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La política interior eclesiástica del papa Juan Pablo II: el Opus Dei

«Obeceder o marcharse»

Fuentes: Rebelión

He leído en Rebelión el comentario de Carlos Fernández Liria sobre la película «Camino» de Javier Fresser y me he acordado de aquel excelente libro que un día escribió Hubertus Mynarek sobre el papa Wojtyla, que se titula «Balance un un pontificado» y que fue censurado y cuya publicación fue impedida por la Iglesia católica. […]

He leído en Rebelión el comentario de Carlos Fernández Liria sobre la película «Camino» de Javier Fresser y me he acordado de aquel excelente libro que un día escribió Hubertus Mynarek sobre el papa Wojtyla, que se titula «Balance un un pontificado» y que fue censurado y cuya publicación fue impedida por la Iglesia católica. En el capítulo 5 habla de la relación del papa Juan Pablo II y el Opus. Y dice cosas muy sabrosas. Yo, que lo he traducido, mediante Rebelión les pongo a su alcance y tal vez les sirva para entender la buena película de Javier Fresser y algunas otras cosas más.

Mikel Arizaleta

Karol Wojtyla seguro que no pasará a la historia como un gran papa pero sí como un fundamentalista grande y celoso. También fueron grandes fundamentalistas otros papas del siglo XX, como por ejemplo Pío XI y Pío XII o Pablo VI.1 El papa Wojtyla se distinguió de ellos sobre todo por el apoyó y la promoción extraordinariamente fuerte de agrupaciones y sociedades tipo sectas en la Iglesia, en las que veía en su disciplina férrea y en el celo carismático de la fe un instrumento excelente, con gran probabilidad incluso el más importante para la consolidación de la estructura jerárquica de la Iglesia y para combatir a sus enemigos de dentro y de fuera. El hijo preferido del papa entre estas agrupaciones fue la organización secreta de dentro de la Iglesia denominada Opus Dei (literalmente: obra de Dios). Fue fundada en España en 1928, en el país en el que en tiempos la Inquisición causaba estragos, y colaboró tras 1939 de la manera más efectiva con el régimen fascista de Franco. Colaboró tan bien que se infiltraron de modo sistemático en todos los ámbitos importantes de la economía española, de las finanzas y de la política interna. Diez ministros del caudillo Franco fueron miembros o simpatizantes del Opus Dei. Pero España ya no es el mundo, y el centro de la Iglesia católica no es ni Madrid ni Barcelona sino Roma. Había que expansionarse. Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, por eso trasladó en 1946 la central de la organización de Madrid a Roma. El papa Pío XII, cuando menos en parte admirador de los sistemas fascistas de Mussolini, de Franco y Hitler, que para él representaban un baluarte contra el bolchevismo ateo, expendió pronto después, en 1950, al Opus Dei la aprobación canónica como «Instituto secular» de la Iglesia católica. Pero él no promocionó esta institución tan ilimitada e incondicionalmente como Juan Pablo II. Un papa liberal como Juan XXXIII se mostró ante ellos incluso claramente escéptico y evitó rigurosamente su revalorización dentro de la Iglesia. Esto lo asumió de manera grandiosa y exagerada el papa polaco:

El 28 de noviembre de 1982 Juan Pablo II elevó al Opus Dei a la categoería de «prelatura personal». A un laico esto le dice poco, pero conocedores de la movida de la Iglesia entienden que la elevación de una institución a prelatura personal significa concederle una supremacía increíble. El status canónico único del Opus Dei consiste, entre otras cosas, en que ahora hay un obispado autónomo, fundamentado no en base territorial sino en base personal, es decir se escapa ampliamente a las posibilidades de control por parte de los obispos diocesanos y de las conferencias nacionales episcopales. Puede hacer alarde de rendir cuentas sólo al papa; tampoco está sometido a la Congregación romana de religiosos e institutos seculares y, por tanto, se halla separado o desgajado del derecho regular. Ahora puede emprender, independientemente de los seminarios episcopales de sacerdotes y cenobios, el adiestramiento específico y riguroso en el Opus Dei de sacerdotes y laicos mediante seminarios de formación propios. Ahora, canónicamente revalorizado y asegurado, se puede dedicar más y más combativamente que hasta ahora a la consolidación de su peligroso papel como «estado dentro del estado», como «Iglesia dentro de la Iglesia». Nada extraño que el cardenal Sebastiano Baggio, un simpatizante y promotor del Opus Dei, denominara la decisión del papa del 28 de noviembre de 1982 como «histórica», y otro influyente patrocinador de la organización la calificara como «un hito en la evolución» del Opus Dei2.

Wojtyla estaba obligado a agradecer al Opus Dei porque los cardenales, cercanos a la obra o pertenecientes a la misma, habían contribuido fuertemente a su elección como papa. Por eso el papa comunicó en manuscrito al secretario general del Opus Dei, Álvaro del Portillo -cabeza suprema de esta organización- a los pocos días de su elección que también él, el papa, considera un status del Opus Dei, nuevo y canónicamente superior, como una «necesidad inaplazable». Portillo recogió el guante y se aferró a él de inmediato. Y en carta del 23 de abril de 1979, conocida por una indiscreción, manifesta al papa la fuerza y el influjo del Opus Dei, que «ofrece a la Santa Sede la posibilidad de disponer, de la forma más eficaz, de un cuerpo móvil de sacerdotes y laicos, donde quiera fermento espiritual y apostólico poderoso de vida cristiana; esto sobre todo en los ámbitos de la sociedad y en la vida profesional, donde hoy no es fácil llegar de manera apostólicamente incisiva con los medios normales a disposición de la Iglesia».

El Opus Dei actuaba en 87 países, recalcaba su jefe en esta carta, en 479 universidades y facultades superiores, en 604 periódicos, revistas y publicaciones científicas, en 52 radios y centros televisivos, en 38 agencias de noticias y publicidad, en 12 sociedades de producción y distribución de cine3 .

Por tanto, ningún milagro que Juan Pablo II, desoyendo la queja de algunos obispos, impusiera la supremacía canónica del Opus Dei como prelatura personal y garantizara a su jefe también gran influjo en el Vaticano. Álvaro del Portillo es a la vez miembro en varios «ministerios» de la curia romana y comprometido activamente en la Congregación por el clero, a la que compete la dirección pastoral y legal del clero mundial, en la Congregación para las beatificaciones y santificaciones y en la Comisión papal para los instrumentos de comunicación social».

Ya tenemos el poderoso reino, al gran poder e influjo del Opus Deis santiguado por la instancia suprema de la Iglesia. El gran empeño de «la obra divina», coronado repetidas veces con éxito, se dirige a todas las palancas importantes de mando de los Estados y gobiernos, de las sociedades, consorcios económicos, empresas industriales, bancos, universidades y demás facultades superiores para estar representados por su propia gente, absolutamente obediente a la «obra» y así influir en la política, economía, finanzas y sociedad del mundo para acrecentar su propio poder y sus objetivos reaccionarios, sumamente conservadores, fundamentalistas y autoritarios. El Opus Dei, como se ha visto, está ya presente en un ámbito de medios no insignificante en casi todos los Estados. Existen conexiones fuertes e influyentes con la banca de Zúrich, donde militantes de esta organización se sientan en los consejos de administración de numerosos e importantes bancos. También las finanzas del Vaticano son administradas en gran parte por representantes del Opus Dei. Juan Pablo II colocó a gente fiel y discreta del Opus Dei en posiciones importantes del banco Vaticano, del denominado oficialmente Instituto para las Obras de Religión (IOR), tras conocerse el enredo del Vaticano en los muchos escándalos financieros. De esto hablaremos sobre todo en el capítulo 7. Las organizaciones extraeclesiales como «Scientology» o la Secta Mun, calificadas como extremadamente peligrosas y combatidas vehementemente por los encargados de las sectas en la Iglesia, disponen de bastante menos influjo político, económico y financiero que el Opus Dei.4

El mismo papa se rodeó prioritariamente de gente del Opus Dei. En su entorno cercano y muy próximo se puede encontrar un centenar entre miembros y mecenas de esta organización. Una cuarta parte de ellos son miembros de Ministerios del Vaticano, las denominadas Congregaciones de la Curia, de Comisiones papales y de Instituciones vaticanas. Toda una serie de cardenales simpatiza con el Opus Dei, lo promocionan resueltamente o pertenecen a él directamente, por ejemplo Angelo Sodano, cardenal y secretario de Estado, es decir el hombre al frente de todo el aparato administrativo de la curia del estado Vaticano y, tras el papa, la persona de más alto rango en la Iglesia, el ya mencionado cardenal Bagglio, antiguo prefecto de la Congregación de los obispos, ahora portador del título «Camerlengo de la santa Iglesia romana», el cardenal Silvio Oddi, el cardenal Antonio M.J. Ortas responsable del archivo secreto vaticano, el cardenal Pietro Palazzini prefecto de la Congregación de las canonizaciones, el cardenal Josef Tomko prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, el cardenal Alfonso López Trujillo presidente del Consejo papal de la familia y miembro de la Comisión pontificia para Latinoamérica, el cardenal Joachim Meisner arzobispo de Colonia, la diócesis financieramente más fuerte del mundo5.

El papa promocionó también el avance del Opus Dei en la jerarquía de las iglesias locales católico-romanas. A lo largo de su pontificado nombró a docenas de sacerdotes del Opus Dei obispos titulares de diócesis y obispos auxiliares, sobre todo en Latinoamérica, como contrapeso a la teología de la liberación, pero también en Europa, África y Asia. En resumen, hay que admitir el juicio del profesor de derecho canónico Knut Walf de la universidad de Nimega cuando dice: El Opus Dei se «ha expandido como una mancha de aceite sobre toda la Iglesia católica»6.

La simpatía, sí, la afinidad y empatía entre Juan Pablo II y el Opus Dei se debe a muchas razones e incluye muchos aspectos. En los objetivos y estrategia de este papa siempre colocó al Opus Dei como modelo e ideal a realizar por la Iglesia. En la organización severa y jerárquica de la «obra de Dios» siempre vio el modelo para la consolidación de las estructuras de dominio eclesial antidemocrático, continuamente impulsado por él. La increíble importancia de la obediencia y la disciplina en las observancias regulares del Opus Dei concuerda exactamente con la supremacía de la obediencia sobre todas las demás virtudes cristianas de su Catecismo universal y de su Codex iuris canonici (véase cap. 4). Como lema de estas dos grandes ediciones del papa podía ser uno de los 999 axiomas apodícticos y órdenes de marcha de los que se compone el libro más importante del fundador del Opus Dei, Camino, y al mismo tiempo el libro principal, manual de este movimiento: «Obedecer…, camino seguro.- Obedecer ciegamente al superior…, camino de santidad.- Obedecer en tu apostolado…, el único camino: porque, en una obra de Dios, el espíritu ha de ser obedecer o marcharse».7

Al papa polaco, a quien -como ya hemos visto en el capítulo 1- le imponían desde la más tierna infancia el orden y la disciplina, tuvieron que impresionarle extraordinariamente otras normas de Escrivá sobre la obediencia: «Obedeced, como en manos del artista obedece un instrumento -que no se para a considerar por qué hace esto o lo otro- seguros de que nunca se os mandará cosa que no sea buena y para toda la gloria de Dios»(617), o: «La infancia espiritual exige la sumisión del entendimiento, más difícil que la sumisión de la voluntad» (856)8. Aquí prácticamente no existe diferencia con la exhortación: «Al entrar quítense los zapatos y depositen la razón», que se dice en el letrero de entrada de Ashram de los discípulos Bhagwan, tan vehemente combatidos por los encargados de las sectas de la Iglesia. En ambos casos la razón se deposita en el gurú o en el guía espiritual, pues según Escrivá de Balaguer «él posee sobre todo más gracia, una gracia especial, gracia de estado, que es luz y ayuda poderosa de Dios» (457), y por tanto rige aquello de: «¿Quién eres tú para juzgar con el acierto del superior?(457)… No desaproveches la ocasión de rendir tu propio juicio»(177).

A la obediencia incondicional exigida en el Codexs iuris canonici y en el Catecismo universal frente al «gobierno santo» (=jerarquía) de la Iglesia no sólo pertenece el sacrificio del entendimiento de parte del pueblo creyente de a pie sino también, en última consecuencia, el despojarse del sentimiento y de la convicción, el no ser -tras la ofrenda de la razón- ya nada más por uno mismo. El papa polaco no lo dijo tan claro en sus publicaciones, pero el apoyo diverso y persistente del Opus Dei durante su pontificado permite sospechar grandemente que también las siguientes explicaciones del fundador del Opus Dei respirarían el espíritu de Wojtyla, ella son, aunque terriblemente despreciadoras de la persona, sólo la última consecuencia de la exigencia de obediencia absoluta, reclamada también por el papa:

«No olvides qué eres…el depósito de la basura… Humíllate: ¿no sabes que eres el cacharro de los desperdicios?» (592) (…) «Si te conocieras, te gozarías en el desprecio»(595). (¡Qué gran contraste con el famoso dicho de Nietzsche, que el alma distinguida tiene respeto de sí misma!). En realidad «estarías, continúa el fundador del Opus Dei, de continuo con la boca en tierra, en postración, como un gusano sucio, feo y despreciable… delante de ¡ese Dios! que tanto te va aguantando»(597). Pues: «Eres polvo sucio y caído»(599). Sin embargo: Al creyente obediente se le promete grandes cosas, pero tanto por el papa como por Escrivá sólo por este camino de autoinculpación como basura, suciedad y gusano: «si tu humildad te lleva a sentirte eso -basura: ¡un montón de basura!-, aún podremos hacer de toda la miseria algo grande»(605).

Juan Pablo II se dejaba festejar gustoso en sus viajes como «padre universal». Y esto se vio especialmente claro en el festival mundial de la juventud en Manila (Filipinas), donde casi cuatro millones de jóvenes vitorearon al papa como al gran «superpadre». Pero el reverso y la base del culto a la persona es la infantilidad de los creyentes. Nuevamente el fundador del Opus expresa con nitidez lo que también el papa debió tener muy presente cuando ratificó y saludó con fuerza el culto de los creyentes como padre: «Sé pequeño, muy pequeño.- No tengas más que dos años, tres a lo sumo.- Porque los niños mayores son unos pícaros que ya quieren engañar a sus padres con inverosímiles mentiras. Llevan ya la maldad, el germen del pecado»(868). (…). «No quieras ser mayor.- Niño, niño siempre, aunque te muertas de viejo»(870). (…) «El niño débil, si es discreto, procura estar cerca de su Padre»(880). Infaltil, dependiente, sometido, un yo débil, sí, los individuos que entregan su yo son el ideal del Opus Dei, que el papa Wojtyla encontraba como bueno, como modelo de actuación de la evangelización de los hombres en nuestro planeta. El cardenal Meisner, el amigo y colaborador fiel de Wojtyla en Alemania, a quien en contra de los creyentes y del cabildo capitular elevó Wojtyla a la silla arzobispal de la diócesis de Colonia, respecto a esto formuló con gran precisión lo que piensan y a lo que tienden tanto el papa como también el Opus: «Forma parte de las herejías más grandes creer que la meta de los cristianos es la autorrealización… Nuestra vocación es la autodisminución».

Todavía resuenan en todos los oídos los continuos advertencias del papa sobre nuestra sociedad de consumo imparable y sin freno, que se hunde en el cenagal de una cultura de letargo y muerte. El fundador del Opus Dei fue también ahí grosero y tuvo muy poco gusto en la formulación de lo pensado por ambos:

«¡Qué pena dan esas muchedumbres -altas y bajas y de en medio- sin ideal!- Causan la impresión de que no saben que tienen alma: son… manada, rebaño…, piara…, convertiremos la manada en mesnada, el rebaño en ejército…, y de la piara extraeremos, purificados, a quienes ya no quieran ser inmundos» (914).

Para ello, según opinión unánime de Wojtyla y Escrivá, se necesita un equipo de dirección, una vanguardia, un «estado mayor de Cristo» que conduzca al «ejército de Cristo». Este equipo de dirección forman los príncipes de la Iglesia, que viven en celibato, es decir los sacerdotes del Opus Dei, mientras que el matrimonio es para el ejército, para el pueblo de a pie.

Donde hay un estado mayor y un ejército merodean cerca también la guerra y sus «virtudes». El santo y seña para esta guerra santa misionera es: «¡camino arriba!, con santa desvergüenza»(44). (…) «El pleno de santidad que nos pide el Señor está determinado por estos tres puntos: La santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza»(387). En definitiva se trata de la «operación de Dios» misma, de fortalecer a la Iglesia debilitada, de parar la apostasía de la fe y de plantar cara al espíritu del siglo. La lucha al servicio de Dios y de la Iglesia es para el fundador del Opus Dei una guerra santa. Las fórmulas, que usa para ello, son militares: «No me olvides que Cristo tiene también «milicias y gente escogida a su «servicio».(905) (…) «La guerra tiene una finalidad sobrenatural -me dirás- desconocida para el mundo: la guerra ha sido para nosotros…- La guerra es el obstáculo máximo del camino fácil.- Pero tendremos, al final, que amarla, como el religioso debe amar sus disciplinas»(387). (…) «Luchad, hijos míos, luchad». Quienes no quieren luchar «son lo que son: hombres derrotados, personas sumisas, gente sin fe, almas caídas como la de Satán». (…) «La situación es grave, hijas e hijos míos. Está en peligro toda la línea de combate. No dejéis que por uno de nosotros se abra una brecha. No he cesado de advertiros: el mal viene de dentro y de muy arriba. Existe una descomposición real y actualmente parece como si el cuerpo místico de Cristo fuera un cadáver en estado de putrefacción… tenemos que dar a nuestra vida un sentido de reparación». (…) «Viriliza tu voluntad para que Dios te haga caudillo»(833).

Esta exhortación tiene una semejanza sorprendente con los llamamientos que se oían a diario entre la juventud hitleriana del tercer Reich, aun cuando allí la palabra «Dios» era muy rara.

Pero en el Opus Dei hay que ser también militar y solidario con todo lo que lo que vive o hay que misionar en este mundo y en el otro». «… un cuarto de hora más de cilicio por las almas del purgatorio; cinco minutos más por tus padres; otros cinco por tus hermanos de apostolado… Hecha de este modo tu mortificación, ¡cuánto vale!»(899) Y hay que ser absolutamente abierto ante el «oficial » que se te ha ofrecido, transparente, permeable, siempre accesible a su control:

«¿Por qué ese reparo de verte tú mismo y de hacerte ver por tu Director tal como en realidad eres? Habrás ganado una batalla si pierdes el miedo a darte a conocer»(65). (…) Toma una pluma y una cuartilla: escribe sencilla y confiadamente -¡ah!, y brevemente- los motivos que te torturan, entrega la nota al superior… Él, que hace cabeza -tiene gracia de estado»(53).

Es evidente la semejanza con la confesión oral recomendada ardiente y continuamente por Juan Pablo II. Algo así como el siguiente consejo de Escrivá se puede oír también de muchos confesores: «Niño bobo: el día que ocultes algo de tu alma al Director, has dejado de ser niño, porque habrás perdido la sencillez» (862).

Absoluta transparencia hacia dentro, encubrimiento y discreción hacia fuera, éste es el espíritu del Opus Dei pero también el de la diplomacia secreta del Vaticano. «Nunca te habré ponderado con bastante encarecimiento la importancia de la discreción, dice Escrivá (655). Si no es el filo de tu arma de combate, te diré que es la empuñadura». (…) «No pongas fácilmente de manifiesto la intimidad de tu apostolado»(643). Este carácter secreto del Opus Dei constituye, como explican críticos unánimemente, «la afinidad más clara con el comportamiento mafioso y con la técnica mafiosa de gobierno». Existe un «desacuerdo claro entre la publicidad, de la que carece absolutamente, y la propaganda diligente y el influjo en silencio».

La apertura al mundo no se casaba con las afirmaciones y llamamientos, enemigos del cuerpo y antisexuales, del pontífice máximo. También aquí se movía en la misma línea que el fundador del Opus Dei, que censuraba el cuerpo humano como «un enemigo traicionero», como «tu enemigo y enemigo de la glorificación de Dios porque amenaza tu santificación.» (…) «Di a tu cuerpo: prefiero tener un esclavo a serlo tuyo» (214). Escrivá ve de manera groseramente dualista la relación entre cuerpo y alma. Contempla como la de «dos enemigos que no pueden separarse, y dos amigos que no se pueden ver» (195). Según el, la mortificación del cuerpo nunca se debe interrumpir, «igual que el latir del corazón… Quien ama se pisotea a sí mismo».

Pero la ideología de sacrificio macabra y central del cristianismo eclesial, la que el papa Wojtyla renueva en su Catecismo universal, la que ha confirmado y puesto en práctica, tiene que conducir consecuentemente al sufrimiento masoquista, como lo demuestran numerosos textos del fundador del Opus Dei: «Sea bendecido el sufrimiento. Sea querido el dolor. Sea santificado el dolor. ¡Sea glorificado el dolor!» (…) «Nosotros ennoblecemos el dolor…: como satisfacción». La mística masoquista de la cruz de Escrivá culmina en las palabras: «¡No sentí en mi carne otra cosa que la cruz!… ¿La cruz sobre tu pecho?…- Bien. Pero… la Cruz sobre tus hombros, la Cruz en tu carne, la Cruz en tu inteligencia.- Así vivirás por Cristo, con Cristo y en Cristo… Sólo así eres tú apóstol» (929).

Pero mientras esta ideología masoquista de sacrificio es proclamada solemnemente por los ministros en la Iglesia y en el Opus, son cada vez más los creyentes del pueblo cristiano de a pie que se liberan de las cadenas de esta superstición. «Desde que permitió crucificar a mi hermano para reconciliarme conmigo sé lo que debo pensar de mi padre», así de lacónico resume uno de ellos el tema en este punto. «En modo alguno me sentía tan criminal como se me quería convencer, ni tampoco pedí a Dios… que dejara morir a Jesús por mí», escribe otra, y añade a continuación que por eso ya no asiste a la eucaristía, «puesto que ahí se seguía tratando de un sacrificio cruento». En el mismo papa Juan Pablo II parecen haber ejercido también una serie de vivencias personales, oscuras y arcaicas un influjo no pequeño en su ideología de sacrificio. Como informa Juan Arias, este papa está convencido de haber pagado sus éxitos, su carrera hasta la cima de la dignidad papal, «con una desgracia grave de un amigo»9.

En Karol Wojtyla golpeaba desde su juventud el ardiente corazón de un misionero. Lo demuestran sus numerosos viajes: Su campo de misión fue todo el mundo. Tras el desplome del bloque del Este organizó con encendido celo y numerosas iniciativas una nueva evangelización de Rusia y de los demás estados del antiguo bloque del Este. El tema le era tan importante que no le importó un empeoramiento de las relaciones ecuménicas con la Iglesia ortodoxa rusa. Pero también toda Europa, que a su juicio se había vuelto pagana, debía ser evangelizada con fuerza. Tenía presente ante sus ojos un nuevo orden fundamental y cristiano del viejo continente. El papa tocó a rebato hacia la fortaleza Europa, secularizada y resquebrajada. Una nueva evangelización de la Europa pagana y hedonista debía convertirlos de nuevo de «esclavos del placer» en cristianos bravos. La Iglesia no es «una realidad cerrada en sí misma sino continuamente abierta por… la dinámica misionera». El papa polaco hizo también todo lo posible para llevar a cabo su programa de la re-evangelización de Europa. Junto al Vaticano se halla la central «Evangelización 2000», que para final del milenio debía cristianizar Europa de nuevo, y así pensaba Wojtyla claro está, hacerla católica. Por orden y con el apoyo de este papa surgieron filiales de esta central de evangelización en toda Europa.

Y de nuevo, a esta idea de misión del papa correspondía de manera adecuadísima el programa de evangelización del Opus Dei:

«Si alguien no tiene el celo de ganar a los demás para la causa no tiene un corazón que late. Está muerto». Podemos aplicarle las palabras de la Escritura:… (Jn. 11, 39) «Huele, lleva ya tres días muerto». Estas almas, aunque participaran en la obra, estarían muertas, podridas… Y, así dice el padre, «los cadáveres no me sirven para nada. A los cadáveres los entierro». (…) Que ningún miembro de la obra olvide que pertenece a su llamada la obligación de hacer prosélitos; éste tiene que ser un deseo constante y tema del examen de conciencia diario… Los recién convocados tienen desde el inicio de su entrada que ejercer el proselitismo».

Al Wojtyla, imbuido de un pensamiento evangelizador global y expansionista, le tuvo que venir al pelo una organización como la del Opus Dei. Antes fueron los jesuitas, con su cuarto voto, las SS de la Iglesia como les calificaban algunos cínicos. Pero para el papa Wojtyla hace tiempo que estos se habían vuelto sospechosos por sus tendencias liberalizadoras, intenciones reformadoras de la Iglesia y sus simpatías manifestadas en parte en pro de la teología y movimientos de liberación en Sudamérica. A él le desagradaban también pequeñeces como que determinados jesuitas se mostrasen tan distinguidos y que prefiriesen pavonease por Roma en civil en lugar de caminar con el hábito de la orden. Muy distinta la gente del Opus: Ellos tienen una línea clara y decidida, son como la Iglesia que él conocía desde su niñez y juventud en Polonia.

«Esta gente visten talar, practican la obediencia, hablan latín, sólo factores fuertes… Y él puede necesitarlos… El Opus Dei tiene gente que sabe dirigir muy bien cosas, que han pasado por la escuela Business de Barcelona, que es algo así como Harvard. Saben organizar. Tienen conocimientos de finanzas, entienden algo de comunicación, son periodistas. Son fiables, obedientes, tranquilos y discretos».

Por tanto nada extraño que el portavoz del prensa del vaticano, que a diario tenía acceso directo al papa y que casi siempre se encontraba en su cercanía, fuera un hombre del Opus. Se trata del psiquiatra español convertido en periodista Dr. Joaquín Navarro-Valls, que era también el director de la sala de prensa de la Santa Sede y con quien el papa tenía una absoluta confianza. Navarro-Valls era también uno de los patrocinadores convencidos de aquella entrevista por escrito, que condujo a la publicación del libro de Juan Pablo II Cruzando el umbral de la esperanza. También el editor de esta obra, Vittorio Messori, está cerca del Opus, y fue el Dr. Navarro Valls quien entregó en persona a Messori el manuscrito con las respuestas del papa a las preguntas planteadas con enorme humildad y devoción10.

El pontificado del papa polaco fue la época del Opus Dei. Creció en paralelo (a su pontificado) como un pulpo, el «Octopus Dei», se ofrecían al papa como cuerpo móvil con la máxima disciplina y una gran posesión de dinero. Les interesaba mantener a Juan Pablo II con vida cuanto fuera posible porque sólo bajo el sol de su benevolencia y de su apoyo se podía alcanzar un objetivo osado e importante del Opus Dei, el control total de los aparatos de gobierno de la curia de la Iglesia católica romana. De todos modos la gente del Opus Dei conquistó en esta época también importantes centros de poder y posiciones clave en el mismo Vaticano, al igual que en la Iglesias regionales del Orbis catholicus. En vista del influjo del Opus Dei en el papa se habló de un «fundamentalismo ex cátedra«11.

La marcha del papado y de la Iglesia en el tercer milenio debía estar flanqueada, según Wojtyla, por el Opus Dei. Altos representantes del Opus Dei, pletóricos de sí mismos, apoyaron al papa, que ya como arzobispo de Cracovia había simpatizado con esta organización, y en sus numerosas visitas a Roma antes de su elección como papa fue siempre huésped en el «Centro Romani di Incontri Sacerdotali» (CRIS), el centro del clero del Opus Dei de Roma, de esta manera:

«Gente de puestos altos de Roma… en la central (del Opus Dei) formulaban con gran convicción: Que el Opus Dei había sido elegido por Dios para salvar a la Iglesia. Y gente muy importante del Opus Dei dice hoy abiertamente que el Opus Dei será lo único que dentro de 20, 30 años quedará de la Iglesia: Toda la Iglesia será Opus Dei. Pues nosotros tenemos la visión clara, cierta y ortodoxa en relación con todo. El fundador ha sido escogido por Dios para salvar a la Iglesia. Por eso Dios está con nosotros»

Dentro de la «obra» nadie se espanta tampoco de que la fundación «divina del Opus Dei se coloque al mismo plano que la fundación divina de la Iglesia: La «obra de Dios» no es «ninguna fundación mundana ni tampoco una actividad eclesial, sino una creación directa de Dios en y para su Iglesia». El Opus Dei se asienta directamente en la orden constitucional divina. «Posee una juventud eterna, que procede de su propia naturaleza, y un ser divino, dinámico que se renueva constantemente».

Realmente el líder del Opus Dei anima la dinámica de una revolución hacia atrás, y también Juan Pablo II fue el impulsor dinámico de una gran ofensiva restauradora, que debía implantar en la Iglesia de nuevo situaciones de la Edad Media. Formalmente siguió siendo el «monarca absoluto», afianzado mediante los dogmas de la infalibilidad del papa y del primado universal de jurisdicción, proclamados en el Vaticano I, según lo cual él es en este mundo el juez supremo «porque no hay ningún poder superior y a nadie le está permitido juzgar a este tribunal, y según lo cual él es también el único ante el que «pastores y creyentes de todo rito y rango… están obligados al sometimiento jerárquico y a una verdadera obediencia». Pero en realidad se tambaleó y resquebrajó peligrosamente su imperio espiritual durante su pontificado desde dentro, de modo que consideró como extraordinariamente imprescindible la tropa de combate del Opus Deis. A la larga la Iglesia, definida también por el Concilio Vaticano I como «un rebaño bajo un pastor supremo», no se contentará con ser una dictadura antigua en la que no haya ninguna división del «poder» espiritual del «Estado», ninguna separación entre el legislativo, judicial y ejecutivo (gobierno y administración), y en la que no exista ningún órgano de control democrático. Quien, por tanto, quiera mantener esta figura clásicamente antidemocrática de la Iglesia administrativa, en la que todo se organice rígidamente de arriba abajo como en una pirámide grotesca que se construye desde arriba, desde la punta hacia abajo, ése tiene que recurrir necesariamente a cualquier medio para echar por tierra todo intento democrático. Por eso el papa Wojtyla se aferraba a la caña de paja del Opus Dei.

El Opus Dei se ha acreditado también de múltiples maneras en el sentido de este papa, sobre todo en el combate de la denominada teología de la liberación. Conocedores del Opus Dei hablan de la «cuota decisiva» de la orden, emanada del Vaticano, de domesticación de la teología de la liberación. «Paralelamente al creciente influjo del Opus Dei en el Vaticano, la política de Roma bajo el pontificado de Juan Pablo II se ha ido encauzando contra la teología de la liberación»12. Cuanto más posiciones ocupa la gente del Opus Dei en el Vaticano, bajo la mirada complaciente y con la ayuda del papa, más simpatizantes o miembros del Opus Dei son elevados en Latinoamérica a puestos episcopales importantes para, de modo sistemático, rígido y marcado, disciplinar y combatir también a aquellos obispos y teólogos, que se habían posicionado por las masas del pueblo pobres y oprimidas del subcontinente.

Pero es falsa la tesis presentada por determinados defensores del papa, que el Opus Dei sería culpable de todo porque el papa habría ido cayendo poco a poco bajo su influjo. El hombre autoritario Wojtyla, sensible como un sismógrafo cuando se trata de registrar hasta los más pequeños rasponazos o heridas en el poder del papado, husmeó de inmediato el peligro que la «perspectiva desde abajo» de la teología de la liberación significaba para su «visión desde arriba» de la Iglesia. Fundadores y teóricos importantes del movimiento sudamericano de liberación, como los teólogos Leonardo Boff (Brasil), Gustavo Gutiérrez (Perú) y Jon Sobrino (El Salvador), tienen perfectamente claro el punto en el que se comienza a deshojar este movimiento, que para el papa debía ser una espina en el ojo: Iglesia y papado debían declararse partidarios de los pobres y marginados de la sociedad. Pero no de manera que a ellos se les lanzara solamente algunas limosnas sino que en adelante paulatinamente todo, toda la situación política, económica, social, cultural y religiosa, debía ser vista, analizada y valorada desde la perspectiva de los explotados, del pueblo, de aquellos de abajo. La «opción por los pobres», su primacía e igual rango en la Iglesia debía convertirse en el principio supremo. Los underdogs, los inválidos del progreso, no sólo deben ser liberados sino ocupar los puestos de mando del poder de la Iglesia. Exactamente de ahí le venía a la Iglesia jerárquica el peligro y la amenaza evidente, a una Iglesia que además siempre ha sido una Iglesia de los ricos, de los poderosos, de los opresores.

El papa polaco, para quien no la rebelión sino incluso una crítica basada objetivamente en las estructuras de dominio de la Iglesia era siempre un sacrilegio, se apresuró a actuar. A los teólogos de la liberación, como los ya nombrados, les colocó ante la autoridades continuadoras del «Santo Oficio», de las autoridades inquisitoriales, que hoy porta el nombre inofensivo de «Congregación para la doctrina de la fe», fueron interrogados durante horas y obligados a explicaciones de sometimiento. Pero tampoco éstas sirvieron de mucho. A pesar de todo se les prohibió hablar y escribir, se les impuso el denominado «silencio penitencial» y fueron tratados por las autoridades eclesiales o superiores de las órdenes de manera degradante. El padre franciscano Boff declaró en Roma, tras dejar el servicio sacerdotal y abandonar la orden, que había sido presionada por Roma con este fin:

«La experiencia subjetiva, que yo he sacado en esta lucha de 20 años con la autoridad magisterial de la Iglesia es ésta: Que es cruel e inmisericorde. No olvida nada, no perdona nada, exige todo. Se emplea todo el tiempo necesario y todos los medios para alcanzar el objetivo: a saber, la unificación de la inteligencia teológica… Tengo la sensación de haber topado con un muro. No puedo seguir». Él no quiere «sacrificar la propia identidad… Hay límites que no se deben traspasar: el derecho, la dignidad y la libertad de la persona. Quien se dobla continuamente al final terminará corvado y desnaturalizado… Antes de amargarme prefiero cambiar de camino». 1

Uno debe traer a la memoria a Ernesto Cardenal, poeta y antiguo ministro de cultura del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua, destituido por el Vaticano de su ministerio sacerdotal porque no siguió la prohibición de Roma de no aceptar el cargo de ministro.

Mediante métodos refinados de control se vigilaron las actividades de la Iglesia de los pobres y de la teología de la liberación en Sudamérica. El banco de datos del CELAM de Bogotá (=Consejo episcopal latinoamericano) jugó un gran papel en la estrategia de Roma como parte de un grandísimo aparato de procesamiento de datos. Con su ayuda se debían controlar las actividades de los teólogos de la liberación y reunir minuciosamente las informaciones sobre todo lo que ocurría en las iglesias latinoamericanas. Existe ya un fichero detallado de todos los escritos, movimientos, viajes, conferencias, seminarios y contactos de los teólogos de la liberación y sus colaboradores. El «cerebro» de todo el sistema, una computadora de 800.000 dólares US en la central del CELAM, denominada por la gente de la liberación «computadora de la muerte»:

«Mientras tanto la nueva vanguardia episcopal ultraconservadora del continente (marca Opus Dei y creada por el papa Wojtyla) ha instalado en Bogotá una computadora, a la que llamamos computadora de la muerte: Todos los nombres, escritos y actuaciones de las y los teólogos de la esperanza para esta gente sencilla quedan almacenados en su cerebro electrónico…Y aun cuando desde las entrañas del pueblo resuena a coro la voz por la vida, esta voz será categóricamente prohibida y acallada por los portadores y ejecutores de la muerte14.

Pero incluso el papa se tiró al cuello de los mismos obispos, en la medida en que estos abogaban con fuerza por la liberación de las masas reprimidas del pueblo en Latinoamérica, o simpatizaban con la teología de la liberación15. Se puede decir que en un principio la mitad de los obispos de Sudamérica y América central se dieron cuenta de la increíble miseria de las masas, sobre todo de los indígenas, de los nativos indianos y de los afroamericanos y deseaban un cambio en las relaciones injustas existentes, que clamaban al cielo. En la II Conferencia plenaria sudamericana de obispos de 1968, en Medellín (Colombia), se comprometieron a una «opción clara, profética, preferencial y solidaria por los pobres». La táctica papal para dar marcha atrás en todas las resoluciones y consecuencias de la conferencia de Medellín consistió, entre otras cosas, en jubilar lo antes posible a los obispos de la generación de Medellín y ocupar sus puestos con candidatos conservadores y reaccionarios. Toda una serie de miembros y simpatizantes del Opus Dei treparon de esa forma al trono episcopal, sobre todo en Argentina, Chile y Perú. El trabajo llevado a cabo con esa táctica (la eliminación de los obispos desagradables, elección de los sucesores) produjo vasallos fieles al papa: En esta época el cardenal de la curia Sebastiano Baggio era el prefecto de la Congregación romana de obispos y Joseph Ratzinger, cardenal de la curia, el supremo guardián de la fe en el Vaticano.

Otra táctica consistió en emplear el principio de divide et impera (divide y vencerás) contra obispos cercanos e influyentes en la teología de la liberación. De esta manera fue, por ejemplo, dividida y partida la archidiócesis de Sao Paulo (Brasil) del cardenal Evaristo Arns en 1989, con autorización del papa, en cinco obispados autónomos. El método de colocar al lado de obispos ordinarios, no muy en la línea del papa, a obispos auxiliares coadjutores con derecho a sucesión fue visto por los críticos de la Iglesia como alevoso, tratando de desmoralizar poco a poco al obispo ordinario con un control constante. Juan Pablo II fue limitando continuamente la importancia de las conferencias episcopales nacionales en Sudamérica y América central, pero no sólo allí; además algunos obispos, no suficientemente fieles a su línea, fueron llamados con frecuencia a Roma para ser examinados, para que confirmaran su fidelidad y su ortodoxia, mirados con lupa e interrogados por los representantes de la Congregación de la fe. También esto desmoraliza a la larga. (Resulta más que grotesco que una religión como la católica, que según declaración propia está para traer la salvación y la redención a los hombres, aduzca necesitar para la transmisión de esta salvación a los hombres un aparato de supervisión, control, administración y dominio curial tan grande, el más fuerte y perfecto que ha erigido y organizado jamás una religión en toda la historia del mundo).

Por supuesto que tampoco el Vaticano y su jefe papal desecharon el viejo método de la discriminación y difamación: Los promotores y representantes de la teología de la liberación serían marxistas, comunistas, elementos subversivos con vestiduras sacerdotales. Su acusación más débil consistió en decir: con toda su buena intención de ayudar a los pobres no se han dado cuenta lo mucho que ya la ideología marxista les ha envenenado, invadido y oscurecido su pensamiento y modo de actuar. En realidad la Iglesia de la liberación de los pobres sería uno de los canales más efectivos por los que se habría colado y extendido el pensamiento ateo marxista y la ideología hostil a la Iglesia de la lucha violenta de liberación de los subversivos de izquierda. Todas estas acusaciones se encuentran en los dos «informes sobre la fe» oficiales del máximo guardián vaticanista de la fe, el cardenal Ratzinger, pero también se oyeron por boca de los amigos de alto rango del Opus Dei, que dirigían la política económica y de desarrollo de la Iglesia para Latinoamérica, como la del ya fallecido arzobispo de Colonia Josepf Höffner y el ya también difunto obispo de Essen Franz Hengsbach. Pero tampoco el papa se limitó a colocar a su gente contra los teólogos y la teología de la liberación sino que además les criticó, y varias veces lo hizo incluso personalmente. Tras el derrumbe del comunismo en la Europa del Este se burlaba ante periodistas de que la teología de la liberación quedara debilitada por este desplome… «La teología de la liberación, que hunde sus raíces en el marxismo, se encontraría ahora como más vacía de contenido». Pero quien se llevó la palma fue el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, un buen amigo del papa y del Opus Dei, a quien Wojtyla le nombró como uno de los tres presidentes de la IV Conferencia general de obispos latinoamericanos y que además es el presidente del Consejo episcopal latinoamericano con sede en Santa Fé de Bogotá (Colombia). Con motivo del jubileo del 500 aniversario de la cristianización del continente iberoamericano hacía un balance de la conquista y evangelización cruenta de esta parte del mundo con las palabras desvergonzadas: «En esta nuestra isla tuvo lugar el primer encuentro con la otra cultura. Y el balance es totalmente positivo en pro de los misioneros. Quien niega esto se apoya … en el marxismo». Igual de triunfalista se había manifestado ya el mismo papa Wojtyla: «… la cruz de Cristo… fue plantada en esta tierra en 1492. Con ello se quería al mismo tiempo honrar al gran admirante (Colón), que dejó escrita su voluntad: Colocad cruces en todas las calles y caminos para que Dios las bendiga… Así comenzó la siembra del precioso don de la fe» (que naturalmente no se quiere dejar echar a perder por los teólogos marxistoides de la liberación). Como en otros sitios, también allí se oye la voz de los torturados y explotados en Latinoamérica durante siglos: «Acusamos a los crucificadores de ayer y de hoy, que clavaron a los indios en muchas cruces de muerte»16.

Mikel Arizaleta 17827048, traducido de

Der Polnische Papst – Bilanz eines Pontifikats (El papa polaco – Balance de un pontificad») de Hubertus Mynarek

 

1 En tiempos se empleaba más el término «integrista» en lugar del de «fundamentalista»

 

2 Marcello Costalunga, subsecretario de la Congregación para los obispos.

3 Mettner, M., La mafia católica; Höherer Status für Opus Dei (Mayor status para el Opus Dei)

 

4 «La Ciudad del Vaticano alberga tres instituciones financieras: el Patrimonio Apostólico de la Santa Sede, que hace las veces de banco central vaticano, el Ministerio de Economía y el IOR. Resulta curioso que en un Estado de tan sólo ochocientos habitantes necesite de tres instituciones financieras de gran calado. El IOR no reponde ni ante el Patrimonio Apostólico ni ante el Ministerio de Economía. Los informes del organismo son materia reservada» en Biografía no autorizada del Vaticano, pág. 78 de Santiago Camacho

 

5 Mettner, M., Die Katholische Mafia (La mafia católica), Hamburgo 1993; Mynarek, H., Erster Diener Seiner Heiligkeit (primer servidor de su Santidad, Colonia 1993

6 Obispos auxiliares y diocesanos: Una lista completa aporta Mettner; «Ölfleck«, de Walf, K.

 

7 Escrivá de Balaguer, nº 941. (La primera edición en castellano: Valencia 1939. Las traducciones al alemán de este libro están bastante descafeinadas en relación con el texto español porque determinadas afirmaciones fascistoides del fundador del Opus Dei eran demasiado para los lectores alemanes).

 

8 Número de referencia del libro Camino

9 Bernstein, C./Politi, M., Seine Heiligkeit, Munich 1997, pág. 596 creen incluso conocer el nombre del amigo y lo indican.

10 Hertel, P., Opus-Dei-Leute

 

11 » Octopus Dei «, Mettner

12 Metner

 

13 Befreiungstheologen vor der «Kongregation für die Glaubenslehre»: El cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación de la fe, redactó por mandato del papa dos instrucciones (I: Sobre algunos aspectos de la teología de la liberación del 3 de sept. de 1984; II: Sobre la libertad cristiana y la liberación del 5 de abril de 1986), que son tenidas como la condena oficial de la Iglesia de la teología de la liberación y de la iglesia de los pobres. Ratzinger redactó también Diez anotaciones críticas a la teología de Gustavo Gutiérrez, marzo de 1983.

 

14 Cadavid Restrepo, A. Lateinamerika – 500 Jahre verbotenes Wort (Latinoamérica – 500 años que se nos prohíbe hablar) en Du. Die Zeitschrift der Kultur 1/1992.

15 José Manuel Vidal, Benedicto XVI. El papa enigma «… en la mayoría de los casos los obispos han estado reducidos a meros receptores y divulgadores de los documentos vaticanos, que lo regulan casi todo», Temas de hoy, 2005

16 Voz de los torturados: Mensaje de esperanza del encuentro continental en Quito (Ecuador). Véase Mettner sobre la colaboración entre los servicios secretos de US y el Vaticano en la lucha contra la teología de la liberación.