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Palabras como dardos

Fuentes: Rebelión

Las palabras pueden ser dardos, y mal empleadas causar igual daño que un bombardeo, aunque ideológico, en la mente de las personas más vulnerables. La repetición sistemática de vocablos falsos o no contrastados, y el uso y abuso de significantes inadecuados para cada contexto, despierta odios irracionales y enfermizos y anima antiguos y bajos instintos, […]

Las palabras pueden ser dardos, y mal empleadas causar igual daño que un bombardeo, aunque ideológico, en la mente de las personas más vulnerables. La repetición sistemática de vocablos falsos o no contrastados, y el uso y abuso de significantes inadecuados para cada contexto, despierta odios irracionales y enfermizos y anima antiguos y bajos instintos, como la xenofobia, el racismo y el miedo. La palabra manipulada, equivocada, nos reduce a la miseria moral y deshace el trabajo de colectivos y profesionales para la integración, comprensión y aceptación del otro; para entender las circunstancias de desesperanza e injusticia que le han traído a vivir aquí, entre nosotros. África: vertedero; África: saqueo de materias primas. Los hijos de África: sin ilusión ante el futuro.

A un político -también al periodista- se le exige que tenga altura humana y que sea mucho más cuidadoso en la selección y uso del lenguaje que cualquier otra persona, y ese nivel de exigencia es más elevado porque toma decisiones que afectan a grupos de ciudadanos y, aún más importante: tiene voz pública, máxime cuando interviene en un foro como el debate del estado de la nacionalidad, con trascendencia y repercusión por varios días en los medios de comunicación; cuanto más si quien toma la palabra es el presidente del Gobierno o una portavoz parlamentaria. Por ello, María Australia Navarro no puede decir en una tribuna de oradores sin causar daño social que «Canarias no puede soportar mil menores inmigrantes» como lo hizo en el debate. Porque la palabra «soportar» nos remite a los significados de «sufrir, padecer y aguantar», y su uso cuando se habla de niños y jóvenes es ambiguo, impropio e incorrecto desde una perspectiva ética y, en consecuencia, ese vocablo debería ser desechado. Si la idea que se quería transmitir era la del «esfuerzo económico» bastaba con utilizar la palabra «sufragar»; todo ello sin valorar en detalle la ética de quienes enarbolan una bandera pública con un tema tan delicado y peligroso, al calificar el mantenimientos de menores, la asistencia a personas indefensas y sin voz, de gasto desmesurado e inasumible. A los niños y jóvenes inmigrantes no se les soporta; a los niños se les cuida y educa para que en el futuro sean personas de bien.

Tampoco es admisible que el presidente del Gobierno, Paulino Rivero, utilice la palabra «mafia» en el contexto de los menores inmigrantes, agitando el fantasma del miedo a que vengan más, invocando posibles reagrupamientos familiares como si de amenazantes demonios se tratara. No es ético relacionar a los niños africanos con supuestas mafias porque no se ha probado su existencia; ni tampoco lo es establecer paralelismos entre inmigración y delincuencia, porque hace daño y perjudica la integración social de los que vienen y vendrán mientras en este mundo persistan las situaciones de injusticia y desigualdad. Las mafias son grupos organizados que se enriquecen de manera extraordinaria -búsquenlos en el sur de las islas-; y en ningún caso un pescador africano que abandona esa actividad porque ya no es rentable -sus aguas se han convertido en caladero de modernos buques europeos con los que no puede competir-, y cruza el océano transportando a personas arriesgando su vida y la de otros, puede ser calificado de mafioso. Además, si las empresas canarias tienen planes de inversión en 16 países africanos, ¿no les asiste el mismo derecho moral a sus habitantes a venir aquí?

Sólo en el año 2007 perdieron la vida al menos mil personas intentando llegar a España, según recoge el informe «Derechos humanos en la frontera sur». Algunos de los valientes niños y jóvenes de África que han sobrevivido al infierno de una travesía cada vez más larga residen en Canarias en casas de acogida, y son moralmente nuestros hijos porque sus padres quedaron muy lejos. El otro día los vi bailar y llorar recordando su tierra; fue durante el concierto del guitarrista de Mali, Afel Bocoum. Tres niños en un puro nervio saltaron al escenario cuando ya sus cuerpos no resistían sentados ni una canción más. El mágico poder del lenguaje universal de la música. Esos mismos niños lloraron en silencio en la oscuridad al recordar a sus familias, sus casas, todo lo que dejaron atrás. Ciertamente lo que Canarias no puede soportar es la insensibilidad de algunos.