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Olmedo, poeta y revolucionario

Fuentes: Rebelión

A ningún compatriota le debe tanto Ecuador como al poeta, abogado y político, don José Joaquín de Olmedo; toda nuestra independencia está imbuida de sus ideas libertarias.

En las Cortes de Cádiz, cuando Ecuador era todavía colonia de España, se destacó por pronunciar un discurso en el que exigía la abolición de las mitas y también expuso los fundamentos ideológicos de Octubre de 1820 y Marzo de 1845. Para Olmedo, las leyes sabias deben no sólo proponer el benéfico fin que buscan sino que son sabias si “hacen felices a los pueblos”. He ahí lo moderno de su pensamiento: la felicidad del ser humano debe estar por sobre todo. Luego estampó estas ideas en el Acta de Independencia y en el Reglamento Provisorio de Gobierno de la Provincia Libre de Guayaquil. Las leyes del Ecuador fueron iluminadas desde tempranas horas de su existencia por las ideas de Olmedo, que también le guiaron en su actividad política.

Olmedo, José de Antepara y José de Villamil regresaron a Guayaquil en 1814 y juntos trabajaron con ahínco en propalar las ideas libertarias y en postular las leyes que regirán a una república independiente, democrática y soberana, tarea nada fácil si se considera la época en que vivían, luego de que los próceres del 10 de Agosto de 1809 habían sido ejecutados para impedir la independencia. Este grito de libertad no fue apagado por el martirologio sino que, por el contrario, le dio aliento y ahora se propagaba no sólo entre nosotros sino que se había enraizado en todos los ámbitos de la gran Patria Latinoamericana.

A fines de septiembre de 1820 arribaron a Guayaquil Miguel de Letamendi, Luis Urdaneta y León de Febres Cordero. Procedían de Lima, donde habían sido retirados del famoso batallón Numancia por haber manifestado simpatía por la independencia y por sus expresiones de rebeldía, e iban en dirección a Caracas. José de Antepara, amigo de Miranda, que con otros guayaquileños pregonaban el ideal libertario, no dudó en invitarlos a que participaran en la revolución que estaban fraguando.

José de Villamil con Ana Garaycoa, su esposa, organizaron en su casa una velada social en honor a Isabelita Morlás, hija del Ministro de las Cajas Reales, don Pedro Morlás. Ese día, domingo 1 de octubre de 1820, Villamil lo creyó propicio para además organizar una reunión conspirativa, por lo que pidió a José de Antepara que también invitara a los que estuvieran dispuestos a unirse a la revolución. Al acercarse la medianoche y luego de acordar que la revolución estallaría en las primeras horas del 9 de octubre, los patriotas juraron ofrendar su vida a cambio de conquistar la libertad. Don José de Antepara llamó a ese juramento “La fragua de Vulcano”, en honor al hijo de Júpiter y Juno, cuyas manos forjaron las invencibles armas de Aquiles, y ninguna obra merecía perdurar tanto como la libertad de la Patria, cuyo destino quedó sellado al asumir los patriotas el compromiso de vencer o morir.

León de Febres Cordero dijo que no sería meritorio unirse a la independencia luego de que después de mil sacrificios Bolívar y San Martín la lograsen, que ese rol sería indigno de ellos. Pero que del triunfo de la revolución en esta importante provincia iba a depender el éxito de ambos generales, a causa del efecto moral que esto iba a producir, aunque no produjera nada más: “El ejército de Chile conocerá que no viene a un país enemigo y que en caso de algún contraste tiene un puerto a sotavento que se puede convertir en un Gibraltar. El General Bolívar nos mandará soldados acostumbrados a vencer y desde aquí le abriremos las puertas de Pasto que le serán muy difícil de abrir atacando por el norte”.

En la madrugada del 9 de Octubre de 1820, y bajo la consigna de “Viva la Patria”, ocultándose debajo de los portales de Guayaquil, protegidos únicamente por la penumbra que el tempranero sol pronto despejará, los patriotas partieron a tomar el Cuartel de Granaderos y cumplir así su histórica misión; previamente habían distribuido tareas y responsabilidades a desempeñar.

Que nuestros antepasados eran de armas tomar no lo discute nadie y lo demuestran León de Febres Cordero y el Capitán Nájera, que con unos cuantos soldados del Batallón de Granaderos tomaron el cuartel de Artillería, apresaron al oficial mayor y después arengaron con tal entusiasmo a la tropa que esta se unió a la causa de los patriotas. Por su parte, Francisco Lavayen acompañado de unos pocos rebeldes se apoderaron de la batería Las Cruces, luego asaltaron el Cuartel Daule; Joaquín Magallar, su comandante, entregó la vida intentando impedir el triunfo de la revolución. A buena hora no hubo más bajas de lamentar.

A eso del medio día del 9 de Octubre, Olmedo asumió el cargo de Gobernador Civil de la Plaza; Villamil y Febres Cordero tuvieron que insistir largamente para que este ilustre hombre aceptara el puesto. El bando que anunció la libertad fue aprobado por la votación de todo el pueblo y en esta elección participó toda la tropa. Luego, el Cabildo redactó el Acta de la Independencia de Guayaquil y estampó su firma en la misma. En dicha Acta se lee: “En la ciudad de Santiago de Guayaquil, a los nueve días del mes de octubre de mil ochocientos veinte y años, y primero de su independencia”. La palabra independencia era una primicia en la historia patria.

Después, el Cabildo nombró a Olmedo Jefe Político de Guayaquil, quien convocó a un Cabildo Abierto que escogió y ratificó a las autoridades siempre y cuando jurasen lealtad y apoyaran la independencia, luego acordaron proponer estas nuevas a Quito y Cuenca, exhortándolas para que se unieran a este movimiento. También nombró Jefe Militar al comandante Gregorio Escobedo; creó la Junta de Guerra, presidida por Luis Urdaneta; comisionó a Villamil y Letamendi para que viajaran a Lima e informaran a San Martín, y a Lavayen para que informara a Bolívar. Les daban la buena nueva: Guayaquil era libre del dominio español y se unía a la lucha por la independencia.

Las transformaciones producidas en América Latina, antes del 9 de Octubre de 1820, habían sido profundas y la lucha por la libertad triunfaba por todo el continente: Las batallas de Carabobo y Boyacá habían independizado a Venezuela y Colombia; Argentina y Chile ya eran libres; San Martín se aprestaba a liberar Lima; Chile había acabado con la supremacía naval de España en el Pacífico, y el ideal independentista había echado raíces en la opinión de la gente. Algo muy diferente a lo que había acontecido luego del primer grito de independencia dado en Quito el 10 de Agosto de 1809, cuando el dominio de España era todavía sólido, pese al éxito inicial y al respaldo popular a ese levantamiento.

Luego del triunfo de la Revolución del 9 Octubre de 1820, cuyo ejemplo amenazaba con propagarse por todos los rincones del suelo patrio, hubo en Guayaquil tres ideales políticos: Los que propugnaban la anexión a Colombia, los que preferían la anexión al Perú y los que luchaban por ser un Estado Soberano, o sea, la Provincia Libre e Independiente de Guayaquil.

Todos comprendieron que la independencia no podría consolidarse mientras Quito y el resto de país no fuesen libre, por lo que, además de solicitar ayuda a San Martín y Bolívar, crearon la División Protectora de Quito, comandada por Luis Urdaneta y León de Febres Cordero, que de inmediato partió a independizar lo que sería la futura capital del Ecuador y demás regiones de la Patria. Lastimosamente, por no estar pertrechados para soportar el frío de la serranía ecuatoriana y pese a que durante la marcha lograron importantes victorias, fueron derrotados en los campos de Huachi y debieron retornar a Guayaquil. Bolívar, a solicitud de Olmedo, envió al general Antonio José de Sucre, para que afianzase la independencia de la naciente nación.

A Bolívar y San Martín se les hizo patente que sin aunar esfuerzos se dificultaría la causa independentista, por lo que acordaron reunirse en Guayaquil, donde decidirían la suerte de los territorios liberados. Hubo la propuesta de que la incorporación de Guayaquil a Colombia se realizara mediante plebiscito. Bolívar, por no estar seguro de cómo votarían los guayaquileños y puesto que requería de este importante puerto para plasmar su gran proyecto, asumió todos los poderes, tanto políticos como militares, e impuso al Gobierno Provisional Guayaquileño que la Provincia Libre de Guayaquil perteneciera a Colombia. Ante la imposibilidad de que Guayaquil fuera un Estado independiente o formara parte de la República del Perú, Olmedo, quien se oponía a que su ciudad quedara bajo la férula de Colombia, rechazó esta resolución y se exilió en Lima. Fue el único prócer que le dijo NO al Libertador, lo que no fue un óbice para que le dedicara la más bella oda a la independencia de América: La Victoria de Junín, Canto a Bolívar. Posteriormente, Sucre organizó a los guayaquileños para que participaran en la lucha por la liberación de Quito. El 24 de mayo de 1822 se dio en las faldas del Pichincha la gran batalla que selló nuestra Independencia. Así eran nuestros próceres, aprendamos de ellos.

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