¡Están cabreados! Se autodefinen de la boca para afuera como «adalides de la libertad de expresión y de la democracia», aunque en el fondo defienden con uñas y dientes un sistema político-económico sostenido en la más aguda pobreza y desigualdad jamás vista en la historia republicana del Ecuador. Un sistema que mientras excluye y relega a las mayorías a (sobre)vivir en la miseria otorga reconocimiento a unos pocos, principalmente a quienes lo defienden haciendo gala del papel periódico, micrófono, televisión o redes sociales. Sólo ahí han podido encontrar el habitus y campo que tanto anhelaban. El reconocimiento social para no ser parte de “los nadie”.
Pero no se trata del desarrollo de las teorías de Bourdeau ni de la antítesis de Galeano, sino de describir un entramado de insinuaciones que tienen como objeto callar a las más significativa caricaturista ecuatoriana de todos los tiempos. Bajo el uso de un sinuoso lenguaje pseudoperiodístico —que intenta escabullirse del cifrado legal de la injuria o de la calumnia—, cuatro autodenominados referentes de la comunicación y participación ciudadana han emprendido en la tarea de censurar el arte de Vilmatraca, no sin antes verter sobre ella un artificioso juicio moral que busca descalificarla de la vida cultural como un paso previo a su repulsión de la ciudad política.
La operación Vilmatraca comienza con la selección de una de sus caricaturas. La reacción a la parodia del Estado en tiempos de narcotráfico y de violencia criminal develó un oportunista espíritu de cuerpo bajo el nombre de solidaridad feminista y antirracista. Sin embargo, la primera detractora de turno olvidó que la caricatura tiene sus orígenes en la crítica a todas las formas de poder. En la parodia de las jerarquías sociales e institucionales las elites no tienen la patente de corso para quedar invisibles. Tampoco para ser defendidas apelando a la esencialización de las diferencias, ahí donde el medieval e inquisidor principio del “bien” y del “mal” puede ser restaurado enjuiciando únicamente a lo blanco y lo masculino como malvado y deshonesto.
No obstante, cual oscurantismo en el Medioevo, se llamó a través de radio a no retwittear las caricaturas de Vilmatraca “ni por chiste ni por comentario”, porque todo aquel que lo haga es “gente que defiende el lado oscuro de la sociedad y de las prácticas patéticas del narcotráfico”. Enseguida se sumaron quienes por un lado tildaron a su caricatura de ser “una expresión brutal de incoherencia, cobardía e infamia”; mientras que por otro aludían a su autora de ser una “equidistante” que terminaba haciéndole eco al proyecto mafioso. Claramente, en este cargamontón sus “críticos” ni siquiera se pusieron de acuerdo para elucubrar una misma tesis.
Lo que sí queda claro es el sentido hacia dónde apunta esta “crítica”, señalando que la mayoría de las caricaturas de Vilmatraca le hacen “juego a políticos mafiosos, corruptos y personas muy peligrosas”, lo cual alienta “el odio de gente indeseable y de ejércitos de troles”. En estas frases no sólo hay un periodista irritado que descubrió en sus caricaturas el ello, el yo y el superyó de un sirviente del sistema, sino también de un practicante de la bilingualidad que se dio cuenta que es más “nice” usar en su curriculum el término “Newsletter” en lugar de simple boletín de prensa.
Si bien el denominador común en todos estos cuestionamientos es la arrogancia, éstos no deben ser subestimados ni asumidos con ingenuidad. En su metamensaje puede subsistir una implícita atribución, aquella que sus valientes detractores no se han animado a hacer afirmación alguna. Principalmente, porque el más desprevenido lector de todas estas críticas podría formular la siguiente pregunta: ¿acaso están insinuando un vínculo de la caricaturista con el crimen organizado? Si fuese así, ¿cuál es el siguiente paso?, ¿fraguar un proceso penal contra ella?
Más allá de cualquiera de estas deductivas interrogantes, los cuestionamientos contra Vilmatraca se han convertido también en ataques a sus seguidores al ser denigrados al papel de “troles” o de “gente indeseable”. Como si cada una de sus caricaturas no expresara por sí misma el sublime arte del humor político, quienes las contemplan y reproducen están de alguna forma siendo encasillados como si fuesen hordas de bárbaros en las redes sociales.
De cualquier manera, aunque nadie los haya elegido como tal —al menos dentro de una asamblea barrial o en el condominio donde seguramente residen—, los autodenominados defensores de la libertad de expresión y participación ciudadana han aprovechado los espacios que la comunicación privada les concede no para oponerse a una caricatura, sino para cuestionar la ética de su autora. Es la crítica pantalla que a través de la selección de cualquier obra busca enjuiciar moralmente a su obradora. En el fondo, están censurando a la caricaturista por medio de sus caricaturas.
Vilmatraca tiene una altísima sensibilidad social. Sus caricaturas describen el dolor de las ecuatorianas y los ecuatorianos, la tragedia de la que el sistema político-económico también es responsable. Por ello, Vilmatraca les resulta inapropiada, disruptiva e incómoda. Les causa urticaria y somnolencia. La operación Vilmatraca es básicamente una conspiración por el silencio del arte que critica al poder.
Imagen: «Daniel Noboa le dijo a la famosa revista New Yorker que tiene la idea de construir una cárcel en la Antártida, también dijo que el presidente Petro es un snob de izquierdas, que Milei no ha logrado nada y que Bukele es un arrogante, entre otras perlas. El artículo fue escrito por el periodista John Lee Anderson quien acompañó al presidente durante varios días en sus recorridos.» (Nota tomada de la página de Facebook de la artista conocida como Vilmatraca.)
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