Podría parecer que, al calificar a Pere Casaldáliga de «místico», estamos forzando o bien la personalidad de este obispo subversivo o bien el sentido del término «místico», o ambas cosas a la vez. Así sería, en efecto, si el término designara retraimiento y arrobo. Pero si por «místico» entendemos, como se ha de entender, una […]
Podría parecer que, al calificar a Pere Casaldáliga de «místico», estamos forzando o bien la personalidad de este obispo subversivo o bien el sentido del término «místico», o ambas cosas a la vez. Así sería, en efecto, si el término designara retraimiento y arrobo. Pero si por «místico» entendemos, como se ha de entender, una persona conmovida en el alma por el dolor y la belleza, una persona de ojos iluminados, de oídos atentos, de corazón apasionado, de labios inspirados, una persona enamorada de Jesús y airada por la injusticia hasta el arrebato, entonces Pere Casaldáliga es un místico excepcional. Un «místico desconcertante» (B. Forcano, Pere Casaldáliga 278), eso sí, pero yo no sé si alguna vez habrá habido un solo místico que no haya desconcertado, que no haya desafiado toda suerte de convenciones políticas y religiosas.
Hace unos años le preguntaron a Pere cuál sería su ideal de vida, y él respondió más o menos así: «Me gustaría vivir una vida contemplativa en medio de una comunidad indígena» Pues bien, eso que le gustaría ser y vivir, creo que eso es lo que ha sido y vivido en el fondo este obispo rebelde, este militante poeta, este contemplativo activista, este discípulo de Jesús, profeta y místico, místico y profeta.
Dicho esto, voy a señalar algunos rasgos de esta mística desconcertante del obispo de Sâo Felix de Araguaia.
1. Mística encarnada
Es una mística de la encarnación: atenta a la realidad para analizarla y transformarla, apasionada por las causas evangélicas para encarnarlas, indignada con las causas de la miseria para denunciarlas y erradicarlas.
Es una mística de la Tierra. Fiel a la Tierra, enamorada de la Tierra. Casaldáliga pregunta: «¿Por dónde iréis hasta el cielo / si por la tierra no vais? / Para quién vais al Carmelo, / si subís y no bajáis?» Y declara: «Esta es la tierra nuestra / …/ la tierra de los hombres / que caminan por ella / a pie desnudo y pobre. / Que en ella crecen, de ella,/ para crecer con ella, / como troncos de espíritu y de carne» (PC 10). Una mística encarnada en las «romerías de la Tierra» y en las «caminadas», verdaderas profecías en acción. Una vez, mientras acompañaba a peones que talaban árboles de la selva bajo la pistola de los hacendados, con su navaja escribió sobre una hoja de palmera silvestre: «Somos un pueblo de gente, / somos el Pueblo de Dios. / Queremos tierra en la tierra, ya tendremos tierra en los cielos» (PC 255). No cesó de cantar a la Tierra, esa que es hoy y esa otra que debe ser mañana: «Otra es la tierra nuestra, hombres, todos! / La humana tierra libre, hermanos» (PC 281).
¿Y qué es la tierra para quien mira en torno tanta gente que padece hambre y miseria? «La tierra /es un plato / gigantesco / de arroz,/ un pan inmenso y nuestro, / para el hambre de todos» (Al acecho del Reino 125).
Por eso hace suya aquellas lúcidas palabras de Berdiaeff: «Si yo tengo hambre, ése es un problema material; si otro tiene hambre, ese es un problema espiritual» (AR 44). Es que, como dice Federico Mayor Zaragoza, «la pobreza material de muchos es el resultado de la pobreza espiritual de unos cuantos encumbrados, que no quieren observar lo que sucede más allá de sus recintos» (PC 13). Tenía, pues, razón aquel otro Federico (García Lorca) cuando en 1936 escribía: «El día en que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad» (cit. por Federico Mayor Zaragoza, en PC 12).
Mística de la carne, de la Tierra y del pan, pues «todo es relativo menos Dios y el hambre» (PC 128). He ahí de tantos aforismos geniales y certeros de Pere Casaldáliga. Es un aforismo místico.
Pero ¿acaso queda tiempo para encarnar el Reino de la comensalía, el Reino de la compañía, el Reino de la com-panía? El tiempo es tan escaso como el pan, pero la esperanza fiel -es decir, activa- dilata el presente como la levadura la masa: «Es tarde / pero es todo el tiempo / que tenemos a mano / para hacer el futuro» (PC 10).
2. Mística de la liberación
Espiritualidad de la liberación es un libro clave para aproximarse al alma mística de Pere Casaldáliga; es una especie de tratado sistemático de toda la espiritualidad en clave de liberación. Pero creo que estas cuatro últimas palabras sobran: la espiritualidad podrá encarnarse en estilos y talantes diferentes, pero no puede menos de ser «de la liberación», al igual que la teología, al igual que el Evangelio, al igual que Jesús.
Mística de la liberación. Mística liberada y liberadora. Pero presumo que, también aquí, a Casaldáliga le sobraría esa conjunción y intercalada entre «liberada» y «liberadora», al igual que entre «mística» y «compromiso». Él se siente contagiado por la Libertad -así, con mayúscula- que es el Espíritu. ¿Y qué otra cosa puede hacer la Libertad sino liberar? La Iglesia es «hija de la libertad del Espíritu» (EL 19). «La Espiritualidad de la Liberación es la espiritualidad de la libertad; porque sólo los libres liberan. Y es la espiritualidad de la pobreza, liberada de egoísmos, de consumismos y de posesiones vanas, porque sólo los pobres son libres» (EL 19). Dos versos lo dicen todo: «la libertad, / para ser hombre./ Y la pobreza,/para ser libre».
Pero lo que realmente le hace libre es la confianza en que el Reino está en camino y es la meta indefectible. Le hace libre la esperanza de la Pascua. Vivos o resucitados: he ahí la alternativa, la certeza liberadora. «Caminamos par la vida, caminamos hacia la Pascua, estamos vivos o resucitados» (PC 204). Para él no existe una tercera posibilidad. Si Dios es, se le entienda como se le entienda, la muerte de verdad no puede existir. No hay, pues, por qué temer la muerte, aunque la padezca todos los días en sí mismo y en aquellos por quienes ha dado la vida. «Creemos que la humanidad es hija de Dios, y que tiene una genética divina, no podemos permitir que la destrucción sea el destino de la humanidad. El Reino es el destino de la humanidad» (PC 285).
3. Mística militante y subversiva
«Me llaman subversivo / y yo les diré: lo soy,/ por mi pueblo en lucha, vivo./ Con mi pueblo en marcha, voy» (PC 233). El ritmo convoca a la marcha. Una marcha subversiva. Una marcha esforzada y alegre al son del Evangelio, al son de las Bienaventuranzas. «El Evangelio es la subversión de los intereses, porque es la demolición de los ídolos» (Al acecho del Reino 45). Pere Casaldáliga nunca ha eludido las palabras que a tantos asustan tanto: subversión, sublevación, revolución. «Creo que hoy sólo se puede vivir sublevadamente. Y creo que sólo se puede ser cristiano siendo revolucionario, porque ya no basta con pretender ‘reformar’ el mundo» (AR 52)
No falta qué subvertir, contra qué rebelarse: «Yo me rebelo contra los tres mandamientos del neocapitalismo, que son: votar, callar y ver la televisión» (PC 281). Él se rebela, por la misma razón, contra casi todo lo que en este planeta nuestro lleva el nombre de democracia. «Si no hay un cierto tipo de resocialización de la tierra, de la salud, de la educación, de la ciencia, no habrá democracia en ningún lugar del mundo» (PC 285). Sería una provocación si no fuera una evidencia para quien tiene entrañas y ojos.
Es, pues, la de Pere Casaldáliga una mística enamorada y subversiva que nace de una gran pasión que le quema y le consuela. Es una mística apasionada, al igual que su vida, al igual que su palabra. Como lo fue para Jesús. Lo primero es la pasión, o el «dejarse conmover y llenarse de compasión» (L. Boff, PC 99). De compasión y de ira, o de ira y de compasión. «El corazón se encoge de ira y de compasión, en una especie de oración tensa, en un clamor» (PC 163).
Su pasión es como un trance, como un éx-tasis místico que le saca de sí. La pasión le remueve las entrañas ante la realidad insufrible, y le empuja irresistiblemente a hacer sitio, hoy y aquí, a la «utopía», el «sin-lugar» del mundo esperado. Es, escribe, «una pasión escandalosamente inactual en esta hora de pragmatismos, de productividad, de mercantilismo total, de postmodernidad desesperanzada. Pero es, en otros términos, la pasión de la Esperanza; es, en términos cristianos, la pasión por el Reino, que es pasión de Dios y de su Cristo. Una pasión que, en primera y última instancia, coincide con la mejor pasión de la Humanidad misma, cuando quiere ser plenamente humana, auténticamente viva y definitivamente feliz» (PC 65).
Dicho de otra forma, y con sus propias palabras rotundas, la mística de Pere Casaldáliga es «contemplativo-militante» (EL 17). No hay lugar para la conjunción «y». No cabe dicotomía: son dos facetas de un único impulso vital. En la mística se trata de «contemplar y militar simultáneamente», pues «los crucificados con Cristo están distendidos, a la vez, en la verticalidad y en la horizontalidad de la Cruz, en la gratuidad y en el esfuerzo, amarrados, como raíces, al Tiempo de la Historia y lanzados, como alas, hacia la Gloria de la Escatología (EL 14).
Es una mística con los ojos y oídos bien abiertos: «El que tenga oídos para oír el llanto de un niño exiliado, que oiga. El que tenga ojos para ver los rostros exangües de madres e hijos refugiados, que vea» (AR 141).
Es una mística política, pues «si creemos realmente en el Dios de Jesús, no es posible no entrar en política» (AR 22). Y eludir el compromiso político es también una opción política, a menudo la peor, porque enmascara lo que realmente es: colaboración con el status quo injusto. «La Iglesia Católica en el mundo entero hace hincapié en presentarse como neutral políticamente. Reconozcamos que no lo es» (AR 127).
Es una mística militante y subversiva, porque «en amor, en fe y en revolución no es posible la neutralidad» (AR 31).
Ante esta parcialidad declarada, fácilmente surge la pregunta: ¿Y los ricos qué? La respuesta no se hace esperar: «La opción que también se haga por los ricos deberá ser ponerse al lado de sus personas pero contra su lucro y privilegios» (PC 104). ¿Acaso el Evangelio no es también para los ricos? Sin duda que lo es: «El evangelio es para los ricos, pero contra su riqueza, sus privilegios, su posibilidad de explotar, dominar y excluir» (PC 272).
Se entiende muy bien que Pere Casaldáliga haya reivindicado una «rebelde fidelidad». La rebelde fidelidad de Jesús y de su Evangelio. La rebeldía no le quita la paz. Ni siquiera la derrota le quita la paz. No sé si es suya la frase o recogida de alguien, pero él dice: «somos perdedores de una causa invencible». Y también: «de derrota en derrota hasta la victoria final» (PC 197). Y también: «Tengo fe de guerrillero / y amor de revolución. / Y entre Evangelio y canción / sufro y digo lo que quiero» (PC 359).
4. Mística macroecuménica
El cardenal Evaristo Arns dijo de Casaldáliga que es un blanco con alma negra (PC 116). Podía haber dicho también «con alma indígena, mestiza, amarilla…». Tiene el alma de todos los colores, de todas las culturas, de todas las religiones. Es un catalán de alma universal. Es un cristiano de fe universal, que ha sabido abrirse al Evangelio de Dios que le llegaba de aquellos a quienes evangelizaba.
Es el caso en particular con los pueblos indígenas, y más especialmente con los indios tapirapés, a quienes ha defendido tanto y que tanto le evangelizaron. Ponerse de su lado y dejarse evangelizar: esa fue la mejor forma de evangelizar del obispo Casaldáliga Los indígenas son para él no solamente «simientes del Verbo», sino «el Verbo encarnado en estos pueblos» (PC 58). Ese descubrimiento transformó radicalmente su forma de ser cristiano, de ser obispo y de evangelizar: «Yo me siento feliz, ha sido una de las gracias fuertes de mi vida. Tengo como la sensación de que Dios ha encontrado más espacio. Porque en ocasiones reducimos el espacio a Dios (…). Escribimos el credo macroecuménico y le llamamos a Dios el Dios de todos los nombres, más allá de todos los nombres y más acá de todos los tiempos» (PC 116). La mística macroecuménica permite ver a Dios en el otro, en todo otro. Permite celebrar la Eucaristía con galleta de maíz y aguardiente de caña («No sólo en vino del Primer Mundo puede beberse a Dios»: EL 15). Permite realizar la «ancha pluralidad fraterna de esta única espiritualidad nuestra que es la espiritualidad de Jesús de Nazaret» (EL 10)
Así se comprende que este obispo místico de fe y de alma macroecuménica se haya sentido llamado a «descolonizar y a desevangelizar» (AR 17). Una más en su inagotable repertorio de expresiones certeras y provocadoras. Es que, nos dice, la evangelización significó al mismo tiempo colonización; fue «una evangelización compulsoria, muy culturalista, muy impositiva; fue una evangelización muy poco evangélica» (AR 18). En consecuencia, es preciso desevangelizar. «Desevangelizar significaría descolonizar la evangelización» (AR 19). El que evangeliza ha de despojarse. Y el despojamiento implica «dejar muchas cosas, pensar de otra manera, renunciar bastante a la propia religión inclusive… No es ya renunciar simplemente a costumbres, a modos de comer y vestir, o de ver y sentir; ni se trata siquiera de renunciar sólo a las filosofías. Es renunciar incluso a la propia religión. No digo a la fe, está claro» (PC 58). También aquí, la norma es Jesús: «Jesucristo no vino al mundo para que los indios dejasen de ser indios. Él no es un colonizador blanco. Él es el Liberador. El indio cristiano que piensa en dejar de ser indio no puede ser un buen cristiano» (PC 286).
La cuestión es, en el fondo, si se cree o no se cree en Dios como Gracia universal más allá de todas nuestras categorías, dogmas y sistemas religiosos. Pere ha descubierto a Dios como suma y universal Gracia. Ella sostiene la esperanza y mantiene los ojos y el corazón abiertos al futuro y al otro. Lo que importa es la Gracia, lo que importa es la Salvación. «Creo que todo es Gracia. Creo que la Gracias es ‘mayor’ que la Iglesia, porque la Gracias es el Amor universalmente salvador de Dios, en Cristo. Si antes acepté que fuera de la Iglesia no hay Salvación, ahora creo que fuera de la Salvación no hay Iglesia» (AR 158)
5. Mística martirial
Casaldáliga ha deseado el martirio, como aquellos cristianos de los primeros siglos que anhelaban partir de este mundo. Pere no anhelaba partir de este mundo, sino adentrarse en él hasta el fondo. No anhelaba el laurel y la gloria del martirio para ser canonizado, sino para vivir hasta el fin la solidaridad con las víctimas de la opresión. De ahí que tampoco tenga mucho sentido para él discutir acerca de si el martirio es por causa de la fe o por causa de la justicia. ¿Acaso son dos causas?
Su mística martirial nunca ha eludido la provocación. Pues «en cristiano, todo lo saludable es provocador» (AR 17). «El Evangelio es un fuego que le quema a uno la tranquilidad. No se puede ser cristiano y soportar la injusticia con la boca callada» (PC 49). Hablando de mártires y martirios de la historia cristiana, dice provocadoramente: «Los cristianos estamos habituados a reconocer y celebrar solamente a los mártires que otros nos hacen. Ignoramos tranquilamente los muchos mártires que nosotros hacemos» (AR 111).
No le han matado las balas, por bien calculados miedos más que por otra cosa. Pero ha pasado la vida amenazado de muerte, aunque, eso sí, ha vencido al miedo. Ha vivido caminando «lucha adentro, noche adentro, muerte adentro, ¡Cristo adentro, en definitiva!» (PC 158). Y no pocas veces fue maltratado por su propia Iglesia.
No se debe buscar el martirio, sino la vida. Casaldáliga no cree en la mística del valor sacrificial y expiatorio de la cruz de Jesús y de todas las cruces. El auténtico testimonio («martirio») de Jesús consiste en hacerse solidario de los martirizados, pero esa solidaridad es siempre un riesgo para la vida y acaba a menudo en martirio compartido. Casaldáliga cree en ese martirio de la solidaridad en la vida y en la muerte, en la muerte para la vida. «Creemos que mientras haya martirio habrá credibilidad, / mientras haya martirio habrá esperanza… / Mientras haya martirio habrá conversión, / mientras haya martirio habrá eficacia…» (PC 135). «Nos podrá faltar todo y todos, quizá; pasaremos las ‘noches del espíritu’ o los aislamientos de la institución; pero vamos en Compañía, Y somos comunión. De la Trinidad-Comunidad venimos, por ella y en ella vivimos, a ella vamos» (EL 19).
6. Mística de la vida diaria
El martirio no consiste solamente en el último derramamiento de la propia sangre, en el gesto último de la solidaridad. Es, más bien, «un modo de ser y de vivir» (Marcelo Barros, PC 313). El martirio consiste en exponer la vida y arriesgarla cada día, en padecer el conflicto y el cansancio de cada día, en llevar la cruz de cada día. El 21 de octubre de 1978, a sus 50 años, Pere Casaldáliga escribía en su diario: «Estoy cansado. Con una pesadumbre profunda. Hay días en que la prisión, el destierro o la muerte serían una liberación. Pero hay que caminar. Con la cruz a cuestas y haciendo de las tripas de las circunstancias corazón de la paz» (PC 173).
La mística martirial y pascual de cada día «nos exige abrirnos cada día, con entrañas de misericordia y de justicia, a toda necesidad, a todo clamor, a toda reivindicación y lucha, en casa, en la calle o en el trabajo; en la esquina del barrio, en la vereda o en el ancho mundo» (EL 270). Consiste en vivir cada día el gran septenario de los rasgos del Pueblo Nuevo: la lucidez crítica, la contemplación sobre la marcha, la libertad de los pobres, La solidaridad fraterna, la cruz de la conflictividad, la insurrección evangélica, la terca esperanza pascual (EL 273-276).
La mística de cada día: no hay otra mística. Cada día: no hay otro tiempo, no hay otra eternidad. «Yo soy el día de hoy» (EL269), escribe. Y también: «La eternidad va siendo el día de hoy» (EL 271).
«¿Para qué preocuparos del día de mañana. A cada día le basta su afán», dijo Jesús, el «Compañero mayor», él que es «el pan y el vino de la jornada» (EL 19). Y unos sencillos versos de Pere Casaldáliga lo glosan así: «Consejo que doy me doy: / lo que has de pasar mañana / no quieras sufrirlo hoy. / Lo que hoy no puedas hacer, / déjalo para mañana / o hasta, quizás, para ayer» (De una tierra que mana leche y sangre).
[Texto presentado en el lanzamiento del libro Pedro Casaldáliga, en Vitoria, España, el 16 de noviembre de 2010].
* Franciscano, doctor y profesor de Teología en Vitoria y Deusto
Fuente:http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?boletim=1〈=ES&cod=52762