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Obligados a lo «imposible»

Fuentes: Rebelión

Aun a riesgo de pasar por tremendistas, quizás hasta por desagradecidos, permítasenos dudar del efecto práctico del reciente llamado de la FAO, el FIDA y el PMA a «una acción rápida y coordinada de la comunidad internacional», los líderes en primer término, para evitar una nueva crisis alimentaria. Y no es que pongamos en entredicho […]

Aun a riesgo de pasar por tremendistas, quizás hasta por desagradecidos, permítasenos dudar del efecto práctico del reciente llamado de la FAO, el FIDA y el PMA a «una acción rápida y coordinada de la comunidad internacional», los líderes en primer término, para evitar una nueva crisis alimentaria.

Y no es que pongamos en entredicho la previsión y la buena fe de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura, el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola y el Programa Mundial de Alimentos al advertirnos del alza de los precios del maíz, el trigo y la soja. Solo que las campanas a rebato no bastan para quebrar un estado de cosas enraizado, porque, al decir de un célebre ensayista, la necesidad de satisfacer la demanda nunca ha podido ser plenamente atendida, por razones de clima, de fertilidad de los suelos o desorganización social. «A excepción de la primera fase del Paleolítico, cuando había poca población y superabundancia de medios de vida, siempre ha habido hambre en la historia», asevera Leonardo Boff.

Hambre, sí, y hoy no merced a un problema técnico, pues se conoce la proverbial eficacia en la producción. ¿Entonces? «El 20 por ciento de la humanidad dispone para su disfrute del 80 por ciento de los medios de vida. El 80 por ciento de la humanidad debe contentarse con solo el 20 por ciento de ellos. Aquí reside la injusticia.» En gélidas cifras, unos 870 millones de seres con el estómago en paro forzoso, y más de mil 500 millones de malnutridos, si se toma en cuenta el déficit de elementos esenciales para el desarrollo físico y psicológico de los niños, según el Ponente Especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación, Olivier De Schutter.

Ahora, ¿a qué responde que en julio pasado los precios cobraran un abrupto incremento del 10 por ciento, luego de tres meses de relativa calma, para volver a empinarse en septiembre, esta vez 1,4 por ciento? Según la propia FAO, ni los factores climáticos, que pueden deprimir la oferta, entre ellos las sequías, ni un súbito aumento de la demanda, por la emergencia económica de China y la India, explican la subida. El dedo admonitorio se dirige, más bien, hacia la especulación financiera, que controla el 60 por ciento del trasiego.

Sucede que se ha colocado una actividad otrora marginal en el centro mismo del escenario. Un ejemplo clásico fue el del cacao en 2010. El 17 de julio de ese año un fondo financiero de alto riesgo, Armajaro, compró más de 240 mil toneladas (siete por ciento de la producción global anual), lo cual disparó el precio a su nivel más alto desde 1997, nos recuerda el colega Marcelo Justo (BBC Mundo), preciso al adentrarse en los antecedentes: «El eje de estos movimientos especulativos es el mercado de futuros. Este mercado se originó en Estados Unidos en el siglo XIX para ayudar a los granjeros a neutralizar las fluctuaciones en el precio de las cosechas. Un contrato a futuro le permite al granjero vender en una fecha futura a un precio determinado una cantidad X de su cosecha. El granjero obtiene seguridad y el comprador posibles ganancias en el caso de que el precio suba por encima de lo pagado».

Pero el asunto no queda ahí. «Con la desregulación del mercado financiero de los años 80 y 90 se crearon unos contratos de alta complejidad, denominados derivados, que abrieron el juego a una especulación ilimitada. Como los futuros son contratos que se pueden adquirir o vender sin necesidad de poseer el producto, su venta adquirió una dinámica propia, acelerada por las operaciones supersónicas de los capitalistas […] Este poder de juego de los grandes fondos financieros se ha exacerbado en la crisis económica mundial.»

La crisis de un orbe en que, con palabras de Boff, la ganancia no es democratizada en beneficio de todos, sino privatizada por aquellos que detentan el tener, el poder y el saber, y solo secundariamente beneficia a los demás. Por tanto, «el poder político no sirve al bien común». Duro pero cierto. Y viene a calzar la duda nuestra. En un contexto donde predomina la lógica del capital, ¿podrán los tres reputados organismos convencer a los líderes acerca de la necesidad de «una acción rápida y coordinada» que conjure la catástrofe resultante de la explosión de los precios?

Conste que el escriba lo desea como el que más. Y, con el mismo vigor, coincide también en que, si no ocurre una inversión de valores, si no se instaura una economía sometida a la política y una política orientada por la ética, y una ética inspirada en una solidaridad básica, no habrá posibilidad de solución para el hambre y la subnutrición. ¿Mucho pedir? Tal vez. Pero el dilema no admite subterfugios ni vacilaciones. Las probabilidades de la nada nos obligan a lo «imposible». Así, sin más.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.