El mentado economista y académico francés Thomas Piketty, en su libro «El Capital del Siglo 21», analiza detalladamente fases del capital en siglos anteriores, principalmente en Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos e incluye algunos otros países desarrollados. Fundamentalmente, Piketty levanta una crítica a la acumulación de riquezas por su falta de equidad, que según él […]
El mentado economista y académico francés Thomas Piketty, en su libro «El Capital del Siglo 21», analiza detalladamente fases del capital en siglos anteriores, principalmente en Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos e incluye algunos otros países desarrollados. Fundamentalmente, Piketty levanta una crítica a la acumulación de riquezas por su falta de equidad, que según él ha vuelto a profundizarse en los últimos años. Este asunto de la falta de equidad en la distribución de riqueza no es, obviamente no puede ser, novedad para América Latina y África donde la desigualdad ha sido ampliamente expuesta por muchos críticos, simplemente desoídos y desestimados, irónicamente, por los mismos medios de comunicación dominantes que hoy prestan atención y cantan loas a Piketty. Ahora, sin desmerecer la investigación amplia de Piketty -y de otros muchos economistas, académicos y periodistas laureados como el merecedores de las loas de estos medios de comunicación, es de notar que estos críticos han sabido transitar por un espacio, límite entre lo aceptado y lo no aceptado, evitando siempre una palabra de más, una expresión más crítica, una implicación obvia, que pudiera ofender las susceptibilidades de la clase dominante -local y mundial, y su sistema financiero -este último autor en tiempos recientes del robo más grande que haya conocido la humanidad y responsable de la transformación de deudas privadas (de papeles sin valor) a deudas públicas, ahora responsabilidad de los estados.
Piketty deja claro, entre sus tantas gráficas y sus más de 600 páginas con datos en su edición en inglés, la falta de distribución de la riqueza anterior al año 1910 donde menos del 1 por ciento de la población en algunos países de Europa, Norteamérica y Japón poseían la mayor parte de la riqueza. En aquel entonces, y durante el siglo 19, una minoría absoluta de la población del mundo industrializado se quedaba, en forma obscena, con la riqueza producida por trabajadores y esclavos, y de la especulación y la usurpación, mientras que entre el 60 al 80 por ciento de la población estaban sumidos en la pobreza; y, no faltaban los críticos ni quienes activamente desafiaban este estado de cosas. Es a partir justamente del año 1910, como muestran las gráficas de Piketty, que aumenta levemente la redistribución de la riqueza favoreciendo al resto de los habitantes en Europa y Estados Unidos. Piketty en ninguna parte menciona a que se debe el pequeño mejoramiento en la distribución de la renta, quizás no lo quiso decir o quizás como muchos autores asume que los ricos y poderosos alcanzaron un nivel de «sensibilidad civilizatoria» favorable a la equidad en sus países altamente industrializados. Es un silencio importante, una pista, que nos alerta sobre lo que se deja invisible, convenientemente olvidado, «el otro» y su lucha por la igualdad, la historia de esa lucha por mejor distribución de riquezas y justicia; los resultados, favorables y desfavorables, de su lucha, de la lucha de esas mayorías.
Justamente, es a principios del siglo 20 y en Estados Unidos, desde 1890 a 1920, que se da lo que ha sido llamada «la era progresista;» una época histórica donde, desde algunos sectores del poder, se cuestionaba el orden económico y social existente -se reclamaba en apoyo a las ciencias, la asistencia social, la educación, el acceso a la salud, la necesidad de reformas económicas y de negociación con los sindicatos. El máximo exponente de esa corriente fue justamente el presidente Theodore Roosevelt, el mismo que implemento el canal de Panamá, y quien fuera animador y protagonista de las primeras guerras imperialistas de Estados Unidos fuera de sus fronteras. Teddy Roosevelt siendo un presidente republicano desde 1901 al 1909, intuye y percibe la importancia que las organizaciones de trabajadores y desempleados pobres habían tomado en la sociedad norteamericana, ya no bastaban la represión y el crimen para detener estas luchas. Fue el gobierno de Roosevelt quien crea el «Square Deal» un programa basado en tres principios básicos: la conservación de los recursos naturales, el control de las corporaciones nacionales y la protección al consumidor. La represión contra activistas y sindicalistas no se detiene ni se juzga a rico alguno o empresa, pero para 1912 Roosevelt funda el primer llamado «Partido Progresista» de su país y con este partido intenta, sin lograrlo, volver a ser presidente.
Aprovechando la Primera Guerra Mundial, y haciendo uso de una propaganda patriotera efectiva, en muchos países de Europa y en Norteamérica, los ricos sepultan todo movimiento en favor de la agenda social y en consecuencia de esto para 1920 la sociedad vuelve a un tiempo de reacción, que incluye una baja participación de la población y la inmovilidad política y sindical opositora al sistema. Esto dura un corto tiempo. Para los años 30 en todo occidente se empieza a vivir nuevamente un auge de las mayorías en repudio a un sistema capitalista incapaz, que no por eso abandona su objetivo de acumulación de riqueza, y que responde alimentando una criatura aterradora en muchos países del mundo: el fascismo. El fascismo nace como salvador de los ricos, pero aunque solo en algunos países logra surgir como un gran poder político tuvo presencia en todos los países occidentales -aunque más tarde se vuelva contra ellos mismos, contra Inglaterra, Francia, que mantenían una careta democrática.
Todos sabemos, aunque algunos parecen olvidar, las atrocidades que la criatura fascista causó a la humanidad, y no podemos ignorar que al término de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética tenía un peso importante en el mundo y que un nuevo impulso alentaba la liberación de los pueblos. La situación política que había comenzado a principios del siglo 20 con tímidas reformas social-liberales se planteaba ahora como insuficiente, se impone el cambio a través de reformas en los países centrales (luego llamados «desarrollados») y estas han de extenderse constitucionalmente hasta formar el Estado de Bienestar social que hoy conocemos. Las clases dominantes, temerosas de los impulsos revolucionares, tienen que aceptar estas transformaciones como prerrequisitos para su continuada existencia de dominio y privilegio -la plutocracia y sus instituciones adquieren en esos países un nuevo rostro que perdura en nuestros días.
Desde 1945 hasta mediado de los años 80, como consecuencia del estado de bienestar social, en los países centrales la redistribución de la riqueza y de la renta llega a su apogeo beneficiando a la mayoría pero dejando gente fuera de este beneficio (aborígenes, afroamericanos, otros). Fueron cuatro décadas, o más, únicas en la historia moderna de la humanidad, que causaran la fascinación y el deseo de muchas otras sociedades. Pero a partir de los 80 se fueron desatando las ataduras y compromisos sociales a la plutocracia y emergen los teóricos e ideólogos políticos favorables a la acumulación y el descontrol de la riqueza conocidos luego como «neoliberalismo.» Inicialmente fueron una minoría pero con esfuerzo y dinero se fueron transformando en mayoría. Hoy, la mayoría neoliberal casi domina a occidente todo, la excepción son los países latinoamericanos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos, ALBA-TCP, y algún otro gobierno que de alguna manera desafía la receta neoliberal única que los ricos plantean para el mundo.
No debemos olvidar que el «anti-neoliberalismo» es suave, no es radical, la expropiación de empresas ni se plantea, y si ocurre esta se transforma en un negocio para la corporación expropiada que recibe mucho más que lo que vale del estado que la expropia, y la inversión de capital extranjero es siempre bienvenida. La República Popular Democrática de Corea es una excepción pues limita las inversiones privadas foráneas, por propia decisión o aislamiento y por ello es demonizada en todas partes. La ironía es que los países desarrollados imponen políticas neoliberales a los demás pero ellos todavía gozan de los beneficios del Estado de Bienestar en su casa. En Europa del Este, embaucada con el engaño de la Unión Europea, y en Latinoamérica pensar en un Estado de Bienestar es un pecado. Estos últimos han vivido un turbio progreso temporal con el auge de exportaciones de materias primas y han practicado una especie de «caridad oficial» que sigue al pie de la letra las instrucciones de instituciones neoliberales -favoreciendo gobiernos débiles con apariencia de sólidos. África sufre un neoliberalismo cruel, que solo agudiza sus problemas endémicos y su desigualdad.
La no-distribución de la riqueza afecta también al Primer Mundo; su destino es hacerle compañía a América Latina y África -a quienes nunca se les permitió establecer equidad con excusas imperialistas, arrogantes y racistas. Para el mundo todo, significa una vuelta al imperio de las injusticias del siglo 19, aun cuando el presente muestre otras realidades y apariencias. La inequidad crea problemas socio-económicos graves, contribuye al deterioro del medio ambiente, la salud y la seguridad de los habitantes. Hace 40 años hablar de reformas era irrelevante, el lenguaje, mucho más radical, planteaba proyectos revolucionarios anti-capitalistas -al mando de «enardecidos líderes.» Hoy muchos de estos líderes son conversos neoliberales y defienden la inequidad, están en el bando de los ricos. La expresión revolucionaria y critica organizada está hoy muy reducida pero no por ello es menos valiosa.
Thomas Piketty, como los economistas neo-keynesianos, recomienda aplicar un impuesto progresivo a la riqueza o capital para poder redistribuirla en el mundo. El investigador también destaca el proceder de China en cuanto al control del capital, su fortaleza como gobierno y estado -en comparación con gobiernos y estados del primer mundo, empobrecidos y colmados de deudas, como muchos países del Tercer Mundo y países ex «socialistas.» El habla de «estados pobres» en medio de ostentosas riquezas privadas, con creciente poder económico y político.
El desafío es quien va a llevar a la práctica política estas recomendaciones de aumento del control del capital, serán los laboristas británicos, los demócratas de Estados Unidos, los socialistas españoles, los socialdemócratas alemanes, el Partido de los Trabajadores de Brasil, La Nueva Mayoría de Chile, el Frente Amplio de Uruguay… Por supuesto que ninguno de estos referentes políticos lo hará, no tocaran al capital y a los ricos porque ellos han pasado a ser sus defensores y representantes -junto a las otras organizaciones políticas que tradicionalmente fueron creados para defender la plutocracia.
En occidente fuera de los gobiernos latinoamericanos del ALBA, y quienes diariamente protagonizan y solidarizan en diferentes frentes por la justicia, ningún otro se opone al neoliberalismo y la globalización económica imperialista. No se ve en el horizonte ninguna reforma al capital en favor de la igualdad, ni cambios revolucionarios como meta política. No se defienden ni los beneficios sociales que aún conservan los países desarrollados; no existe allí convocatoria organizada sino esporádica y con escasa convicción, reina la despolitización, y las mayorías parece viven aun relativamente bien. Los pocos que tienen conciencia de la realidad enfrentan una tarea titánica dado sus limitadas fuerzas. En el espacio europeo apareció la esperanza cuando el pueblo griego eligió un gobierno que lo defendiera del robo impuesto por instituciones financieras mundiales, pero Syriza parece vacilante.
El mismo Piketty señala la importancia de la economía política, en Europa y el mundo, la falta de cambios políticos favorecerá la lenta decadencia para la mayoría (no para los ricos) entre deudas estatales, deudas de los hogares, inequidad, injusticias e indignidades. Hoy en Europa rige una sola ideología y práctica política, no hay empacho en sacar a relucir la opción fascista -y esto no por los grupos de extrema derecha en crecimiento sino de parte de los gobiernos mismos, con total irresponsabilidad de lo que significa el peligro de apoyar grupos neo-nazistas en Ucrania, y extremistas en otros lugares, bajo la creencia de que estos sirven a sus intereses. Están dispuestos a masacrar juntos con otros imperialismos a cualquier pueblo del mundo; su salida es la guerra constante y refleja históricamente el colapso imperial, el final de su supremacía y peligrosamente puede arrastrar al mundo todo.
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