1. Fin del capitalismo global, hacia la sociedad poscapitalista
En el año 2000, varios intelectuales produjeron un texto (Dieterich, et.al., 2000) fundamental que incorpora una propuesta sobre la reorganización de la sociedad global en este siglo. Se plantea que en el tercer milenio habrá una sola esperanza real para mejorar la calidad de vida de las mayorías: la democratización profunda de la sociedad global. Según el texto, estamos ante un sistema que tiene a la base una economía de mercado en su fase transnacional-capitalista y una democracia formal burguesa en su etapa de involución plutocrática.
Sin base ética, sin satisfacer las necesidades económico-sociales y sin capacidad para emplear las ciencias y tecnologías disponibles de manera racional en beneficio de la humanidad y de la naturaleza, las élites dominantes de la sociedad global se han convertido en el principal obstáculo para la construcción de un mundo mejor. Esas élites, nos hacen saber que las ofertas de un futuro posible son sólo tres: 1. La dictadura de desarrollo al estilo de los tigres asiáticos, es decir, medio siglo de despiadada acumulación del capital en condiciones de flagrante antidemocracia; 2. La dictadura de la clase rentista mundial (capital financiero), conocida como neoliberalismo; 3. El «tercer camino» de Tony Blair, que es la dictadura socialdemócrata del capital productivo que dentro de las condiciones de pobreza y explotación de los países neocoloniales no puede funcionar.
Frente a todo lo anterior se propone de modo alternativo el Nuevo Proyecto Histórico (NPH), un programa de democracia real participativa y de economía no-capitalista. El paradigma del principio de la equivalencia como base de la economía global es planteado por Peters (Dieterich, et al., 2000: 11-59) como alternativa al paradigma dominante de la economía nacional de mercado, lo cual recupera a la economía como la ciencia de la satisfacción de necesidades humanas a través de la transformación de la naturaleza, frente a lo que Aristóteles caracterizó como «crematística» (=enriquecimiento), a su reducción a la perversión de la economía, al pasar de un subsistema al servicio de la sociedad (polis) para convertirse en una maquinaria para obtener ganancias. Después de un recorrido histórico aleccionador, Peters muestra las posibilidades de liberar a la economía de la lógica crematística e ir avanzando con los principios de la equivalencia y de la planeación democrática de la producción y distribución; una economía del futuro basada teóricamente en el valor objetivo y el principio de la equivalencia y, técnicamente en la computación, con lo cual se construiría la base material para la convivencia pacífica de la ciudadanía mundial.
En este texto se plantea que, con cambios hacia la economía equivalente -por mínimos que sean-, aplicando la teoría sobre el valor del trabajo y, si los precios del mercado mundial mejoraran a favor de los países en vías de desarrollo, tan sólo al grado en que empeoraron durante los últimos 30 años, el hambre podría desterrarse de este mundo. Es importante destacar que en la propuesta del NPH se reflexiona también en las características de la fase de transición hacia la sociedad poscapitalista, la cual tendrá un carácter mixto. Así, la base de operación de los sectores más avanzados de la nueva economía nacional pasará de precios-costos monetarios a valores objetivos (tiempo de trabajo), mientras que los sectores más atrasados y el mercado mundial seguirán operando sobre precios-costos.
Según R. Franco y H. Dieterich (2000: 81-113), dos factores harán posible la coexistencia temporal de los dos tipos de economía: a) la base para el cálculo en unidades monetarias (precio-costo) en las economías de mercado es, de hecho, el cálculo en unidades de tiempo: desde el inicio del taylorismo en los años treinta hasta los más modernos métodos de cuantificación de tiempos de producción en la ingeniería industrial contemporánea, tales como el operations research o el método inventado por la transnacional Motorola, Six Sigmas; b) la convertibilidad de ambas escalas de medición mediante matrices de input-output (producto), demostrada por Stahmer, que vuelve posible el intercambio entre los dos tipos de economía. Al desarrollarse la economía de equivalentes, la tendencia hacia la gradual expansión de las áreas bajo control del valor objetivo reducirá el peso de la economía de mercado, hasta que ésta finalmente dejará de existir.
Otra consideración fundamental en este proceso es la democracia como una propiedad (característica) de los sistemas sociales avanzados, la cual puede concebirse en tres dimensiones: 1. la social, entendida como la calidad de vida material; 2. la formal, entendida como la existencia de determinadas reglas generales de poderes, derechos y obligaciones de las diversas instituciones y entidades que componen el sistema social; 3. la participativa, entendida como la decisión real de los asuntos públicos trascendentales por parte de las mayorías de la sociedad, con la debida protección de las minorías. La relación entre estas tres dimensiones es dinámica e interactiva: cada estrato influye sobre los demás. Al seguir el sistema social su rumbo de avance desde lo sencillo hacia lo complejo, su propiedad democracia se desarrolla correspondientemente, confiriéndole cada vez mayor capacidad adaptativa para la sobrevivencia (Dieterich, et.al., 2000: 105-108).
Revisando las teorías del Estado, la democracia aparece históricamente, no sólo como algo positivo y éticamente superior a formas más primitivas de organización sociopolítica, sino -en tanto consecuencia necesaria de la evolución histórica de la sociedad humana- es funcionalmente superior en su capacidad de adaptación al constante cambio del entorno sociopolítico de la sociedad global; entorno que se caracteriza por su complejidad, diversidad, y sus cambios bruscos y rápidos, a veces difíciles de prever. Sin embargo, como resultado de una historia de exclusión en muchas de las formas institucionales de democracia representativa, hay múltiples iniciativas para nuevas formas de democracia participativa e incluyente que se encuentran enfrentando las estructuras de las naciones en que están ubicadas. La búsqueda para una coincidencia entre lo ético y, a grandes rasgos, lo práctico-funcional del comportamiento democrático de un sistema socio-político contemporáneo, confirma que la gran tarea política del siglo XXI sólo puede ser por la democracia real participativa. Se trata de construir economía equivalente en lo socioeconómico y democracia real participativa en lo sociopolítico para avanzar en la alternativa poscapitalista.
2. La construcción del régimen de propiedad desde abajo, en la perspectiva de la vida y del bien común
La convicción de que un mundo diferente es posible a condición de responder a la pregunta ¿la Vida o el capital? es fundamental. Esta pregunta crucial está llevando a grandes desafíos y a la construcción de propuestas alternativas a la economía de mercado cuando la respuesta es a favor de la Vida. La propiedad privada impuesta como forma absoluta de propiedad es aún más sacralizada en esta etapa del capitalismo salvaje que vivimos bajo el nombre de «globalización económica». Es preciso entonces que, si tenemos que seguir ofreciendo resistencia a este capitalismo globalizado y explorar alternativas concretas, es imperiosamente necesario comprender la esencia del régimen de propiedad privada y su vinculación con el dinero y el mercado (Duchrow y Hinkelammert, 2003).
Para la defensa de la vida es fundamental un cambio de perspectiva, así como la implantación concreta de instituciones económicas y políticas y de maneras de actuar alternativas y, en esto, un reordenamiento del régimen de propiedad que supere la ideología privatizadora desempeña un papel central. Para enfrentar este dilema humano hay que aceptar que no hay lugar neutral del conocimiento, de la ética y del actuar; no hay una ciencia libre de valores, la supuesta neutralidad de las ciencias empíricas en la Modernidad, lleva a consecuencias absurdas, a la irracionalidad de lo racionalizado, como la denomina Franz Hinkelammert. Hoy, en cada situación hay que decidir qué es compatible con la vida y qué lleva a la muerte. Dada las situaciones límite a las que ha llegado la humanidad ya es muy difícil evadirse de un posicionamiento frente a la vida o el capital.
Desde el ángulo de la economía de mercado de la propiedad, todo actuar racional se reduce a una racionalidad medio-fin. Cuando el fin es la rentabilidad -esto es, la máxima ganancia sobre la propiedad de capital utilizada en interés propio en forma de economía de empresa- entonces racionalidad es el empleo de los medios más eficaces posibles para alcanzar el objetivo. A título de ejemplo, para fabricar un producto o brindar un servicio, debe emplearse la menor cantidad de mano de obra con salarios lo más bajos posibles y precarias condiciones de trabajo, o sea reduciendo al máximo los costos. Se deben evitar gastos destinados a prevenir daños ecológicos y se procurará pagar el mínimo, en lo posible nada, de impuestos. Gracias a la competencia, el actuar con esta racionalidad medio-fin se tornaría cada vez más eficiente. El lugar -y la institución- para el aumento continuo de la eficiencia es el mercado.
La realidad de la economía de mercado de propiedad globalizada pone totalmente de manifiesto la lógica instrumental de la destrucción y la autodestrucción. La ideología liberal que afirma que los efectos indirectos del accionar competitivo intencional egoísta, dirigido a acrecentar las ganancias por medio de la economía de la empresa privada, serían coordinados y orientados por el mercado hacia el bienestar común, es refutada por los hechos. Desde luego existe hoy el capitalismo cínico, nihilista, éste solo confirma la lógica asesino-suicida del capitalismo global, realmente existente, desregulado y asegurado imperialmente… Toda razón que todavía reivindica ser razón, ha de concluir, con base en los hechos, que todas las estructuras, instituciones y acciones económicas deben ser construidas de nuevo, partiendo del primado de la lógica de la supervivencia (Duchrow y Hinkelammert, 2003: 184-185).
En la mayoría de constituciones políticas y leyes que tienen que ver con la economía, la propiedad de capital entendida en el sentido de bienes materiales y dinero, es la institución constitucional primordial. En una empresa privada la gerencia es importante pero es una función que depende de quién detente la propiedad, que goza de esta garantía como libertad absoluta de disponer y decidir a discreción. Las y los trabajadores alcanzan protección jurídica merced a la libre elección de la profesión u oficio y del lugar de trabajo, al ofrecer su propiedad de mano de obra en el mercado. Sin embargo, debido a la libertad de disposición del propietario, éstos disponen en el mejor de los casos de un derecho de cogestión en la empresa cuando ésta posee una estructura tal que al menos una parte del salario depende del éxito de aquélla. Vale decir que en una situación como la actual, donde la mayoría trabaja con un salario fijo, el dominio material de la propiedad conlleva asimismo un dominio sobre las personas asalariadas. Desde la óptica jurídica, el sujeto de la empresa es la propiedad, en tanto que, los(as) asalariados(as) son un objeto.
Así entonces, la acumulación ilimitada disfruta de la protección jurídica mientras que, se restringen derechos laborales y ciudadanos. Esto se legitima con diversos mecanismos. Por tanto, es vital una crítica profunda a la legitimación del régimen actual. Éste se funda esencialmente en dos argumentos: por un lado, se afirma que mediante la coordinación del mercado, las empresas que persiguen la maximización de ganancias lograrían producir el bien común; por otro lado, se sostiene que la propiedad privada cumple una función que asegura la libertad. La realidad refuta ampliamente estas pretensiones.
Las propuestas de cambio (Duchrow y Hinkelammert, 2003: 208-230) que se proponen, parten en particular de dos aspectos centrales: de la participación de los asalariados en el patrimonio y en el desarrollo de las ganancias de la empresa y, además, de la cogestión, con independencia de la propiedad. Si se quiere lo primero, esto es, formación de patrimonio en manos de los asalariados, en tal caso deben crearse las condiciones constitucionales para la participación de los trabajadores en las ganancias. La segunda solución, es decir la cogestión sin propiedad, encierra el problema de la indemnización en la circunstancia de que quien legisla intervenga en el núcleo central del derecho de propiedad. El problema únicamente admite solución si al mismo tiempo se restringe de modo expreso la garantía de la indemnización a un nivel conveniente y no supeditado al valor del mercado. En una fase de transición, mientras la vida de las personas dependa de un puesto de trabajo, habría que procurar el acceso al trabajo remunerado en igualdad de oportunidades y de derechos, así como la ampliación de los derechos de cogestión y propiedad de los(as) asalariados(as).
Ciertamente estas propuestas suponen un Estado Social como institución fundamental en la construcción de una sociedad poscapitalista, así se podría lograr que el ingreso básico para toda la ciudadanía sea financiado a través de los impuestos. Un requisito previo para la puesta en marcha de tal modelo sería contar con un sistema impositivo orientado hacia la productividad y la riqueza. El actual sistema grava en grado ascendente el trabajo, mientras hace lo contrario con el capital.
Vale comentar aquí que, en las últimas dos décadas, el poder soberano del Estado-nación ha sido reducido en el plano económico como consecuencia del poder totalizador adquirido por las transnacionales en el marco de la política de desregulación económica a nivel mundial. El poder totalizador que adquieren las transnacionales con la desregulación (Dierckxsens, 2000: 153) económica se desarrolla en el marco de la eficiencia como finalidad última, que no es otra cosa que la ley del más fuerte en el libre juego del mercado. Por otro lado, se requiere entrelazar las formas regionales de manejo de la economía local con la planificación democrática macroeconómica en la perspectiva de la vida y el bien común, este modelo superaría el enfoque capitalista de un mercado total que se autorregula con base en la propiedad privada y los contratos.
Una corriente importante de economistas propone una nueva economía política desde abajo, en el marco de una democratización de la política económica. Entre ellos, Samir Amin apoya el desligamiento regional parcial del mercado mundial, para poder imponer regulaciones sociales y ecológicas autónomas con más facilidad que a nivel nacional, a pesar de la supremacía de las fuerzas imperiales de las finanzas.
3. De la economía popular a la economía de solidaridad
La gran mayoría de la población latinoamericana (incluyendo la mexicana) que es pobre sobrevive a través de múltiples estrategias en el marco de otros paradigmas alternativos, con otras lógicas y formas de relacionamiento que tienen que ver más con una economía popular de solidaridad que ciertamente, coexiste con las formas económicas en el marco del paradigma dominante. Partiendo del principio probado desde diversas prácticas sociales cotidianas, de que no hay una sola manera de hacer economía sino que hay otras racionalidades con criterios propios, queremos destacar una corriente alternativa a las prácticas económicas que siguen la racionalidad del modelo neoliberal dominante y que se viene denominando en América Latina de diversas maneras: «economía popular», «economía solidaria», «nueva economía emergente» o más precisamente «economía popular de solidaridad» como la denomina Luis Razeto (Gutiérrez, 1990).
Este autor desarrolla por separado los componentes, niveles y características de la «economía popular» y las particularidades de la «economía de solidaridad» concluyendo que no toda la economía popular es economía solidaria, ni toda la economía solidaria es parte de la economía popular, pues hay expresiones solidarias en otros niveles sociales y en organizaciones y actividades económicas no populares, como por ejemplo, las formas cooperativas autogestionadas, entre otras. Un aspecto importante a destacar desde la economía popular (EP) es el aporte que hace y puede hacer para superar la pobreza porque desarrolla la capacidad de los/as propios/as pobres para satisfacer sus necesidades. Un valor muy rescatable es justamente éste, pues se considera que la construcción de un mejor mañana, de un mejor futuro, se basa no sólo en la satisfacción de necesidades inmediatas o en la adquisición de bienes materiales, sino en el desarrollo y acumulación de poder, entendido como el desarrollo de: capacidades y habilidades propias, de recursos para el relacionamiento y la comunicación y, el ejercicio de la participación de manera activa en la construcción y destino de la persona y de su entorno.
Se denomina economía de solidaridad (ES) a un modo especial de hacer economía -de producir, de distribuir los recursos y los bienes, de consumir y de desarrollarse- que presenta un conjunto de características propias que se consideran alternativas respecto a los modos económicos capitalista y estatista predominantes. En términos de su contenido global, concebimos la economía de solidaridad como una formulación teórica de nivel científico, elaborada a partir y para dar cuenta de conjuntos significativos de experiencias económicas -en el campo de la producción, el comercio, el financiamiento, los servicios, etc.- que comparten algunos rasgos constitutivos y esenciales de solidaridad, mutualismo, cooperación y autogestión comunitaria, tales que definen una racionalidad especial, distinta de otras racionalidades económicas. Se trata de un modo de hacer economía que implica comportamientos sociales y personales nuevos, tanto en el plano de la organización de la producción y de las empresas, como de los sistemas de asignación de recursos y distribución de los bienes y servicios producidos, y en los procedimientos y mecanismos del consumo y la acumulación.
En la economía convencional de mercado normalmente se habla de dos factores económicos básicos: capital y trabajo, pero en la economía popular hay un factor que Razeto ha llamado «factor C»: cooperación, comunidad, compañerismo, coordinación, cuya acción conjunta incorporada a la economía de solidaridad tiene efectos muy importantes en sus resultados concretos. En la producción, el «factor C» tiene expresiones variadas: se manifiesta en la cooperación en el trabajo que acrecienta la eficiencia de la fuerza laboral; en el uso compartido de conocimientos e informaciones que da lugar a un importante elemento de creatividad social; en la adopción colectiva de las decisiones; en una mejor integración funcional de los distintos componentes sociales de la empresa u otra forma de organización económica que reduce la conflictividad y los costos que de ésta derivan; en la satisfacción de necesidades de convivencia y participación, que implica que la operación de la unidad productiva proporciona a sus integrantes una serie de beneficios adicionales no contabilizados monetariamente pero reales y efectivos; en el desarrollo personal de los/as sujetos involucrados/as en las empresas, derivados de la comunicación e intercambio entre personalidades distintas, etc.
En síntesis, el «factor C» significa que la formación de un grupo, asociación o comunidad, que opera cooperativa y cordialmente, proporciona un conjunto de beneficios a cada integrante y un mejor rendimiento y eficiencia a la unidad económica como un todo, debido a una serie de economías de escala, economías de asociación y externalidades, implicadas en la acción comunal y comunitaria. En el proceso de distribución lo distintivo y definitorio de la economía de solidaridad consiste en que los recursos productivos y los bienes y servicios producidos fluyen, se asignan y distribuyen no solamente a través de relaciones de intercambio y valorados monetariamente (como sucede en el mercado de intercambios), ni sólo a través de las tributaciones y asignaciones presupuestarias (como en la economía fiscal y de hacienda pública), sino que se agregan además otros tipos de flujos y relaciones económicas caracterizadas por el hecho de suponer y de perfeccionar a su vez la integración social.
En el plano del consumo, la economía de solidaridad también pone de manifiesto su peculiar racionalidad económica, expresión de modos de comportamiento personal y social superiores. Como rasgos distintivos del consumo en esta economía encontramos:
a) La proximidad entre producción y consumo y la construcción de redes internacionales de solidaridad y comercio justo.
b) La preferencia por el consumo comunitario sobre el consumo individual
c) La integralidad en la satisfacción de las necesidades de distinto tipo. A diferencia de la economía de mercado, en la ES se da una tendencia a integrar las necesidades de distinto tipo en un proceso de satisfacción combinada
d) Se tiende cualitativamente a la simplicidad y cuantitativamente a la austeridad y frugalidad. Las opciones por lo simple y natural tienen que ver con la calidad de vida, tan afectada en la sociedad moderna por el consumismo y la sofisticación.
Es desde y con esta economía que se están trabajando proyectos económicos y sociales alternativos diversos en Latinoamérica.
4. Economía social y solidaria centrada en el trabajo
Economistas latinoamericanos como José Luis Coraggio vienen trabajando teóricamente acompañando experiencias económicas alternativas de desarrollo en esta parte del continente, en la perspectiva de una economía social centrada en el trabajo (Coraggio, 2003). Se entiende a esta economía como un sistema de relaciones de producción, distribución y consumo orientado por la satisfacción de las necesidades de todos legitimadas democráticamente en cada situación histórica. No admite el principio de escasez como una condición natural, si no como una construcción política y propone una redistribución fuerte de la riqueza y los medios de producción y no sólo de ingresos.
Está centrada en la integración de todos los trabajadores al conocimiento y la creación colectiva, privilegiando formas asociadas, cooperativas, solidarias y una relación armónica con los ecosistemas. Los intercambios se realizan en mercados solidarios, regulados, de modo de lograr precios justos y no explotación. La administración del sector público y la normatividad son dirigidas por criterios definidos por la comunidad, de manera directa o a través de representantes legítimos que mandan obedeciendo según los deseos y acuerdos de esa comunidad. Según Coraggio, sus valores están arraigados en las mejores tradiciones de nuestros pueblos y una ética universal de lo humano, sus criterios de eficiencia no están basados en la ganancia y la acumulación sin límite sino en la reproducción ampliada de la vida. Sus formas de propiedad y apropiación son múltiples y la responsabilidad social en el uso de recursos está regida por normas morales y penalizaciones sociales consensadas.
Pasar de la reproducción del capital a la reproducción de la vida (en el marco de una perspectiva alternativa: de la economía popular a la economía del trabajo) (Coraggio, 2003: 127-143) es una propuesta que parte de cuestionar la categoría central de acumulación de capital para interpretar los fenómenos económicos locales y para pensar las vías de desarrollo a mayores escalas. Se plantea que ninguna otra categoría podría hoy organizar mejor los conceptos y propuestas de acción -desde la vertiente defensora o crítica- que la acumulación de capital, justamente cuando estamos presenciando la realización de su máximo desarrollo: la formación del mercado mundial capitalista como vértice de un torbellino de transformaciones en todas las esferas de la vida.
En la sociedad moderna, una contraposición efectiva al motor histórico de la acumulación de capital requiere algo más que resistencia. Teórica y prácticamente, es necesario que surja otro sentido alternativo para la sociedad humana, con una fuerza comparable y capaz de encarnarse de manera masiva en imaginarios y estructuras económicas. Para ello debe tener no sólo plausibilidad y conectarse con los deseos de la ciudadanía, sino incorporarse en las prácticas fundamentales con un alto grado de automatismo -como ocurre con la acumulación de capital- y ser dialéctico, de modo que al avanzar en su realización lleve a nuevas tensiones que induzcan nuevos desarrollos. Esa categoría puede ser la de reproducción ampliada de la vida humana.
Poner en el centro la reproducción ampliada de la vida humana no supone negar la necesidad de la acumulación sino subordinarla a la reproducción de la vida, estableciendo otro tipo de unidad entre la producción (como medio) y la reproducción (como sentido). Desde un punto de vista teórico, esto implica modelos (no economicistas) que consideren otra relación jerárquica entre los equilibrios necesarios para la vida. Aunque debe atenderse a los equilibrios macroeconómicos, no se los pone por encima de los equilibrios psicosociales que requiere la vida humana, de los equilibrios sociales que faciliten la convivencia en paz de la humanidad; ni de los equilibrios naturales, el respeto de todos los cuales haría sustentable el desarrollo de la vida social en este planeta. Supone asimismo asumir como contradicción dinámica la contraposición entre la lógica de la reproducción del capital y la lógica de reproducción de la vida humana. Finalmente implica ver en el conjunto de trabajadoras y trabajadores -que pueden existir dentro o fuera de relaciones capitalistas inmediatas-, como base social del sujeto histórico de ese desarrollo sustentable.
El punto de partida es la economía popular (que no tiene que ver con el sector informal), en la cual es muy importante la unidad doméstica y, sus extensiones sociales, como células de esta economía, unidad que puede articular uno o más hogares (Coraggio, 2003: 134-138).
En México existe desde hace varios años la Red de Economía Solidaria (ECOSOL) que agrupa personas y grupos que «hacen» economía solidaria y producen sistematizaciones y reflexiones de experiencias significativas con esta orientación en el país. Más recientemente se viene consolidando la Red Mexicana de Investigación y Estudios en Economía Social y Solidaria (REMIESS) que agrupa a investigadores e investigadores que comparten esta opción no sólo en la academia sino también en otros espacios de investigación.
5. Una alternativa con ciudadanía: la subordinación de la eficiencia a la ciudadanía en su totalidad
Wim Dierckxsens (1998) demuestra los límites del neoliberalismo, de lo que él llama un capitalismo sin ciudadanía. Después de mostrar los límites de la teoría neoliberal como paradigma dominante, que se pretende sustentar como paradigma único triunfante, este autor propone un proceso de mundialización que parta del bien común planetario enfocando la reproducción de la vida humana y natural como punto de partida, es decir, partir de la ciudadanía en su totalidad. Esta reproducción no está supeditada a la lógica de las partes. La eficiencia de las partes conduce en última instancia a la exclusión y al derroche de recursos a nivel de la totalidad, o sea, a la ineficiencia a nivel de la totalidad. La eficiencia a nivel de la totalidad consistiría en trabajar con la plenitud de los recursos humanos y naturales, sin derroche o exclusión a nivel del sistema como un todo y sin necesidad de lograr la máxima eficiencia a nivel de las partes.
Por otro lado, el cambio del eje de la eficiencia al de la vitalidad implica siempre un riesgo de centralización del poder, como sucedió con el socialismo real al erradicar las relaciones de mercado. Esta respuesta implicó la sustitución radical del mercado total por el plan total. En el mundo keynesiano había una conciliación entre la vitalidad y la eficiencia, aunque la eficiencia nunca se subordinó a la vitalidad. Esta conciliación se agotó cuando la tasa de ganancia descendió en los años setenta. La desregulación absoluta para salvar la ganancia se dio con el neoliberalismo. Al agotarse este espacio, el cambio de eje hacia una re-regulación de la economía a nivel mundial, requerirá en forma gradual pero real, la subordinación de la eficiencia a la ciudadanía (Dierckxsens, 1998: 170-173).
La actividad económica gira en torno a tres polos: lo monetario-mercantil, o sea, la economía de mercado; la economía monetaria no-mercantil (la actividad redistributiva del Estado de Bienestar); y la economía no monetaria no mercantil, esto es el trueque de bienes y servicios, el trabajo no voluntario y el trabajo doméstico (Dierckxsens, 1998: 177- 185). Tanto la política económica neoliberal como la keynesiana a su manera, han privilegiado el eje monetario mercantil de la economía.
Para una economía de mercado sólo existimos en tanto que intercambiemos nuestra fuerza de trabajo por dinero. En la visión neoliberal los derechos sociales y nuestra ciudadanía no se desprenden de una visión que parta de la totalidad, sino que parecen nacer a partir del intercambio y dentro de los límites de éste. Los derechos ciudadanos no se derivan del hecho de ser miembro de una sociedad que se define a priori como nación o pueblo. Somos miembros de la sociedad en tanto que participemos en el mercado dentro de la nación. La sociedad (neo)liberal se construye a partir de las partes y no al revés.
El proyecto histórico que se presenta como alternativa al neoliberalismo reivindica invertir la mediación entre el interés privado y el bien común, privilegiando en última instancia la totalidad. Un proyecto que parte de la totalidad, parte de la ciudadanía en su entorno natural. El derecho a la vida y los derechos sociales han de reivindicarse a partir de la pertenencia a la comunidad humana, y no como un derivado exclusivo del mercado y dentro de los límites de éste. Este proyecto no requiere la abolición de ese mercado, sino la progresiva subordinación de su racionalidad a la ciudadanía, es decir, con una mediación entre el interés privado y el bien común a favor de éste último. La esencia es conseguir invertir la racionalidad económica entre todos, ya no en función de los intereses privados, sino en beneficio de la ciudadanía.
La ética solidaria por la vida concreta de toda la ciudadanía es el punto de partida del sujeto histórico que construye una alternativa ante el neoliberalismo.
6. La inclusión del Género en la economía. Por la sostenibilidad de la vida humana
Desde 1975, año en que la Organización de las Naciones Unidas inició en México, no sólo el primer Año Internacional de la Mujer sino también la primera Década de la Mujer (1975-1985), ha ido creciendo ampliamente el reconocimiento de la importancia de incluir en la ciencia económica y en las preocupaciones por el desarrollo las visiones teóricas, las prácticas de las mujeres y, las relaciones de género . Se está avanzando en la superación de vacíos conceptuales y en el reconocimiento que la reestructuración del capitalismo global se produce en un terreno marcado por el género. La producción de conocimientos sigue siendo mayoritariamente androcéntrica y patriarcal (Lagarde, 1995) y la ciencia económica no escapa a esto. Consideramos que si no cambia la normatividad patriarcal, las mujeres seguirán excluidas como género de la construcción social, determinante para el futuro de la humanidad. En el horizonte de una ética solidaria y de una economía para la Vida se impone el integrar las necesidades y las demandas de todas y todos. Así, se está atendiendo e impulsando la transformación de la división del trabajo por géneros que sigue provocando una inequitativa e injusta redistribución de las cargas de trabajo en los ámbitos privado y público, en los hogares y en la sociedad, entre mujeres y hombres, manteniendo diversas formas de subordinación de las primeras.
Se viene realizando un ejercicio crítico sistemático a las instituciones que en la sociedad continúan invisibilizando el aporte de las mujeres a la economía que se da extensamente a través del trabajo doméstico y otras múltiples formas de trabajo no remunerado, lo cual es reforzado simbólica y culturalmente. A la reflexión teórica y a la práctica política las acompañan hoy metodologías e instrumentos que contribuyen a la visibilización y medición del trabajo doméstico y no remunerado, como son por ejemplo, las encuestas del uso del tiempo y su registro en las cuentas nacionales satélite. Sin embargo, hay que reconocer que este es un terreno en el que aún queda mucho por hacer pues es donde se expresan prejuicios, resistencias y conflictos, sin embargo; consideramos que en los espacios académicos la teorización del género en la economía y el desarrollo (Benería, 2003) es fundamental para entender no sólo cómo se construyen, refuerzan y reproducen las desigualdades sociales sino también, lo que es necesario transformar en el horizonte de una economía para la vida humana.
En la economía de mercado, el análisis costo-beneficio es actualmente una herramienta básica en la evaluación de las intervenciones para el desarrollo y, en este caso, el reto consiste en su cuestionamiento y en conceptuar y medir las metas intangibles del desarrollo, en particular la autonomía y la equidad, enfrentando el problema que significa que aún la mayoría de economistas reconocen al mercado como árbitro de valor y, por extensión, sólo valen aquellos costos y beneficios a los que se les puede dar un precio de mercado. En consecuencia, los incrementos de la productividad contarán como un beneficio pero los incrementos de la autonomía, no; los incrementos del componente salarial de un proyecto contarán como un costo, pero el incremento en las cargas de trabajo de las mujeres, no (Kabeer, 1998: 12).
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ya señalaba en el Informe sobre Desarrollo Humano 1995 (IDH) que «el desarrollo humano es imposible si no hay igualdad entre hombres y mujeres; mientras estas últimas sean excluidas, el proceso de desarrollo seguirá siendo débil, fragmentado y poco incluyente…» (PNUD, 1995: 2-13). También es muy destacable que en este Informe aparecieran por primera vez indicadores de la desigualdad en el mundo (cap. 2), de la medición de la desigualdad en la condición de hombres y mujeres (cap. 3) de la valoración del trabajo de la mujer (cap. 4) y, hacia la igualdad (cap. 5). Estos son parte de los indicadores que se han ido incluyendo para medir en cada país el logro de la igualdad y equidad de género como parte de la evaluación de las estrategias para el logro del Desarrollo Humano que incorpora otros componentes además de lo económico en el marco de un nuevo paradigma.
En los últimos años se están aportando desde todos los países de América Latina y el Caribe diversas propuestas teóricas y políticas en el sentido del compromiso vital y cotidiano por la sostenibilidad de la vida humana , lo cual pasa por reconocer que existen tiempos de reproducción y de regeneración que han sido invisibilizados por el tiempo-dinero, los cuales se desarrollan en otro contexto que el tiempo mercantil y, por tanto, no pueden ser evaluados mediante criterios de mercado. «… dichos tiempos son fundamentales para el desarrollo humano y el reto de la sociedad es articular los demás tiempos sociales en torno a ellos. Mientras se ignoren estos tiempos que caen fuera de la hegemonía del tiempo mercantilizado será imposible el estudio de las interrelaciones entre los distintos tiempos y la consideración del conjunto de la vida de las personas como un todo. En consecuencia, la propuesta implica considerar la complejidad de la vida diaria, los distintos tiempos que la configuran, las relaciones entre unos y otros, las tensiones que se generan, para intentar gestionarla en su globalidad teniendo como objetivo fundamental la vida humana» (Carrasco, 2001: 24-25). Compartimos esta utopía posible, estamos en esta opción estratégica cotidiana por la sostenibilidad de la vida humana.
7. Hacia una Economía para la Vida
Para Hinkelammert y Mora (2005: 23-28) al reducir a la persona humana a individuo propietario y calculador de sus utilidades, el mercado totalizado suprime el otro polo de esta persona humana, que es el sujeto. En cuanto sujeto, el ser humano enfrentando un entorno de competitividad compulsiva, vive también interpelando al dominador y posesivo, que no puede vivir si el otro no vive también. Una economía para la vida deberá, por eso, lograr una recuperación radical del sujeto y de la subjetividad, cuestionando en el plano del pensamiento, el objetivismo de toda la transición positivista tan enraizado en nuestra sociedad «moderna».
La vida no se puede afirmar si no es afirmándose a la vez ante la muerte. Vivimos afirmando nuestra vida frente a la muerte y en el ser humano esta afirmación se hace consciente. Que haya vida es el resultado de esta afirmación. Pero, la afirmación de la vida tiene una doble connotación: el deber vivir de cada uno y el correspondiente derecho de vivir de todos y todas y de cada uno y de cada una. De esto deben derivarse todos los valores vigentes, valores que hacen posible el deber y el derecho de vivir; pero también el sistema de propiedad, las estructuras sociales y las formas de cálculo económico, es decir, las instituciones de la economía. La misma posibilidad de la vida desemboca en estas exigencias.
Cuando se habla de «vida», se refiere a la vida real de los seres humanos reales, no a la vida imaginaria e invertida de las teorías económicas neoclásica y neoliberal, por tanto una economía para la vida se ocupa de las condiciones que hacen posible esta vida a partir del hecho de que el ser humano es un ser natural, corporal, necesitado. Se ocupa, por tanto de las condiciones materiales (biofísicas y socio-institucionales) que hacen posible y sostenible la vida a partir de la satisfacción de las necesidades y el goce de todos y todas, y por tanto, el acceso a valores de uso que hacen posible esta satisfacción y este goce, que hacen posible una vida plena.
La economía debe tomar en cuenta el carácter multidimensional de la vida humana, analizarla en función de las condiciones de posibilidad de esta vida humana a partir de la reproducción y el desarrollo de las «dos fuentes originales de toda riqueza» (Marx): el ser humano en cuanto sujeto productor (creador) y la naturaleza externa (medio ambiente), «madre» de toda riqueza social (Petty). La corporalidad es así un concepto clave de una economía para la vida. No se trata solamente de una corporalidad individual, sino de la corporalidad del sujeto en comunidad. La comunidad tienen siempre una base y una dimensión corporal. Se trata del nexo corporal entre los seres humanos y de éstos con la naturaleza.
Una economía para la vida es el análisis de la vida humana en la producción y reproducción de la vida real, y la expresión «normativa» de la vida real es el derecho de vivir. «…Lo que es una Economía para la Vida (en cuanto disciplina teórica), puede por tanto resumirse así: «Es un método que analiza la vida real en función de esta vida misma y de sus condiciones materiales de existencia». El criterio último de este método es siempre la vida del sujeto humano como sujeto concreto, corporal, viviente, necesitado (sujeto de necesidades). Este criterio de discernimiento se refiere a la sociedad entera y rige también para la economía» (Hinkelammert y Mora, 2005: 25).
Se deben superar la abstracción del valor de uso en la teoría económica neoclásica y el mito de la neutralidad valórica. Predominantemente en la actualidad se han eliminado de la ciencia económica todos los juicios de hecho referentes al problema del valor de uso y a las condiciones de posibilidad de la reproducción de la vida humana. La abstracción del valor de uso que efectúa el mercado, es ahora reproducida ideológicamente por la abstracción de los juicios de hecho referentes al mundo de los valores de uso. La ceguera del mercado con relación al ser humano y la naturaleza, como consecuencia de las decisiones del mercado se transforma en una ceguera de la teoría frente a estos hechos. El mercado penetra y domina la mente misma, y en nombre de la neutralidad valórica se afirma esta ceguera de la teoría, esfumándose así la propia realidad. El valor de cambio, el precio, el cálculo monetario, la racionalidad instrumental, la eficiencia formal, parecen ser la única realidad verdadera, mientras que la realidad de los valores de uso, de la racionalidad material y de la eficiencia reproductiva, se transforma en algo fantasmagórico. La realidad de los valores de uso llega a ser algo virtual, un simple signo. El signo se hace presente como la realidad y la realidad se transforma en signo (Hinkelammert y Mora, 2005: 239).
Por la defensa del Sujeto viviente
En Latinoamérica y en el mundo de globalización neoliberal, se están excluyendo -desechando- cuerpos vivientes, como nunca antes en la historia. La economía como ciencia para la vida tiene que recuperar hoy corporeidades concretas en medio de abstracciones, de datos, de cifras, de modelos; tiene que entrar en diálogo con otras ciencias y saberes para recuperar su orientación y sus objetivos últimos. En tal sentido, creemos que miradas éticas de la economía son fundamentales en la actualidad para contribuir desde su quehacer a afirmar al Sujeto, la Humanidad y la Vida. Para la defensa del sujeto y de la solidaridad ha sido preciso comprender que, en esta estrategia los fines justifican todos los medios, aunque estos produzcan muerte. Como se vio anteriormente, la racionalidad económica hay que asumirla pues frente a los medios y no sólo frente a los fines, se hace necesario asumir una racionalidad reproductiva, de vida, pues están en peligro las fuentes de la misma: el ser humano y la naturaleza. Hay que recuperar y/o mantener una racionalidad del sujeto que irrumpe constantemente en la racionalidad formal afirmado si tu eres, yo soy. La racionalidad formal dominante niega esta racionalidad del sujeto y sostiene su contrario: si te derroto, yo soy.
Se tiene que volver al sujeto vivo, al sujeto que no puede vivir si no asegura que la Otra, el Otro también puedan vivir, ubicándose esta posición más allá del cálculo de la razón instrumental. Esto lo hace desde la afirmación de la vida. recordemos que, la persona en tanto sujeto defiende sus intereses pero lo hace en la intersubjetividad establecida por el criterio según el cual la amenaza a la vida de la otra, del otro, es también amenaza para la propia vida, aunque «calculablemente», en la relación costo-beneficio capitalista. El sujeto lo entendemos aquí como subjetividad, entendida como una identidad con otros y otras; en tal sentido la subjetividad irrumpe en la individualidad. El individuo calcula y como tal, o como grupo, defiende sus intereses particulares. La persona en tanto sujeto también defiende sus intereses pero lo hace en la intersubjetividad establecida por el criterio según el cual la amenaza a la vida de la otra y del otro es también amenaza para la propia vida, aunque «calculablemente» no haya el más minúsculo criterio para sostener eso. El Sujeto, es un sujeto corporal, una corporeidad con el derecho a tener derechos: Derechos Humanos y, ejercerlos.
Es fundamental considerar la corporeidad como fuente de criterios para una ética solidaria, los cuerpos vivientes como fuente de criterios tienen que prevalecer para enfrentar una lógica de mercado total y todas sus mediaciones.
8. Ética de la Liberación y Economía para la Vida
En el texto de Ética de la Liberación, Enrique Dussel (1998) fundamenta de manera excepcional el qué y el cómo «pensar filosófica y racionalmente la situación real y concreta, ética, de la mayoría de la humanidad presente, abocada a un conflicto trágico de proporciones nunca observado en la historia de la especie humana…», reconociendo que estamos frente al hecho de la crisis de un sistema-mundo que comenzó a gestarse hace 5000 años, y que se está globalizando hasta llegar al último rincón de la tierra, excluyendo, paradójicamente, a la mayoría de la humanidad. Es un problema de vida o muerte. Ante esto la opción por la vida pasa por afirmación del sujeto (Dussel, 1998: 137). Se torna imprescindible una normatividad ética, la ética «enmarca» una conducta regulada por deberes, obligaciones, responsabilidades, que tienen como parámetro material la frontera que divide la vida de la muerte. El hecho de que la economía dominante nutra y se nutra de una cultura dominante es un asunto fundamental para la construcción de proyectos de economía para la vida.
Se impone tomar en cuenta los aportes fundamentales de Marx como teórico crítico, como crítico ético desde la víctima. Marx critica el modo concreto por el que en el capitalismo se niega institucionalmente la vida humana, ésa sigue siendo una tarea actual para quienes hemos optado por una economía para la vida. El punto de partida es entonces, el hecho mismo de la exclusión de las mayorías humanas, de las víctimas, desde la afirmación de su materialidad, de su corporalidad. Ésta es una ética de la vida; ética crítica desde las víctimas…Son las víctimas cuando irrumpen en la historia, las que crean lo nuevo. Fue siempre así. No puede ser de otra manera (Dussel, 1998: 495). La afirmación del sujeto viviente emerge con la fuerza necesaria para dar razón de la esperanza en un futuro de Vida.
9. La Economía Ecológica
Aunque la Economía Ecológica (E.E.) moderna todavía no ofrece un claro consenso sobre su contenido y las metodologías, sus practicantes están comprometidos con la búsqueda de caminos para contribuir a superar los diversos obstáculos para la construcción de una sociedad más justa y mejor posicionada para caminar hacia la sustentabilidad. Ofrece principios éticos y metodológicos mínimos que sostienen la EE para un análisis diferente de los problemas examinados por otros economistas. Estos principios incluyen: los éticos: equidad intergeneracional; justicia social; y gestión sustentable; y los metodológicos: la multidisciplinariedad; el pluralismo metodológico; y la apertura histórica.
Las implicaciones de estos principios son evidentes en varios de nuestros trabajos. Podríamos empezar con la forma actual de evaluar la bondad de acciones gubernamentales: el cálculo de una razón beneficio-costo para este propósito pretende simplificar el proceso, reduciendo todas las consideraciones a un denominador común, crematístico (monetario), para facilitar la comprensión y simplificar la labor de valoración; sin embargo, este requiere de suposiciones heroicas sobre los precios de los insumos y de los productos en los procesos para evaluar, sobre las reservas de recursos y sobre el comportamiento social a lo largo de la vida del proyecto a analizar: ¿Cuánto vale el agua?; ¿Qué precio se debe asignar a riquezas naturales?; ¿Vale la pena proteger un animal o una flor en peligro de extinción? ¿Una política de reconstruir ámbitos del pasado en ruinas es igual de importante que un programa de combate a la marginalidad?
La E.E. cuestiona los mecanismos utilizados actualmente para fijar precios en estas evaluaciones. Más aún, muchos argüimos que no tiene sentido castigar al futuro en las evaluaciones de proyectos de inversión pública para el beneficio social o la protección ambiental, como es la práctica actual con la metodología de descontar valores futuros a valores presentes, bajo el supuesto de que las condiciones en el futuro estarán más holgadas que las actuales. Las decisiones sobre el tema deben tomar en cuenta las prioridades de la sociedad, más que una metodología para tomar decisiones basada en un esquema de precios que reflejan la actual distribución del ingreso y poder que se manifiestan en los precios. De esta manera, el enfoque de la EE también incorpora planteamientos para tomar en cuenta el conflicto social que domina en los procesos políticos que determinan como se toman las decisiones para la asignación de recursos y para enfrentar los conflictos distributivos que son los más apremiantes en nuestras sociedades hoy en día.
Con esta perspectiva, resulta evidente que la crítica que ofrece el pensamiento de la E.E., derivada de profundo trasfondo que han aportado pensadores trabajando dentro de las diversas corrientes marxistas, deriva en un análisis del cómo la evolución inexorable de la producción capitalista nos lleva a un proceso acelerado de degradación ambiental (Burkett, 2006). Queda claro que es el propio mercado la institución que refleja y fortalece un pacto social que traduce el ejercicio del poder en una estructura de precios relativos de los productos, de la mano de obra y de los recursos naturales (y su dinámica de cambios) para legitimar el despliegue institucional que forja la estructura social, cerrando y excluyendo los ámbitos de acción para la resistencia social. Entre las instituciones más importantes en este despliegue se encuentran el sistema impositivo y la banca central, así como los tratados y acuerdos internacionales que ponen las reglas del funcionamiento del mercado mundial, junto con sus mecanismos automáticos e invisibles para canalizar la acumulación de capital en unas cuantas manos.
Sin embargo, lejos de este análisis de poder y mercados, en sus inicios la E.E. moderna emergió de una muy influyente reflexión de Nicolás Georgescu-Roegen (1971), quien insistió en que el sistema social y productivo es un sistema abierto que depende para su viabilidad de su relación con el sistema natural, de que somos parte. Su importante innovación fue la forma tan convincente de introducir el concepto de la entropía, derivada de la Segunda Ley de la Termodinámica, como una aportación al debate sobre los límites del crecimiento económico. Al hacer eso, construyó una crítica fundamental a la teoría neoclásica que sigue dominando en la disciplina de la economía; está crítica demuestra que las bases conceptuales de la teoría convencional están plagadas de incongruencias que la dejan sin sostén intelectual, ofreciendo evidencia de que su dominio actual es testimonio de su carácter ideológico más que de sus bases epistemológicas. Su análisis prosiguió con un examen de la racionalidad capitalista que nos conduce a una dinámica consumista sin límites y al deterioro ambiental, producto de la incapacidad de la biosfera de ofrecer un flujo ilimitado de recursos o de absorber los desechos del sistema sin restricciones.
Los economistas ortodoxos reconocen los problemas del abuso del sistema natural por el productivo. Aunque muchos aceptan que sus soluciones llevan a remedios inadecuados, no encuentran otra forma de abordar el conflicto más que incorporando al proceso de producción cálculos del costo de la degradación ambiental y del consumo de recursos naturales más cercanos a los que reflejan lo que llaman su escasez «real» o los daños efectivos que la producción ocasiona a la sociedad y al planeta; su argumento es que los productores serían más responsables en el uso de los recursos y en su descarga de efluentes contaminantes si tuvieran que pagar precios más altos; en el caso de que el mercado no pueda reflejar estos fenómenos, entonces proponen la imposición de impuestos (pigouvianos) para que sus costos se acerquen a los ‘reales’. Esta línea de pensamiento es apoyada por otra, fincada en el optimismo tecnológico, que asevera que el uso de recursos no-renovables (y aún los renovables) a ritmos que amenazan con la continuidad del sistema actual de producción y consumo no debe preocuparnos, porque la humanidad siempre ha contado con la creatividad de progresar en sus descubrimientos científicos y avances tecnológicos para suplir los recursos consumidos así como las especies y ecosistemas destruidos con nuevos inventos.
En contraste, la E.E. aboga por lo que llama la sustentabilidad «dura» que propone estrictos límites en los consumos para recuperar ecosistemas deteriorados y detener el agotamiento de recursos naturales. Para avanzar en esta dirección, sus adeptos insisten en nuevos enfoques y metodologías para imponer estrictos controles sobre la destrucción de la naturaleza y el consumo de sus recursos. Consideran que los mercados no pueden responder de manera adecuada, ya que el desigual reparto de ingreso y poder deja en manos de los ricos la decisión de cómo y dónde proteger, y descobija a los pobres quienes han sufrido de siglos de destrucción, expoliación y explotación, produciendo las hirientes brechas que caracterizan al mundo contemporáneo. Una corriente en la E.E. ha sistematizado los reclamos por pagos de reparación de los daños como «la deuda ecológica». Sea como sea, la opción analítica y política que cada uno escoja, el pensamiento promovido por la E.E. nos obliga a incorporar a los excluidos en las decisiones respecto a los caminos para avanzar, a crear nuevas instituciones y procesos sociales que aseguren que los recursos no les sigan siendo arrebatados. Para tales propósitos, hay un amplio consenso sobre que la evaluación de los resultados y los costos de los procesos productivos no pueden seguir siendo reducidos a costos monetarios, que hay una necesidad de múltiples criterios para evaluar las diversas dimensiones de los beneficios y los costos de las actividades humanas, incluyendo la producción capitalista. Aunque hay varias propuestas para implementar el análisis multicriterial de esta actividad, incluyendo diversas maneras de asegurar una adecuada rendición de cuentas y una amplia representación de los afectados, todos tienen en común una gran preocupación para traducir nuestra responsabilidad colectiva de velar por el bienestar del planeta y al mismo tiempo construir las bases de un mundo capaz de satisfacer las necesidades humanas (Max-Neef, et al., 1986).
Con base en este proceso analítico y político, la E.E. trasciende la crítica de la práctica de la economía neoclásica, ofreciendo propuestas de política económica para enfrentar algunos de los problemas fundamentales de nuestros días como se puede apreciar en los artículos que detalla estas vicisitudes del nuevo campo (e.g., Barkin, 2006; Barkin y Rosas, 2006). Sus revistas, y los libros de sus practicantes, están repletos con propuestas y debates sobre la mejor forma de enfrentar algunos de los grandes retos, como son los de calentamiento global, contaminación de los océanos y ríos, la deforestación y desaparición de especies, por nombrar sólo algunos referentes básicamente a los ecosistemas (cf., Ecological Economics; Revista Iberoamericana de Economía Ecológica). En el plano social, también, son importantes sus aportaciones sobre el diseño de las políticas públicas para una gestión adecuada de los elementos fundamentales de la vida como es el agua, uno de los recursos cuyo manejo ocasiona innumerables conflictos sociales y desastres ambientales en virtualmente todas partes del mundo (GEEM, 2007; Tagle y Barkin, 2008). Las propuestas incorporan los principios de la «Nueva Cultura del Agua» para insistir en el Derecho Universal al Agua, reafirmado recientemente por el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, así como la obligación de surtir agua para las necesidades ambientales y sociales (centros educativos, asistenciales y comunitarios) de manera gratuita; los usos de consumo suntuario en las zonas residenciales, así como los destinados para la producción (que generan ganancias) deben pagar cuotas que aseguren un manejo eficiente y solvente del sistema (Barkin, 2006ª). De esta manera, los trabajos de la E.E. proponen que la gestión del agua sea transformada de un proceso que produce enfermedad, exclusión y pobreza a otro que generé oportunidades, fuentes de trabajo y solidaridad social.
La E.E., entonces, tiene implícita en sus metodologías un modelo de comportamiento social que confronta directamente al modelo de la economía neoclásica. Rechaza la idea de un mundo homogéneo, progresando en una sola dirección hacia la urbanización y la industrialización. Los procesos actuales de acumulación están concentrando los frutos de la producción en el bolsillo de unos cuantos, quienes disponen de un acceso virtualmente irrestricto a los recursos del mundo y de un control sobre las instituciones globales y de muchas naciones que parecen no encontrar contrapesos. Aun en los campos donde funcionamos- las universidades – parece haber una renovada tendencia a poner a la ciencia al servicio del capital en vez de encauzar nuestros conocimientos hacia la solución de los problemas más apremiantes del mundo y de las mayorías, aplicando la ciencia para el bienestar. Es por eso que insistimos en otro modelo social, basado en la diversidad del quehacer social, en el rico despliegue de culturas que han perdurado a pesar de los embates en su contra, en las cada vez más aguerridas luchas sociales para defender recursos y ecosistemas contra su transformación en propiedad privada y su apropiación por los intereses globales que pretenden controlar el sistema. Este modelo no sólo reconoce y pretende fortalecer la inmensa diversidad productiva y tecnológica que ha perdurado a pesar de las presiones homogenizadoras de la economía mundial; también replantea una forma de democracia participativa, y con ello fomentar nuevos mecanismos para colaborar con los grupos sociales que luchan por defender estas diversidades, ofreciendo sus conocimientos y su acceso a recursos para impulsar las iniciativas locales, para ampliar las oportunidades, defender los recursos y revertir los procesos de destrucción.
En este sentido, hemos avanzado en identificar cuatro principios fundamentales para orientar a los grupos comprometidos con la construcción de alternativas. Como producto de una larga interacción con estas sociedades, se propone una estrategia de la «gestión sustentable de recursos regionales» como alternativa a las propuestas desarrollistas que se concentran en el proceso de acumulación y en la apropiación privada de la riqueza social (Barkin 1998). Estos cuatro principios son:
• Autonomía
• Auto-suficiencia
• Diversificación productiva
• Gestión sustentable de ecosistemas
Estos principios incluyen no sólo las actividades productivas y culturales, sino también nuevas formas de organización social congruentes con la necesidad de un auto-gobierno local, así como la habilidad de negociar con autoridades regionales y nacionales. En esta estrategia se evidencia la bondad y eficacia de una colaboración entre importantes grupos sociales y universitarios especialistas en E.E., trabajando para forjar alternativas para sus propias sociedades (Barkin y Rosas 2006; Barkin 2006); ofrece una visión de las posibilidades para experimentar, para construir, a pesar del gran peso dominante de las instituciones centrales que insiste en que «No hay Alternativas»; parafraseando un grito que simboliza el movimiento que ahora se reúne regularmente en el Foro Social Mundial:
¡Muchos Otros Mundos son Posibles!
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