ver, cadenas que no siempre son visibles para todo el pueblo, pero que lo están amarrando día a día«.