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América Latina

Opciones en danza

Fuentes: La Jornada

El futuro mediato de América Latina se debate en cuatro escenarios políticos, a saber: 1. Gobiernos revolucionarios o reformistas que tratan de conseguir mayor poder para la sociedad (Cuba, Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Bolivia, y Paraguay cuando asuma el presidente electo). 2. Movimientos sociales que presionan al Estado para que cumpla con sus obligaciones constitucionales (Argentina, […]

El futuro mediato de América Latina se debate en cuatro escenarios políticos, a saber:

1. Gobiernos revolucionarios o reformistas que tratan de conseguir mayor poder para la sociedad (Cuba, Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Bolivia, y Paraguay cuando asuma el presidente electo).

2. Movimientos sociales que presionan al Estado para que cumpla con sus obligaciones constitucionales (Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Panamá).

3. Agrupaciones y partidos de origen diverso que defienden reivindicaciones puntuales (México, El Salvador, Costa Rica, Perú, República Dominicana)

4. Fuerzas insurgentes que combaten al Estado (Colombia).

Cada uno de los escenarios aparece cruzado por distintas modalidades de expresión, a más de fuerzas internas y externas que obligan al incesante reacomodo político. En ninguno existe la situación ideal, y en todos irrumpe con claridad el rechazo al libre comercio y el capitalismo salvaje.

Se trata de asuntos a los que, por su amplitud y complejidad, apenas podemos aproximarnos de modo tangencial. Sin embargo (y con excepción de Cuba), es importante fijar el punto de arranque de la nueva situación en un par de momentos determinantes de la historia reciente: el alzamiento del pueblo de Caracas en 1989, y el de los zapatistas en 1994. Ambos hechos tuvieron lugar cuando el neoliberalismo amenazaba, sin mayor oposición, con devorarse al mundo existente. Surgidos de experiencias intransferibles y trascendentes, el movimiento bolivariano y el zapatista posibilitaron la vertiginosa superación del páramo ideológico en el que se hallaban las izquierdas del continente.

Detengámonos en ellos: el primero, invocando el legado de integración política pendiente, soñado por Bolívar; el segundo, recordándonos el medio milenio de opresión de los pueblos prehispánicos. ¿Cómo conjugar, en ambos, los límites entre pragmatismo y principios?

En poco menos de un decenio, la llamada «revolución conservadora» había conseguido destazar el cúmulo de esperanzas populares forjadas en el siglo pasado, de 1910 a 1980.

En consecuencia, y en el entendido de que lo perfecto siempre será enemigo de lo bueno, las izquierdas de América Latina están en condiciones de dar un salto de calidad. Como nunca, están dadas las condiciones para proceder con flexibilidad y generosidad, superando el enfermizo canibalismo ideológico que crónicamente guardaron entre sí.

Frente al descomunal poderío del enemigo común, sería suicida y perjudicial una interminable disputa por el canon de la revolución. Unidad, en lugar de unitarismo. Amplitud de miras y respeto a la diversidad, en lugar de señalar las limitaciones de cada proceso por el ojo de la cerradura.

Toda lucha política es singular y conlleva su propia lucha de clases porque no es universal, sino particular. Al imperio le tiene sin cuidado si nuestros hábitos, costumbres, formación y cosmovisión del mundo son de origen maya, caribeño o andino, de carácter proletario o de clases medias urbanas.

Desde hace más de 200 años, la ideología burguesa dejó de ser revolucionaria. Desentrañarla, conocer sus límites para negarla y eventualmente superarla hace a la auténtica «revolución permanente». Frente al enemigo y consigo mismo. Mas para ello hay que entender que sólo ganan batallas los que están en ellas.

Cuidarse, en consecuencia, del teoricismo que hace naufragar la teoría, y de ciertos pragmatismos que acaban en mero oportunismo. Teoricismo y pragmatismo son prácticas reduccionistas, dogmáticas y excluyentes que perjudican a los procesos de emancipación social efectivos.

Con sus grandezas y miserias, la «realidad real» amerita ser tratada con prudencia y sinceridad. ¿Confundirán las izquierdas (¡una vez más!) ideología con política, pureza con firmeza, lo anhelado con lo real? ¿Incurrirán por enésima ocasión en el desdén y terca negación de la singularidad con la que cada una de ellas actúa en su realidad?

A sabiendas de lo que está en juego, el imperio despliega la cuarta Flota por el continente. Sabe que ya no hay espacio para proyectos revolucionarios o reformistas de tipo elitista, tan fáciles de conjurar. Gane Obama o McCain, las oligarquías y el imperialismo planifican un genocidio mucho más eficaz que el de los nazis. Política de exterminio pensada para dar de baja a buena parte de la población mundial, apropiándose del total de los recursos naturales del planeta.

La indiferencia del gran capital por la depredación del medio ambiente y el cambio climático de la Tierra; el hambre planificada como negocio; la diseminación controlada de epidemias, el combate a cualquier pretensión de que la política sea eje de la economía; el terrorismo mediático en todos los ámbitos de la comunicación (educación, formación, información) forman el paquete in situ de la globalización realmente existente.

http://www.jornada.unam.mx/2008/06/11/index.php?section=opinion&article=027a1pol