Traducido para Rebelión por Loles Oliván
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, aún no ha comprendido plenamente la esencia de las revoluciones que se han puesto en marcha en el mundo árabe. Parece que se cree de verdad que los pueblos que se movilizan por la democracia en la región se están posicionando a favor de Occidente, cuando no de Israel.
«Todas las fuerzas que estamos viendo en funcionamiento en Egipto son fuerzas que, naturalmente, deben alinearse con nosotros, deben alinearse con Israel, si tomamos las decisiones correctas en este momento y comprendemos bien esta especie de azote de la Historia», dijo Obama recientemente ante un grupo de demócratas en Florida.
No sé cómo ha llegado Obama a esta conclusión pero, o está terriblemente mal informado, o le ha dado un arrebato de ilusión.
Sus declaraciones, sin embargo, se hacen eco de las valoraciones de muchos expertos estadounidenses, algunos de los cuales han celebrado el hecho de que las consignas antiisraelíes o antiestadounidenses no hayan dominado en los recientes levantamientos y en los que están en marcha.
Es cierto que los manifestantes no se están centrando en Israel. Pero afirmar que esas fuerzas podrían ser aliadas naturales de Israel y de Occidente es dar un salto enorme en una evaluación muy errónea de la situación. El presidente de Estados Unidos está interpretando mal el mensaje de las protestas de las masas árabes.
Reescribir la Historia
De Túnez a Egipto y a Bahréin, y en muchos otros lugares en medio, los manifestantes han reivindicado gobiernos libres y responsables. Décadas de amarga experiencia les han demostrado que los gobiernos no representativos están dispuestos con frecuencia a aceptar -o al menos no son capaces de hacer frente a- la subordinación a Occidente, y particularmente el diktat político y económico de Estados Unidos.
El tratado de paz de 1979 entre Israel y Egipto, por ejemplo, no fue firmado por un gobierno árabe democrático sino que se alcanzó a pesar de la fuerte oposición -que persiste hasta hoy en día- en el país más grande del mundo árabe. Del mismo modo, es poco probable que los Acuerdos de Camp David de 1978 se hubieran firmado si hubiera dependido del pueblo egipcio que, sin inmutarse por la alianza de los sucesivos gobiernos de Egipto con Washington y por sus estrechos vínculos con Tel Aviv, ha seguido resistiendo todos los intentos de imponer la normalización de las relaciones con Israel.
Durante años, el pueblo egipcio ha demostrado en varias ocasiones -a través de manifestaciones, de sus medios de comunicación e incluso en su cine- que se opone a la política de Estados Unidos para la región y a la agresión israelí contra los palestinos.
Sin embargo, ahora algunos analistas, funcionarios y ex funcionarios estadounidenses tratan de reescribir la Historia -y, posiblemente, convencerse a sí mismos en el proceso- al afirmar que la animadversión popular hacia Israel era simplemente un producto de los esfuerzos del régimen de Mubarak para desviar la atención de sus propios vicios.
Jackson Diehl, columnista de The Washington Post, incluso ha culpado al antiguo régimen egipcio de mantener deliberadamente la paz fría con Israel desafiando en repetidas ocasiones a Estados Unidos. «Imagínense un Egipto que constantemente se opone a Occidental en los foros internacionales a la vez que hace campaña sin tregua contra Israel. Un gobierno que siembra en sus medios de comunicación el vil antisemitismo, que bloquea las relaciones con Israel congelándolas, y que tiene por costumbre rechazar públicamente la injerencia en sus asuntos de Estados Unidos. Un régimen que permite a Hamas importar toneladas de municiones y cohetes iraníes en la Franja de Gaza», escribía Diehl sobre el régimen de Mubarak en un artículo publicado el 14 de febrero.
Diehl parece pensar que un Egipto democrático será más amigable con Estados Unidos e Israel que lo que él considera una dictadura insuficientemente cooperativa. La misma idea ha presentado Condoleezza Rice, ex secretaria de Estado estadounidense, quien ha argumentado que el miedo de Mubarak a la «calle árabe» le impedía asumir enteramente la política de Estados Unidos hacia el conflicto palestino-israelí. Pero de lo que Rice y otros no parecen darse cuenta -a pesar de que sus declaraciones lo reconocen implícitamente- es que las supuestas deficiencias de Mubarak reflejan su comprensión de que no podía ir más allá en su apoyo a la política estadounidense sin provocar la ira popular.
Los regímenes árabes siempre han tratado de apaciguar a la oposición apoyando de boquilla a la causa palestina porque entienden el lugar que ocupa en el imaginario árabe. Y mientras que las revoluciones han revelado que esa táctica ya no es suficiente para mantener acorraladas a las fuerzas de oposición, es un error suponer que el nuevo estado de ánimo árabe concuerda de alguna manera con una posición más amigable hacia un país que sigue ocupando la tierra palestina y desposeyendo al pueblo palestino.
La definición de la democracia
Este tipo de interpretación errónea de la situación no se deriva de hechos sino de una actitud orientalista que ha dominado el pensamiento y gran parte de los medios de comunicación estadounidenses. En la cultura política imperante de Estados Unidos el apoyo a la política de Washington se considera sinónimo de pensamiento y comportamiento democráticos, mientras que oponerse a la perspectiva de Estados Unidos e Israel se considera propio del retraso de «mentes cautivas». De acuerdo con esta perspectiva, una mentalidad de victimismo imaginado alimenta «el odio» y la resistencia contra Israel.
Pero, de hecho, es este pensamiento el que resulta absolutamente antidemocrático. Si asumimos que los valores democráticos son valores universales y que se alejan de una interpretación etnocéntrica occidental, nos daremos cuenta de que el rechazo de la ocupación es totalmente coherente con las ideas de libertad y dignidad humanas -dos componentes supuestamente integrantes del pensamiento democrático. Del mismo modo que rechazar la discriminación racial afirma la creencia en la libertad, así ocurre con la negativa a aceptar simplemente las ocupaciones israelí y estadounidense de tierras árabes y la subordinación del pueblo árabe. Así que a menos que Obama esté hablando de poner fin a la ocupación de Estados Unidos en Iraq y de la ocupación israelí de Palestina, ¿por qué debería imaginarse que los revolucionarios árabes que se han levantado contra sus opresores serán aliados naturales de Estados Unidos?
Sin embargo, algunos funcionarios y expertos estadounidenses están en busca de algún tipo de interpretación que les permita escindir el apoyo de Estados Unidos a la ocupación israelí de las relaciones estadounidenses con el mundo árabe. Al afirmar que la cuestión de Palestina ya no es un asunto central en el pensamiento árabe se imaginan que Estados Unidos puede simplemente imponer una «solución» que garantice la hegemonía israelí en la región y que alcance escasamente a aceptar el derecho del pueblo palestino a ejercer la libre determinación.
Los que en Washington y en Tel Aviv han tratado de minimizar el papel de la causa palestina en la política árabe harían bien en leer un artículo del famoso blogger y activista egipcio Hossam el-Hamalawy en The Guardian, en el que argumenta que las manifestaciones de solidaridad con la Intifada palestina en 2000 y las protestas en 2003 contra la guerra de Estados Unidos contra Iraq fueron las precursoras de la revolución egipcia.
La ilusión de que los movimientos contra la injusticia de la dictadura y la injusticia de la ocupación se contradicen entre sí de algún modo, refleja una mala interpretación grave de los sentimientos de las masas árabes -a menos, claro está, que Obama no esté esperando utilizar este viciado razonamiento para justificar el mantenimiento en la región de políticas igualmente viciadas.
Fuente: http://english.aljazeera.net/
rCR