El debate sobre las implicaciones del desarrollo tecnológico en el mundo está cargado de oscuridades, es decir, de medias verdades que son utilizadas maliciosamente para acomodar intereses, para disimular creencias y convicciones, para hacer pasar por «universales» contenidos que en verdad pertenecen a específicas modulaciones culturales. Tanto los apologetas de la técnica, como sus detractores […]
El debate sobre las implicaciones del desarrollo tecnológico en el mundo está cargado de oscuridades, es decir, de medias verdades que son utilizadas maliciosamente para acomodar intereses, para disimular creencias y convicciones, para hacer pasar por «universales» contenidos que en verdad pertenecen a específicas modulaciones culturales. Tanto los apologetas de la técnica, como sus detractores más enconados, suelen ser víctimas de una profunda incomprensión de la naturaleza cultural de toda técnica, de su honda imbricación con los contenidos de las relaciones sociales dominantes en cada momento histórico. Es justamente este carácter eminentemente social de la racionalidad técnica lo que nos permite hoy re-examinar las plataformas en las que se han montado en todos lados los modos de desarrollar la vida productiva de la sociedad, es decir, los caminos que se seleccionan en el desarrollo de las tecnologías que terminan predominando en todas partes.
Ese infinito proceso de escalamiento de innovaciones, invenciones e instalación de procesos (máquinas, sistemas, procesos y otra vez máquinas) ha cambiado varias veces los modos de vivir de la gente. De la resolución de problemas como motor de la innovación se pasa fácilmente a una lógica en la que ya no es posible distinguir entre una necesidad y un producto, entre un requerimiento y un servicio. Los procesos de desarrollo tecnológico -desde la prótesis con la que un recolector procuró su alimento por allá hace miles de años, hasta la exquisita manera de operar un teclado virtual de una minicomputadora que es una maravilla-han seguido un curso determinado en el que progresivamente la lógica técnica se va independizando de la idea misma de «necesidad». Es así como podemos entender la gigantesca expansión tecnológica en todos los niveles asociada a lógica del mercado, al principio sagrado de la rentabilidad.
A estas alturas del juego es obvio que la vida cotidiana de la gente está totalmente cruzada por modos de producir, de consumir y de relacionarse cuyo soporte esencial es un determinado patrón tecnológico. No hay actividad humana que no esté basada en algún dispositivo técnico. Esas plataformas tecnológicas no son elegibles caprichosamente ni pueden ser tramitadas por pura voluntad individual. Productos y procesos están allí instalados con una fuerza estructural, es decir, en la lógica de la vida tal como ella transcurre en sociedades como las nuestras. Este dato de partida imprime un sello mas o menos «fatal» a buena parte de lo que puede y no puede hacerse en este terreno. Esa es la razón de fondo que justifica el pragmatismo con el que asume este tema desde los gobiernos, desde las empresas, desde las agencias. La cuestión se resume en una obsesión por el «desarrollo tecnológico» en tanto tal, sin hacer preguntas, sin condicionamientos, con la mira puesta en la marcha triunfal del progreso.
Es justamente esta visión pragmática de las ciencias y de las técnicas la que está severamente cuestionada desde cualquier punto de vista que se haga cargo de la naturaleza de la sociedad que queremos construir, que se interrogue sobre el sentido cultural de los modos de producir la vida material de la gente, que se haga preguntas sobre la manera de producir el conocimiento que forma parte esencial de la sociedad. Sobre manera en estos tiempos en los que una globalización hegemónica se expande con violencia destruyendo saberes, aplastando culturas, imponiéndose como pensamiento único, como imperio del paradigma de la simplicidad.
Un mundialización solidaria es otra cosa. El diálogo de saberes y el encuentro de civilizaciones va en la dirección opuesta. La plena vigencia de la biodiversidad planetaria, hermanada con una potente diversidad cultural como fundamento de las relaciones entre los pueblos de la tierra, es un horizonte en el que la cuestión de las ciencias y las técnicas debe ser repensada a fondo. Sin el fatalismo de una técnica que marcha por su cuenta. Sin las pretensiones de un modelo según el cual «todo lo que es técnicamente posible, es éticamente deseable». Parece claro que los desarrollos tecnológicos en esta era posmoderna tienen que re-encontrarse con el sentido de la vida en común, con la lógica comunitaria que se instaura en una sociedad transformada, con los nuevos horizonte de un «vivir juntos» que es esencial a todo el entramado institucional que se configure. Una sociedad que recupera con fuerza los valores de uso no le es indiferente el tipo de tecnología con el que se compromete. Un tejido económico fundado en la solidaridad, pensado desde una ecología política radicalmente anti-capitalista, por ejemplo, no puede casarse con cualquier modelo tecnológico como si este fuera «éticamente neutro».
Todo lo anterior viene a cuento a propósito de la valiosa discusión epistemológica que está en la base de una política pública como la «Misión Ciencia». Justamente allí se expresa de algún modo todo este repertorio de acercamientos a la cuestión crucial de los paradigmas en los que debe descansar una nueva visión de la gestión tecno-científica en el país. No se trata de «votar» por éste o aquél modelo sino de hacerse cargo en serio de las implicaciones profundas que tienen todos los lineamientos de política en este campo. Una estrategia de acción desde el Estado no puede formularse desde los lugares comunes que nos trajeron hasta aquí desde el viejo CONICIT. Eso quedó atrás. Se trata ahora de profundizar-radicalizar, quiero decir-las orientaciones teóricas y sus acompañantes prácticos, los fundamentos epistemológicos y sus corolarios empíricos, la impronta cultural de todo ello con sus distintos emplazamientos en políticas públicas tangibles. Nada está clausurado como debate, sólo que urgen las acciones y sus efectos. Por ello en bueno recordar que se transforma… transformando.