Fe de erratas: donde dice 12 de octubre de 1492 debe decir 28 de abril de 1959.
Eduardo Galeano
La libertad de prensa de este país la decide El Corte Inglés.
Los chikos del maíz
Un par de gringos que me dañan el paisaje
Vienen tirando foto’ desde el aterrizaje.
«La Perla», Calle 13 / Rubén Blades
Donde dice «El País» debe decir «El Reino». Donde dice «Occidente» debe decir «Imperio».
Entre «occidentales» ha quedado el asunto: Pavel Giroud presenta su novela en Madrid y Miami, concede una entrevista que publica El País y afirma en ella que «Cuba era un país occidental en el mejor de los sentidos y ahora es más caribeño que nunca, en el peor». La frase, convertida en titular, no viene –para quien sostiene que en la escritura de su novela y en su cine investiga con profundidad– de argumentar cuál es la comprensión sobre esos ámbitos que diferencia: lo occidental y lo caribeño. De hecho, en su respuesta existe un estrechamiento paradigmático de «lo occidental»: se toma como tal a los Estados Unidos, a una parte de los Estados Unidos. Ciertamente, ello da libertad a las lecturas; aunque en rigor, la más lógica es que Giroud entiende a «Occidente» como la encarnación del bien y al «Caribe» como la maldad.
El cineasta demuestra que es el vivo resultado de los límites de la enseñanza de la Historia en Cuba, y que ha permanecido tranquilo y respetuoso con dichas limitaciones. Borra de un plumazo cualquier atisbo de la presencia cultural de los pueblos originarios, de la diversidad de «lo africano» que fue arrancado violentamente de su tierra y traficado hacia las nuestras, de la cultura china en su riqueza…
«A lo español y africano que cimentaron nuestra identidad», dice, y recita como un catecismo las simplificaciones fruto de lo peor de nuestras prácticas culturales. Y no, en situar «ese flujo (…) entre Cuba y los Estados Unidos» no es un pionero. Hay muchos resultados que dan cuenta de los acercamientos a ese proceso, sus porosidades y desencuentros, algunos de ellos publicados en Cuba.
Las respuestas de Pavel Giroud no llegan a constituirse en un «Manifiesto de la occidentalidad», son, más bien, un manifiesto incompleto y débil de la transmutación de la norteamericanidad en occidentalidad. No es un esfuerzo nuevo. Y existe también su construcción antitética.
La introducción a la edición cubana de Los jacobinos negros, escrita entre el 2009 y el 2010 por John Bracey, comienza:
La respuesta al terremoto que golpeó a Haití el 12 de enero de 2010 y las presentaciones muchas veces condescendientes, denigrantes y burdamente inexactas del país, su historia y su pueblo, hacen por completo oportuna y pertinente la aparición de una edición cubana de Los jacobinos negros. Incluso los más generosos donantes de asistencia a Haití, los estadounidenses y europeos, con demasiada frecuencia lo expresan en términos de la necesidad de ayudar a un país desprovisto de todo tipo de recursos –políticos, sociales, económicos, culturales– y con toda una historia de pobreza, superstición, violencia y corrupción desde el momento mismo en que fueron sentadas sus bases (…) Los derechistas que todavía se aferran a los mitos de la supremacía blanca, hablan de un país poblado por practicantes de vodú y otras creencias y prácticas primitivas –o sea, ni cristianas ni europeas–. Un prominente evangelista cristiano, Pat Robertson, afirmó que el terremoto fue justamente uno de los muchos desastres que han asolado a los haitianos desde que hicieron un pacto con el diablo para garantizar el apoyo satánico a su lucha contra los franceses. El ignorante reverendo no se percató de la implicación de que Satanás sería abolicionista y la iglesia cristiana en Haití estaría a favor de la esclavitud.[1]
Quizás para el ahora novelista, «lo peor» que nos asola hoy del Caribe se encuentre en la superstición de este pueblo, en los practicantes del vodú en las comunidades haitiano-cubanas de los municipios Esmeralda, Vertientes, Minas, Santa Cruz del Sur y los repartos Cándido González, La Guernica y Bellavista;[2] en Bad Bunny, Residente, Canserbero, El Taiger… Hay otros guiños que pueden expresar las molestias de Giroud con nuestro exceso de caribeñidad. Debemos leerlas en las palabras, que para eso están: para leerlas. Dice el autor de Habana Nostra –por cierto, un título bastante chato para la rimbombancia de este suceso literario–: «tropas de color» (las comillas son mías, esta frase aparece en la entrevista en perfectas redondas) y «persona de raza negra». Lo dejo ahí.
A propósito de su nueva novela, declara que no le teme a acusación alguna que pueda darse sobre una romantización de la mafia. Esto proyecta una cacería: comienza la atención ante cualquier crítica que pueda hacerse. Sabemos que en este país, en Cuba, la iniciativa «parametrizadora» ha calado hondo en algunas mentes –de cualquier signo ideológico–; sin embargo, parece un chiste albergar una preocupación como esta cuando hace unas semanas la televisión nacional proyectó –otra vez– las tres partes de El Padrino (el libro fue editado en Cuba por Arte y Literatura en 1981); en 1993 ganó el Premio Casa de las Américas y en 1994 el Premio de la Crítica Enrique Cirules, con El Imperio de La Habana; y, del propio autor, apareció por Ciencias Sociales en el 2004 La vida secreta de Meyer Lansky en La Habana.
Hay otro asunto de interés en la entrevista. Se presenta como «motivo» la aparición del volumen Habana Nostra. No obstante, se menciona cinco veces el documental El Caso Padilla, y puede sacarse la conclusión de que esto constituye también una acción de marketing en beneficio de la película. Por cierto, el material audiovisual es una producción del año 2022, la cual, lógicamente, llevó un proceso previo. Un año antes, en marzo de 2021, cuando se cumplían los cincuenta del denominado «caso Padilla», la Casa de las Américas publicó un extenso libro con materiales de archivo y otros que aparecían por primera vez. Llegar a esta entrega a inicios del 2021 implicó un dilatado trabajo precedente. Un detalle, que puede resultar de utilidad en los permanentes avatares narrativos de «las réplicas y contrarréplicas».
Regreso a los ámbitos diferenciables –y contrapuestos– situados por Pavel Giroud: lo occidental y lo caribeño. Existe una construcción cultural de «Occidente», un relato que en su voluntad de dominación necesita negar las rupturas que se han dado en el «Occidente geográfico» y que, desde la rebeldía, sacudieron la hegemonía cultural de ese «Occidente narrado» por los poderosos. Es así como se verifica la práctica de silenciamiento de las revoluciones más radicales ocurridas en el «Occidente geográfico», ambas en el Caribe: la Revolución en Haití y la Revolución Cubana. De manera sistemática, y con persistencia, se ha hecho todo lo posible por «desconectar» la potencia caribeña que se expresó en dichas revoluciones de un correlato universal. Todo ello, para intentar disminuirlas.[3]
En su entrevista publicada el pasado 14 de noviembre en El País, Pavel Giroud no solo niega la potencia caribeña; sino que estrecha el ya corto sentido de «lo occidental». En días cercanos a la victoria de Trump, juega con el Make America Great Again y lanza su propio manifiesto: Turning America into the West.
Me veo en la obligación de disentir de este «diseñador, pintor, cineasta, guionista y escritor», todo un hombre del Renacimiento –aunque aparecen señales de cuál renacimiento–: es posible que una parte de nuestros problemas se explique por lo que nos falta, cada vez más en Cuba, del Caribe. O, como me hizo notar un amigo –y para dejar una dosis de razón al novelista–, sí hay algo de «peor» en el Caribe: ese «peor-actual-caribeño» se debe no a la ausencia de «occidentalidad», sino a su exceso. Ese «peor-actual-caribeño» nace y germina en los criollos que sienten una nostalgia igual a la expresada en 1963 por el historiador inglés Hugh Trevor-Roper, quien en una conferencia pública en la Universidad de Sussex afirmó: «Perhaps, in the future, there will be some African history to teach. But at present there is none, or very little: there is only the history of the Europeans in Africa. The rest is largely darkness, like the history of pre-European, pre-Columbian America. And darkness is not a subject for history».[4]
Notas:
[1] Bracey, John: «Introducción a la edición cubana», en C. L. R. James, Los jacobinos negros, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2010. p. VII.
[2] Ver, entre otros: Pilliner López, Yoelxy: «Confluencias: un acercamiento al vodú y su relación con la santería en Camagüey», en Zuleica Romay Guerra (coord.), Negros en las ciudades coloniales de las Américas: subversión, rebeldía, resiliencia, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2024. pp. 176–185.
[3] Rojas, Fernando Luis: «Un libro para conocer nuestro lugar. Presentación del volumen Por la soberanía intelectual del Caribe: el Grupo Nuevo Mundo», inédito.
[4] «Quizás, en el futuro, haya algo de historia africana que enseñar. Pero en la actualidad no hay ninguna, o hay muy poca: sólo existe la historia de los europeos en África. El resto es en gran parte oscuridad, como la historia de la América preeuropea y precolombina. Y la oscuridad no es un tema para la historia». Citado en Adi, Hakim: Pan-Africanism. A History, Bloomsbury Publishing Plc, Gran Bretaña, 2018. p. 3. (Traducción de Ana Elena de Arazoza).
Fuente: https://medium.com/la-tiza/pavel-giroud-y-su-manifiesto-turning-america-into-the-west-62d6bf00de7d
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