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Patricio Manns: El profeta en su tierra

Fuentes: El Mostrador

Leí hace algunos días, mientras las elecciones ocupaban las primeras planas de la noticia, que en ceremonia oficial de la Sociedad Chilena del Derecho de Autor (SCD), la noche del 9 de enero fue premiado en su calidad de «Figura fundamental de la música chilena», Patricio Manns. Tipo de distinción que a mi juicio se […]


Leí hace algunos días, mientras las elecciones ocupaban las primeras planas de la noticia, que en ceremonia oficial de la Sociedad Chilena del Derecho de Autor (SCD), la noche del 9 de enero fue premiado en su calidad de «Figura fundamental de la música chilena», Patricio Manns. Tipo de distinción que a mi juicio se la debían hace rato a este creador múltiple, y aún se la deben varias otras instituciones culturales y gubernamentales del país.

Manns no solamente es figura fundamental de la música chilena, pienso que lo es también como periodista, como ensayista y como escritor. Figura fundamental por lo tanto en el resguardo y desarrollo de la indagación de nuestra identidad nacional.

Sin embargo, siendo la música un medio masivo de comunicación y sobre todo porque Patricio emergió como artista excepcional en la canción popular chilena en la década del 60, su magnífica calidad literaria aún está en un segundo plano para las grandes mayorías nacionales. No así para los especialistas y lectores, quienes le han destacado y distinguido nacional e internacionalmente. Pero bien, la distinción referida le fue otorgada a Patricio Manns por su aporte musical. Que además incluirá, imagino, su aporte como intérprete y sobre todo como poeta. Porque fue esa trinidad la que provocó la admiración particular en miles de auditores y de espectadores en esa época, cruzando transversalmente los diferentes estratos sociales y generacionales en Chile y en el extranjero.

Sus canciones «sonaron distinto» rítmica y melódicamente, sonaron diferente. Y por ello me atrevo a decir que Patricio a partir de la década del 60 fue el precursor de lo que luego se llamó la nueva canción chilena.

Este creador recibió la antorcha primigenia de manos de Margot Loyola, Violeta Parra, además de una larga lista antecesora de anónimos cultores del folklore e investigadores que pueden rastrearse desde fines del S. XIX.

Pero Manns en una especie de sincretismo aportó el salto desde la antropología musical a la creatividad.

Como intérprete Patricio no tuvo igual en aquellos años, a mi juicio. Además de su aspecto físico peculiar, agregaba la tesitura de su voz, capaz de recorrer una amplia escala musical sin perder un ápice de timbre y sonoridad, asunto inhabitual en nuestros cantores populares. Y finalmente, la entrega emotiva de sus interpretaciones hicieron de Manns un ejecutante de particular talento.

Si todo lo dicho fue un aporte definitorio, lo fueron mucho más los versos de sus canciones, la calidad poética de esa nueva canción popular chilena que nos entregó Patricio. Y quizás sea ésta la clave que nos permite hoy sentir sus canciones actuales y del pasado tan vigentes como ayer.

De alguna manera en aquella época su canto nos hizo sentir que «aún teníamos Patria», desde el punto de vista cultural. Porque Patricio Manns irrumpió con éxito inusitado en medio de la canción en inglés, francés e italiano (la moda en esos años), encontrándose en competencia inevitable con los grupos musicales populares y vocalistas chilenos que además de trabajar con seudónimos en inglés cantaban también en inglés. Y en mi opinión el éxito de Manns se convirtió en un estímulo para los demás artistas e intelectuales chilenos que trabajábamos en expresiones menos masivas pero igualmente interesados en la indagación de nuestra identidad nacional.

Patricio Manns en el contexto de 1960 demostró que era posible resistir a los intentos culturales neocolonizadores que soplaban fuerte sobre toda nuestra Latinoamérica. Por lo pronto se lo demostró a sus colegas músicos y cantores quienes incitados por el «suceso Manns» desplegaron sin inhibiciones su creatividad y con ello provocaron una suerte de explosión cultural plena de reverberaciones en las restantes disciplinas artísticas. La nueva canción chilena, según mi percepción, se transformó así en el engarce que le faltaba a la cadena del movimiento cultural, caracterizado por su preocupación social predominante, que venía gestándose desde la década del 40.

Es curioso, Patricio en los años 60 apareció sincrónicamente cuando el contexto histórico-cultural lo necesitaba. ¿El objeto hace al sujeto, o éste al objeto?

No lo sé, supongo que la respuesta continúa dependiendo de las gafas que nos pongamos. Pero lo que sí puedo afirmar es que en aquellos años no teníamos «política cultural» oficial, excepto la que históricamente hemos tenido los artistas e intelectuales en Chile: resistir. Porque la verdad, las mejores expresiones artísticas e intelectuales de mi país son las que han nacido de una actitud de resistencia cultural. Poetas, escritores, pintores, teatristas, cineastas, músicos, etc, etc., han echado mano a su coraje personal, a su porfía para crear y comunicar su arte. Todos lo han logrado «a pesar de…»

Cuando Manns con sus canciones hizo conexión con ese cordón subterráneo y misterioso que sin subordinarnos nos «globaliza» a todos, el Arte, los chilenos tuvimos más claro que éramos diferentes y a la vez similares a otros. Y más allá de nuestras fronteras, aquéllos que escucharon las canciones de Manns, sintieron también que siendo diferentes eran similares.

Me alegro pues, que la SCD le haya otorgado este reconocimiento a un artista de la envergadura de Manns.

Mientras tanto Chile sigue siendo cuna de individualidades artísticas, hasta que seamos capaces de articularnos otra vez en un movimiento cultural, ese que hoy está disperso, tentativo, incubando en experiencias individuales o pequeños grupos. Un movimiento que no necesita ni programas ni políticas, sino simplemente nuestra capacidad de resistencia, aunque hoy tal vez a la luz del acontecer político, con un poco más de esperanza. Quién sabe si por sincronismo otra vez, en los próximos cuatro años y coincidiendo con el Bicentenario emerjan jóvenes artistas e intelectuales que logren conectarse con ese cordón subterráneo y misterioso reforzando nuestra identidad nacional -enriquecida hoy en su diversidad y nuevos momentos históricos- para aportar nuestra diferencia a la similitud de los otros y recibir con mayor provecho las diferencias que nos hacen similares.