Estábamos sentados en el salón de espera con otras ocho personas, todas negras o latinas, mientras las autoridades de la cárcel supuestamente «contaban» a los prisioneros. Hora y media después pasamos por la máquina «de revisión» mientras examinaban nuestros zapatos con rayos X -¿el aeropuerto se ha mudado a la cárcel o será al revés?- […]
Estábamos sentados en el salón de espera con otras ocho personas, todas negras o latinas, mientras las autoridades de la cárcel supuestamente «contaban» a los prisioneros. Hora y media después pasamos por la máquina «de revisión» mientras examinaban nuestros zapatos con rayos X -¿el aeropuerto se ha mudado a la cárcel o será al revés?- Un guarda nos puso un cuño invisible en la muñeca; una pesada puerta metálica se abrió electrónicamente y entramos a otra sala donde un guarda nos escaneó el cuño invisible con una máquina portátil de ciencia ficción. Otro enorme portal se abrió como por arte de magia y un guarda nos ladró la orden de esperar en el pasillo al aire libre, entre la entrada del edificio y la sala de visitas de la prisión.
Entramos la sala de visitas bien iluminada -nada de pasar secretos o contrabando- y un guarda señaló una de las muchas pequeñas y baratas mesas de plástico con tres sillas del mismo material -en medio de otras piezas de plástico del salón-. Reclusos y familiares conversaban. Nosotros esperábamos. Diez minutos después, apareció Gerardo Hernández. Abrazó a Danny y le dio las gracias por hacer el video de YouTube (no dejen de verlo) que explica el caso de los Cinco de Cuba.
Luego abrazó a Saul, quien le dijo que acababa de regresar de Cuba y le traía saludos de gente que lo conoce.
«¿Cómo está respondiendo la gente a las nuevas reformas?», quería saber, en referencia a los cambios económicos -reapertura de parte del sector privado que se cerró con la «ofensiva revolucionaria» de 1968 y reabierto parcialmente a mediados de la década de 1990, y del despido masivo (500.000) de trabajadores estatales «superfluos», como les llamó Raúl Castro.
Saul le informó de que la gente parecía ansiosa, pero que también estaba asimilando la nueva realidad. Gerardo asentía. «Era necesario», opinó.
Había leído los periódicos y visto las noticias relacionadas con las elecciones estadpunidenses de la semana próxima. «¿Perderán los demócratas una cámara o las dos?», preguntó.
Nosotros no sabíamos. Danny y Saul habían estado viendo CNN en la sala de espera del aeropuerto antes de abordar el avión rumbo al sur de California y escucharon a Wolf Blitzer y al otro «conductor» de CNN que competían por las medallas de hablar rápido y no decir nada. Comentamos la manera en que las noticias por cable necesitan crear un conflicto (¿noticias?) las 24 horas del día como una transfusión salvadora de sangre. Si no existe un tema, crearlo. Pero surgen las crisis. A veces a Lindsay Lohan y a Wynona Rider no los atrapan consumiendo drogas o robando en una tienda y CNN tiene que crear un conflicto entre ex oficiales militares gays y miembros del personal de Obama, a consecuencia de «No Preguntar, No Decir». Eso era parte de la «cobertura electoral» de CNN.
Las autoridades carcelarias le niegan a Gerardo acceso al correo electrónico o a computadoras, a pesar de que asesinos y violadores condenados no tienen esas restricciones. Él habla con su esposa por teléfono. «Imagínense, ni siquiera puedo enviarle un correo electrónico». Se echó a reír sardónicamente.
Gerardo tampoco puede enviar correos electrónicos a su abogado, quien recientemente presentó una nueva apelación basada en documentos del gobierno que muestran pagos hechos a periodistas del área de Miami que escribieron artículos destinados a empeorar el «dominante prejuicio de la comunidad», de manera que el juicio en Miami se convirtiera en un lugar imposible para que Gerardo y sus cuatro compañeros tuvieran un proceso justo.
Un periodista residente en Miami, Pablo Alfonso, recibió 58.000 dólares durante el período de detención y juicio de Los Cinco, pero sólo escribió 16 artículos dañinos (mientras trabajaba para El Nuevo Herald, el más importante diario en español de Miami). Otros periodistas pagados por el gobierno realizaron programas negativos de radio y TV acerca de los cinco hombres que habían admitido que su misión incluía el espionaje -pero no al gobierno de EE.UU- Gerardo explicó que la Inteligencia cubana envió a los hombres a Miami para penetrar los grupos violentos del exilio que había plantado más de una docena de bombas en un año (1997) en lugares turísticos cubanos.
El FBI no arrestó a los terroristas, sino que arrestó a las mismas personas que habían suministrado al Buró la evidencia de actividades terroristas con sede en el sur de la Florida.
En mayo de 2005, una comisión de Derechos Humanos de la ONU llegó a la conclusión de que el juicio original «no tuvo lugar en el clima de objetividad e imparcialidad» requerido para juicios justos. El informe de la Comisión exigía un nuevo proceso.
El Tribunal Supremo de EE.UU. rechazó una apelación previa de los Cinco. Pero ahora, además del soborno a periodistas, el abogado defensor Leonard Weinglass ha descubierto que la fiscalía «ocultó evidencias que habrían demostrado la inocencia (de Gerardo)». Es más, dice Weinglass, el gobierno no reveló «imágenes de satélite que hubieran demostrado que el derribo de aviones del 24 de febrero de 1996 ocurrió en el espacio aéreo cubano, y no en el espacio aéreo internacional. La agencia clave del gobierno de Estados Unidos que tiene bajo su custodia los datos de satélite, hasta ahora se ha negado a admitir o negar que posee tales datos».
Ese día, tres aviones de Hermanos al Rescate violaron el espacio aéreo cubano después de recibir múltiples advertencias de que no lo hicieran. MIG cubanos derribaron dos de los aviones, en los que murieron los pilotos y copilotos. Este hecho, razona Weinglass, habría dado a los Cinco y a los pilotos de los MIG, una clara defensa contra la acusación de conspiración para cometer asesinato. (Entrevista radial a Bernie Dwyer, http://www.thecuban5.org/BDInterview.html).
Irónicamente, el gobierno nunca probó el vínculo de Gerardo con el derribo de los aviones. Presentaron una comunicación felicitándolo por su papel en «la operación». Pero, explicó Gerardo, «la operación» se refería a que ayudó a otro agente a salir del país, no al derribo. «Ellos tenían otros documentos que no mostraron a la defensa y que habrían demostrado que yo no sabía nada de los hechos de aquel día». Weinglass incluyó esto en su nueva apelación.
Gerardo le preguntó a Danny acerca de cuando conoció a su esposa Adriana en París. Danny le contó del emocionante encuentro y el rostro de Gerardo se iluminó.
Un recluso nos sacó una foto a los tres. Nos despedimos. Gerardo nos hizo con el puño el saludo de «mantener la fe». Agitamos la mano, nos fuimos y comenzamos nuestro viaje en auto hacia el sur, al aeropuerto de Ontario. En el camino pasamos decenas de casas vacías sin vender en Victorsville y los interminables anuncios de cadenas de tiendas y restaurantes.
«Vaya», dijo Danny mientras conducía, ·este hombre es un ejemplo».
Saul asintió. Valía bien la pena el viaje de ida y vuelta, el rollo del aeropuerto, el auto alquilado y la espera en la prisión -toda la fealdad-para ver cuántos recursos internos puede emplear un hombre para mantener en alto su espíritu y utilizarlos para servir de ejemplo a otros.
* Danny Glover es activista y actor. Saul Landau es cineasta y escritor.
rCR