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Para estudiar las ideas olvidadas en la transición

Fuentes: www.upf.edu

I En el momento de la muerte de Franco, en 1975, el predominio de los marxismos en los ambientes intelectuales antifranquistas del país era muy considerable. Desde luego, el marxismo no era la única ideología entonces existente en las universidades ni, como se dice a veces, tampoco la ideología dominante en ellas. Pero su influencia […]

I

En el momento de la muerte de Franco, en 1975, el predominio de los marxismos en los ambientes intelectuales antifranquistas del país era muy considerable. Desde luego, el marxismo no era la única ideología entonces existente en las universidades ni, como se dice a veces, tampoco la ideología dominante en ellas. Pero su influencia sí tuvo que ver muy directamente con la caracterización de la cultura y con el concepto de compromiso que se tenía mayoritariamente en los ambientes de la oposición en los inicios de la transición.

Esto es algo que se puede constatar estudiando: a ) la actividad universitaria, académica y extra-académica de aquellos años; b ) los catálogos de las editoriales de la época; y c ) la orientación de las principales revistas que tienen su origen en aquellos meses y que se publicaron en diferentes ciudades de España entre 1976 y 1982.

Aunque se han escrito ya varias monografías y memorias que abordan esta situación en referencia a cada uno de los ámbitos mencionados y para el caso de algunas universidades, editoriales y revistas, está todavía por hacer un estudio exhaustivo que tenga en cuenta los tres ámbitos y el conjunto del estado . Lo que me propongo hacer aquí es avanzar un esquema para ese estudio.

Antes de entrar en ese esquema quisiera declarar un par de convicciones que pueden servir para la orientación metodológica.

En primer lugar, que las memorias de los intelectuales protagonistas de aquellos años son, sin duda, un elemento a tener en cuenta en ese estudio, pero no el principal. La memoria de los intelectuales es tan selectiva como la de los demás; con el agravante de que en muchos casos, en las memorias de los intelectuales, como en las de los políticos, se tiende a borrar las huellas indeseadas de lo que se fue o de lo que se pensó. Por lo general, vale también para esto lo que decía no hace mucho El Roto en una de sus bromas serias: tendemos a llamar cultura a las manías de cada cual.

En segundo lugar, leyendo algunas de las memorias y recuerdos que se han escrito sobre los años 1975-1982 he observado que no me reconozco en lo que se dice sobre actividades en las que participé (en la universidad y fuera de ella) o sobre personas a las que conocí, algunas de las cuales no pueden protestar ya ante lo escrito sobre ellas porque están muertas. Pero también he observado varias veces que lo que yo digo o escribo que se dijo o se pensó en aquellos años no coincide con lo que recuerdan amigos que estuvieron en los mismos sitios y actividades.

Estas dos observaciones me han llevado a la conclusión (espero que no demasiado apresurada) de que, aparte del carácter selectivo de la memoria e incluso independientemente del hecho, reconocido, de que la historia la escriben los vencedores en el presente, podría haber ocurrido que ni siquiera en aquel pasado estuviéramos haciendo lo que decíamos hacer. O sea, que además del viejo principio que reza no lo saben pero lo hacen habría que aceptar también este otro: creíamos estar haciéndolo pero no lo hacíamos.

Reconocer que esto puede ser así en el caso de los otros, o sea, de los demás, es fácil; reconocer que vale también para mi (y para los de mi «tribu») es siempre más difícil. Pero, por difícil que sea, es un esfuerzo que hay que realizar si uno no quiere deslizarse por la pendiente trivial que conduce al viejo ripio: «nada es verdad ni es mentira; todo es según el color del cristal con que se mira».

De manera que, al abordar el papel de los intelectuales en la cultura de la transición, habría que poner el acento en la recuperación de documentos y en la comparación o contrastación de las memorias. Algo de eso se está haciendo ya, por lo que yo sé, en algunos departamentos de historia contemporánea de las universidades. Pero, también por lo que yo sé, se está dando prioridad a las historias más o menos locales de esos años, o a la reconstrucción del papel de tal o cual intelectual relevante y, en cambio, se estudian menos las interrelaciones y el panorama global entonces existente.

De las cosas que he leído hasta ahora sobre aquellos años de la transición, aunque no se refieran específicamente al asunto que nos trae aquí, hay dos que me parecen más verdaderas que otras para hacerse una idea de conjunto: Gregorio Morán, El precio de la transición (Planeta, Madrid, 1991) y Joan E. Garcés, Soberanos e intervenidos, (Siglo XXI, Madrid, 1996).

II

En la universidad, los años inmediatamente anteriores y posteriores a la muerte de Franco se caracterizaron por una intensa actividad política y político-cultural tanto en los ambientes estudiantiles como, sobre todo a partir de 1973, entre el profesorado en formación. Los ejes de esta actividad fueron: a ) la protesta contra las últimas medidas del franquismo en materia universitaria; b ) la lucha en favor de la contratación laboral del profesorado intermedio o en formación; c ) el intento de vincular la lucha en favor de una universidad democrática, sin barreras clasistas, autónoma de verdad y de base científica, con una acción política más amplia (huelga general, acción cívica ciudadana, etc.) que acabara con el franquismo.

En este punto habría que hacer una precisión: a pesar de la contemporaneidad de las actividades y movimientos en el Estado hubo diferencias de ritmo importantes entre las que entonces eran las universidades con más peso en el país. Y un asunto, que estaba latente en la mayoría de las reuniones de coordinación, pero sobre el que siempre se pasaba como sobre ascuas: el del carácter plurilingüístico y pluricultural de un estado que seguía siendo centralista. Hay referencias más o menos explícitas en documentos de esa época redactados en las universidades de Cataluña, el País Vasco y Galicia; y casi siempre vagas, o muy vagas, referencias en documentos redactados en el resto de las universidades.

Desde 1975, las reivindicaciones del profesorado y de los estudiantes universitarios estuvieron directamente vinculadas a la idea de ruptura defendida en la sociedad por los partidos y organizaciones políticas de la izquierda (Junta y Platajunta). Al analizar esto es importante tener en cuenta que, más allá de las diferentes posiciones que sobre la ruptura se manifestaron entonces, el objetivo generalmente proclamado durante aquellas protestas y actividades en todo el estado era la aspiración a algún tipo de sociedad democrática avanzada (no siempre bien definida, ciertamente) que acababa fundiéndose con el ideal de la sociedad socialista (tampoco bien definida).

No se puede decir que hubiera entonces un modelo de sociedad ni un modelo cultural compartido entre los intelectuales más activos en la oposición antifranquista. Se aspiraba vagamente a una democracia política socialmente más avanzada que las democracias realmente existentes entonces, pero, por lo general, distanciada también del principal de los socialismos realmente existentes, el de la Unión Soviética. Más allá de eso nunca hubo acuerdo entre los docentes universitarios e intelectuales comprometidos más activos políticamente.

Uno de los papeles principales que se atribuía a los intelectuales vinculados a la Universidad en ese período fue precisamente el de tratar de precisar a qué tipo de sociedad se podía aspirar, con la conciencia, compartida también a pesar de las diferencias, de que no se iba a producir un cambio de nota en la universidad sin una transformación político-social importante en el Estado.

En la delimitación de los objetivos de las movilizaciones rupturistas de aquellos años influyeron mucho profesores universitarios que se habían destacado ya por su oposición al régimen franquista en la década de los sesenta, entre ellos Manuel Sacristán, José Luis Aranguren, Ruiz Jiménez, Enrique Tierno Galván, Agustín García Calvo (todos ellos represaliados por el franquismo entre 1964 y 1966). Esta influencia, que se puede apreciar en varios de los papeles y declaraciones de las asambleas universitarias de entonces, es, por lo demás, representativa de las tres ideologías que más peso habían tenido en la resistencia antifranquista universitaria desde la década de los sesenta: los marxismos, los cristianismos de izquierdas y los libertarismos. Aun sin aspirar a una descripción exhaustiva de las influencias de esos años, habría que tener en cuenta, además, el papel que desempeñaron otros docentes, intelectuales y artistas en el País Vasco (Oteiza, Ibarrrola, J.M. Recalde, A. Sastre), Galicia (Alonso Montero, Méndez Ferrín), Valencia (Joan Fuster), Cataluña (Espriu, Raimon, Benet, J. Fontana, Solé Tura, A.C.Comín), etc.

Pero, por otra parte, es interesante tener en cuenta que en la actividad universitaria de esos años y en la colaboración en la plétora de revistas teórico-políticas publicadas entre 1975 y 1982 se formaron la mayoría de los políticos y profesionales de todas las corrientes influyentes en la transición democrática. Es más: se podría decir que en esos años la mayoría de los intelectuales antes mencionados, y conocidos por su compromiso antifranquista, quedaron en minoría en cada una de las corrientes ideológicas que ellos representaban (Manuel Sacristán en el PCE-PSUC; Tierno Galván en el PSOE; Ruiz Jiménez en la Democracia Cristiana; e incluso García Calvo en el libertarismo de la época de las I Jornadas Libertarias).

Desde el punto de vista político-cultural hay dos equívocos sobre la universidad de aquellos años que conviene estudiar. El primero de esos equívocos se refiere a la hegemonía del marxismo, un fenómeno que luego, en las memorias de la transición y en los estudios que se han escrito sobre ella, ha sido presentado de formas contrapuestas, en función de las ideologías que se impusieron en las décadas siguientes: la neoliberal, el liberal-socialismo y los distintos nacionalismos. A este respecto tiene importancia hacer tres precisiones:

1ª Hablando con propiedad, la hegemonía del marxismo en las universidades del período 1975-1982 se refiere sólo a las vanguardias del movimiento universitario (tanto a las vanguardias antifranquistas anteriores a 1975 como a las vanguardias rupturistas que criticaban la reforma pactada desde 1975); no se puede hablar de hegemonía marxista para la universidad en su conjunto, en la que durante todo ese período siguieron teniendo una presencia mayoritaria (salvo en algunas pocas facultades universitarias) ideologías más bien conservadoras o liberales representadas por la mayoría de los catedráticos y profesores titulares y, desde luego, por las autoridades académicas. Un ejemplo evidente de esto que estoy diciendo: las dificultadas para nombrar catedrático contratado de la Universidad de Barcelona, entre 1977 y 1982, al entonces profesor marxista más conocido en España, Manuel Sacristán.

2ª Para aquellas fechas tiene poco sentido usar ya el término marxismo en singular. En la época se usaba en singular, ciertamente, pero las diferencias entre las personas y las organizaciones que se declaraban marxistas entre 1976 y 1982 eran de tal calibre que lo correcto es usar el plural: marxismos. El hilo común entre los marxismos realmente existentes (o declarados) desde 1969 era ya muy débil y se hizo aún más débil durante la transición, al menos por tres factores que en las vanguardias universitarias influyeron mucho: a) la crisis del marxismo declarada en 1977 por autores marxistas tan leídos entonces aquí como Althusser y Colletti; b) la puesta en cuestión del leninismo por la dirección del PCE; c) la renuncia del PSOE a ser un partido marxista.

3ª El resultado de los procesos electorales desde 1977 puso de manifiesto que no había en absoluto correlación entre los marxismos de orientación social-comunista existentes en las vanguardias universitarias y la realidad social de los mismos, salvo tal vez, en el caso de Cataluña, por lo que hace al PSUC inicialmente.

A esto se unieron otros tres factores que serían determinantes para el declive de los marxismos en la universidad (y fuera de ella). Uno de estos factores fue el análisis sociológico detallado de las actitudes y preferencias socio-políticas y socio-culturales de los trabajadores (en particular el realizado a partir de la amplia encuesta preparada entonces por Víctor Pérez Díaz) que entraba en contradicción con el tipo de conciencia de clase por lo general imputada al conjunto de los trabajadores. Ese análisis acabó con un montón de especulaciones sobre las expectativas rupturistas y puso de manifiesto, por primera vez, y con detalle, que la acomodación a la ideología social-liberal no era un asunto político coyuntural sino de fondo.

El segundo factor fue la quiebra de la estrategia eurocomunista, propiciada por el PCI y defendida por el principal partido de la oposición antifranquista, el PCE. Hubo entonces en las universidades (entre 1976 y 1979) mucha discusión ideológica respecto de aquella estrategia, que en principio había sido pensada para dar cuenta de dos cosas distintas: la derrota de Allende en Chile y la necesidad de separarse del tipo de socialismo llamado «real» que representaba la Unión Soviética. Todos los grupos marxistas de los primeros años de la transición se ocuparon, más o menos críticamente, de esta estrategia. Pero mientras se hacía teoría al respecto (y se escribieron cosas bastante respetables sobre esto desde el punto de vista teórico) aquella estrategia ya se había venido abajo en Italia, o sea, precisamente en el lugar en el que se suponía que tenía más posibilidades de éxito, como consecuencia de la evolución del «caso Moro» y sus implicaciones.

Por último, los resultados de las elecciones en Inglaterra y en los EE.UU., con el triunfo del neoliberalismo de Thatcher y Reagan, confirmaron que el giro en la orientación ideológica, respecto de lo que había significado la época que va desde mediados de los sesenta, era ya internacional. Creo que se puede decir que con esto empieza un cambio de época que fue determinante para el declive de los marxismos en la universidad (y fuera de ella). En los ambientes intelectuales este giro cuajó en una palabra que se hizo emblemática del momento: el desencanto.

Lo esencial del desencanto, que en cierto modo se identificó en muchos ambientes con la película del mismo nombre que acababa de hacer Jaime Chávarri, en 1976, se puede resumir: a) en el sentimiento difuso, pero ya muy extendido después de 1977, de que no habría ruptura (al menos en el sentido revolucionario o reformista fuerte en que se había pensado en la ruptura hasta entonces) y b) en la importancia generalizada que se empezó a conceder a lo privado y a los asuntos estrictamente culturales o socio-culturales, no políticos en sentido estrecho. Por eso lo que quedaba del «espíritu rupturista» se fue desplazando al ámbito de los cambios lentos, el de las costumbres y los hábitos de los ciudadanos; y por eso también la tensión político-moral se fue desplazando hacia la afirmación de otras identidades.

III

Creo que esta inflexión hacia el neoliberalismo, de un lado, y hacia el social-liberalismo, de otro, se puede estudiar críticamente, y en detalle, consultando y analizando la pléyade de revistas que se publicaron en el país entre 1976 y 1982. Es interesante tener en cuenta, al hacer ese estudio, cómo la mayor parte de estas revistas se definen editorialmente por comparación (y discutiendo con) el otro fenómeno publicístico del momento, el diario El País , que en esos años de la transición se consideraba a sí mismo «liberal-azañista». Se podría decir, como hipótesis, que por un tiempo (entre 1977 y 1982) el liberal-azañismo de El País representó, ideológicamente, el punto de engarce entre un liberalismo que involucionaba hacia el neo-liberalismo y un socialismo de origen marxista que involucionaba hacia el social-liberalismo. Y que el momento decisivo en la decantación de la transición, más allá del desencanto ya, fue el golpe de Tejero el 23 de febrero de 1981.

Probablemente no ha habido otro momento de la historia de este país en que haya florecido un número tan elevado de revistas de contenido político-cultural, socio-político y socio-cultural como en ese período que va de 1976 a 1982. Este fenómeno está siendo estudiado actualmente por Jordi Mir en un proyecto de investigación iniciado en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona. En Triunfo del 9 de octubre de 1976, Manuel Vázquez Montalbán publicaba un artículo con el sintomático título de «Teorizad, teorizad, malditos», en el que anunciaba algunos de los proyectos en curso. Y a finales de noviembre de l976, la misma revista Triunfo dedicaba un artículo, titulado «Y ahora los mensuales», a la aparición de nuevas revistas teóricas (entre las que se menciona Taula de canvi , Teoría y práctica , El cárabo , Negaciones y El viejo topo , revistas que se añaden a otras ya existentes, como Sistema y Zona abierta ).

Haré aquí un listado, que tampoco será exhaustivo, pero que permite hacerse una idea de la dimensión que llegó a cobrar el fenómeno:

Triunfo , Cuadernos para el diálogo (Madrid), Cuadernos del Ruedo Ibérico (París), Nous Horitzons (Barcelona), Nuestra bandera (Madrid ), El ciervo ( Barcelona), Noticias obreras ,   ya venían de antes.

A esas revistas habría que añadir las que estaban a caballo entre el humorismo, la sátira y la crítica social, en las que ha colaborado por entonces lo mejor del periodismo de la época y no pocos de sus pensadores y ensayistas (Vazquez Montalbán, Ops/El Roto, Máximo, Savater, Ramoneda, Martí Gómez, etc.): principalmente Hermano Lobo y Por favor , que alcanzaron gran difusión en ambientes intelectuales.

Por otra parte, nacen entonces (entre 1976 y 1978) las siguientes revistas de intención teório-político: Zona abierta (Madrid, 1975), en cuya etapa inicial colaboraron habitualmente Valeriano Bozal, Alberto Corazón, los hermanos Alberto y Juan Antonio Méndez, Ludolfo Paramio, etc.; Sistema (Madrid, 1975), donde escribían, entre otros muchos, Elias Díaz y Félix Tezanos ; Andalán (Zaragoza), en la que colaboraban intelectuales aragoneses como Fdz Clemente, Javier Delgado, Gastón, etc.; Taula de canvi (1976), que contó con la colaboración de A.C. Comín, J. Ramoneda, I. Molas, Solé Tura, J. Borja, etc.; Ajoblanco (Barcelona, 1975), que publicaba habitualmente artículos de J. Rivas , F. Savater, Semprún Maura, Racionero; etc. Star , que abrió sus páginas a la contracultura, el comic y las actividades underground; Ozono (Madrid), revista combinaba el ecologismo incipiente con la atención a la música popular y a la crítica de la cultura, y en la que colaboraron Leguineche, Álvaro Feito y otros; El viejo topo (Barcelona, 1976-1982), que en ese período abrió sus páginas a la mayoría de las corrientes marxistas y libertarias del momento; Negaciones (Madrid 1976), en la que colaboraron Fioravanti, Fernando Ariel del Val, Fernando Savater, etc.; En teoría (Madrid), mayormente vinculada a la LCR; El cárabo (Madrid, 1976-1980 ), en la que colaboraron intelectuales más o menos vinculados orgánicamente a ORT, OIC y PT, como los economistas J. Estefanía y Gzlez Tablas; Materiales (Barcelona, 1977-1978), revista de crítica de la cultura, vinculada a personas del entorno del PSUC, como Manuel Sacristán, Jacobo Muñoz, Rafael Argullol, Antoni Doménech, etc.; Teoría y práctica (Madrid y Barcelona, 1976), en la que jugó un papel central el sociólogo Fernández de Castro; Saida (Madrid, 1977 ) , en la que escribieron intelectuales entonces vinculados al PT y otros marxistas como Gabriel Albiac; Argumentos (Madrid, 1977), directamente vinculada al PCE y dirigida entonces por Daniel Lacalle; Askatasuna (Donostia, 1977), donde se expresaban sectores libertarios del País Vasco; El Basilisco (Oviedo, 1977), revista de filosofía y política, dirigida por Gustavo Bueno; Transición (Barcelona, 1978), vinculada a El viejo topo y en la que escribieron J. Subirós, M. Barroso y M Gil, entre otros; Revista Mensual/Monthly Review (Barcelona, 1978), vinculada al colectivo norteamericano del mismo nombre y en la que escribieron Salvador Aguilar, Alfons Barceló, Vidal Villa, Albert Recio, etc.; Leviatán (1978), vinculada inicialmente a la izquierda del PSOE y en la que colaboró V. Zapatero; mientras tanto (Barcelona, 1979), fundada por el grupo reunido en torno a Manuel Sacristán y Giulia Adinolfi con una orientaciçon roji-verde-violeta; Arreu , en la que escribieron personas próximas al PSUC como T. Albareda, F. Sánchez, D. Calvet.

A las que habría que añadir todavía otras revistas de distinta periodicidad y temática como Mayo (1981),Cuadernos de Pedagogía (Barcelona), Bicicleta (Barcelona, 1978), El ecologista , Userda (Barcelona), Dones en lluita (Barcelona), Vindicación feminista (1979): Falcón, Nación andaluza: PSA en sus inicios, etc.

IV

Para estudiar las ideas olvidadas de la transición, cuyas huellas se han perdido o se han borrado, habría que analizar los contenidos de todas estas revistas mencionadas y cruzarlo con el análisis de las políticas editoriales y de los catálogos de las principales editoriales rupturistas del mismo período. En ese sentido habría que tener en cuenta lo publicado entre 1975 y 1982 por las editoriales siguientes (algunas de las cuales han editado luego catálogos o números especiales, con motivo de diversos aniversarios o acerca de las cuales que hay ya algunas monografías): Siglo XXI (Madrid y México), en cuya orientación jugaron un papel importante Javier Pradera, Javier Abásolo y otros; Cuadernos para el diálogo (Madrid), en cuya orientación de entonces tuvo un papel importante el profesor Elías Díaz; Ed. 62/Península (Barcelona), de cuya evolución sabemos bastantes cosas por los recuerdos de J.M. Castellet; Ariel (Barcelona), para cuyo estudio durante esos años se cuenta con lo que han dejado escrito, entre otros, Rafael Borrás y Gonzalo Pontón; Grijalbo (Barcelona y México); Martínez Roca (Barcelona y México), en la que colaboró Alberto Méndez; Comunicación (Madrid), fundada por el diseñador Alberto Corazón a cuya evolución primera dedicó un ensayo, hace ya tiempo, Valeriano Bozal; Anagrama (Barcelona), para cuyo estudio se cuenta con los recuerdos Jorge Herralde; Grupo Editorial Crítica (Barcelona), que ha publicado un volumen conmemorativo de los 25 años y a cuya historia se ha referido Gonzalo Pontón en una larga entrevista concedida recientemente a la revista de la Liberaría La Central; Ediciones de Enlace (Barcelona), cuya evolución ha sido abordada en el trabajo de investigación de Jordi Mir; Laia (Barcelona); Zero/Zyx (País Vasco y Madrid); Fontamara (Barcelona);Fundamentos (Madrid); Icaria (Barcelona); Materiales (Barcelona); Avance (Barcelona), etc.

Fuente: Francisco Fernández Buey, «Para estudiar las ideas olvidadas en la transición», en www.upf.edu/materials/tccc/ce/2006/buey/tema1.doc