El 2 de mayo de 2010, Pablo González Casanova intervino en la sesión inaugural del Foro Social Mundial temático 2010 en Ciudad de México. Dedicó su presentación al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), a los campesinos de San Juan Copala y a Atenco. No fue un gesto cualquiera. La solidaridad con el sme no estaba […]
El 2 de mayo de 2010, Pablo González Casanova intervino en la sesión inaugural del Foro Social Mundial temático 2010 en Ciudad de México. Dedicó su presentación al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), a los campesinos de San Juan Copala y a Atenco.
No fue un gesto cualquiera. La solidaridad con el sme no estaba de moda. A la intensa campaña desatada desde el poder en contra de los electricistas se sumaron sectores de la izquierda intelectual, a quienes los trabajadores les parecen privilegiados y su sindicato rancio. Pero a don Pablo le ha tenido sin cuidado nadar contra la corriente de lo «políticamente correcto». Ante el levantamiento zapatista, la entrada de la policía para romper la huelga estudiantil en la unam y la revolución cubana (por citar sólo tres ejemplos entre muchos otros), él ha dicho lo que piensa, no lo que se espera que diga. Don Pablo orienta su acción política por sus principios y su reflexión teórica, no por modas. Y con el sme le une lo que él ha caracterizado como «sentimientos intelectuales». Su padre mantuvo reuniones frecuentes con integrantes de ese sindicato y él mismo participó en su revista Lux, redactando crucigramas, y escuchó a dirigentes de ese gremio, como Francisco Breña Alvírez, conversar sobre el socialismo.
González Casanova defiende las causas en las que cree sin sacrificar su independencia, sin plegarse a la razón de Estado o a la razón partidista. Aunque se ha definido como un intelectual orgánico de la Universidad, es celoso de su independencia frente al propio medio intelectual y los distintos ámbitos académicos, así como frente a las comunidades intelectuales más reducidas de especialistas, de afinidades políticas y los medios de comunicación.
En la misma reunión en la que expresó su apoyo público a la causa del sme, abordó temas candentes sobre la lucha por la emancipación social actual. Lo hizo con rigor analítico y pasión política. Dijo que la construcción de un mundo diferente no será posible sin antes definir dos ejes: que el capitalismo no solucionará los problemas del planeta, y que las organizaciones y luchadores deben incluir a todos los pobres de la Tierra y a los que están con ellos, aun a «los que han sido diabolizados por la izquierda institucional». De otra manera, alertó, «nos pasaremos hablando la vida de otro mundo posible, hasta que el imperialismo de varias cabezas acabe con el mundo en que vivimos y la tierra que habitamos».
Invitó a asumir con urgencia la necesidad de definir un proyecto común de quienes luchan por otro mundo. «Manifestar nuestros puntos de unión ‒dijo‒, formular proyectos de acción conjunta e inmediata en torno a ellos, el respeto cabal, el respeto total a la autonomía de los participantes, individuales y colectivos. Debemos definir acciones concretas con fuerzas concretas que están luchando por la paz, la justicia y la libertad. Definiendo a esas fuerzas nos definiremos nosotros.»
Don Pablo, es preciso recordarlo, no es un joven estudiante universitario formado en algunas lecturas de marxismo de manual, ni el dirigente de algún partido leninista, sino un intelectual de noventa años de edad, exrector de la unam, fundador de la sociología mexicana, laureado con varios doctorados honoris causa y reconocido como uno de los grandes pensadores contemporáneos de izquierda. Un académico a quien hace tres o cuatro décadas figuras del mundo intelectual y político que hoy militan abiertamente en las filas de la derecha, lo acusaban despectivamente de ser «demócrata».
A sus noventa, González Casanova expresa con toda claridad el sentir de nuestra época. Su pensamiento atiende las demandas de explicación de una etapa extraordinariamente compleja, de cambio, de seguridad espiritual, de cohesión, de reconocimiento, de amplios sectores sociales reales (no imaginarios). Sus obras son una herramienta privilegiada para la crítica del poder y la enunciación de la verdad en nombre de los oprimidos. Su obra ha gestado un horizonte intelectual para la izquierda social y un nuevo cuadro ideológico que ayudan a recomponer y reformular el alimento espiritual de los sectores más activos de la izquierda. Su trabajo proporciona un buen conocimiento de la realidad, condición indispensable para la acción política y social. Finalmente, en un momento de desánimo social, sus reflexiones coadyuvan a elaborar proyectos alternativos frente a los males del orden establecido.
El fin del intelectual clásico
Desde finales del siglo pasado vivimos una época en la que la influencia de los intelectuales en los asuntos públicos, tan importante en otras épocas, ha disminuido sensiblemente. Muchos de ellos se reciclaron transformándose en expertos y tecnócratas. Desplazados de la tarea de formar la opinión pública por el príncipe electrónico, han buscado convertirse en intelectuales mediáticos. Se han vuelto así una especie hecha de celebridades, aunque a quienes aparecen como editoralistas en las barras de opinión de los telediarios se les vea pero no necesariamente se les escuche. Publicidad, información y entretenimiento se han vuelto, por obra y gracia de la televisión comercial, una sola cosa. De la mano de ella, muchos intelectuales son ahora comentaristas y aduladores de los poderes establecidos.
La prensa escrita que representa los intereses más conservadores les brinda a los profetas del fin de la utopía amplia cobertura. En ella difunden sus opiniones y publican sus artículos. Sin embargo, a pesar de su reciente protagonismo, hacen agua. Dedicados a servir al príncipe, no tienen nada que ofrecer a los pueblos. Quienes los escuchan son, apenas, sus audiencias de siempre. Sus opiniones están lejos de normar criterios o legitimar conductas. A lo sumo, alimentan prejuicios. Al metamorfosearse de esa manera, los intelectuales de la pantalla chica se han ido devaluando.
En una época de expertos, tecnócratas e intelectuales mediáticos como la que vivimos, ¿qué papel desempeña un intelectual de izquierda como Pablo González Casanova?, ¿qué espacio tienen sus ideas y su quehacer?, ¿qué puede recuperarse de su obra que tenga sentido para explicar lo que sucede hoy en día?
No son preguntas ociosas. El exrector ya sufrió, en el marco de la huelga universitaria de 1999-2000, la sentencia del tribunal televisivo por su decisión de renunciar a las dirección del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, como protesta por la entrada de la policía a la unam. Al analizar el papel de los medios electrónicos en el conflicto, escribió en La Jornada: «La televisión actual nos impide ver los problemas sociales para resolverlos. Convierte los problemas sociales en problemas individuales, penales, policiales y militares.»
Don Pablo juega un papel central en el actual debate latinoamericano. Su visión de la realidad continental (y del mundo actual) y de los sujetos emancipatorios, es de gran actualidad. Literalmente, su producción teórica, por más debatible que pueda resultar en algunos aspectos, es de una enorme importancia en esta época.
González Casanova mantiene viva la idea del intelectual moderno, nacida en Francia con el filósofo ilustrado del siglo xviii, y con el Émile Zola de Yo acuso (1898), con motivo del caso Dreyfus. Es un intelectual que, como advirtió Michel Foucault en una entrevista de junio de 1975, es universalista (capaz de pronunciarse sobre multitud de asuntos), prescriptivo (fija sin ambigüedad lo que cree que está bien y lo que está mal) y profético (Le Monde, 19-20/ix/2004).
Don Pablo es un intelectual de izquierda, es decir, es un pensador y un científico social que muestra preocupación por los problemas de la sociedad y del mundo desde el punto de vista de valores como la justicia social, la solidaridad y la lucha contra las desigualdades, la oposición a las variadas formas de colonialismo, el imperialismo o la opresión, la emancipación de las mujeres, el rechazo del racismo y de la xenofobia, la defensa de la laicidad y la denuncia de la arbitrariedad. Aporta lucidez, rigor y creatividad en la tarea propiamente intelectual, justicia en sus juicios y un compromiso práctico para mejorar la sociedad.
Es, además, un pensador que se ensucia las botas. Lo mismo viaja a Chiapas y escucha pacientemente y con respeto durante horas las intervenciones de activistas de todo el país, que se traslada a Cuba para analizar las dificultades de la construcción del socialismo. Indistintamente imparte la conferencia inaugural de un seminario sobre el pensamiento de Carlos Marx en Francia, que habla ante una asamblea de obreros y campesinos sobre el futuro de México y la tragedia de la nueva ocupación estadunidense del país. Nada que ver, pues, con la idea común que sobre los intelectuales se tiene en muchos sectores de la población y que expresó el finado músico Rockdrigo González en su canción «Los Intelectuales»: «En un extraño lugar retacado de nopales/ había unos tipos extraños llamados intelectuales/ no sabías si eran marcianos, mexicanos o europeos/ ángeles, diablos o enanos, cardíacos o prometeos.»
González Casanova es la excepción a la regla escrita por Ryszard Kapuscinski en Lapidarium i para describir el comportamiento de los hombres de la cultura del hemisferio. Según el cronista polaco: «Un rasgo característico de la evolución política del intelectual latinoamericano es que por lo general empieza en la izquierda y acaba en la derecha. Empieza participando en una manifestación de estudiantes contra el gobierno y acaba de ministro. Recorre el camino de joven rebelde a viejo burócrata. En ninguna otra parte del mundo es tan profundo el abismo que se abre entre la juventud y la vejez, entre el comienzo y el fin de una biografía.» A sus ochenta y ocho años, don Pablo es el mismo que siempre ha sido, Incluso, algunos dirían que es aún más radical.
América Latina y sus intelectuales
En América del Sur la clase política que representa a la derecha vive un pronunciado retroceso. Salvo el caso de Colombia y, en mucha menor medida de Perú, no cuenta con figuras de peso relevante. Pero el caso colombiano está marcado por sus vínculos con el narcotráfico y los paramilitares. Tan es así que ni siquiera cuenta con las simpatías de muchos legisladores estadunidenses.
No hay en la derecha continental una sola figura política que pueda hacer frente a los personajes que hoy conducen gobiernos de izquierda o de centroizquierda en el área. Los políticos de la derecha sudamericana carecen de credibilidad. Por el contrario, la clase política progresista, más allá de sus claroscuros, gana una y otra vez elecciones. Todos ellos tienen orígenes diversos. Hugo Chávez, de Venezuela, es militar; Evo Morales, de Bolivia, es un indígena, sindicalista de productores de hoja de coca; el derrocado presidente de Paraguay, Fernando Lugo, fue obispo católico; Rafael Correa, de Ecuador, es un doctor en economía egresado de la Universidad de Illinois, en Estados Unidos; José Mújica, en Uruguay, es un antiguo guerrillero; Dilma Rousseff, de Brasil, fue guerrillera y su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, fue obrero metalúrgico. Es por eso que la derecha ha tenido que recurrir a sus intelectuales para dar la batalla en el continente. Carente de políticos prestigiados y reconocidos, ha debido echar mano de sus hombres de ideas para combatir lo que califica de ascenso en la región del indigenismo radical, la izquierda marxista y el populismo. Curiosa ironía: la derecha, una fuerza tradicionalmente antiintelectual, ha tenido que recurrir a los escritores para enfrentar a la izquierda.
Más allá de sus diferencias, intelectuales de la derecha, como Mario Vargas Llosa, Enrique Krauze y Jorge Castañeda (por citar a algunos), comparten un odio visceral hacia Cuba, Fidel Castro y, ahora, Hugo Chávez. El mandatario venezolano es el nuevo blanco favorito de sus críticas. No le perdonan que gane elecciones una y otra vez, ni que impulse su proyecto de socialismo del siglo xxi. Usualmente evitan definirse a sí mismos como de derechas. Prefieren presentarse como liberales (en la acepción estadunidense de la palabra) y democráticos. Pero su pensamiento y su práctica son conservadoras. En los hechos, defienden el neoliberalismo y se oponen a las luchas emancipadoras. Varios de ellos son conversos que han tirado por la borda su pasado en la izquierda y ahora se asumen como los profetas del fin de la utopía. Algunos han intentado incursionar en la política con malos resultados. Como puede verse con facilidad en México, su paso por la administración pública ha sido desastroso.
Sin embargo, a pesar de sus opiniones, por todos los rincones de la región florecen proyectos emancipadores. La lucha indígena es imparable. El marxismo crítico renace con dificultades. Los movimientos sociales ponen en jaque a las oligarquías. La crisis económica hundió al Consenso de Washington y con él hacen agua quienes navegaban en ese barco decretando que era la única opción viable.
Irónicamente, los avances de la izquierda política y social en América Latina no tienen ‒salvo en casos como Uruguay‒ correspondencia con su influencia en el mundo de la cultura y la academia. El pensamiento progresista dentro de la intelectualidad renace con dificultades. Sin embargo, en un momento de enorme protagonismo popular y conquistas electorales, el enorme prestigio e influencia de los que disfrutó el marxismo en las universidades y entre los artistas latinoamericanos a fines de los sesenta y comienzos de los setenta se ha desvanecido. El campo cultural progresista es terreno de choque y disputa entre los restos del marxismo neandertal y la teoría crítica renovada.
Es en este contexto que debe evaluarse la actualidad del pensamiento de Pablo González Casanova y su autoridad moral y política entre quienes protagonizan los procesos de transformación social. Él desempeñó un papel muy relevante en el nacimiento y convocatoria de la red En Defensa de la Humanidad. La red reúne a hombres y mujeres de la cultura, la academia, el periodismo y las bellas artes en el continente para frenar, en el terreno de la cultura, la ofensiva imperial y apoyar las luchas de liberación en el continente. Esta iniciativa tuvo una de sus principales fuentes de inspiración en el Congreso Mundial contra el Fascismo, celebrado en 1937 en España, en plena Guerra civil. Los organizadores ‒entre los que se encontraba don Pablo de manera destacada‒ consideraron que la ofensiva imperial que para reestructurar territorios y capitales desató el imperio a raíz de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, tiene grandes semejanzas con los desafíos que el planeta enfrentó con el ascenso del nazismo.
González Casanova ha sido un estudioso de América Latina (y del Tercer Mundo). Profundamente influido por la Revolución Cubana y por la experiencia de la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile, se ha involucrado activamente en la región. Sus reflexiones están tocadas por las olas subterráneas provocadas en toda el área por el triunfo del pueblo cubano. Su autoridad intelectual en el continente tiene como sustento, más allá de su compromiso con las luchas de liberación de la región, una vasta labor académica. Es así como coordinó los volúmenes América Latina en los años treinta (1977) y América Latina: historia de medio siglo (1925-1975) (1977); interpretó la historia contemporánea del continente desde la del eje del imperio en Imperialismo y liberación en América Latina (1978); editó Historia del movimiento Obrero en América Latina (1984-1985) e Historia política de los campesinos latinoamericanos (1984-1985), Cultura y creación en América Latina (1984); escribió además El poder del pueblo (1986) y coordinó El Estado en América Latina: teoría y práctica (1984).
Una nueva forma de pensar al país
Pablo González Casanova inventó una nueva forma de comprender y de estudiar a México. Muy probablemente dentro de cincuenta años lo leerán de la misma manera en la que hoy leemos con actualidad Los grandes problemas nacionales, de Andrés Molina Enríquez. Como lo ha señalado Lorenzo Meyer, La democracia en México es el primer gran estudio general del sistema político contemporáneo hecho por un mexicano, desde una perspectiva mexicana y académica. El libro colocó en el centro del debate nacional una agenda de investigación y una metodología para conocer al país. Inauguró líneas de investigación y reflexión sobre la realidad nacional vigentes hoy en día, y estableció un momento clave en el desarrollo de la sociología: el de la plena madurez de las ciencias sociales en México y el fin de los monopolios de los estudios extranjeros sobre el país.
Hasta antes de La democracia en México muchos de los más importantes análisis sobre la sociedad y la política mexicanas habían sido realizados por extranjeros, sobre todo por estadunidenses. Desde México se habían elaborado muchos ensayos interpretando al país desde la literatura, prescindiendo de estudios empíricos. Algunos marxistas, como Lombardo Toledano y José Revueltas, analizaron la estructura económica y social desde la perspectiva de la Revolución Mexicana. Trabajos pioneros como La estructura social y cultural de México (1951) de José Iturriaga, y La industrialización de México (1954) eran hechos excepcionales y limitados.
González Casanova integró, con gran imaginación, la sociología estadunidense con el marxismo, la historia y la estadística. Reflexionó creativamente sobre el marginalismo, el colonialismo interno, las sociedades duales, para analizar la relación entre modernización y democracia, y entre economía y política. Concluyó que la falta de democracia producida por la explotación y el colonialismo interno impedía al país caminar hacia una democracia representativa y el desarrollo.
Pero, a pesar de su adscripción universitaria, González Casanova ha ido más allá de las aulas para seguir desarrollando su labor de investigación. En una época como ésta, en la que una parte muy importante del pensamiento vivo se encuentra lejos de los circuitos intelectuales tradicionales, don Pablo ha marchado hasta donde se localiza el laboratorio de sueños emancipatorios: abajo y a la izquierda. Hasta allí va el maestro, sea para escuchar y aprender, sea para hablar y enseñar. Frente a una academia prisionera de la lucha por los puntos y el deslumbramiento de las pantallas de televisión, el profesor sigue caminando una y otra vez entre las barricadas de los que resisten. Para esos sectores, su liderazgo intelectual es indiscutible. Nunca ha sucumbido a los cantos de sirena del poder.
A sus noventa años, don Pablo mantiene la misma curiosidad epistemológica de siempre y el mismo rigor analítico. Con sentido común e inteligencia ha sabido mantener la frágil conjunción de compromiso y distancia, de aproximación y alejamiento del objeto del compromiso. Es, con mucho, uno de los más grandes intelectuales latinoamericanos.
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