La guerra como la confrontación violenta por intereses económicos, financieros, de recursos o territoriales entre naciones o entre sectores antagónicos dentro de un mismo país tiene más de una definición. Hace 25 siglos el estratega militar chino Sun Tzu decía que, «la guerra es el mayor conflicto de Estado, la base de la vida y […]
La guerra como la confrontación violenta por intereses económicos, financieros, de recursos o territoriales entre naciones o entre sectores antagónicos dentro de un mismo país tiene más de una definición. Hace 25 siglos el estratega militar chino Sun Tzu decía que, «la guerra es el mayor conflicto de Estado, la base de la vida y la muerte, el Tao de la supervivencia y la extinción. Por lo tanto, es imperativo estudiarla profundamente». Más acá en el tiempo Karl von Clausewitz precisó que la guerra » es la continuación de la política por otros medios». El historiador y militar británico Richard Holmes define a la guerra como «una experiencia universal que comparten todos los países y todas las culturas». El filósofo existencialista Jean Paul Sartre sumaba la categoría indispensable de clase para entender este fenómeno diciendo «Cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren». El político progresista estadounidense Hiram Johnson acuño la celebre y no menos cierta «la primera víctima de una guerra es la verdad».
Entre los records que tiene la guerra, dos se destacan por su morbosidad, uno es la duración y el otro el número de muertes. En la primera categoría podríamos nombrar la guerra interfeudal conocida como «Guerra de los Cien Años» que fueron en realidad 116 entre los reinos de Francia e Inglaterra, y la «Guerra de la Araucanía», una guerra colonial por un lado y de liberación por el otro, entre los conquistadores españoles y los aguerridos mapuches, que se prolongó por 300 años, ¿o todavía continúa contra las transnacionales forestales y mineras? El conflicto bélico colombiano también destaca por su duración, más de 60 años de guerra entre dos ejércitos revolucionarios contra la oligarquía ultramontana colombiana.
En cuanto al número de muertes que dejan las guerras está la friolera de 60 millones de la Segunda Guerra Mundial, 24 millones de la Primera y en el ámbito nuestro americano podríamos mencionar la «Guerra de la Triple Alianza», también como las dos anteriores de 5 años de duración, o «Guerra contra la Triple Alianza» como mejor la definieran las fuerzas de Francisco Solano López. En la misma sólo el Paraguay perdió más de 1 millón de seres humanos y en todo el territorio de la nación sudamericana agredida quedaron sólo 30 mil hombres en edad reproductiva.
En estos hechos de atrocidad colectiva son los pobres, como dice Sartre, los que ponen los muertos y son los Rostchill y los Rockefeller y los Morgan y los Cheney los que recaudan los jugosos beneficios.
La guerra se publicita, se justifica, se mediatiza, se avala y hasta se promueve y crea desde los mismos medios propiedad de las mismas familias y grupos corporativos que fabrican armas y controlan económica y financieramente el complejo militar-industrial de Usamérica y sus aliados de Europa.
La guerra no es sólo un negocio por la venta de armas sino que también es un negocio mediático y un negocio del entretenimiento, por eso nadie trata de ocultarla ni en los estantes de las jugueterías ni en las pantallas de los televisores, presentada como juegos pirotécnicos por la «libertad» y para la «prevención de males peores».
Lo que es indiscutible es que quienes han llevado adelante guerras colonialistas, imperialistas e inter-imperialistas son los que han obtenido beneficio de las mismas al coste del sacrificio de un porcentaje relativamente menor de sus coterráneos pobres y de una mayoría abrumadora de pobres de los países y pueblos victimizados.
Las cifras desde la administración de John F. Kennedy hasta la de la actual Barak Obama lo demuestran, y si desdoblamos la historia y buscamos antecedentes desde la de Eisenhower para atrás, podríamos irnos tan lejos como hasta John Quincy Adams, en el primer cuarto del siglo 19, con los mismos resultados.
Siempre las guerras tienen un componente que las atraviesa, es el componente económico, en forma de control financiero, o en el establecimiento de determinadas agendas económicas imperiales, o de control de determinados y estratégicos recursos naturales o energéticos. La historia de estos últimos cien años, para dar una cifra redonda, no nos deja ninguna duda al respecto, aunque claro, las velocidades y las aceleraciones no son constantes. Lamentablemente vemos que en el último cuarto del siglo 20 y lo que va del 21 las aceleraciones nos pueden conducir sencillamente a la desaparición de la especie humana. Trabajos periodísticos y de investigación política que nos lo explican hay miles, pero hay uno que por su título llama a la lectura por su coloquialidad «It’s the crude, dude: War. Big Oil, and the fight for the planet» algo asi como…»Es el petróleo, compadre. Guerra. Compañías petroleras y la confrontación por el planeta» de la periodista canadiense Linda McQuaig.
Lo extraordinario, dice McQuaig, acerca de la invasión de los Estados Unidos a Irak, no fue la rapidez con que la fuerzas iraquíes sucumbieron ante el poderío militar más grande del planeta, sino como Washington mantuvo la atención mundial sobre las supuestas armas de destrucción masiva del país árabe, cubriendo el verdadero propósito de los «liberadores», el petróleo.
Cualquier «coincidencia» con la sistemática propaganda acerca de la lucha contra el narcoterrorismo que desarrolla el Pentágono sobre la cuenca petrolífera sudamericana, no debe considerarse como eso, una coincidencia.
Si la invasión a Irak demandaba al gobierno de W. Bush-D. Cheney 4 billones de dólares al mes para hacer de Irak un lugar más seguro y llevarle a su gente una calidad de vida superior, según lo dijera el propio W., al menos suena ridículo viniendo de una administración que dejó en el desamparo a cientos de miles de conciudadanos afectados por el Katrina y de una administración que se negó sistemáticamente a reformar un sistema de salud que mantiene en total indefensión a 45 millones de personas dentro de su mismo territorio.
Otra consideración que pone en primer plano a la Cuenca del Orinoco frente al apetito voraz de Exxon, Shell, BP, Texaco, Chevron, Amoco y similares es la proyección realizada por Colin Campbell, uno de los más reconocidos geólogos en petróleo, «el mundo comenzó a consumir más petróleo del que se encontraba desde el año 1981, aunque el descubrimiento de nuevos pozos petrolíferos comenzó a decaer, el mundo comenzó a consumir petróleo en forma más acelerada. Hoy llegamos a la cifra de consumir 4 barriles y encontramos uno. La demanda crecerá en un 66% en los próximos 30 años, pero lo que está por verse es de donde va a salir ese petróleo».
El politólogo Michael Klare lo dice más claramente, «cualquier amenaza a la disposición continua de este recurso provocará una crisis en los países de alta industrialización, lo que puede llevar al uso de la fuerza militar».
Sería hasta vano preguntarnos cual de los países industrializados depende más estrechamente del petróleo y cual considera ese recurso como vinculado a su «seguridad nacional». La siguiente pregunta que cae por su propio peso de actualidad estaría relacionada con el avance militar usamericano en la región petrolera sudamericana y si ese avance responde al interés del país industrializado en combatir el «narcoterrorismo» o si su finalidad última es otra y se encuentra muy escondida en el subsuelo venezolano.
Otra de las matrices que relacionan el sistema de ablandamiento informativo que se llevó adelante contra Saddam Hussein y el que lleva hoy el Pentágono contra Chávez, es la vinculación que se le adjudicó al presidente iraquí con organizaciones terroristas y las reservas petroleras del país árabe que lo llevarían a un control y dominación del Medio Oriente, según palabras del inefable Dick Cheney. Esa matriz se repite hoy con el presidente de la R. B. de Venezuela al relacionarlo con una fuerza político-militar insurgente (FARC-EP), calificada por el establishment como terrorista, las cuantiosas reservas petroleras de ese país y la nueva política diplomática de PetroCaribe y el AlBA, vista desde Washington como herramientas de «control y dominación» por parte de Venezuela en la región.
Lo que para muchos esta claro es que Usamérica no busca renegociar bajo mejores términos su abastecimiento de petróleo, por la sencilla razón que el país del norte no tiene en miras redefinir su política de consumo (menos del 5% de la población mundial consume más del 20% de ese recurso energético) sino apropiarse y controlar el petróleo venezolano como lo hizo hasta comienzos del siglo 21. Una cosa -dice McQuaig – es el acceso al petróleo y otra es el control sobre ese recurso energético. «El deseo por el control, como opuesto al simple acceso, fue claramente demostrado con la intervención de los Estados Unidos en Irán en 1953. Con la nacionalización de la industria petrolífera, Irán de ninguna manera atentaba contra el suministro de petróleo a los países occidentales. Todo lo contrario. Irán estaba muy esperanzado en venderle petróleo a occidente como al resto del mundo y tenía el propósito de venderlo al precio que determinara el mercado. Pero Washington y Londres (y las compañías petroleras) no estaban satisfechos con la simple posibilidad de comprar todo el petróleo iraní que necesitaran, ellos querían que el petróleo iraní estuviera una vez mas bajo control de las compañías internacionales». Cincuenta años mas tarde el otro ejemplo tan obvio como el de Irán sería Irak.
Esa apropiación del vital recurso energético debe ser acompañada por un desarrollo progresivo en el gasto militar y obviamente en la expansión militar. Este perfil ideológico tiene dos flancos, uno es la necesidad imperiosa de mantener y acrecentar aún más el complejo militar-industrial de Usamérica en orden de mantener millones de puestos de trabajo, que sería el flanco de la política interna del Imperio y el segundo como política disuasiva y más frecuentemente bélica para el control del recurso.
Sobre éste asunto la administración del novísimo Obama no ha hecho nada diferente y los patrones de esa política siguen imperando bajo el llamado Proyecto del Nuevo Siglo Americano diseñado por Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, Perle y asociados; que muchos desearían verlos en la actualidad como fantasmas del pasado, pero que tienen una presencia real y contundente en la actual política exterior de la Casa Blanca.
Si la real fuerza detrás de W. fue personificada por Cheney, ¿quién personifica hoy esa fuerza detrás de Obama? Las personificaciones pueden cambiar en la real politik usamericana, pero de seguro tras bambalinas siguen estando las compañías petroleras y el complejo militar-industrial.
La campaña de demonización del presidente Hussein en febrero de 2003 por parte de Colin Powell frente al Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas fue acompañada simultáneamente por un minucioso plan elaborado por la USAID, Agencia Internacional para el Desarrollo conjuntamente con el Departamento del Tesoro que contemplaba el desmantelamiento y la redefinición de la política económica estatal iraquí hacia una política económica basada en lo que ellos llaman economía de libre mercado.
En otras palabras, un masivo programa de privatizaciones.
Pocos meses antes, un golpe oligárquico-militar descabezó por pocas horas el proyecto bolivariano en Venezuela, entre cuyos propósitos fundamentales estaba el retorno a la política petrolera de Venezuela durante los gobiernos llamados del Acuerdo del Punto Fijo (1958-1999), es decir el control del recurso energético venezolano por parte de las transnacionales del petróleo (masivo programa de privatizaciones), la separación de Venezuela de la OPEC y la cancelación de los envíos de crudo a Cuba. Seguido al fracaso militar del 11 de abril del 2002 vino el intento, por parte de la oligarquía venezolana y sus jefes de la Casa Blanca, de desestabilizar la Empresa de Petróleos de Venezuela desde su corazón, intento que volvió a fracasar, pero causándole al Estado venezolano más de 10 mil millones de dólares de perdida.
La «reconstrucción» de Irak trajo una nueva transferencia de billones de dólares de los sectores del trabajo usamericano hacia los sectores del capital. El Pentágono se encargó de esa transferencia pagando fabulosas cifras a compañías como Bechtel, General Electric y DynCorp por los servicios prestados. La que coronó el desfalco, fue coincidentemente la compañía de Cheney, Halliburton, que se embolsó más de 18 billones de dólares.
Washington no acepta, como nunca lo aceptó desde su mandato Monroeista, las tres bases fundamentales para el desarrollo de los países del Tercer Mundo, la primera es la independencia económica, la segunda la soberanía política y la tercera la justicia social; ninguna de las tres comparten celdas separadas y mucho menos antagónicas, sino que tienen elementos vinculantes una con las otras, que las hacen orgánicas y complementarias. Cualquier país del Tercer Mundo que infrinja el acuerdo tácito con el Imperio de ser económicamente dependiente, políticamente alineado a los intereses de Washington y desarrolle una política interna en beneficio de una más equitativa distribución de su renta, se convierte en enemigo potencial de la libertad y la democracia entendidas por la Casa Blanca. Pero cuando este país del Tercer Mundo va más allá y proclama la necesidad de la unidad de intereses de los países del Sur, el enemigo potencial se convierte en real a la seguridad nacional usamericana.
Por eso el reflotamiento de la OPEC, en gran medida un trabajo a pulso de Chávez, los acuerdos de transferencia científica y tecnológica de Venezuela con China, Rusia, Irán, India, Brasil, Cuba y las alianzas estratégicas como Alba, PetroCaribe,UNaSur y una potencial reformulada MercoSur, no pueden ser vistas de otra forma que como proyectos antagónicos y enemigos de la agenda del imperialismo.
En la base de toda ésta discusión se encuentra la formulación de una sociedad alternativa basada en dos vectores fundamentales para la sobrevivencia de la especie: la compasión y la solidaridad. La resultante es la justicia, que conlleva irremediablemente una lógica de consumo coherente, de crecimiento armónico y sustentable y de crear espacios de participación protagónica a los sectores excluidos por el modelo capitalista-neoliberal. Lo que no puede ser opción es una sociedad basada en la concepción Spenceriana de la sobrevivencia del más fuerte, una sociedad caníbal, aniquiladora de los empobrecidos por medio de sus dos soluciones finales, la guerra y/o el mercado.
Richard Nixon lo dijo con su inestimable racionalidad instrumental, «Nosotros usamos el 30% de toda la energía del planeta. Eso no es malo, es bueno. Eso significa que nosotros somos los más ricos, y el pueblo más poderoso del planeta y que nosotros tenemos el más alto nivel de vida del mundo. Es por eso que nosotros necesitamos tanta energía, y podría ser así por siempre.»
La guerra y el mercado son las dos fundamentales herramientas del imperialismo para el control social y el apropiamiento de los recursos mundiales que bajo la lógica del capitalismo deben estar concentrados en un reducido grupo de transnacionales. El petróleo juega un papel estratégico fundamental en la reproducción del mercado como en la reproducción de la guerra. De esto se dieron cuenta el imperio británico durante la Primera Guerra Mundial y la Casa Blanca durante la Segunda. Según palabras del economista e historiador usamericano Daniel Yergin, para 1942 Washington comenzó a desarrollar una nueva y estratégica visión acerca de este recurso energético, «el petróleo fue reconocido como un valor crítico estratégico para la guerra…Si hubo un recurso que desfiguró la estrategia de los países del Eje, ese fue el petróleo. Si hubo un recurso que pudo vencerlos, ese también fue el petróleo».
La guerra, las políticas neoliberales y el petróleo como instrumento de dominación y empobrecimiento de la mitad del planeta llevan a la alarmante desigualdad en el consumo de energía, como lo dice la McQuaig, «un bangladí promedio consume 70 veces menos energía que un estadounidense promedio, con otra desventaja que el bangladí no sufrirá 70 veces menos los efectos del calentamiento global, producido por el consumo de energías fósiles, posiblemente sufrirá mucho más ese impacto».