Hace unas semanas aparecía en Rebelión (01/10/22) una entrevista a Lluis Rabell en la que éste indicaba que el movimiento queer “impugna a la razón” pues lo racional es admitir que biológicamente hay dos sexos bien diferenciados.
Éste argumento ha aparecido repetidamente en el debate sobre la “ley trans”. Pero ¿el binarismo sexual es un hecho biológico? Al respecto, habría que analizar, desde la perspectiva de la biología, algunas afirmaciones frecuentes.
1. Lo biológico es la dicotomía penes o vulvas
Pues no, eso es pseudobiología. Las dicotomías casan mal con la biología: la naturaleza de la vida se basa más en la diversidad que en la uniformidad. El sexo biológico no es dicotómico, del tipo “blanco o negro”. El número 494 de la revista Investigación y Ciencia (noviembre de 2017) se dedicó monográficamente a este tema y de sus artículos se concluye que el sexo biológico es una realidad compleja, un gradiente en el que influyen múltiples factores en interacción. Estos, y otros estudios, señalan que, desde una perspectiva biológica el sexo no es reductible al sexo gonadal o al cromosómico. Cuando se afirma, por parte del feminismo esencialista, que … si bien la sexualidad está influida por la cultura, no podemos negar que el sexo es un dato objetivo en sus aspectos genético, gonadal, hormonal, anatómico y genital. No puede hablarse de «autodeterminación del sexo» como ejercicio de la libre voluntad … se desconoce el hecho de que el sexo genético, el genital, el hormonal, etc. interactúan entre sí y con el, no citado en la frase, sexo “cerebral” (redes de sinapsis en el cerebro configuradas por nuestro aprendizaje y “preconfiguradas” en el desarrollo ontogénico). Son componentes de la persona que están en interacción, de forma que el “resultado final” no viene dado por la acción de un componente concreto.
El sexo cromosómico (XX o XY y sus variantes que duplican X o Y) no es lo mismo que el sexo genético (dos mujeres que son XX tienen en sus cromosomas genes distintos). Y si nos centramos en el papel del sexo genético comprobamos que éste no es siempre tan determinante. Se supone que si tienes una combinación de cromosomas XX eres una mujer y si el cariotipo es XY eres un varón estándar. Ahora bien, puede ocurrir que: tu cuerpo haya vivido variaciones al azar durante el desarrollo celular embrionario (ontogenético) de tu aparato genital y no entres en el binomio, o que tus cromosomas sexuales pueden decir una cosa y tus gónadas (ovarios o testículos) otra, o que exista un desacoplamiento entre el desarrollo de los genitales y el del sistema neuroendocrino. El hecho es que la biomedicina nos indica que las Diferencias del Desarrollo Sexual (DSD) respecto de lo estándar representan nada menos que el 1% de la población (lo que no es una “anomalía” sino un hecho coherente con la naturaleza diversa de la vida).
Por otra parte, cuando se habla de tener pene o vulva identificamos erróneamente órganos copuladores con sexo gonadal (tener testículos y ovarios) y de hecho no siempre hay correspondencia entre los mismos y con el desarrollo neuroendocrino. En concreto, hay estudios que apuntan la hipótesis de que el desarrollo neuroendocrino en personas trans no se corresponde con su sexo gonadal o sus órganos copuladores (comparando, por ejemplo, la forma en que se desarrolla el cerebro), lo que explicaría la aparición tan temprana del rechazo infantil al sexo asignado socialmente en base al aparato reproductor externo.
Además, es reduccionista pensar en un determinismo genético, sobre todo cuando el programa genético humano es muy abierto, es decir, da mucho margen a la interacción de ese programa con el ambiente. Sobre todo en grupos taxonómicos como aves y mamíferos, donde es muy relevante la propiedad de la neotenia. Básicamente la neotenia consiste en alargar mucho el período larvario para que, gracias a la indiferenciación y plasticidad de las “larvas” (en nuestro caso niños-as y adolescentes), tengamos una mejor adaptación al medio (por ejemplo, alargando la capacidad de aprendizaje que es muy fuerte en las “larvas”). Esta propiedad tiene que ver con la estrategia evolutiva K, especies que tienen muy poca descendencia y la cuidan mucho, frente a la estrategia r, consistente en tener mucha descendencia sin cuidarla y que se salve el que pueda, aunque hay multitud de casos intermedios en la naturaleza pues, de nuevo, hay un gradiente.
2. La sexualidad tiene como función la reproducción. La dicotomía hombre-mujer es lo natural pues nos asegura nuestra supervivencia como especie
Otro argumento muy usado es que la función biológica de la sexualidad es la reproducción, lo que justificaría el binarismo. Pero la estrategia adaptativa K supone un cambio radical en la sexualidad biológica, añadiendo a la función reproductiva la función de cohesión del grupo social, pues dicha cohesión es indispensable para el mantenimiento de unas crías muy “indefensas” a las que hay que cuidar. En concreto, en los primates es muy notable el papel de la actividad sexual en la organización de la estructura social. Y en humanos se extrema: hay actividad sexual independiente de la época de ovulación. Estos argumentos apuntan una idea: frente a la dicotomía reduccionista hombre-mujer tiene sentido biológico pensar en la sexualidad humana como algo diverso y complejo, con posibilidad de manifestarse de muchas maneras. Si la función reproductora fuera la única ¿tendría sentido biológico la conducta homosexual en mamíferos? Los estudios que hay indican que, por ejemplo, la homosexualidad está muy extendida en los primates. En concreto, los bonobos (muy próximos a la especie humana) tienen un sistema de creación de lazos afectivos homosexuales que representa la mayor proporción de homosexualidad conocida para cualquier especie.
Frente a pensamientos dicotómicos y simplificadores, la biología mantiene que la diversidad es un seguro de supervivencia en la evolución de la vida. La sexualidad surge como un mecanismo de adaptación a los cambios del medio, y como tal mecanismo de ajuste no es cerrado, sino diverso, relativo, abierto y flexible (hay incluso especies que adoptan uno u otro sexo según las condiciones del medio). Y como he reseñado antes, ésta diversidad se acentúa aún más en el caso de los mamíferos con su neotenia (al ser más plásticos son más diversos y ese es su recurso adaptativo esencial).
En síntesis, es criticable el reduccionismo de muchos de los planteamientos presentes en el debate “trans”. Desde una perspectiva no reduccionista deberíamos entender el sexo como una realidad compleja, como una amalgama de elementos en interacción: genoma, cromosomas (X e Y), anatomía (genitales externos y gónadas internas), hormonas (niveles de testosterona y de estrógenos), psicología (identidad de género autodefinida) y cultura (comportamientos de género definidos socialmente). En el proceso de construcción de la sexualidad hay innumerables interacciones desde la fusión del óvulo con el espermatozoide hasta la pubertad, interacciones que dan lugar a una gran diversidad de posibilidades.
3. El binarismo es un argumento “progresista”
Como he indicado antes, la vida se basa en la diversidad. Y la noción de sexo es algo complejo, no reductible a los órganos copuladores. En mi opinión, no podemos considerar “progresista” una opción que va en contra de esa diversidad, que pretende homogenizar excluyendo. No lo es porque el binarismo es uno de los pilares del sistema de dominación. Al patriarcado le viene bien la dicotomía “clase” superior (hombres), clase “inferior” (mujeres), entendida como un hecho “natural”, pues ese planteamiento reduccionista justifica el mantenimiento de los privilegios de los hombres. Pero también a las feministas esencialistas les viene bien esa dicotomía pues entienden su activismo como una “lucha de clases”, como una lucha de sexos imitando a la lucha de clases marxista (la “clase” mujer enfrentada a la “clase” hombre). Para que haya una lucha de sexos se requiere que las cosas estén muy claras (los del pene dominando a intentando someter a las de la vulva y éstas defendiéndose), de ahí la insistencia en la diferenciación genital. Siendo esto así, no pueden admitir “estados intermedios o ambiguos”, pues eso demolería todo su discurso (no habría dos clases bien diferenciadas). Y por eso les resulta inadmisible que los hombres (el enemigo de clase) puedan declararse trans y se pueden “infiltrar” y desnaturalizar su movimiento (los del pene como quinta columna entre las de vulvas). Estas feministas asumen bien que alguien se declare homosexual y tenga sus derechos: siguen siendo genitalmente hombres y mujeres, luego no hay problema. Pero admitir que alguien con pene se declare como mujer es traspasar las líneas rojas del binarismo. Es decir, no es que los derechos de las personas trans estén creando “inseguridad jurírica-social”, lo que crean es inseguridad para este ideario social que, como he tratado de mostrar en este breve artículo, no tiene ningún apoyo en la biología.
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