Para los Brigadistas Internacionalistas Mackenzie-Papineau la guerra terminó antes de la caída de la República española en manos del fascismo, que se adueñó así de toda España. Para estos héroes de la solidaridad y el internacionalismo el último adios como soldados tuvo lugar en Marça, Falset y Barcelona, allí formaron militarmente por última vez y […]
Para los Brigadistas Internacionalistas Mackenzie-Papineau la guerra terminó antes de la caída de la República española en manos del fascismo, que se adueñó así de toda España. Para estos héroes de la solidaridad y el internacionalismo el último adios como soldados tuvo lugar en Marça, Falset y Barcelona, allí formaron militarmente por última vez y así pasaron a la historia. Tuvieron el honor de participar en uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX, la Guerra Civil española. Para los brigadistas canadienses sobrevivientes, su regreso al Canadá no fué acogedor, sino tiempos dificiles. Otros soldados canadienses sobrevivientes de otras guerras tuvieron buena acogida, no éstos, que fueron recibidos solamente por los hombres y mujeres que creyeron en la liberación y en la República y sabían bien que estos soldados eran soldados ejemplares, aunque este país suyo les negara por el resto de sus vidas su bien merecido reconocimiento, reconocimiento que de todas maneras les daría la historia.
Fue en febrero de 1939, en pleno invierno canadiense, que llegaron aquí, al puerto de Halifax en la costa atlántica de este país gigante, para ser muy mal recibidos por las autoridades pero muy bien recibidos por la gente común que los esperaba ese día invernal. Los sobrevivientes, 270 soldados Brigadistas Internacionalistas del Batallón Mackenzie-Papineau, veteranos todos de la Guerra Civil española, nobles guerreros antifascistas que integraron las fuerzas internacionalistas sobrevivientes en solidaridad con el pueblo de España. Ellos serían los primeros, otros contingentes menores arribarían después. Llegaron a este mismo puerto cuyas dársenas han sido testigo de otras llegadas, de la llegada de miles de marinos, de la llegada de inmigrantes europeos y soldados canadienses sobrevivientes de la Primera Guerra Mundial, y de la llegada de más de cien mil niños británicos -muchos huérfanos que arribaran entre 1868 y 1930 parte de la campaña británica «salve un niño y ayude al imperio» que enviaba a los hijos más necesitados del imperio a las colonias, en parte para mantener el «stock» blanco. Fueron los menores víctimas de los estragos que en las ciudades sufría la gente común, ciudades sufrientes del «apogeo» industrial de la Inglaterra victoriana. Niños vulnerables que terminarían siendo mayormente abusados y trabajando como esclavos, mano de obra barata en este país, todo bajo el irónico lema de protegerlos y proteger al imperio británico.
La historia de los Brigadistas Internacionalistas, parecería fuera otra historia. Bajaron de un barco con bandera de la República española condenada. Sus rostros cansados, aunque seguramente muchos alegres de haber retornado, indicaban quizás que traían encima lo que deja una guerra perdida, incertidumbre sobre el futuro, tristeza de la derrota que se veía ya inevitable, la pérdida de compañeros entrañables y la experiencia de enfrentarse y matar o que te maten. Muchos canadienses los admiraron, incluso la ciudad de Montreal también les hizo un gran recibimiento, a pesar de que en ella abundaban sus enemigos en parte debido a la influencia fascista de la iglesia católica que dominaba en esos años en Quebec. Pero las autoridades y los ricos en Canadá no les daban la bienvenida, ya en 1937 el Parlamento canadiense los había dejado fuera de la ley, como si fueran criminales o indeseables, y esta ley fue un instrumento que la policía federal usó desde el mismo momento de su retorno en su contra, y que comenzara con una ridícula y maliciosa actitud de desconfianza desde que imaginaban que los sobrevivientes usarían el servicio médico del país para tratar sus heridas, que eran muchas, y con esto la polícia canadiense argumentaba sin empacho en contra de estos soldados heridos que serían una carga pública. Fue el comienzo de una vigilancia y una persecución por parte de los servicios policiales y de la inteligencia canadiense, que duraría décadas y que sería muy bien documentado en los archivos oficiales de la policía federal y en el libro del escritor canadiense Michael Petrou. [1]
Tanta persecusión injusta tiene su historia que se origina en las últimas décadas del siglo XIX y tiene raíces en el movimiento sindical de este país. Para 1872 había sido aprobada en Canadá la Trade Union Act, que permitía la afiliación sindical y la formación de sindicatos, caracterizada como actividad lícita pero que no establece mecanismos para implementar estos derechos que obligaban a los dueños de empresas a negociar y firmar contratos colectivos con los sindicatos. Por ello hubo muchas huelgas y acciones directas por parte de los trabajadores canadienses por muchos años. Los primeros sindicatos en Canadá datan de 1812, se trata de los trabajadores especializados de St. John, en New Brunswich. También los mineros se organizan afiliándose a través de todo Canadá, mineros trabajadores de cientos de minas mayormente de carbón, en la United Mine of America y desde su organización dan una constante batalla en favor de sus derechos. Batallaron también los trabajadores industriales, los del transporte y los de las imprentas, en especial en Toronto y Vancouver. La represión policial y de las milicias organizadas por los dueños de empresas y ricos fue seria, muchos trabajadores fueron asesinados, encarcelados y hasta expulsados del país si eran inmigrantes, y la represión fue en aumento a medida que crecían los sindicatos y las organizaciones políticas de izquierda. Entre estas últimas, que existen desde 1880 cuando se organizan los Clubes Nacionalistas y luego la Liga Socialista, están el Partido Socialista Laborista y el Partido Socialista de Canadá. Para 1911 la organización anarquista Industrial Workers of the World (IWW) da nuevo impulso al movimiento sindical y por lo tanto aumenta la represión policial. Para 1919 en el oeste se organiza un sindicato único (One Big Union) que llama a la huelga general en una concentración en la ciudad de Winnipeg donde había enrolado a 50.000 trabajadores, la represión dejó victimas en la concentración. Para 1921 se forma el Partido Comunista canadiense, que llega a tener una fuerza importante en el movimiento sindical y representates en el aparato legislativo de algunas provincias. Para los años treinta surge nuevamente otro frente socialista y sindical importante, Cooperative Commonwealth Federation ( CCF ). Los trostkistas, que existian desde 1928, forman para 1946 el Revolucionary Worker Party (RWP). Canadá era un país muy activo políticamente y las fuerzas de izquierda desafiaban al sistema dominante constantemente.
Los Brigadistas Internacionalistas canadienses no habían salido de la nada, eran parte de un desarrollo político, y ellos mismos conocieron y experimentaron todo esto, incluso la represión brutal y la vergonzosa existensia de campos de prisioneros en 1917 y de nuevo en 1932. En su mayoría los Brigadistas eran izquierdistas activos que conocían el fascismo en casa, motivo principal por el que se habían enrolado como voluntarios para cruzar el océano y luchar en defensa de la República española, en contra del fascismo que crecía y se fortalecía en Europa. Fue por esto que a su regreso al país estarían en la mira de los ojos vigilantes de los fascistas canadienses por, practicamente, el resto de sus vidas. La policía federal de Canadá presionaba continuamente al gobierno de turno para procesarlos por haber sido parte del Batallón Makenzie-Papineau, no se llevó a los tribunales simplemente porque ningún político se atrevió por el desprestigio que significaría, debido a la gran popularidad y admiración del pueblo canadiense por estos soldados de la solidaridad, los más legítimos luchadores antifascistas existentes. Cuando Canadá declara la guerra a Alemania, durante la Segunda Guerra Mundial, muchos veteranos internacionalistas se enlistan como voluntarios para volver a pelear en Europa contra los nazis, pero la mayoría de ellos son rechazados, acusados de radicales, agitadores y desconfiables. Algunos superan la censura, como el ex comandante del Batallón Mackenzie-Papineau, Edward Cecil-Smith, un soldado excelente con una rica experiencia en el frente de batalla que fue reconocido por los jefes del ejército canadiense, pero quien, sin embargo, luego de un corto tiempo de servicio es dado de baja y devuelto a Canadá.
The Canadian Legion (Legión Canadiense), la asociación que afilia a todos los veteranos de guerra, no permitió la afiliación de los veteranos del Mackenzie-Papineau, que tuvieron que crear su propia organización de veteranos de guerra para seguir contribuyendo a la lucha contra la dictadura de Franco. Pero las autoridades policiales y políticas del país les impidieron legalizar su organización, todos ellos incluídos en las listas negras del poder, listas que crecieron enormemente en los años 50 con el comienzo de la Guerra Fría.
Con los años los Brigadistas Internacionalistas de este país se fueron transformando en una historia oculta, prohibida en la educación, en los medios de información y en los poderes políticos. Para los años 70, cuando quedaban un par de docenas de estos héroes olvidados que tenía ya entre 60 y 70 años de edad, vuelven a intentar registrar formalmente su organización con el fin de solidarizarse con el restablecimiento de la democracia en la España franquista. Su solicitud la hicieron durante el gobierno de Pierre Trudeau, el más famoso político canadiense que fuera siempre presentado como hombre progresista, nacionalista, inteligente. Pero su gobierno también se negó a la formalización de la organización con la excusa de que estos veteranos estaban vinculados al Partido Comunista canadiense y que perjudicarían las relaciones con la España de Franco. La policía canadiense mantuvo los archivos de los 1.200 veteranos internacionalistas hasta 1984, cuando sólo estaban vivos unos 150 de ellos, la mayoría de ellos no pertenecía al Partido Comunista canadiense.
Como casi todas las «democracias occidentales,» Canadá fingió neutralidad no denunciando la descarada intervención de la Alemania nazi, ni de la Italia de Mussolini en la Guerra de España. Como el resto de las mentadas «democracias», Canadá no apoyó, ni ayudó en nada a la República española en su momento de necesidad, cuando su institucionalidad peligraba bajo el ataque de las fuerzas fascista extranjeras y nacionales bajo el comando de Franco. Por el contrario muchas entidades corporativas de estos paises «democráticos» suministraron apoyo económico, implementos y combustibles, como lo hizo la Texas Oil Company americana. Las élites y algunos sectores de las clases medias en Estados Unidos y Europa, simpatizaban con la Alemania nazi y con la Italia fascista, hasta el momento mismo en que éstas se vuelven contra ellos. Casi todos los paises occidentales desarrollados, a pesar de haber participado en la Segunda Guerra Mundial y haber perdido millones de soldados y civiles a manos del fascismo, miraron con desprecio el intento legítimo de la República española de defenderse aunque ésta fue un gobierno legítimamente elegido por su pueblo. Pero aunque Canadá no tuvo problema alguno en recibir a miles de nazis como inmigrantes al final de la guerra, sí continuó vigilando y persiguiendo a quienes lucharon contra el fascismo, en particular si habían pertenecido o simpatizaban con organizaciones de izquierda [2] . Para finales de los años 40 se implementa en Canadá un estado de bienestar a inicios de la Guerra Fría, se dan ciertas reivindicaciones sindicales, sociales y económicas exigidas por los trabajadores pero a cambio de éstas muchos dirigentes de organizaciones laborales se hacen cómplices en desprestigiar izquierdistas y pensamientos socialistas.
El descaro de las llamadas democracias occidentales de Europa y Estados Unidos no ha tenido limites, asi como favorecieron el crecimiento del fascismo en contra de la España Republicana, favorecen durante los últimos 60 años dictaduras criminales en Asia, Africa y América Latina, dictaduras que no habrían sobrevivido un día sin su apoyo. Para cubrir su complicidad, muchos países del llamado Primer Mundo han recibido algunos de los refugiados que escaparon de las cacerías humanas implantadas por ellos mismos y sus regímenes amigos. Pero los proyectos populares que emergen en el Tercer Mundo tratando de proteger a sus ciudadanos y buscar equidad son atacados, como fue atacada la República española. Como tiburones, los mandamases del mundo tratan de devorar a cualquier lider que se proponga la liberación de los pobres del mundo, y para ello hacen uso de los más sucios métodos a su alcance. Asi, cuando presidentes, primer ministros o reyes del Primer Mundo se pavonean en foros mundiales disfrazándose de «defensores de la civilizacioin, la democracia y los derechos humanos,» que es quizás el escenario mas cínico y grotesco que nos presentan, no debemos olvidar los crímenes que han cometido contra quienes han luchado realmente por los derechos humanos y la democracia popular. A través de los siglos las élites dominantes que los falsos demócratas representan han tratado de destruir los derechos y los espacios liberadores que los pueblos y sus hijos han logrado en la historia. Son espacios defendidos por luchadores y luchadoras, que como los Brigadistas Internacionalistas del Mackenzie-Papineau defendieron en España. Se paga un precio alto por cualquier lucha justa pero el dinamismo de la historia nos asegura que no falten quienes tomen los puestos de combate que se abren. Asi como lo hicieron los Brigadistas en los campos de la España republicana, donde muchos lucharon sin siquiera dominar el idioma del lugar.
[1] Petrou, Michael (2008) «Renegades: Canadians in The Spanish War» (Renegados: Canadienses en la Guerra Española), University of British Columbia Press.
[2] Rodal, Alti (1986) Deschenes Commission of Inquiry on War Criminals http://
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