Bravo por Barack Obama. En su mensaje, no solo a nuestros compatriotas -evidentemente tuvo que mezclar aceite y vinagre, y hablar incluso para quienes en EE.UU. deploran el camino de apertura hacia la Isla iniciado por su administración-, el hombre mostró temple de estadista de talla. No porque hizo pasar por improvisado -algo muy de […]
Bravo por Barack Obama. En su mensaje, no solo a nuestros compatriotas -evidentemente tuvo que mezclar aceite y vinagre, y hablar incluso para quienes en EE.UU. deploran el camino de apertura hacia la Isla iniciado por su administración-, el hombre mostró temple de estadista de talla.
No porque hizo pasar por improvisado -algo muy de moda en el mundo globalizado- un discurso leído en «telepronter» casi indistinguible para el público, sino porque de golpe y porrazo intentó borrar un aserto de la filosofía más confiable y vino a ofrecer un opíparo banquete retórico sobre la llamada por los liberales «libertad negativa», o sea aquella cuyo centro no tiene nada que ver con la «intromisión del Gobierno en mi vida». Como han explicado politólogos de fuste, es el territorio social donde el individuo puede hacer lo que quiera sin que los demás interfieran, sin que obstaculicen su propio movimiento. Implicaría, entonces, la ausencia de coacción, de involucramiento ajeno.
Menuda lección a los cubanos, ¿no?, la libertad individual que nos etiqueta y «sugiere» el augusto presidente de Norteamérica, situada mayormente en el plano político -aunque la propiedad privada fue exaltada, en detrimento de la colectiva-. Si acaso alguna que otra tibia mención a ámbitos fundamentales que desempeñan el papel de presupuestos a la ontología social: los de la economía y el poder, que la atraviesan.
Afortunadamente, este es un pueblo que piensa. Y aun muchos de los que no han leído atentamente a Marx intuyen en el espacio laboral del capitalismo -los Estados Unidos, al frente- algo que no aparece de momento en la superficie observable, una nítida ausencia de libertad, de democracia y de derechos humanos, cuya posibilidad se da tanto en las relaciones de poder inherentes a las relaciones de producción como a un tipo de organización general al que es consustancial el escalonamiento, la jerarquía, el autoritarismo y el disciplinamiento. Y se sabe: conforme a un reputado pensador, «no hay capital sin jerarquía, no hay capitalismo sin autoritarismo».
¿Que Cuba no cumple totalmente con todos los derechos humanos preceptuados? Raúl respondió con una pregunta contundente: ¿Qué país lo hace? Si estos son concretos, contextuales, y por tanto se desenvuelven y perfeccionan en el tiempo. No olvidemos -y regresemos al lado de allá del estrecho de la Florida- que, en realidad, en una sociedad dividida en clases, asuntos como el mencionado y otros, entre ellos la libertad de expresión, existen para los poseedores de los medios de producción; pero desde una perspectiva socialista son para la gran mayoría.
Aquí, resulta obvio, no todo es perfecto. Debemos conseguir en la práctica, cada vez más, los enunciados que la democracia capitalista solamente es capaz de contemplar en teoría; no olvidemos que ese sistema lleva a niveles sumos la separación del espacio público y el privado, porque, decíamos en una ocasión, citando autoridades, el Homo economicus se refugia en su vida egoísta, delegando su interés político en un «especialista», sobre cuyo mandato solo influirá en el momento del voto.
Y para nadie deviene secreto que la Revolución, el Partido, procuran con denuedo alcanzar la plenitud del socialismo realizando el ideal. Asumiendo cabalmente la democracia directa. Haciendo todo lo posible por que la ciudadanía se involucre en el proceso de originar política, eso que muchos denominan socialización del poder, empoderamiento.
Pero, ¿de quiénes? ¿De aquellos que en su fuero interno considera Obama? Ese mismo Obama que insiste en soslayar la tradición de brega, como si uno fuera de una vez por todas, cuando uno siempre está siendo. Como alguien recordaba, los que olvidan la historia correrán el inevitable riesgo de repetirla.
Indiscutiblemente, a las alocuciones del mandatario visitante se les pueden endilgar numerosas objeciones, solo que, buenos anfitriones, ensalcemos la valentía de venir, contra viento y marea, el arrojo del acercamiento, y tal vez hasta la inteligencia con que echa a un lado el modo burdo de predecesores presidentes norteamericanos. Y a este, que dio el paso acuciado por el más de medio siglo de resistencia de Cuba, y que ha sido honesto al puntualizar que el cambio de estrategia se debe a ello y al aislamiento internacional de Washington; a este, a quien Raúl, como Fidel, ha tendido la rama de olivo, reconozcámosle que aludió públicamente a logros de nuestra tierra… Sin embargo, seamos cautos. Al parecer se cumple el sempiterno ciclo de alternancia del madero y la zanahoria, cosa que no consigue ocultar ese maestro en el arte de leer en el «telepronter» como si estuviera improvisando.
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