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Entrevista al poeta Víktor Gómez

Para seguir bailando

Fuentes: Rebelión

En Bailas (nueve aproximaciones al cuerpo), del poeta español Víktor Gómez -de reciente aparición en Ejemplar Único-, uno no puede dejar de leer un trabajo de sustracción poética, algo que falta, que no aparece, como si en el propio cuerpo del texto fuera necesario batallar con lo no-dicho y puede que también con lo indecible […]

En Bailas (nueve aproximaciones al cuerpo), del poeta español Víktor Gómez -de reciente aparición en Ejemplar Único-, uno no puede dejar de leer un trabajo de sustracción poética, algo que falta, que no aparece, como si en el propio cuerpo del texto fuera necesario batallar con lo no-dicho y puede que también con lo indecible que hay en todo cuerpo. Por usar una metáfora, en esta impresión de lectura es como si el lenguaje hubiera entrado en huelga y el agujero fuera más real que la palabra o, mejor dicho, como si al final, la palabra misma se hubiera tornado un agujero que reenvía a lo real no desde la certeza sino desde la interrogación. En vez de la «evidencia del cuerpo», nos topamos con el cuerpo como enigma, al punto que podríamos retomar lo que alguna vez planteó el poeta argentino Héctor Viel Temperley: «Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo». Y aquí, en efecto, el cuerpo es esa dimensión desconocida del sujeto que no cesa de ser la puerta de acceso a la experiencia, una puerta en la que también aparece el placer y el sufrimiento. En su estructura elíptica, las preguntas se acumulan. A modo introductorio, quisiera retener solamente nueve de ellas, en un juego conversacional que podría complementarse mediante la lectura del poemario.

Víktor Gómez: -Antes de responder a la primera pregunta, quisiera incidir en la génesis de ¿Bailas?, segundo libro de encargo. El primer encargo, indirecta e inexactamente solicitado por Enrique Cabezón fue «Incompleto», escrito en apenas 17 días, tan fragmentario y elíptico como este escrito y al que añadí una coda titulada «Perfeccione lo inútil a lo inútil», al igual que en ¿Bailas? donde la coda se llama «P(l)us». Las referencias automáticas en mi escritura intuitiva y de tanteo, desde las palabras centrales «Incompleto» o «inútil» hasta ese ¿Bailas? que como bien acertara a decir un poeta cordobés «El que no sabe caminar, baila» y el remate en «plus» o su deriva en «pus» valieron en ambas plaquettes, formatos o dispositivos menores, para testimoniar la precariedad desde la que se proyecta una poesía de la orfandad y la fragilidad, de la incompletud y la inutilidad. Cuando en mayo de 2014 aceptara preparar un cuaderno para la colección Poética y peatonal de Gabo Viñals, lo que tenía en mente era recoger unos pocos poemas ya publicados junto a dos o tres inéditos, a modo de selección de textos que perfilaran mi trocha, mi no camino abierto desde 2005 hasta 2015. Fue inmediato el título, no pensado, sino telegrafiado como por un relámpago: «¿Bailas?». Intuí en ese ¿Bailas? dos asuntos prioritarios en mi interés lector. El cuerpo. La escritura. Fue en agosto, cuando en el entresueño después de comer, que un segundo relámpago iluminó dos escasos segundos mi relajada cabeza y como una frase musical uniera a ¿Bailas? el «Le dijo la soga al ahorcado». Lo que luego ocurrió hasta la entrega en enero del manuscrito final lo explico desde las preguntas que me formularás. Sólo advertir, en rigor, que la «falta» y la fragmentación de este baile son propiamente mi manera de estar en el mundo, de dialogar o moverme en él, de asumir desde la poesía y el pensar crítico una cierta soledad, edad al sol, cegada, que obliga a ir a tientas, con suma prudencia en las casi afirmaciones, en las preguntas, en los retos o restos de esperanza o amor que defiendo o comparto.

¿Por qué nueve aproximaciones al cuerpo en una reunión de 33 poemas? Y sobre todo, ¿cuáles serían esas nueve claves de lectura del cuerpo, independientemente que se planteen nueve secciones y un «plus» (que es también herida que supura)?

VG: -El asunto de los números no es casual, evidentemente. Se fue constituyendo en la progresión del trabajo de unir fragmentos a su imán. Cuando comencé a revisar textos escritos y publicados en libros, buscaba el hilo conductor del tropos que da unidad a este bailar, «el cuerpo». Y descubrí que en toda mi escritura, de manera simultánea y progresiva las sensaciones concretadas desde la experiencia corpórea, fisiológica, bioquímica o psíquica alternaban con ideas reformuladas desde mis lecturas de libros para mí sustantivos, en tanto que había establecido diálogos con ellos, es decir, relectura gozosa y problemática. A los siete libros publicados entre 2010 y 2014 (Huérfanos aún, Los Barrios invisibles, Detrás de la casa en ruinas, Incompleto, Diciembre, Trazas del calígrafo zurdo y Pobreza) sumé poemas escritos ex profeso para publicaciones en revistas así como textos «dedicados» a amigos y los inéditos, sin más. Y una novena sección, nueva, empezada en mayo de 2014, la que da título al conjunto, ¿Bailas? Le dijo la soga al ahorcado donde incluía textos que exploran el deseo, la insatisfacción, la voluntad y la insurrección, el fracaso y la resistencia a desaparecer tras haber desaparecido (el cuerpo). Este noveno bloque incluye un poema que es decisivo, que concluye con «Hoy no necesitamos más realismo: queremos Magia». Surgió de una conversación larga por chat con Pedro Montealegre, creo que de febrero de 2014, en la que el poeta chileno me animaba a escribir sin pudor, a vivir sin vergüenza, a ser lo más fiel, leal y libre que pudiera. A ser auténtico, a riesgo de ser incomprendido o rechazado. A no mentir, porque la poesía no admite a los cobardes ni a los mentirosos. Esto, llevado a una actitud vital, y de escritura también, pasa por darle al cuerpo una autonomía y autoridad, frente al despotismo del logos, de la razón instrumental, que vira 180 para encaminar por otro no-lugar la existencia, la amistad o el amor, la escritura creativa, las lecturas electivas, el desaprendizaje esencial para alcanzar una mayor ligereza y poder volar. Un volar de un cuerpo sin alas. Llegados aquí, hablamos del 3 de enero de 2015, ya daba por agotadas mis fuerzas en lo que estaba tomando personalidad propia, este ¿Bailas? Pero se precipitó la muerte repentina de Pedro Montealegre. Nos llegó la noticia como un mazazo el 11 de enero, noche de domingo en la que deambulé durante casi tres horas por una ciudad despoblada, fría, de luces pálidas, y en la que de una manera extraña soñé despierto, sentí fuertemente, corporalmente, la presencia de la ausencia, que diría Darwix, así como pulsiones que no tienen traducción y que apenas pude, insuficientemente, transcribir en «P(l)us». Las 9 secciones ciñen la incompletud que el propio número evoca, así como la «falta» para el redondeo al 10. Ese uno que no está estando, fantasmático, es parte del cuerpo inconcebible pero irrenunciable, y que llamaríamos ese otro que también me constituye. El ajustar a 33 textos, por otro lado hace referencia a la edad de Cristo. Creo que toda escritura poética participa de alguna manera de lo místico, no de lo religioso, de lo espiritual concebido como esa parte de lo físico que la física no alcanza a describir, comprender, tan siquiera a veces a percibir y que une la parte con el todo y ese todo con el vacío, y el vacío con el orden y el orden con el caos y el caos con la parte. El 33 digamos que para mí evidencia una misteriosa perfección que sobrepasa a la inteligencia humana y cuya experiencia ha aportado a personas de todas las culturas y épocas una muy elevada, altísima plenitud de consciencia y conciencia, de logro vital, del que sólo intuyo parpadeos a través de la poesía o la lectura (en un sentido amplio) de sus vidas. Quizá los místicos, tan perseguidos por el poder de su época, tan subversivos e insurrectos, tan inetiquetables, sean los maestros involuntarios a los que remite mi poesía. Y ojo, que místicos y ateos (eludiendo a los cínicos) comparten muchas cosas. Esto lo digo hoy, sin haber sido muy consciente estos años de esa deuda. Dicho con un lenguaje otro, hay personas cuya vida ha sido especialmente iluminadora, admirable, pues su manera de estar en el mundo ha sido un manantial de compasión, libertad, generosidad, sensibilidad, audacia, humildad, coraje. A los que sus conciudadanos otorgaron la autoridad al reconocerles como buenos para el pueblo. Se me ocurre decir Ellacuría, Bety Cariño, Vicente Ferrer, Rigoberta Menchu, Teresa de Calcuta, Vicente de Paul, Edith Stein. Si la poesía que escribo, tan torpemente, aspira a algo, es a visibilizar esas buenas prácticas, esa manera de estar en el mundo, de priorizar, atender, cuidar, la vida, las vidas. Creo que hay otras formas de vivir y convivir que no procuren daño, abusos, tortura, asesinato. Unas formas de vida menos patológicas. La Salud de los vínculos suma 33. Sus trochas, vayas por donde vayas, suman nueve.

En muchos poemas, aparece la repetición de enunciados negativos: «(…) antes no sombra los peces ardidos no mueren», «no moneda» y los ejemplos podrían multiplicarse… ¿A qué se debe esa apelación constante al «negativo», a esa extraña afirmación invertida, que introduce el «no ser» a cada paso de la escritura?

VG: − Viene quizá a un deseo de desaprender, y por supuesto de despresentarse y desprenderse de lo que fue mi formación infantil, juvenil y de adulto en una sociedad basada en dogmas y aseveraciones duras, de índole patriarcal, despótica, capitalista, donde el poder sobre los otros, las categorizaciones desigualizadoras, los prejuicios y demás habían formado una visión del mundo, el presente y lo humano terriblemente negativa. La negación de esa negación de lo humano, el negar las imposturas, la farsa que llaman realidad y es sólo escenario para un manicomio donde los dementes son autoridad y el resto somos víctimas de sus irresponsables maquinaciones… a veces la formulación negativa me sirve para decir «esto y lo contrario»… frente a lo dicotómico de muchos discursos, lo simultáneo de muchas experiencias, y es también ahí donde esos «no» juegan como una bisagra… sobre el «no ser» entiendo a más una parte de mí o de otro que es desconocida, imprevisible. Y que también opera, no siempre conscientemente, en las relaciones inter personales, o en la construcción que hacemos de la realidad.

También aquí aparecen algunos «extranjerismos» (sleepers, while, pièce…), como si la lengua materna no bastara nunca… ¿qué aportan esos otros términos en una escritura ya de por sí dislocada, extrañada de la lengua en la que se escribe?

VG: − Desde niño me sentí diferente, discordante, al ámbito social de la escuela o la calle. Un huérfano. Un exiliado. Un extranjero. Además de eso, mis procesos de escritura quisieran ser interdisciplinarios, interculturales. Amo la mezcla, el mestizaje. En este «documento» en concreto, «Sleepers» es una deuda con la fotógrafa Gema Polanco, por ejemplo. Y los otros extranjerismos son a su vez deudas con otros autores o artistas. Hay también una fascinación por el sonido de voces extranjeras, una atracción auditiva, casi musical. Y en ocasiones, esa atracción sonora, no tiene tan siquiera un significado explicito, es desnudo significante. En el caso de «pièce en forme de Habanera» la deuda es directamente con la música, el lenguaje extranjero y universal por excelencia. ¿No aspira la poesía a ser música, aunque sea música de sentido? Ya en Pobreza, donde más fuerte se hace presente esa pluralidad de lenguas, hay una presencia de voces no mías, que dicen de mí desde su desubicación, su tensión con el poder, no visión otra de las cosas, experiencias, prioridades. Acá continúo, incluso con un trabajo de elipsis, contención, silencios, que están en el umbral del lenguaje de los muertos, o mejor dicho, de los ausentes.

En cualquier caso, la pregunta por el cuerpo insiste a la vez que aparece algo que lo rebasa: «(…) danzáis aún sin cuerpo eso es hu-manamente e x i s t i r». Puesto que parece haber una negativa al clásico dualismo entre «cuerpo» y «alma» o «cuerpo» y «espíritu», ¿cómo podríamos nombrar esa instancia, esa otra dimensión existencial del sujeto, que permitiría esta «danza sin cuerpo aún» y que, sin embargo, eludiría esa visión dualista?

VG: − Es paradójico el existir. Y el bailar es propiamente, existir. Pero no hay tanto un sentido cerrado o unidireccional como varios ángulos de observación y cuestionamiento. Por un lado, el bailar de la «presencia y figura». Por otro el bailar fantasmático que desde el deseo proyectamos en lo erótico, y que lleva a ese inalcanzable otro. Y en tercer lugar un bailar del recuerdo, que trae de nuevo lo que fue, lo re-vive, lo problematiza. Estas tres maneras de concebir lo danzante se pueden dar por separado o simultáneamente. No es lo dual, sino la superposición, lo que me perturba y a la vez se me confirma entre la vigilia y el sueño, entre el deseo y la realidad cernudiana, entre lo imposible necesario y los posibles innecesarios, entre el fracaso y el goce, entre las servidumbres voluntarias y la emancipación. Creo que todo es cuerpo, tanto lo que en un momento se llamó mente, corazón, alma, o reduccionistamente cuerpo. Yo experimento el cuerpo como un todo complejo y en gran medida desconocido. Digo: «menos palabras: ¡cuerpea!» porque estoy ahora mismo en la convicción de que «cuerpeo, luego existo». Creo que un cuerpo es yo más no-yo, por lo que vuelvo a esa mística autónoma de las religiones y sus dogmáticas rigideces que permite a ciertas personas «ver», «sentir», «entender» esa gran densidad y profundidad que llamaríamos «mundo» y que abarca todo lo que al ser que baila le rodea, constituye. De lo micro a lo macro. De Arriba hasta abajo. Del afuera al adentro. ¿No será el cuerpo ese «entre» que conecta materia visible con materia invisible, presencia y ausencia, lo decible y lo indecible? Parece ser que la física cuántica y la mística se rozan en una frontera: el ser humano: su cuerpo.

No sólo aquí se plantea una crítica al facilismo de los predicadores y banqueros y una clara resistencia a cederles la «flor del lenguaje»… también hay una referencia al «nosotros», a una responsabilidad para no ceder en ese terreno. Incluso hay una imprecación ante esa cesión: «el peso del azufre caerá sobre cada uno de nosotros abrasará uno a uno centímetro a centímetro». ¿Significa esto que somos responsables del uso que ellos hacen del lenguaje, de la «tala» que practican a diario? ¿En qué sentido podríamos serlo siendo que no controlamos esas prácticas de comunicación?

VG: − Pudiera ser que la docilidad y cobardía a la que nos lleva la cultura del individualismo desconectado «corporalmente» se traduzca en prácticas artísticas, literarias, más banales, insustanciales, debilitadas y acomodadas a la mansedumbre de lo estabulario, de lo rendido al poder, llegando a reforzar las lógicas del amo, llegando a negar lo que incluso a veces parecen querer articular, como grandes ideales, éxito, progreso, justicia, fuerza, riqueza, orden… como no existe la neutralidad, y toda acción dirigida a un otro es un acto político, desde mi relación íntima con mi cuerpo, con el cuerpo del amante, los padres y sus cuerpos en degeneración o los hijos en crecimiento y formación, hasta cómo articulo mi cuerpo en su «imagen» social, o como reflejo los iconos modernos, la idea de belleza o fuerza física, la idea de cuerpo joven o sano, las disciplinas a las que sometemos el cuerpo en obediencia a un sistema castrense, etc., ese «cuerpear» que expone mi escritura es marginal, quiero decir, se mueve en el margen de una escritura centrada en el orden, belleza, seducción o poder que la cultura hegemónica propicia y defiende como lo mejor. Aquí se me antoja lo mejor enemigo de lo óptimo. Lo óptimo es obsceno, literalmente. Llevado a lenguaje, hay que desordenar. No admitir el orden catastrófico, buscar modos otros de escritura que permitan al lector salir de la pantallización de la vida, la normalización de los modos de producción y existencia, la neutralización de la mirada, la negación del tacto y contacto corporal. Como bien apuntas, el lenguaje es el modo más poderoso de controlar y dirigir el pensamiento humano. Pensamos desde estructuras gramaticales, y sintaxis pre-fijadas, que conllevan no tanto sentir, como un pre-sentir lo ya pre-dispuesto, pre-asumido. Las gramáticas creativas, que se liberan de las férreas normas de un lenguaje basado en «la espada y el escándalo» tienen alguna posibilidad de praxis emancipatorias y no sumisas al sistema vertical en el que nos movemos. ¿Se puede replicar «estéticamente» los discursos de los sátrapas para acabar con la corrupción, cobardía y despotismo vigentes? ¿Lo fácil posibilitará lo justo, lo amado? La poesía tiene algo que decir, pero a costa de no venderse. La poesía no debería ser un venderse sino un desvendarse. Un ir al cuerpo a cuerpo, en desnudez, no en disfraz.

Convirtiendo el texto en una danza de significantes uno podría preguntarse: ¿quiénes son los invitados, con qué lectores puede y quiere este texto bailar?

VG: − Quizá en las respuestas anteriores se anticipan claves al respecto. Me resulta más inmediato suponer quiénes no querrán bailar. Lo rígido. Lo frío. Lo egocéntrico. Y quienes consciente o inconscientemente estén en esas coordenadas. Sé de alguien que propicio en gran medida este bailar. Y que en mi soñar sigue bailando. Se llama Pedro. Pero hay miles de Pedro en la historia. Cada cual ha conocido alguno. Sentarse, silla, que es lo que nos une al «dispositivo» tecnológico, es estar sedado. Bailar es lo contrario. Pedro, que pasó los últimos años de su vida «sentado» por fuerza de una grave enfermedad me enseñó que hay que bailar. Aún a costa de despedirse del cuerpo. Él ahora sigue bailando. Y lo hace para que los que escribimos sentados nos levantemos, y bailemos. Bailar: moverse con libertad, con autonomía, expresando bellamente con el cuerpo los límites y grandezas, el daño o el goce. En realidad, lo que me movió a bailar vino desde fuera, desde los otros. Así que yo he sido, esa es la verdad, simplemente alguien que ha seguido una música y una invitación. Invitación que es atravesada por la vidamuerte, por la pobreza (moral, intelectual, corporal) y por una sensación de orfandad propia y colectiva, retenida en miedos y normas en los orfelinatos de la sociedad actual, donde la política que ejercen los Grandes Agentes Sociales procuran nuestra sedación o inmovilidad ante sus abusos, excesos, demencias. ¿Bailas? Ahí alguien me vino a decir.

«Hoy no necesitamos más realismo: queremos Magia» dice atinadamente uno de los poemas, yendo más allá de la constatación de lo cortante, del daño y las cuentas. ¿Qué vínculo se plantea entre esta «demanda de magia» y un cierto erotismo («la física del deseo») que se respira en algunos de los poemas?

VG: − En mi relectura de ese poema, ya comenté que es piedra angular del libro, el vínculo entre Magia y erotismo es la formulación del potencial que tiene un cuerpo de liberarse de lo que lo oprime, inmoviliza, tortura. El erotismo deviene de nuestra condición de animal sexuado y consciente de sí mismo y de los otros. Y nuestra manera de vincularnos, de someter o rendirnos, es sexuada, es erótica, sin duda. Hay eróticas de la derrota, de la posesión, del deseo, ya sea sublimado o alcanzable. Y hay una erótica amorosa. Esta última, compleja y atribulada, pues se da desde la mezcla de las anteriores, entiendo es la manera que tiene un cuerpo de orientarse a su plenitud. Está en constante tensión, lucha, fuga o alcance. Dijo Lacan que la sexualidad perfora la verdad. Ahí lo dejo. Es un dilema, el gran reto, la gestión del deseo, que ha de superar miedos y también administrar energías. ¿No nos la jugamos todo a una carta cuando algo que deseamos ardientemente nos lleva a tomar decisiones bajo cualquier otra perspectiva inasumibles? Hay una suerte de simpatía o compasión que lleva a un erotismo blanco, que enlaza con lo místico. Pero lo místico tiene en la relación sexual de amantes fogosos su más reconocido símil. ¿Por qué será? ¿por qué será que la unión gozosa de dos cuerpos quiere ser la imagen de la plenitud del ser humano en relación a lo indecible y más vitalmente anhelado?

Casi al final, reaparece otra vez la necesidad de traer a los otros a la escena, a ciertos otros, bajo la forma no de la dedicatoria sino de la asociación, incluso como reconocimiento de una deuda simbólica. ¿Por qué este énfasis persistente, habida cuenta además que todos siempre ya estamos endeudados, que no hay sujeto sin deuda con el Otro, probablemente imposible de saldar?

VG: − Así lo vivo yo. No podría dejar de ser yo si omitiera las incesantes deudas de gratitud que tengo con personas que me sostienen en este desequilibrio e incertidumbre, en esta orfandad de la existencia. Amar es la canalización de un erotismo en la duración. Un imposible necesario. Una incompletud re-elaborando eso tan difuminado e insuficiente que llamaríamos un «yo» y que en mi pobre existencia sólo se sostiene como un «nos-otros» que empezó con un cuerpo ausente, el de la madre biológica, que a los dos años fue insuperablemente acogido por dos cuerpos emanadores de la Altísima Afectividad, mis padres Lorenzo y Amparo, y que posteriormente mi círculo íntimo de amigos y familia ha ido reformulándome, hasta llegar a Jana y los hijos en común, y de pocos años para esta parte en «amigos de madurez» con los que he restablecido una amistad genuina e ingenua, que se afirma como el más preciado tesoro. Esto formula un modelo de entender los vínculos y las relaciones sociales. Indispensable vivir desde la salud de los vínculos electivos para proyectar modelos políticos de redistribución de bienes y servicios en los que no entre la lógica del egocentrismo, del yo-ello, sino del yo-tú que comentaba Martin Buber. Vivo en deuda con los vivos y los muertos. Yo en gran medida soy la suma de sus atenciones y mi escritura es desde esa precaria y amorosa consciencia.

Por otro lado es difícil valorar cómo me constituyen esos otros con los que no tengo afinidad o paridad, pero con los que interactúo o convivo. Ellos también son en mi poesía, presencias dialogantes. Muchas veces, un extraño, incluso un molesto otro, me ha dado lecciones impagables de vida. Los ajusticiados, los encarcelados, los huérfanos, los viudos, los disminuidos físicos, los encerrados en manicomios, los drogadictos, los deficientes mentales, los torturados o maltratados, los esclavizados, los excluidos, los sin techo, los apátridas, los viejos enajenados, los enfermos incurables, los prostituidos (ahí podríamos incluirnos muchos, ¿verdad?)… ¿no son maestros irrebatibles de lo que es la existencia humana?

Finalmente, la referencia al «plus» es también «pus», infección, dolor que supura en la piel, un dolor que es nombrado en la escritura y que aparece indisociable a ella, incluso si -como el cuerpo- va hacia la música. La pregunta entonces es sobre la relación entre el cuerpo y la escritura, entre la piel y el lenguaje…

VG: − Decía el poeta cordobés Vicente Núñez dos cosas interesante sobre la enfermedad: «La enfermedad es un lenguaje, no un estado» y «los que están sanos sólo trabajan». Es desde la enfermedad, consciencia de los límites, desde donde una escritura se vuelve creativa, rebelde, solidaria, política, apasionada, generosa, insurrecta, crítica. Yo entendí que a ¿Bailas? Le faltaba un plus, un algo… la precipitada muerte del gran poeta Pedro Montealegre vino a proponer no la completud, sino la suturación de una herida que se vuelve a abrir cada vez que muere un ser querido, es decir, que su cuerpo desaparece de nuestro tacto, contacto. Lo que corre o baila en lo indecible, ese pus zigzagueante, es un forma y fondo, mi tentativa de escritura más allá de la vida y más acá de la muerte. Un vínculo amoroso, con los que ya no están y con los que estando, algún día perderé. ¿Qué es importante en el aquí y ahora de una vida? ¿Cómo exponerlo o para qué? ¿Hay consuelo en la pérdida? ¿Cómo defender la alegría y la esperanza ante el sufrimiento y desaparición de tantos Pedro, de tantos Lorenzo, Amparo, de tantos Vicente, Teresa, de tanto extranjero, extraño, vecino o preso, por tanto «suicidado por la sociedad»? No lo sé expresar de otro modo que con la música rota, imperfecta, de mi escritura. Si algo hay que decir al respecto, quizá esté ahí…

Y para seguir jugando: agrego un «plus» yo también, y en ese plus aparecen las pinturas de Gabriel, porque ¿cómo olvidar que aquí se traza también un puente? Ahí entonces preguntaría: ¿qué le aporta al texto lingüístico el texto icónico (el icono-texto) o más precisamente, la imagen pictórica? A la inversa, ¿qué le aportan a estas pinturas los poemas de Bailas…?

VG: − Por un lado está la finitud del cuerpo, su realidad efímera, que en la obra plástica realizada de manera única sobre cada camiseta, provoca una suerte de complicidad entre la pintura y el cuerpo. Ambos desaparecerán. ¿Aceptamos los límites? Y me resulta muy visceral y positiva la experiencia de ver dialogar palabra e imagen, con total autonomía una de otra, con disenso y complicidad, con afinidad y distancia, sin posibilidad de traducción. Un poeta hace música con palabras y un pintor la hace con imágenes. «Ut pictura poiesis» denota cómo desde la antigüedad lo visual y lo textual se encontraban en una frontera que separaba y unía dos vecindades. ¿Esa frontera no será el cuerpo? ¿Ese cuerpo no se expresa simultáneamente con imágenes y palabras? ¿Y esas imágenes, a su vez, no superan los límites del poema, llevándonos a otro lugar? También puede un poema ayudarnos a salir del marco del lienzo ú obra plástica. Se complementan sin resultar un todo, sólo fragmentos a su imán, cuando el imán es lo real, lo realmente suficiente, lo bailable en la oscuridad. Es gozoso bailar. Y leer. En la cultura popular nos llega (pervive) lo sustantivo: el arte. Y es de todos. No tiene dueño. Ni fijeza, va cambiando y adaptándose. Lo hace porque lo que el ser humano más valora es la libertad y la justicia (con pan y abrigo). Cuando ni cuerpo ni pintura ni libro (físico) existan, quedará una huella, o no, ¿una vibración, unos movimientos tal vez? lo bailable del tú con el tú… ¿Bailas?

Blog del autor: http://arturoborra.blogspot.com

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