Las diferentes versiones de la derecha, reaccionaria, neoliberal, conservadora, nacionalista y ultra, han hecho suyo el campo semántico de la izquierda sin apenas darnos cuenta. La camiseta del Che y el pañuelo palestino se lucen hoy por gentes diversas, desactivados sus mensajes simbólicos revolucionarios y críticos con la sociedad capitalista y el imperialismo. Son ahora […]
Las diferentes versiones de la derecha, reaccionaria, neoliberal, conservadora, nacionalista y ultra, han hecho suyo el campo semántico de la izquierda sin apenas darnos cuenta.
La camiseta del Che y el pañuelo palestino se lucen hoy por gentes diversas, desactivados sus mensajes simbólicos revolucionarios y críticos con la sociedad capitalista y el imperialismo. Son ahora dos iconos estéticos convertidos en meros fetiches de consumo.
Y es que las izquierdas tradicionales hace tiempo que han perdido la batalla de crear, interpretar y conducir los espacios ideológicos, sociales y políticos en la escena pública… con sus propias palabras.
Solo Suramérica, Palestina y los distintos movimientos internacionales surgidos al calor del 15M utilizan palabras, viejas reeditadas y también de nuevo cuño, de honda raíz popular y contestataria.
En la anciana Europa y en general en todo Occidente, las palabras clásicas de contenido progresista han sufrido un desgaste bien patente en los discursos de izquierda. Han desaparecido del vocabulario izquierdista palabras o términos como oligarquía financiera, nacionalización, clase trabajadora, internacionalismo, fuerzas de represión, imperialismo, y otras de similar tenor.
Por el contrario, las derechas y los poderes fácticos en la sombra se han adueñado de otras como libertad, democracia, cambio y revolución, antes santo y seña de las izquierdas, que en la actualidad son usadas con profusión para encubrir su hegemonía en todos los ámbitos sociales.
La izquierda mayoritaria continúa empecinada en aproximarse a la realidad con las categorías conceptuales que proponen vía mediática las distintas derechas presentes en la cancha política. El marco de discusión impuesto por éstas hace las veces de corsé para no salirse de las lindes preestablecidas.
Los símbolos de ese consenso tácito se han elevado hasta el altar donde habitan los mitos, las explicaciones que no precisan de ninguna argumentación para estar vigentes en el imaginario colectivo. Son instrumentos sutiles prácticamente infranqueables para la izquierda transformadora de verdad.
Esos mitos viven en las palabras como virus que contaminan la ideología del común de la calle. Pueden variar sus formas en función de la idiosincrasia propia y de la historia particular de cada territorio, pero su capacidad de dirigir mentes y ahormar actitudes son las mismas.
En boca de la derecha resuena la palabra libertad con un cinismo de elegancia trasnochada. Todos los caídos en el mundo gritando ¡libertad! han sido hombres y mujeres progresistas, de izquierdas, comunistas, socialistas y anarquistas muchos de ellos y ellas. Hoy la libertad se ha transmutado en un fantasma de mil colores que solo conduce a comprar y vender, a pulsar botones y cambiar de imagen, texto o sonido, nunca jamás a poner en solfa el mundo que nos rodea. La derecha conoce a la perfección la disfunción cognitiva que el término libertad provoca en las multitudes. A mayor ruido mediático, menor oportunidad para pensar críticamente y más éxtasis lúdico de sudor y lágrimas emocionales. Libertad es igual a entretenerse, a matar el tiempo, a llenar el vacío con espasmos vegetativos que segreguen mucha adrenalina y mucho orgasmo individualista.
Democracia podría ser la segunda palabra robada por la derecha a la izquierda de siempre, régimen-mito por excelencia para tapar a través de los votos dirigidos por los medios de comunicación y las leyes electorales un sistema parlamentario donde poder escenificar un drama teatralizado entre dos opciones fuertes, en apariencia dispares, pero que en el fondo comparten y sustentan los mismos valores capitalistas de explotación laboral y cultural. Aquí finaliza el significado de democracia: en votar cada equis tiempo. Democracia es más, sin duda, pero unos y otros (los dos actores estelares del espectáculo, republicanos y demócratas, PP y PSOE, Sarkozy y Hollande…), han podado las alas democráticas a su antojo e interés. Democracia también es la participación directa en la organización de las empresas, de los ayuntamientos, de las universidades, de la vida cotidiana… Democracia es, por supuesto, votar referendos limpios, previo debate, sobre cuestiones clave de importancia capital para todos.
Juntemos, para concluir, cambio y revolución por su convergente paralelismo, aunque existan distancias evidentes entre ambos significados. En realidad, en los últimos años asistimos a una revolución de derechas muy profunda, que está cambiando nuestras sociedades de modo sobresaliente. Sin embargo, las derechas no tienen reparo en pronunciar la palabra revolución ante auditorios entregados a su verborrea. Cierto es que sus soflamas revolucionarias van acompañadas de conceptos que acotan su volumen incendiario: sacrificio, todos, futuro…, que aderezadas ad libitum con proclamas religiosas y culturales de toda la vida les da un aire de retromodernos ambiguos que les permite cosechar acólitos en campos antes insospechados: inmigrantes, obreros no cualificados, jóvenes rebeldes sin causa ni porvenir, mujeres trabajadoras… Revolución es una palabra tan rotunda y seductora en cabezas desposeídas de memoria histórica que hasta los fascismos se han llamado a sí mismos revolucionarios.
La derecha, tergiversándolas, ha robado las principales palabras a la izquierda. El robo aún no ha terminado. Con la crisis inducida por las oligarquías financieras, el miedo a perder el trabajo, la conexión a internet y las vacaciones a un lugar exótico lo más lejano posible, las derechas todavía tienen espacio para dar más de sí. El próximo robo puede ser la misma voz. Si eso ocurre, ya no necesitaremos de más palabras, con callar y obedecer ya tendremos nuestro merecido paraíso de libertad mcdonald´s, democracia carrefour y revolución granhermano. Sin poder articular palabra, ¿qué seremos entonces?
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