La idea replanteada que habla de la superioridad de una raza sobre otras, es tan falsa y vil, como aquel que la propaga sembrando la discordia entre seres humanos, la sangre derramada en nombre del racismo es la semilla que ha fecundado en la historia el odio y justificado los genocidios más extremos de los […]
La idea replanteada que habla de la superioridad de una raza sobre otras, es tan falsa y vil, como aquel que la propaga sembrando la discordia entre seres humanos, la sangre derramada en nombre del racismo es la semilla que ha fecundado en la historia el odio y justificado los genocidios más extremos de los que tenemos registro, la manifiesta brutalidad de quien erige muros pretendiendo acabar con el rasgo distintivo de la humanidad, no solo atenta contra la diversidad cultural en el sentido mayor de amplitud, sino que como contradicción ignorante se niega a sí mismo al ser justamente heredero como todos de la diversidad.
Los ataques, asesinatos, persecuciones, la discriminación, segregación, sobre-explotación, violencia estructural y mucho más, no es para nada algo nuevo, no lo es en el seno de los Estados Unidos de Norteamérica contra los inmigrantes como tampoco lo es en el seno mismo de nuestro México contra esos mismo inmigrantes y contra los pueblos originarios, el racismo es la arraigada herencia colonial vigente y la muestra fehaciente de la existencia de un neocolonialismo interno y externo que sigue generando hechos como los que recientemente tuvieron lugar en los Estados Unidos. Los discursos de odio de un gobernante como Donald Trump, son aunque duela decirlo, el reflejo del pensamiento de una parte importante de la población estadounidense que no sólo votó por él, sino que desde la fundación misma como nación de los Estados Unidos ha mantenido viva la absurda idea de la diferencia entre razas, recuérdese nada más como ejemplo, la discriminación que ha sufrido la población negra, perseguida, asesinada, violentada y segregada tal o peor que como hoy lo sufren los inmigrantes latinoamericanos y de otras regiones del mundo. Absurdo sería pensar que estos hechos únicamente tienen lugar en las fauces del imperio, véase la forma en que son tratados los inmigrantes africanos y asiáticos en los países europeos, en los que incluso, son arrojados al mar a su suerte con el sello garante de la muerte. El odio que hoy se expresa en los asesinatos es el sustento de un sistema caduco que extirpa su propia naturaleza.
La idea de la diferencia entre razas fue hace mucho superada por la ciencia, pero en el ámbito de lo político, lo cultural y lo social sigue circundando como un espectro que reaparece con agudeza en coyunturas especificas, aunque en realidad, sea una lacerante herida cotidiana que asesina de muchas formas sin que sean publicitadas por los consorcios mediáticos, el silencio suele ser uno de los cómplices más perversos del racismo y un seguro fecundador del odio arraigado al absurdo pensamiento de superioridad, véase el genocidio nazi como el genocidio español en América, véase la condena al hambre que las potencias europeas decretaron siglos atrás en continentes como el africano, véase hoy a los pueblos originales de Latinoamérica despreciados por la creencia de superioridad mestiza, engendro original en la fundación de nuestra naciones decimonónicas. El racismo es una herencia arrastrada y continuada en formas inconscientes y consientes, silenciadas y aclamadas en formas tan viles como las presenciadas en las últimas fechas.
José Martí nos advirtió de la presencia colonial en el imaginario independentista, en su ensayo Nuestra América , dejó muy claro que: «No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámpara enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta, en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color». La invención de las razas producto entre otras razones, por la colonial imaginación de antropólogos y viajeros, fue puesta de cabeza y arrojada al despeñadero de la historia por Martí. Es muy claro; no hay razas y por lo tanto no hay superioridad de unos sobre otros. Quienes cultivan la vileza como política y doctrina continúan recalentado esa vieja infamia. El odio sembrado en el imaginario rebasa las fronteras de la irrealidad para manifestarse en los actos de violencia conocidos.
Es tiempo ya de replantearnos este mundo, de erradicar las ideas racistas y las acciones de odio, pero para ello debemos reconocer lo profundo de su raíz y extirparla junto a las estructuras sistémicas que las reproducen, aunque eso signifique replantearnos toda la idea de la humanidad. La sobrevivencia humana reclama el reconocimiento lamentable de una verdad dolorosa: NO HAY RAZAS PERO SI HAY RACISMO, acabar con el racismo contribuirá para acabar con el odio infundado en la brutalidad.
Cristóbal León Campos es integrante del Colectivo Disyuntivas
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.