Muy desamparada y triste tendría que ser mi vida si estuviera esperando a que viniera a ponerle «ilusión» un lanzador de martillo. A mí sus deportistas me traen al fresco. Como espectáculo, el deporte me aburre hasta la pérdida del conocimiento. Como espejo de virtudes morales, la competición me parece despreciable y detesto ese enaltecimiento […]
Muy desamparada y triste tendría que ser mi vida si estuviera esperando a que viniera a ponerle «ilusión» un lanzador de martillo. A mí sus deportistas me traen al fresco. Como espectáculo, el deporte me aburre hasta la pérdida del conocimiento. Como espejo de virtudes morales, la competición me parece despreciable y detesto ese enaltecimiento a cualquier precio de la victoria y esa atención exclusiva al resultado. También me repele el individualismo rabioso y, en los deportes de equipo, el chovinismo vomitivo de las Olimpiadas. Ese recuento de medallas (da lo mismo cuáles) en el que media España anda embebida me da vergüenza ajena.
Si usted siente «orgullo personal» porque un tipo al que ni conoce corra más rápido que otro, allá usted. Si eso satisface sus ilusiones, pues me alegro, aunque no pueda evitar preguntarme qué clase de vida llevará usted para tener semejantes ilusiones. En fin, hable en su propio nombre, hay algunos (pocos, no se alarme) que pensamos que el «espíritu olímpico» y el «orgullo nacional» son una verdadera indecencia.
Fragmento de Carta con respuesta del 28 de agosto de 2008
http://blogs.publico.es/rafaelreig/?p=337