Muchas veces, no advertimos que en los medios masivos de información nos están tomando por tontos. No es que nos falte sentido común o sensibilidad, simplemente que el bombardeo de ideas… o mejor dicho de palabras que esconden ideas, es de tal magnitud -y de tal persistencia- que a nivel consciente ya nos es difícil […]
Muchas veces, no advertimos que en los medios masivos de información nos están tomando por tontos. No es que nos falte sentido común o sensibilidad, simplemente que el bombardeo de ideas… o mejor dicho de palabras que esconden ideas, es de tal magnitud -y de tal persistencia- que a nivel consciente ya nos es difícil defendernos.
Ayer escuchábamos que «las tropas estadounidenses que se hallan atacando ferozmente a la ciudad de Falluya, habían abatido a varios insurgentes». Ya estábamos por consumir la próxima secuencia del noticiero, donde una realidad deroga a la otra con total automaticidad y nos pusimos a pensar: ¿quiénes son los insurgentes? Los invasores neocolonialistas que fueron a Irak a derrocar a un gobierno por poseer armas de destrucción masiva (que luego no encontraron) y por tener relaciones con el terrorismo de Al Qaeda, que hasta la CIA y el candidato John Kerry manifiestan que no las tenía. ¿O los insurgentes son los ciudadanos iraquíes que se levantan contra el invasor y opresor de su pueblo?
Se podrá decir que el ex presidente Saddam Hussein era un dictador. Sí. No cabe la menor duda. Un dictador apoyado durante la guerra entre Irak e Irán por los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos. A quien le proveyeron todo tipo de armamentos, especialmente de destrucción masiva, como las armas químicas usadas contra las tropas iraníes durante la guerra y, luego de ella, contra los opositores shiíes.
Algún redactor de los mass media podría argumentar que en ese país ahora hay un gobierno provisional y que los que se oponen a ese gobierno merecen el mote de insurgentes. Pero todo el mundo sabe que el «gobierno» de Bagdad encabezado por el agente de la CIA de nacionalidad iraquí, Iyad Alawi, es una marioneta de las fuerzas ilegales de ocupación encabezadas por los Estados Unidos.
Eso sí, seamos honestos, no todos falsifican las palabras. Debemos decir en descargo de la vicecomisaria de la Unión Europea, la española y miembro del Partido Popular de José María Aznar, Loyola de Palacio, que a ella no le gusta utilizar metáforas. La funcionaria se despachó, muy suelta de cuerpo, con una frase muy directa a propósito de la caída de Fidel Castro… de la caída de la escalinata, claro… ¡los eufóricos de la Casa Blanca, abstenerse por favor!
Loyola de Palacio dijo en Bruselas: «todos esperamos que Castro muera cuantos antes. No digo que lo maten -aclaró por las dudas, porque eso su religión no se lo permite- digo que muera, porque dudo que cambie mientras viva». Es su dislate aznarista nos incluyó a todos. Otra vez la Biblia junto al calefón.
En las últimas décadas las palabras engañosas nos están persiguiendo con mayor tenacidad.
En la época de la dictadura argentina, los genocidas acuñaron la palabra «subversivos», estableciendo un desplazamiento tal entre el significado y el significante, que la misma llegó a ser equivalente a «asesino», cuando -en rigor- un subversivo es el que subvierte algo, que puede ser bueno o malo. En el caso de una dictadura, lo correcto es subvertirla.
Luego vinieron los tiempos de la democracia. Así a secas. «Con la democracia se come, se educa y se cura» decía el ex presidente Raúl Alfonsín. Ahora podemos apreciar lo inadecuado que resulta utilizar mal las palabras, por cuanto si hubieran sido correctas, hoy deberíamos coincidir todos que no estamos en democracia.
Aunque, en realidad, como muchos saben no hay una sola forma de democracia.
La democracia concebida por Aristóteles o la de los Estados Unidos, hasta el año 1863, eran democracias con esclavitud incluida. La democracia que hoy reina en gran parte del mundo, es una democracia con explotación del trabajo asalariado también incluida, donde la fuerza del dinero es mucho mayor que la fuerza de los votos.
Eso lo sabemos todos. Pero -por ejemplo- el presidente Bush trata de seguir vendiendo esa democracia… y si no la puede vender: la impone con las armas… y muchos medios masivos, grandes cadenas televisivas, siguen bombardeando con esa palabra para no dejarnos pensar que sin democracia económica y social, no hay democracia política.
Luego vino la década de los noventa, cargada de perversión y neologismos. Desde Harvard, Yale y tantas otras universidades del primer mundo (primer mundo… otras palabras cargadas de intencionalidad dominadora) se hablaba de desregulación, mercados libres, globalización, neoliberalismo, reformas estructurales, flexibilización laboral, para solo mencionar algunos de estos eufemismos y construcciones.
Observen bien: todos ellos están imbuidos de un contenido semántico aparentemente moderno, progresista o liberador. Desregular, significa quitar reglas, es decir hacer las cosas más libres. Mercados libres, libre comercio (como el ALCA), libertad de empresa, etc., a ninguna de estas expresiones se le cae el término libre. Claro, la libertad es una aspiración de todo el género humano y esos enunciados funcionan como caballos de Troya de las clases dominantes.
Globalización o mundialización como prefieren decir los franceses, también encierra un sentido caro a las aspiraciones de la humanidad: es lo más parecido a internacionalización y si avanzamos en el sentido libre de la palabra, podemos incluso pensar en la hermandad entre todos los habitantes de este planeta. Pero, sin embargo, es todo lo contrario: se globaliza el capital, la tecnología, las inversiones, pero a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres del globo se les tiene terminantemente prohibido desplazarse por el mundo en demanda de trabajo. Prohibido, penado y sancionado muchas veces con la muerte de los migrantes. Es por ello que nosotros siempre apelamos al neologismo de Frei Betto, cuando caracteriza a la globalización como «globocolonización».
Para qué hablar de neoliberalismo, que no tiene nada de «neo», es decir de nuevo, y menos de libre de donde proviene la palabra liberal. O, de la palabra reforma, de la que ya hemos hablado en Hipótesis, históricamente asociada al avance político, social o cultural, como Reforma Universitaria, Reforma Agraria, la Reforma de Lutero. Hoy aplicada a lograr un «eficiente» retroceso de la historia.
Otra palabra que sugiere libertad: flexibilización. Flexibilizar consiste en suavizar, hacer menos rígidas a las cosas o a las situaciones. Cuando los neoliberales hablan de flexibilización laboral, en realidad no mienten, tratan de hacer más suave para los poderosos el proceso de explotación. Claro, para las palabras también rige el famoso cristal con que se miran las cosas.
Hay expresiones que son verdaderos insultos hacia la mayoría de los mortales. Cuando el Pentágono y la OTAN emplearon el concepto de «guerra humanitaria», en oportunidad de la agresión a la ex Yugoslavia, cometieron un doble crimen: los millares de víctimas, una ocupación interminable de Kosovo, que no ha logrado evitar -por ejemplo- el incendio de templos ortodoxos como ocurrió hace poco tiempo, entre otras tantas aberraciones; y un crimen semántico que va más allá de un oxímoron, vocablo al que el Diccionario de la Real Academia Española define como «la combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; por ejemplo: un silencio atronador».
Un silencio atronador es una buena figura literaria, pero una guerra humanitaria está mucho más cerca -por ejemplo- de expresiones tales como la «piadosa mafia» o la «conveniencia de un asesinato», que de cualquier otro tipo de locución.
De los «daños colaterales» no vamos a hablar, porque ya se ha discurrido mucho sobre estas cínicas palabras. Incluso se ha hecho una película con ese nombre.
A propósito de la «conveniencia de un asesinato», a esta altura del comentario hemos llegado a un conflicto donde el desconocimiento sistemático de las resoluciones de las Naciones Unidas, el grado de violencia, su larga duración, el trabajo de las oficinas de inteligencia y el marketing de la guerra de ocupación, han dado y dan lugar al surgimiento de muchas palabras bastardeadas. Obviamente nos estamos refiriendo al conflicto palestino-israelí. Una de ellas consiste en la palabra «inmolación», generalmente utilizada por algunos de los grupos religiosos, para denominar los ataques terroristas realizados por uno de sus fieles, que producen muertes en personas inocentes. En realidad la inmolación no incluye la muerte de terceros sino la de quien la realiza o -también- la de quien perece a causa de la voluntad de otras personas. Las variantes más difundidas de esta segunda alternativa, en la historia de Occidente, fueron las inmolaciones -en su momento- dictadas por la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, perteneciente a la Iglesia Católica.
Hay otra expresión detestable, sólo superada por el acto en sí que estas palabras significan. Se trata de «asesinato selectivo». El que -por ejemplo- practicaron la semana pasada las fuerzas represivas del Estado de Israel en los Territorios Ocupados de Palestina. Allí fue asesinado el jefe en funciones del brazo armado del Movimiento de la Resistencia Islámica (Hamas), Adnal al Goul, en un ataque aéreo en el norte de la ciudad de Gaza, que también se ha cobrado la vida de otra persona.
El terrorismo de Estado que se practica contra el pueblo palestino, donde la mayoría de las veces se «asesina selectivamente» a un dirigente y «colateralmente» a ancianos, mujeres, hombres y niños, a quienes los medios masivos en muchas oportunidades los caracterizan como «terroristas», es el más incalificable de los terrorismos, puesto que se hace desde la «legalidad» de un Estado constituido, al que en este caso particular apoya -para procurarle impunidad- la potencia imperial con sede en Washington.
En el caso de los «asesinatos selectivos» no nos encontramos ante ninguna metáfora, sino con crueles vocablos a los que -con su uso reiterado- se los trata de despojar de su brutal contenido, hasta lograr ese tono neutro que alcanzaron hacia el interior de Alemania las palabras «solución final», que los nazis utilizaban para referirse al exterminio de los judíos, de los gitanos, de los comunistas y de todo ciudadano que se opusiera a sus aspiraciones imperiales.
Palabras… ¿tan solo palabras
23 de octubre de 2004
*Columna emitida en el programa Hipótesis, LT8 Radio Rosario, Argentina, y publicada en el sitio www.hipotesisrosario.com.ar