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Oskar Gröning

Fuentes: Rebelión

Lo he leído hoy, 23 de abril del 2015, en «Der Spiegel». El relato provenía de la periodista alemana Gisela Friedrichsen presente en el juicio en Lüneburg. Y sí, llama la atención. El acusado Oskar Gröning, por contribuir de algún modo al asesinato de 300.000 personas, es hoy un anciano de 94 años, que se […]

Lo he leído hoy, 23 de abril del 2015, en «Der Spiegel». El relato provenía de la periodista alemana Gisela Friedrichsen presente en el juicio en Lüneburg. Y sí, llama la atención. El acusado Oskar Gröning, por contribuir de algún modo al asesinato de 300.000 personas, es hoy un anciano de 94 años, que se expresa lisa y llanamente ante las preguntas del juez sobre los crímenes del régimen nazi, en los que él estuvo presente. En palabras de Gisela Friedrichsen: «Aumenta la indignación y rechazo en una a medida que avanza la exposición del acusado«. Una sobreviviente relata el porqué, a pesar de todo, ella perdonó a los nazis.

Oskar Gröning , voluntario en el ejército de las SS, de 1942 a 1944 perteneció al departament IV de la comandancia del campo de concentración de Auschwitz, uno de los responsables de la administración de los valores y sumas de dinero de los judíos condenados a muerte. Se dio cuenta rápidamente de lo que allí ocurría cuando, con 21 años entonces, llegó allí «eufórico». Puede ocurrir que él mismo no se hubiera manchado las manos de sangre, que no hubiera matado directamente a nadie, algo que él ha ido sosteniendo siempre a lo largo de los años. Pero de lo que no hay duda es de que estuvo allí presente: Que olió, oyó y vio cómo miles y miles de personas eran asesinadas en cámaras de gas y luego quemadas, cómo morían como moscas y eran tratadas como sabandijas. De todo esto no hay duda.

Ni tampoco lo niega: «Conocía y estaba al tanto», afirma ante el tribunal de Lüneburg. Se expresa abiertamente sobre el servicio y la organización, y recuerda de algunos «incidentes». Por ejemplo, «en Birkenau sólo había judíos de Hungría, porque allí no había mucho sitio». Y allí se seleccionaba más rápidamente que en Auschwitz I, porque los que llegaban, en palabras de Gröning, no eran «llevados» en camiones sino que caminaba a pie a la muerte. Los unos a la derecha, los otros a la izquierda dependiendo de su valía para el trabajo. «Mis impresiones fueron horribles, dice el Sr. Oskar, era consciente que este esfuerzo del Tercer Reich por desembarazarse de los judíos húngaros se basaba en un odio imposible de llevarlo a cabo».

Y por lo visto este odio llamó la atención de Gröning. Ante la pregunta del juez sobre «¿qué observó en la rampa, en el muelle de descarga?» su respuesta fue: «De lo que sí estoy seguro es de que no se daban excesos. Todo transcurría en paz. Se abrían los vagones de mercancía y ganado y los judíos ni siquieran debían molestarse en llevar consigo sus paquetes. Es decir, había personal que se encargaban de ello». Todo se desarrollaba con mucho más orden y no tan penosamente como en Auschwitz I. «Uno puede imaginarse, continúa, el trajín que ocurría cuando de pronto llegaban 45, 50 vagones cargados con 80 personas cada uno». «En un campo de concentración ocurren esas cosas», dice, como si fuera lo normal. Describe como «normal» y «decente» lo que sucedía en el campo de exterminio de Birkenau. «Quienes llegaban aguardaban de pie en filas de cinco. ¡Vaya usted a saber quién lo determinó así! El transcurso y desarrollo era dirigido por los mismos presos. Era su trabajo y repercutía en su propio interés y beneficio. Porque también tenía sus ventajas: como tocino, comida, prostitutas. Y como mejor se desarrollaba todo era habiendo orden». En las vías de tren no debía quedar olvidada ninguna maleta. «De manera que en 24 horas se acomodaba a 5000 personas». ¿Acomodar? «Sí, por supuesto, porque el siguiente transporte sólo se abría cuando el anterior había sido atendido ya. Lo exigía el orden, lo demás hubiera ocasionado un grave desbarajuste». Literalmente: Después y todo la capacidad de las cámaras de gas y los crematorios era limitada.

Y es en este momento cuando la periodista explota en su relato: ¡Cuanto más se le escucha más indignación produce! Se agradece que preste testimonio con sinceridad sobre los crímenes del nazismo, pero produce grima la forma como lo hace, ¡cómo resalta y destaca la necesidad de paz y orden a la hora de la ejecución! Pregunta el presidente del tribunal: «¿Se dieron algunas indicaciones caso de alboroto y desorden?2 «No, responde el acusado, pero hubiéramos reaccionado de forma racional». «¿Y cómo era el ánimo, el ambiente en los que llegaban?», vuelve a preguntar el presidente. «Inocente, ingenuo, sin tener ni idea». Sin asomo de vergüenza. Uno de los jueces del tribunal cita una declaración de Gröning como testigo en 1978, donde dijo que «a veces no pasaba nada en la rampa pero que otras había que trabajar de lo lindo durante las 24 horas». Hoy Gröning no lo recuerda así: «No, no ocurría eso, un plan de trabajo así hubiéramos tenido que modificarlo totalmente». Recalca varias veces que nadie hubiera podido conocer la dimensión que alcanzó con el tiempo. Todavía parece ser que lo que más le molesta a día de hoy es la diemensión que llegó a adquirir «la cosa».

Gröning lamenta que en Auschwitz hubiera faltado la instrucción militar. «Un sistema así tenía que terminar ablandándose», comenta. «Hubo gente que se acomodó en el vivir con mantas de seda y con una mejor manutención. Algo que aportaron y trajeron consigo los judíos». El transporte es valorado de distinta manera. «Entre los polacos desharrapados y harapientos no había nada que buscar, pero entre los húngaros, lo sabíamos, había abundancia».

Y al final del interrogatorio añade Oskar Gröning una frase: «Yo entonces no era más que un simple suboficial».

¿Entendió el Sr. Oskar lo que al final dijo la primera superviviente, la octogenaria Eva Mozes Kor? Habló en inglés con traducción al alemán y Gröning se esforzó por no escucharla, quizá conoceder de primera mano de lo mucho que sufrieron los concentrados, quizá porque oye ya mal o quizá, vete a saber, porque no quiere oírla. Los padres de Kor y dos de sus hermanas murieron en Auschwitz. Sólo ella y su hermana gemela Miriam sobrevivieron porque cayeron en manos del médico del campo Josef Mengele, quien experimentó con ellas. «Mengele observó su gráfico de temperatura y sonrió, y recuerda que dijo, una pena que todavía sea tan joven». Y sobrevivieron ambas por su indomable ganas de vivir y, también, por haber perdonado a los nazis. «De ese modo tomé las riendas de mi vida, porque con rabia y dolor una no puede vivir». El perdón es un acto de autoliberación, «gratis y sin efectos secundarios».

Ante esta frase Gröning no sonrie, tampoco ha escuchado cuando la anciana le ha animado a que diga a los jóvenes que en Auschwitz no hubo vencedores, que sólo hubo perdedores: «El régimen nazi no funcionó, Señor Gröning, diga eso a la juventud».


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.