El Sr. Heinz Dieterich interpreta y comenta las tres premisas que el canciller Felipe Pérez Roque plantea ante en el discurso de Fidel Castro pronunciado en la universidad de la Habana. (Publicado en Rebelión bajo el título: «Cuba: tres premisas para salvar la Revolución, a la muerte de Fidel».) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=25012 1. Mantener la autoridad moral […]
El Sr. Heinz Dieterich interpreta y comenta las tres premisas que el canciller Felipe Pérez Roque plantea ante en el discurso de Fidel Castro pronunciado en la universidad de la Habana. (Publicado en Rebelión bajo el título: «Cuba: tres premisas para salvar la Revolución, a la muerte de Fidel».) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=25012
1. Mantener la autoridad moral de la dirigencia, mediante un liderazgo basado en el ejemplo y sin privilegios frente al pueblo. 2. Garantizar el apoyo de la mayoría de la población, «no sobre la base del consumo material, sino sobre la base de las ideas y las convicciones». 3. Impedir que surja una nueva burguesía que «sería otra vez, si la dejamos salir, pro yanqui, pro trasnacional…No podemos caer en ingenuidades…; el tema decisivo es quién recibe el ingreso: si las mayorías y el pueblo o la minoría oligárquica transnacional y pro yanqui…; el tema es de quién es la propiedad, si del pueblo, las mayorías, o si es de la minoría corrupta y plegada … al imperialismo yanqui».
Es de considerar preocupante la premisa 1, que aunque se anteponga la palabra «mantener», por el simple hecho de tener que insistir en ese principio, es tanto como reconocer que es latente cierto burocratismo; evitar privilegios que impidan el ejemplo moral ante el pueblo por parte de la dirigencia. Máxime, si en sectores de la juventud cubana, la actual influencia moral no les dice nada, cuando manifiestan: ¡No me vengas con el rollo de la educación, la asistencia sanitaria…!. Al cabo de 47 años de triunfo de la revolución, resulta significativa esa insistencia, que el pueblo se vea necesitado de una dirigencia que con su ejemplo les permita identificarse con el proceso revolucionario, en vez de que todo el pueblo sea ya ejemplo de dirigencia porque dispone de los mecanismos participativos que les permite integrarse y actuar con esa coherencia. Nos viene a decir, después del discurso de Fidel, que si no se corrigen los defectos, pueden faltar 24 años para que la revolución cubana acabe como aconteció con el llamado socialismo real.
Sobre la primera el Sr. Dieterich manifiesta estar de acuerdo, sin ninguna matización crítica, pero sobre la segunda es de entender que cuando discrepa lo hace basándose en la interpretación economicista, cuando dice: «… hay que tomar en cuenta el dictum de Lenin de que la estabilidad de una clase dominante, en este caso, una clase dirigente, no puede desvincularse de su capacidad de resolver la «tarea de la producción».
En primer lugar es de considerar que el sinónimo que quiere hacer entre clase dominante y clase dirigente es incoherente. En un sistema verdaderamente democrático desde la concepción materialista de la existencia, dirigencia es parte intrínseca del sistema democrático, mientras que dominante tiene una connotación impositiva, es tanto como admitir el concepto clasista del capitalismo. En el socialismo el dirigente no domina, ejecuta el mandato recibido por el poder popular de un pueblo ya organizado desde abajo hacia arriba como clase dominante. La revolución acaba con la clase burguesa, pero no con la vida de los burgueses, ni con la influencia de su ideología en parte del pueblo, es ese pueblo con su nueva estructura organizativa el que como clase domina a los burgueses convertidos en simples individuaos. El pueblo organizado y armado los vigila y los detiene en donde estén, cuando se resisten a perder sus privilegios de clase, o cuando para recuperarlos intenten atentar contra el proceso revolucionario.
El problema que hoy vive Cuba se ha visto agudizado por las medidas políticas y económicas a que se vio abocado el proceso revolucionario que asegurasen el necesario nivel de producción para la supervivencia de los individuos y de la revolución, medidas coyunturales que tuvieron que adoptar tras la caída del llamado socialismo real, y que en su desarrollo dieron lugar al fomento del individualismo capitalista que se manifiesta en un sector lo suficientemente amplio para ser preocupante. Es incorrecto limitar el problema planteándolo desde la interpretación moral-económica, defendiendo el desarrollismo productivista. Como si en Cuba el problema fuera un exceso de consumismo o que el mal ejemplo dominante de la clase dirigente sea el que da lugar a las acciones de los elementos antisociales cuando roban y estafan a la revolución o añoran con emigrar a los «paraísos» capitalistas. Tampoco su referencia a la influencia del turismo, es la causa material, la explicación que justifique la razón del por qué un trabajador de la industria tabaquera roba cigarros que luego vende en el mercado negro. El turismo podrá introducir una influencia ideológica, pero si existe el correspondiente mecanismo participativo que permita comprender la realidad del país y la influencia de la ideología capitalista en el mundo, los trabajadores seguirán defendiendo su organización socialista que les permita mantenerse como clase dominante.
Luego el Sr. Dieterich se explaya en justificar la perversión consumista de la clase media occidental que tan nefasta influencia ejerce en la revolución cubana, y que ejerce sobre esos elementos que se manifiestan anti-revolucionariamente, que pueden poner en peligro el proceso revolucionario de Cuba. Para terminar su discurso discrepando de Fidel y del Che: «Apelar a la disciplina revolucionaria y los valores éticos en las actuales circunstancias de Cuba, tener que ser como Fidel o el Ché, no cambiará el panorama general de la situación, porque las condiciones objetivas no sostienen ese discurso. Para las mayorías será más eficiente discutir democráticamente las alternativas de consumo, por ejemplo, si prefieren más hospitales o transporte, o vivienda, consumo privado, etcétera, y las vías de contemporizar ese patrón con las posibilidades del país». «Mientras las mayorías están de hecho excluidas de las decisiones sobre el uso del surplus (inversión, consumo, presupuesto nacional, pago de la deuda externa, etc.), no les importará realmente si es el Estado, las transnacionales o los gringos que se queden con él». «La propiedad productiva en Cuba se encuentra, esencialmente, en manos del Estado, no en manos de las mayorías. Si fuera de las mayorías, las mayorías la protegerían, porque es de sentido común que nadie se roba a sí mismo. El hecho de que se la roba y maltrata tiene una lectura irrefutable: la propiedad estatal es percibida por muchos como una propiedad ajena o anónima, que se puede privatizar a través del robo. Mientras esto sea así, será difícil acabar con la corrupción y el robo, como muestra el ejemplo de China. En consecuencia, la idea de la economía socialista, producir altruistamente para todos, se hace inviable».
Parecería que el Sr. Dieterich iba a entrar en el fondo del problema que denuncia, el participativo democrático, para que los trabajadores sintieran suyas las empresas, sería de sentido común que nadie se roba a sí mismo, pero no es así, su discurso no entra en cómo conseguir una mayor participación desde la concepción marxista y leninista del proletariado organizado como clase dominante, con su forma de poder donde desaparece la división clasista de sociedad civil y clase política, porque ya el proletariado está organizado de abajo hacia arriba, y no de forma verticalista capitalista de arriba hacia abajo que permite el falso sufragio universal tan denostado por Marx, sino con el sufragio de poder directo permanente que solo una organización de esas características permite al pueblo ejercerlo. Es curioso que sobre la frase defendida por Marx, Engels y Lenin, tan concreta y que sintetiza el modelo alternativo del Estado proletario: EL PROLETARIADO ORGANIZADO COMO CLASE DOMINANTE, generalmente destacados marxistas la obvian, no se les ocurre preguntarse, cómo, de qué forma, desde donde ese tipo de organización que permite el ejercicio de la democracia política participativa es posible realizarse, aunque es evidente que todos oyeron hablar de los soviet obreros, campesinos, soldados, que de alguna forma debería inducirles a prever la forma del Estado y la Democracia verdadera. Incapaces de ver al obrero produciendo y al mismo tiempo organizado en su centro de producción con los demás trabajadores opinando y decidiendo lo mejor para el desarrollo productivo y sobre los problemas generales del país, tomando decisiones que ejecuta en su ámbito o asciende a los niveles superiores de gestión y planificación, cuando desbordan su competencia.
Resalta el Sr. Dieterich la gran aportación que la pequeña burguesía hace y que el poder del «Estado» en ningún país de mundo puede satisfacer tan bien como lo hace la pequeña burguesía. Confunde el leninismo cuando en su justificación se refiere a la NEP.
«Queda entonces, el problema de la pequeña burguesía, es decir, de la pequeña producción mercantil. Recordemos las advertencias de Lenin sobre esta clase, pero recordemos también: a) que en cierto momento histórico tuvo que implementar la NEP, con la certeza de poder controlar las tendencias burguesas mediante el enorme poder monopólico del Estado soviético; b) que en ningún país del mundo el Estado ha sido capaz de proporcionar servicios de calidad adecuados, por ejemplo, en la gastronomía; c) ningún Estado ha podido darle a las ciudades esa diversidad de pequeñas empresas, tiendas, subculturas, etcétera, que les da vida, lo que es particularmente importante en economías de turismo; d) que el control político-económico de esa clase puede lograrse probablemente con el sistema impositivo y judicial; e) en la economía global del ALCA, las garantías de reproducción económica del pequeño empresario solo se las puede proporcionar el Estado a través del proteccionismo y de los subsidios, lo que es una razón fundamental, porque FEDEINDUSTRIA en Venezuela está con el proceso bolivariano y porque el pequeño campesino y empresario latinoamericano apoya al ALBA».
Se atreve a veladamente negar la falta de democracia en Cuba porque afirma que solo se mantiene el partido único, cuando los partidos tienen sentido en la sociedad dividida en clases sociales antagónicas, cada uno representa y defiende los intereses de cada sector social, pero no es el caso de Cuba tras la revolución, los partidos que existen responden a la realidad marcada por la revolución, o acaso volvemos a la necesidad de la Duma cubana porque las medidas de los años 90 dieron lugar al surgimiento de sectores pequeño burgueses y ahora se pide que den cabida a partidos burgueses que representen sus intereses. Aunque desapareciese la agresión imperialista no cambiaria la situación para la existencia de partidos burgueses que representasen esos intereses, sería una concesión ideológica y política inadmisible:
«Mantener al Partido único es posiblemente vital mientras dure la agresión imperialista, pero igualmente vital es dotarle de un carácter cibernético real, si se quiere evitar que el proyecto termine como la URSS y la RDA».
El Sr. Dieterich se confunde con la situación de Rusia en 1917 y la actual situación de Cuba denunciada por Fidel. En 1917 el grado de desarrollo cultural y técnico del pueblo ruso, ni el que tenía el pueblo cubano en 1959, tienen punto de comparación con el que hoy tiene el pueblo cubano. Entonces y ahora la revolución cubana no tenía las amenazas denunciadas por Fidel que desde su interior se han manifestado con los casos de insolidaridad y robo. No se puede confundir las medidas coyunturales que Lenin tuvo que proponer con la NEP para que aquel pueblo, carente de una clase trabajadora y formada en la que poder apoyarse la revolución, no se muriera de hambre. Lenin no hizo teoría desarrollista pequeño burguesa como Dieterich pretende resaltar incluso con su cita del ejemplo venezolano. Venezuela tiene riqueza, pero no tiene el nivel de conciencia que el pueblo cubano tiene. Al colgar del cielo el Estado, no comprende el Estado alternativo de clase que tiene que producirse en el socialismo, si se quiere avanzar hacia el comunismo y que el Estado como elemento de dominio se extinga porque ya no hay clase social a la que dominar.
Plantea la necesidad cibernética del partido, que permita que las conexiones neuronales actúen con objetividad para poder comprender el porqué de la situación, en qué se han quedados atascados. En esto tenemos que darle la razón porque, ya tuvimos el ejemplo que el mismo denuncia sobre el llamado socialismo real. El partido como interpretador de la causa material del socialismo, tiene la obligación de comprender lo que los grandes teóricos nos adelantaron como experiencia alternativa de poder que se tiene que dar en el socialismo.
Concluye Dieterich: « La pregunta política de vida o muerte para el Partido Comunista es, por lo tanto: ¿Cuál será el sistema de dialéctica institucional que sustituirá el papel de dialéctica personal de Fidel?».
Tal vez si se llevara a la práctica la letra de la Internacional Comunista, la dialéctica que se atribuye a Fidel daría paso a esta otra dialéctica: ¡Ni en dioses ni tribunos está el supremo hacedor, nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor!
Es hora de que la clase política no sea limitada a la elite partidaria, todo el pueblo tiene que ser ya clase política, organizado como clase dominante de abajo hacia arriba de forma permanente.
El verticalismo niega la descentralización que el pueblo necesita para desde abajo ejercer el poder directamente, de forma permanente, desde los lugares donde el pueblo siempre esta, desde donde labora, estudia o reside, con sus formas de poder comunal, consejista, soviética, misiones o como quieran denominarse. Tampoco debemos entender la descentralización como contradictoria con el centralismo democrático que tiene que darse en el socialismo. La democracia verdadera del pueblo trabajador organizado como clase dominante, permite que desde abajo ascienda la verdadera voz del pueblo, que los problemas que desbordan su competencia local (imposibles de realizar desde la descentralización local) sean tenidos en cuenta en niveles superiores de gestión general, permite que una vez ascendidas las necesidades generales y reales básicas del conjunto del pueblo, desde las cúspides gubernativas se propongan y desciendan las medidas legislativas y ejecutivas que respondan a las verdaderas necesidades sentidas y manifestadas previamente por el pueblo. Entonces el verdadero centralismo democrático se ejercerá y desaparecerá el centralismo burocrático que es rechazado por el pueblo manifestándose de diversas formas, viéndose como dice Dieterich: como medidas ajenas, provenientes de sociedades anónimas, algo ajeno que incita al robo.
No puede educarse al pueblo revolucionariamente desde el púlpito alejado del lugar donde el trabajador vive y labora, su aprendizaje político tiene que ir ligado a su papel participativo en el aspecto productivo-educativo-político, en colaboración directa con los demás seres con los que labora y convive permanentemente. Hay que romper con el concepto heredado del capitalismo de considerar al ser social desde la individualidad, con la falsa división del trabajo en el proceso productivo y político, que dan lugar al eterno ser superior y al eterno ser inferior. Tiene que desarrollarse el nuevo concepto que da lugar al sentimiento socialista desde el ambiente colectivo en el que se desarrolla, la única forma que nos permite vernos como seres sociales, necesitados los unos de los otros, actuando conscientemente y solidariamente.
Se confunden los marxistas economicistas cuando anteponen el desarrollismo al margen de la integración del pueblo en la dirección del poder. Se confunden o no quieren ver que los trabajadores desde los centros de producción laboran pero también aprenden a como mejor realizar su trabajo, lo cual les califica para poder decidir que mejores compañeros son los mejor capacitados para ejercer la dirección en las diferentes ramas de producción e incluso para ser los directores de empresa. Qué mayor integración y participación se puede permitir al trabajador, que ese ejercicio directo y permanente de la democracia directa participativa. Algunos dirán que tienen mejor conocimiento y voz para dirigir un ingeniero mandado por el gobierno que los obreros de la propia fábrica, pero se equivocan los que así piensen, en algún momento se podrán equivocar las voces obreras, pero de su equivocación, que no tiene porque ser trascendental e incorregible, también se aprende, y de los errores corregidos se consigue una mayor integración e identificación con el proyecto laboral y político en el que los trabajadores están embarcados. Podemos imaginar que los obreros de la URSS organizados de esa forma hubiesen permitido que sus fábricas fueran privatizadas. Nunca las sintieron propias, eran los burócratas impuestos desde arriba los que aparecían como dueños, bastó que el borracho subido al tanque les dijera que con el capitalismo se acabaría el burocratismo y sus privilegios y todos podrían aspiran a vivir como burgueses o los turistas que les visitaban. Fueron los burócratas mejor situados y controlando las fábricas, los que terminaron de apropiarse de ellas en exclusividad, ya sin los condicionantes formales del socialismo burocrático.
Habrá que repetirlo constantemente, lo dijo Lenin, ¡Una de las dos principales características del capitalismo, junto al ejército permanente, es el burocratismo!. El socialismo solo puede desarrollarse y caminar hacia el comunismo cuando se libere de todo signo de burocratismo. El hecho mismo de la existencia de la propia democracia no se libra de la burocracia, por eso en el comunismo el Estado y el gobierno de la mayoría que se ejerce con la Democracia, se extinguen. La naturaleza con la que se comportan las hormigas, a un nivel de conciencia imposible de imaginar, seria el ejemplo de convivencia de la especie humana en el comunismo.
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PD/ En esta línea de argumentación sobre el Estado y la Democracia, es de recomendar la lectura del interesante trabajo de Orlando Beluche publicado en ARGENPRESS, cuyo enlace es el que sigue: http://www.argenpress.info/nota.asp?num=026940
Por su interés se resaltan estos párrafos: Frente a la república democrática burguesa, su sufragio universal y su forma parlamentaria, Lenin le contrapone las instituciones políticas de la dictadura proletaria: La Comuna, como órgano estatal a la vez legislativo y ejecutivo. Y enfatiza que, frente al parlamentarismo burgués, no se trata de abolir la representatividad y elegibilidad, se trata de acabar con la charlatanería, ya que La Comuna es una ‘corporación de trabajo’. Los representantes, en La Comuna, se ven obligados a ejecutar sus leyes y ver sus resultados. ‘Tienen que responder directamente ante sus electores’ (9).
Apoyándose en los argumentos de Engels en su crítica al programa de Erfurt, Lenin traza un esbozo de los criterios con que posteriormente se conformó la Unión Soviética. En ellos sustenta la necesidad de un Estado (obrero) centralizado (o federado sólo como tránsito a la centralización), pero en el que impere gran autonomía por parte de las comunas locales. Lenin se opone a cualquier ‘centralización burocrática’ que cercene la autonomía local. Casi al final de su vida, un poco tarde, tal vez, tendría que retomar este criterio para criticar la actuación de Stalin en Georgia.
Esto es importante porque, hoy día, la ideología dominante ha impuesto, hasta grandes sectores de la izquierda, casarse con el formalismo «democrático» burgués y su clásica división de poderes, su sufragio, su funcionamiento parlamentario y burocrático, todo ello fabricado para paralizar la participación del pueblo en la toma de decisiones y asegurar el control de la clase dominante, lo que facilita la dominación del capital. Tan es así, que muchas veces no se reconoce como nuevas formas democráticas instituciones alternativas de poder, tales como: las juntas comunal de los pueblos indígenas o los consejos de fábrica o comités de huelga o juntas vecinales.