Cuando se vive sin sentido, se mata sin sentido. El imperio vive matando. El imperio vive sin sentido. Manda a sus jóvenes a robar materias primas -más allá de sus fronteras- para continuar el estilo de vida norteamericano. Es decir que el imperio manda a sus muchachos a matar en nombre de la libertad y […]
Cuando se vive sin sentido, se mata sin sentido. El imperio vive matando. El imperio vive sin sentido. Manda a sus jóvenes a robar materias primas -más allá de sus fronteras- para continuar el estilo de vida norteamericano. Es decir que el imperio manda a sus muchachos a matar en nombre de la libertad y la democracia. Estados Unidos mantiene su hegemonía mundial inventa guerras, despliega tropas sobre el planeta y ocupa tierras donde todavía hay petróleo.
Le llama civilización a cada una de sus masacres.
Pero sus jóvenes ya no quieren vivir matando pero no pueden vivir de otra manera porque esa es la orden que recibieron desde que se alistaron en las legendarias y sanguinarias tropas del imperio. Y cuando ya no hay en qué creer es difícil sostener la existencia.
Durante junio pasado 32 soldados norteamericanos se suicidaron luego de participar de las invasiones a Irak y Afganistán, cifra que supera a las producidas durante la guerra de Vietnam.
-El año pasado se quitaron la vida con sus propias manos más efectivos de los que cayeron en combate en Afganistán . La mayoría de nosotros conoce a un compañero que lo hizo al regresar a casa y los guarismos no incluyen siquiera a quienes se suicidan al terminar su servicio: están fuera del sistema y sus muertes suelen ser ignoradas- dice el militar Tim Embree ante la llamada Comisión de Asuntos relativos a los Veteranos de la Cámara de Representantes.
Ya no hay gloria en las invasiones del imperio ni para sus propios hijos. Matan sin sentido porque viven sin sentido.
Entonces se suicidan después de profundas depresiones.
Para colmo vuelven a su tierra de lejanas oportunidades y se encuentran con una tasa de desocupación cada vez más grande. Y los más afectados son los veteranos de guerra. La primera consecuencia es que pierden sus casas.
Cuentan Kevin y George Lucey que su hijo Jeff, de solamente veintitrés años, se colgó en el sótano de su casa. «La madre relató que al mes de participar en la invasión enviaba cartas a su novia en las que hablaba de las «cosas inmorales» que él estaba haciendo. Una vez en el hogar, Jeff comenzó a soltar frases inconexas sobre Nasiriya, la ciudad al sudeste de Bagdad en la que tuvo lugar la primera gran batalla de los invasores contra el ejército regular iraquí. Un día recibió a su hermana Amy con lágrimas en los ojos diciéndole que era un asesino. Antes de suicidarse, dejó sobre su cama las chapas de identificación de dos efectivos iraquíes que había matado aunque no portaban armas. Jeff solía mirarlas con frecuencia», apuntan las crónicas periodísticas.
Como sucedió en Vietnam, Estados Unidos ha comenzado a drogar a sus soldados para que vayan al frente en nombre de la democracia, la libertad y Occidente. Pero el efecto alucinógeno cada día dura menos y sobreviene la conciencia de matar sin sentido.
El imperio comienza a derrumbarse de manera lenta y silenciosa en cada muchacho que elige su propia muerte porque apenas puede disfrutar de ese último y desesperado acto de libertad en medio de tantas órdenes impuestas durante décadas.
Fuente: http://www.argenpress.info/2010/08/ocaso-del-imperio.html