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Obama en Chile, la alquimia del discurso del poder

Fuentes: Diario Red Digital

La fugaz y tornadiza gira latinoamericana de Barack Obama terminó en El Salvador como había empezado en Brasil: arrinconada en espacios de segundo orden en la agenda internacional, salvada de la total irrelevancia sólo porque tuvo el descaro de iniciar desde estas tierras, la criminal agresión contra un país africano, para apoderarse de su petróleo […]

La fugaz y tornadiza gira latinoamericana de Barack Obama terminó en El Salvador como había empezado en Brasil: arrinconada en espacios de segundo orden en la agenda internacional, salvada de la total irrelevancia sólo porque tuvo el descaro de iniciar desde estas tierras, la criminal agresión contra un país africano, para apoderarse de su petróleo en nombre de la democracia y los derechos humanos. En rigor, no valdría la pena dedicarle tiempo y atención, de no mediar el hecho de que su anodino Discurso a las Américas proporciona una inmejorable oportunidad para analizar la transmutación del discurso del poder en sentido común, desde la alucinante alquimia del poder mediático.

La escena transcurre minutos antes de las 14:00hrs. Desde un puesto móvil establecido en un altozano de la ruta, el periodista pide el pase al estudio central, porque ya tenía a la vista la comitiva presidencial.

El bisoño periodista transmite el acontecimiento con un estilo que combina la emoción del relato deportivo con la solemnidad del despacho de un corresponsal de guerra. Desde el estudio central le quitan la palabra, porque ya el ilustre visitante, su esposa, sus dos hijas, las dos limusinas blindadas, los dieciséis vehículos de seguridad y los dieciocho motoristas de Carabineros (sí, uno llega aprendérselo de memoria), están haciendo su ingreso a la Plaza de la Constitución.

Con diferencia de matices, esta escena se repitió en las cuatro cadenas de televisión, que han transmitido el evento en vivo desde hace largas horas, entrevistado a todo lo que se moviera y machado obsesivamente cualquier detalle, aunque normalmente oscilara entre la fruslería y la obviedad.

Resultado de esta concepción de la política como espectáculo: una audiencia hipnotizada ante un acontecimiento que, según cree, está capturando la atención mundial tal como pocos meses antes lo hizo el rescate de los 33, referencia que Obama por cierto no dejaría pasar.

Objetivo de este formato comunicacional: impedirle pensar a esa audiencia cautiva, abatir su consciencia crítica y lograr que acepte lo que se le dice desde semejante despliegue.

«Chile es prueba de que no es necesario que nos divida raza, religión o tribu. Han acogido a generaciones de inmigrantes de todos los rincones del planeta, a la vez que celebran y los llena de orgullo su patrimonio indígena», empieza el emperador, para explicar por qué escogió hablar desde «el fin del mundo».

Aparentemente Obama no sabe, o simula ignorar, que la sociedad chilena es una de las más racistas de sudamérica; que los inmigrantes europeos son los más racistas dentro de ella, y que el Estado chileno ha discriminado secularmente a la etnia mapuche, a la que despojó de sus tierras mediante la fuerza militar, para entregársela a inmigrantes de origen europeo. Irónicamente, en los mismos instantes en que Obama se despachaba ese «speach», el tribunal de Cañete daba a conocer sentencias de 25 y 20 años de cárcel a comuneros mapuches que luchan por la recuperación de esas tierras.

Las referencias a la democracia cruzaron recurrentemente el discurso, y la alusión a la democracia chilena fue particularmente huidiza y elíptica:

«Chile muestra que sí es posible hacer la transición de la dictadura a la democracia, y hacerlo pacíficamente. De hecho, este maravilloso lugar donde hoy nos encontramos, a pocos pasos de donde Chile perdió su democracia hace varias décadas, es testimonio del progreso de Chile y su espíritu democrático».

De esa manera insincera y oblícua, evadió los emplazamientos de un nutrido grupo de diputados chilenos, de Fidel Castro, del Partido Comunista y de agrupaciones de familiares de víctimas, en orden a efectuar algún tipo de reconocimiento de la responsabilidad de Estados Unidos en la conspiración que culminó con el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.

Si del discurso de Obama dependiera, se podría colegir que la «pérdida de la democracia» en Chile no tiene causas conocidas; que no fue una tragedia históricamente determinada por intereses políticos específicos, y que Estados Unidos no tiene relación alguna con ella y ellos.

Minutos antes, en la conferencia de prensa, e interpelado directamente por un periodista nacional, Obama había «chuteado» el tema hacia adelante, como se dice en chileno:

«Debemos aprender de nuestra historia, y entender nuestra historia, pero no sentirnos atrapados por la historia, porque tenemos muchos desafíos hoy, incluso lo más importante, tenemos desafíos para el futuro que debemos poner atención».

Discurso que aquí en Chile hemos escuchado hasta la saciedad de quienes primero negaron la violación de los derechos humanos, y después se han entregado a la tarea de asegurar la impunidad.

Su «partner» en la ocasión, reafirmó la posición de su Gobierno en torno «a la autodeterminación de los pueblos, en el imperio del Estado de Derecho y en el respeto a los DD.HH.», sin perjuicio de que inmediatamente después, reafirmó la posición de su Gobierno en el raspaldo a la coalición que perpetra masivos bombardeos a Libia, en nombre de la autodeterminación de los pueblos, el imperio del estado de derecho y el respeto a los derechos humanos, bajo el pretexto de proteger a la población civil.

Y agregó de su cosecha:

«Quién bombardea a su pueblo, no merece permanecer en el poder».

Qué extraño. Parece que este personaje no se percató del bombardeo a La Moneda; o al menos, durante 17 años no dijo una sola palabra al respecto. Es que el discurso del poder da para todo.

Pero más desafortunada fue, si cabe, fue la performance de ambos estadistas respecto de los procesos de emancipación que están cursando en distintos países de América Latina.

De entrada, a juzgar por su diagnóstico, míster Obama se equivocó de continente:

«América Latina está en paz. Las guerras civiles han terminado. Las insurgencias han sido rechazadas. Viejas disputas fronterizas han sido resueltas. En Colombia, grandes sacrificios por ciudadanos y fuerzas de la seguridad han restaurado un nivel de seguridad que no se veía desde hace décadas. Y así como los viejos conflictos se han desvanecido, también lo han hecho las anacrónicas pugnas ideológicas que a menudo los alimentaban».

Ya que Obama lo menciona, en Colombia la guerra civil se ha intensificado hasta grados extremos con la política de seguridad democrática iniciada por Alvaro Uribe, financiada por los planes Colombia y Patriota de los Estados Unidos, en virtud de los cuales las violaciones de los derechos humanos atribuidos al Ejército, el paramilitarismo y diversas fuerzas de seguridad, se han multiplicado de manera exponencial.

Y por si no lo sabe, lo que es dudoso, Bolivia mantiene una secular demanda marítima contra el país de su sonriente anfitrión, quién no ha hecho sino darle largas al asunto, al punto que su homólogo boliviano decidió recurrir a tribunales internacionales; como por lo demás ya lo había hecho su homólogo peruano. Menos mal que las viejas disputas fronterizas han sido resueltas, por que a la de no…

Luego, prosiguió con el «ninguneo» de rigor, como también se dice en Chile:

«En toda la región, vemos democracias dinámicas, desde México hasta Chile y Costa Rica. Hemos visto transferencias pacíficas de poder, desde El Salvador hasta Uruguay y Paraguay».

Con esa arbitraria y segada enumeración, Obama le propinó, a sabiendas, un gratuito desaire diplomático a las embajadoras de Nicaragua y Venezuela, y al embajador de Ecuador, cuya presencia en la sala no podía ignorar.

¿Qué lección de democracia le puede dar Estados Unidos a Nicaragua, país contra el cual financió a una guerrilla contrarrevolucionaria para desalojar del poder a una fuerza política que lo recuperó de una manera impecablemente democrática, pese a los consabidos intentos de desestabilización provenientes de los servicios secretos norteamericanos?

¿Qué lección de democracia puede darle Estados Unidos a Venezuela y Ecuador, a cuyos gobiernos intentó desalojar mediante sendos intentos de golpes de Estado; a pesar de que han sido legítimamente elegidos, de que cuentan con el apoyo de sólidas mayorías y que han construido su estructura institucional por medio de plebiscitos constitucionales?.

Y, en rigor ¿qué lección de democracia pueden darle Chile y Estados Unidos a cualquier país del mundo, si sus gobiernos son elegidos por menos del 40% de la población electoral; y sus parlamentos están constituidos por sistemas electorales que privilegian a dos partidos o coaliciones, distorsionan la voluntad popular e impiden la representación de las minorías?.

¿Y quién dijo que es mejor una democracia representativa, donde participa menos del 40% de la población electoral, la cual carece de otra opción de la que le propongan los dos partidos o coaliciones, que una democracia participativa, donde vota más del 90% de la población, como es el caso de Cuba?.

Esto a propósito de que en dicho caso Obama pasó del ninguneo a la amenaza apenas velada, detrás de la vieja política del palo y la zanahoria:

Palo: «Nunca flaqueemos en nuestro respaldo del derecho de los pueblos de determinar su propio futuro, y eso incluye al pueblo cubano.

Zanahoria: «Desde que asumí el mando, he anunciado los cambios más significativos en varias décadas a la política de mi país hacia Cuba. Hemos posibilitado que los cubanoamericanos visiten y apoyen a sus familias en Cuba. Estamos permitiendo que los estadounidenses envíen remesas para darle cierta esperanza económica a gente en toda Cuba, como también más independencia de las autoridades cubanas».

Amenaza: «En el futuro, continuaremos buscando maneras de aumentar la independencia del pueblo cubano, que tiene derecho a la misma libertad que todos los demás en este hemisferio. A la vez, las autoridades cubanas deben tomar considerables medidas para respetar los derechos básicos del pueblo cubano, no porque Estados Unidos insiste en ello, sino porque el pueblo cubano lo merece».

En lo demás, ninguna referencia al prolongado bloqueo, ninguna a la actividad terrorista de las mafias cubanas de Miami, ninguna a la prolongada e injusta prisión de los cinco héroes cubanos en cárceles de alta seguridad.

Aparte de que son presidentes, basquetbolistas, de Harvard, zurdos y con mujeres bellas; resulta que Obama y Piñera comparten otra característica: ambos como presidentes borran con el codo lo que escribieron con la mano como candidatos.

A través de las inefables páginas de El Mercurio, Obama había generado expectativas de que en su Discurso a las Américas propondría un nuevo trato, una «alianza igualitaria» que muchos analistas anticiparon como una rediviva Alianza para el Progreso.

El locuaz anfitrión agregó de su cosecha el llamado a su homólogo a recuperar el tiempo perdido desde el gobierno de Bush padre en materia de libre comercio, y manifestó su esperanza de que el Discurso a las Américas contendría «una alianza 2.0, donde todos seamos iguales» y «no una alianza asistencialista».

Cualesquiera hayan sido las expectativas, fracasaron entre una retórica regionalista, anuncios intrascedentes o tautológicos, y ausencia casi absoluta de medidas concretas,

Ejemplo de lo primero: «América Latina no es el viejo estereotipo de una región en conflicto perpetuo ni atrapada por ciclos interminables de pobreza. De hecho, el mundo debe reconocer que América Latina es la región dinámica y en crecimiento que verdaderamente es. (…) Y cada vez más, América Latina está contribuyendo a la prosperidad y seguridad mundial. Como consuetudinario participante de las misiones de paz de las Naciones Unidas, los países latinoamericanos han ayudado a evitar conflictos desde África hasta Asia. (…) Esta es la América Latina que veo hoy, una región que avanza, orgullosa de su progreso y lista para asumir un papel más importante en el mundo. Por todas estas razones considero que América Latina es más importante que nunca antes para la prosperidad y seguridad de Estados Unidos.

De lo segundo: «En todo el continente, los padres quieren que sus hijos puedan correr y jugar, y saber que vendrán a casa a salvo. Los jóvenes quieren una educación. Los padres quieren la dignidad que se deriva del trabajo, y las mujeres quieren las mismas oportunidades que sus esposos. Los empresarios quieren la oportunidad de comenzar un negocio nuevo. Y la gente en todas partes simplemente quiere ser tratada con la dignidad y el respeto al que tiene derecho todo ser humano. Estas son las esperanzas simples pero profundas que abrigan en el corazón millones en todo el continente americano».

Y de lo tercero: «Creo que hoy en día, en el continente americano, no hay socios principales ni socios secundarios; hay socios con igualdad de condiciones. Pero las sociedades equitativas, a su vez, exigen un sentido de responsabilidad compartida. Tenemos obligaciones recíprocas, y hoy en día, Estados Unidos trabaja con países en este hemisferio para cumplir con nuestras responsabilidades en varias esferas importantes».

¿Y cuales son esas responsabilidades, en esas importantes esferas?

Según la alianza 2.0 propuesta por Obama, se reducen a:

– Aumento del respaldo -en equipo, capacitación y tecnología que las fuerzas fronterizas, policiales y de seguridad necesitan- en países como México y Colombia, azotados por el flagelo del narcotráfico.

– En materia de libre comercio, avances en acuerdos de «cielos abiertos» con aquellos países con los que no los tiene; en el Acuerdo Transpacífico -que incluye a Chile y Perú- para competir con los mercados -ya no se les dice países- de la región del Pacífico Asiático, y en acuerdos de libre comercio con Panamá y Colombia.

– Aumento del crédito del Fondo de Crecimiento con Microfinanciación para las Américas (Microfinance Growth Fund for the Americas).

– Apoyo a reformas tributarias de cuño neoliberal.

– Creación de «Vías a la Prosperidad» («Pathways to Prosperity»), programa de capacitación sobre microcréditos y capacidad empresarial.

– Alianza de las Américas para la Energía y el Clima (Energy and Climate Partnership of the Americas).

– Programa para aprovechar el poder de los medios sociales y redes en línea.

– Programa de intercambio de cien mil estudiantes de Estados Unidos en América Latina, y de cien mil estudiantes de América Latina que estudien en Estados Unidos.

En suma, zarandajas y bagatelas que representan poco más que las cuentas de vidrio con que los conquistadores europeos comerciaban con los nativos.

El Discurso a las Américas de Obama fue tan pobre, que salvo aisladas referencias coincidentes en la decepción generalizada entre los representantes de la elite local presente en el Centro Cultural Palacio La Moneda, fue casi ignorado por la prensa internacional.

En el propio Estados Unidos, según la agencia AP, la cobertura de la gira de Obama por los tres países latinoamericanos, fue virtualmente inexistente.

En el mismo despacho, el presidente del Diálogo Interamericano, Michael Shifter, señaló: «el hecho de que el viaje coincidiera con la crisis en Libia, además de que no ocurrieran hechos noticiosos sobre temas latinoamericanos, significó que la cobertura periodística fuera escasa y que una vez más los estadounidenses perdieran una oportunidad para aprender sobre sus vecinos».

Una síntesis magistral. Pero eso no significa que los chilenos no creyeran haber participado en un acontecimiento de nivel mundial, y que su jocoso Presidente haya entendido de que la visita de Obama fue «un reconocimiento a lo que los chilenos juntos hemos construido en materia de perfeccionar y consolidar nuestra democracia, avanzar en el desarrollo económico, reducir la pobreza y las desigualdades excesivas»; que el Discurso a las Américas, «marca una nueva visión de lo que deben ser las relaciones entre Estados Unidos y América Latina», y que Chile «acepta esta nueva relación de igualdad, en la que todos tenemos que contribuir».

Ocurre que, a fin de cuentas, el discurso del poder es como bolsillo de payaso: admite de todo, con la innegable ventaja de que no exige prueba de realidad, porque su función es precisamente, construir realidad. Lo único que requiere para funcionar es la repetición como un mantra, a través de la apabullante unanimidad de los medios de comunicación del sistema.

– Fuente: http://www.diarioreddigital.cl/index.php?option=com_content&view=article&id=2947:obama-en-chile-la-alquimia-del-discurso-del-poder&catid=53:analisis&Itemid=69