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Notas sobre el consumo en las sociedades urbanas actuales

Paseo dominical de supermercado

Fuentes: Rebelión

La fugacidad propia al estadio actual del sistema productivo-destructivo capitalista acentúa la no consideración de causas y consecuencias del modelo de vida que llama al confort. Sustentado en un violento derroche de recursos naturales, éste es canonizado como condición para la felicidad individual. La invisibilización de la lógica productiva dominante y el aparato publicitario se […]

La fugacidad propia al estadio actual del sistema productivo-destructivo capitalista acentúa la no consideración de causas y consecuencias del modelo de vida que llama al confort. Sustentado en un violento derroche de recursos naturales, éste es canonizado como condición para la felicidad individual. La invisibilización de la lógica productiva dominante y el aparato publicitario se conjugan como andamiajes para legitimar y sostener el consumismo.

El modelo de vida confortable de las clases urbanas acomodadas (y de las que pretenden mostrarse como tales) encarna el carácter destructivo inherente al capitalismo que explota intensamente recursos naturales para traducirlos a mercancía1. El consumo desatado es la última etapa dentro del sistema productivo-destructivo imperante, momento indispensable a su existencia por cuanto la demanda compulsiva de bienes y servicios dinamiza dicho proceso (ya sea de manera conciente y voluntaria o inducida e inconsciente de quienes movilizan dicha demanda, discusión que no es objeto zanjar aquí).

Estos parámetros de derroche de «materias primas» resultan insostenibles para el común de la humanidad. Tal como comprobó Harlem Bruntland hace ya unos años, si toda la población mundial consumiera en los mismos niveles en que lo hacen los habitantes de los países «desarrollados» del norte (o sus émulos del sur), se necesitarían diez planetas tierra para satisfacer el total de las necesidades2.

La aceleración de los tiempos propios a la lógica productivista mundializada es una de las principales características del momento histórico presente, evidenciada en más y más productos de mercado que permanentemente se producen y ofrecen para su compra3. Mercancías exóticas de las regiones más ignotas son transportadas por los mares para exhibirse a la vuelta de casa: ¿de dónde nacen? Nadie lo sabe ni nadie se detiene a pensarlo, pues todo se ha tornado demasiado vertiginoso.

La efectivización de la compra se da descontextualizada de toda posible lectura sobre lo no sustentable de dicha práctica (es así como se refuerzan los mecanismos de alienación necesarios para el sostenimiento del orden productivo-destructivo).

La ilusión de la felicidad por el electrodoméstico nuevo, el idilio de tener en un carro todo lo necesario para alcanzar la plenitud, se acompaña de una evasión de la realidad. Se exacerba el presente, se desconoce tanto el pasado cuanto el futuro implícitos en el acto concreto de ese consumo (Viva y disfrute ya…, impera el anuncio).

Lo anterior es: a) no hay un acto de imaginación respecto de todo el largo camino que aquel recurso natural transmutado y empaquetado ha trazado para llegar hasta esa góndola (qué procesos productivos lo han hecho posible, cuál fue la demanda energética para su generación, etc.); b) ni tampoco de cuáles son las posibles consecuencias -naturales, sociales- que habrán de venir a partir de su insumo (qué y cuánta basura se genera con esa compra, cuál es la capacidad biológica de regeneración de la naturaleza, menos aún cuál puede ser el impacto de este modelo de consumo en general sobre las generaciones venideras -hijos a los cuáles tanto ama el buen ciudadano que lo regala permanentemente con incontables tótems dadores de identidad-)4 (ver cuadro).

Es que la estructura productiva oculta su matriz de procesamiento a fin de no debelar las atrocidades que le son medulares. Este mecanismo propone un supuesto interesante de atender: no que los recursos son inagotables sino que, más aún, no son necesarios para la satisfacción de los placeres presentados como esenciales para una vida plena y feliz. El entorno de máquinas y chucherías que sostienen las prácticas rutinarias parece surgir desde la nada. Es tan artificial el mundo de objetos que hace a la vida, que no es posible imaginar a estos en relación al elemento natural que les ha dado origen, pero del cual inevitablemente provienen.

He aquí uno de los fundamentos del despilfarro actual que caracteriza al arquetipo urbano que asocia confort con felicidad y realización de la existencia individual.

Destemporalización de las prácticas de consumo

Pasado: no lectura de condiciones necesarias para la generación del cúmulo de productos ávidamente consumidos (centralmente, la necesaria sobreexplotación de

la naturaleza para tales fines).

Este proceso de desconocimiento resulta necesario a la legitimación del actual orden productivo-destructivo.

Futuro: desconocimiento de las consecuencias probables del acto de consumo (como la generación de desechos o la contaminación generalizada, y la caducidad de los recursos insumidos).

Debe repararse en que la presente aceleración en la lógica de generación de mercancías que refuerza el desconocimiento de dicho proceso productivo, acentúa una invisibilización ya presente con el surgimiento de la industrialización y con la mercantilización de la vida en general5. Desde entonces, crecientemente el sujeto se ha ido separando de la autogestión de la propia existencia. A tal punto que el habitante de las urbes es un sujeto cada vez menos consciente de cómo llegan las cosas a su mesa o a apilarse en su garage.

El sustento de la publicidad para la legitimación del consumo compulsivo es inestimable (amén de la creación de productos cada vez más efímeros que compelen a pronto comprar uno nuevo). Resulta fundamental toda esa industria «invisible» creadora de mitos otorgadores / negadores de existencia e identidad. Andamiaje de colores que se arroga el poder de dictaminar unilateralmente sistemas de premios y castigos sociales, dados respectivamente a quienes participan o no de los rituales de la compra6.

Paralelamente, cientos de supermercados visibilizan sus campañas verdes promoviendo, supuestamente, prácticas asociadas al reciclaje. Múltiples órganos de gobierno se enfocan en la misma sintonía.

Pero por más que se recicle se sigue desconociendo lo medular del problema: el sistema productivo continúa siendo brutalmente extractivo para la generación del producto «primario» (el que habrá luego de ser reciclado…). Además de implicar dicha «solución» un enorme costo energético.

Estos programas no son sólo una validación del consumismo (usted puede seguir consumiendo, el reciclaje recompone todo), sino también placebos para autoconciliar al comprador frenético e, incluso en algunos casos, al productor inescrupuloso7.

Ante el estado de salud real del planeta urge un nuevo paradigma de ver, de sentir y de estar en el mundo; una transformación radical asentada en una drástica reducción del nivel y tipo de consumo.

En principio debe decolonizarse el tiempo, cuestionar el sentido que le impone el mercado. El crecimiento -tal como lo significa el capitalismo moderno de hoy- no puede ser ilimitado: la tierra nace, crece y muere. Por ello es que hay que dejar de entenderlo como un transcurso lineal e inagotable, reconocer que la naturaleza tiene límites físicos y que es insostenible el consumo irreflexivo e irrefrenable.

La historia debe ser valorada no como mera construcción cronológica, sino como espacio en que se crean y recrean las múltiples formas de existencia, concibiendo a la humana como igual a cualquier otra. Es necesario romper el antropocentrismo de un individuo todopoderoso que puede dominar las fuerzas naturales -externas a él- a los fines que considera válidos.8

Sólo cuando los sujetos recuperen la austeridad y la sencillez -lo cual no significa llevar una existencia precaria tal como se acusa-, y cuando puedan reencontrarse con los semejantes y consigo mismos a partir de un diálogo genuino, rechazando el efímero consumo de objetos que se ofrecen como «espejos de colores», sólo así el pan y el aire limpio podrán redistribuirse.

…Para todos.

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Notas

1 La consideración del entorno natural en tanto conjunto de recursos disponibles para lo que el hombre disponga (el crecimiento) es el resultado de una concepción ontológica antropocéntrica, en la cual sujeto y naturaleza son dos esferas disociadas una de otra. La modernidad europea inaugura la instrumentalización de la realidad a partir de una cosificación de ella y de la naturaleza. (Sobre este tema puede leerse el artículo » La tiranía del hombre verde apresado por la modernidad capitalista», disponible en www.katari.org, www.fisyp.org.ar y otros sitios).

2 En «Úselo y tírelo. El mundo del fin del milenio visto desde una ecología Latinoamericana». Galeano, Eduardo. 1994. Ed. Planeta. Buenos Aires.

3 Hija de la modernidad occidental esta matriz de producción-destrucción -junto al andamiaje de pensamiento que la da vida a la vez que la justifica- recrea el concepto lineal del tiempo, según el cual es posible el progreso ilimitado. Frente a las miradas «psicologizadoras» de la sociedad que proponen pensar el descrédito generalizado en este principio del crecimiento sin fin (supuestamente fundamentado en los vacíos emocionales y en la falta de perspectiva a futuro individuales), es posible encontrar la vigencia del mismo en los valores y significaciones que el sistema pone en juego casi explícitamente: siempre es posible un mayor confort, siempre se puede consumir más, es necesario comprar lo más evolucionado.

Así, en esencia todavía sigue habiendo modernidad (tardía, líquida, o como sea). El individualismo de hoy y el discurso del éxito, más que conformar una postmodernidad, promueven el consumo moderno, enmarcado esto en el ya mencionado concepto del tiempo en tanto infinito transcurrir lineal.

La obsesiva concentración epistemológica en las sensaciones individuales de los sujetos urbanos de las sociedades desarrolladas, piensa a estos como independientes respecto de todo atravesamiento de poder. Simultáneamente y en relación a lo anterior, propone una lectura fatalista de las relaciones sociales (¿cómo pensar el cambio en sujetos aislados unos de otros y desinteresados por las cuestiones centrales de la existencia?). He aquí dos de los principales problemas del enfoque postmoderno sobre la sociedad.

4 Ciertamente hay hoy una búsqueda permanente del placer y un «inmediatismo» (un vivir el momento). En suma una explotación del hedonismo paralela a la generación permanente de sensaciones de vacío e insatisfacción individuales, en términos de los posmodernos. Pero no se trata sólo de cuestiones emocionales, tal como argumentan estos. Pues en su «psicologización» y reduccionismo de la realidad no pueden reconocer causas materiales históricas. Por caso, la ya mencionada vertiginosidad creciente del circuito productivo (producción / circulación / consumo) que llama a acrecentar el insumo de mercancías en busca de beneficios económicos particulares.

5 Así como la ocultación de ciertos mecanismos productivos sirvió en otro momento histórico para enmascarar las relaciones de explotación del hombre, hoy además es funcional al encubrimiento de la explotación violenta de la tierra y sus múltiples formas de vida.

6 Quien compra, es. Sin la publicidad no existe la «necesidad» (en realidad, el deseo). Y todo se ha vuelto tan frenético en las sociedades urbanas actuales que ya no se trata de tener para asumir y mostrar la pertenencia a determinada posición social. Lo verdaderamente importante en este entorno tan fugaz es consumir para ser, tanto ante los ojos de los demás como ante los propios.

Por otra parte, si el mercado es hoy un importante dador de identidad, y si sus productos son descartables, las identidades tejidas no pueden ser menos descartables que estos.

7 Antepuesta a la tendencia implícita en el acto del reciclaje a no considerar a lo inorgánico-industrializado como basura, se encuentra irónicamente el concepto que entiende como tal a lo orgánico. Si bien lo primero no es rechazable, debe reconocerse en paralelo que lo segundo es, al fin, la fuente de la misma vida.

8 Por ejemplo, un sustento invalorable para la gestación de un mundo más respetuoso de las fuentes de la vida (y de la propia tierra) es la consciencia respecto de la génesis de lo consumido, claridad aportada por la autoproducción de aquello necesario para las urgencias de la cotidianeidad (vestimenta, alimento, albergue).