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El carácter sectario del Opus Dei está germinalmente en su origen pero se acentúa en la última de las tres etapas de su historia. La evolución del grupo ha sido bastante rápida y, en ocasiones, contradictoria. Porque el Opus, con independencia de lo que se afirme sobre su naturaleza y fines es, sociológicamente, una organización y todas las organizaciones tienen un fin básico, sobrevivir. Y para sobrevivir, con frecuencia tienen que cambiar. En su primera etapa, desde la fundación hasta mediados de los años cincuenta, Escrivá insistía en que sus seguidores varones debían ser unos intelectuales célibes dedicados a la cristianización de la ciencia y la política. Las mujeres del Opus estaban más bien destinadas a la intendencia. Para configurar su fundación, Escrivá copió a tres instituciones, una de ellas sin ni siquiera saberlo. La más patente era la Compañía de Jesús, cuya organización le sirvió de modelo para organizar la vida de sus numerarios aunque en seguida se comprobaron las dificultades del intento.(Véase mi «La Evolución histórica del Opus Dei», ponencia al VI Congreso de Sociología española, A Coruña, Agosto,1999). La segunda era la Institución Libre de Enseñanza, a la que el franquismo atribuía todos los males de la España anterior y de la que Escrivá quería hacer una copia confesional de signo contrario y, finalmente otra, que él no conocía, «Action Francaise», el movimiento integrista monárquico francés, que organizó Charles Maurras a principios del siglo XX y que influyó en los primeros opusdeistas activistas de la postguerra. Porque el Opus nace en el bando vencedor de la guerra civil española, se nutre de su ideología y en especial del nacionalcatolicismo, uno de cuyos atributos es el integrismo religioso, como puso de relieve en su día Urs Von Baltasar, en su conocido análisis del Opus.(Véase»Contextode una beatificación».Olegario González de Cardenal, Diario 16, 17 de mayo 92). Este integrismo a la «Action Francaise», consustancial con la manera de pensar de los opusdeistas, hace imposible la verdadera tarea intelectual y margina a los pensadores. El integrismo militante de Escrivá le lleva a mostrar internamente, con su típico carácter colérico, su violenta oposición al Concilio Vaticano II. Entonces se produce la primera desbandada de intelectuales, simbolizada por la marcha de Raimundo Pánikker, el unico teólogo digno de tal nombre que ha tenido el Opus. Paralelamente los trabajos internos y las reglas vocacionales impiden a la mayoría de los socios una verdadera dedicación profesional.
La segunda etapa, que empieza a mediados de los años 50, nace de un triple miedo. A que la Iglesia no les vea con buenos ojos, a que otros grupos, jesuitas, falangistas, demócratas cristianos, etc, les obstruyan y a carecer de medios para subvenir a las ansias expansionistas de Escrivá que estaba obsesionado por construir pronto la casa central de Roma. Empujados por el Fundador, algunos directivos, Antonio Pérez, Alberto Ullastres Luis Valls Taberner organizan una red de empresas, llamada Esfina, para realizar inversiones beneficiosas pero, pronto, el gobierno franquista, recluta a Ullastres y otros opusdeistas para pilotar la economía española en su transición de la autarquía al liberalismo. Ello genera la creación de una especie de mafia en la que muchos se acercan al Opus por interés, se hacen negocios sucios y se producen las primeras críticas, dentro y fuera de la Iglesia, a la inmoralidad pública y a la connivencia del grupo con el franquismo. De ahí nace esa mala fama que tiene el Opus en la opinión pública internacional y que no pueden evitar las muchas personas, dinero y energía que la organización invierte en contrarrestarla. Porque, paralelamente, se difunden al interior de la organización dos principios axiológicos, claramente sectarios, «el fin justifica los medios» y «lo importante son las intenciones». Tal planteamiento configurará el talante moral de los socios y, especialmente de los directivos. Como ha puesto de relieve Dennis Dubro, un ex numerario norteamericano con experiencia en la gestión económica practicada por el Opus, los directivos no se privan de hacer negocios claramente inmorales o ilegales o de manipular la información al respecto («Seventeen years in Opus Dei».www.odan.org). Tan grave fue la crítica que Escrivá se vio obligado a decretar, a mediados de los años 60, la supresión de las empresas dependientes de la organización. A partir de entonces el Opus funciona a través de fundaciones de variada naturaleza, con las que encubre y encauza sus actividades civiles y mercantiles.
La tercera etapa, la actual, contradice la doctrina tradicional de Escrivá que insistió mucho, como recuerdan sus primeros seguidores, en que el Opus nunca tendría colegios, para convertirse, siempre por motivos de supervivencia, en la principal dedicación de la organización. El Opus tiene la red más amplia de colegios católicos en los países de habla española y otra red de Escuelas para empresarios, al más puro estilo neoliberal. Tener a los niños desde pequeños en sus colegios ha favorecido su peor perfil actual, el proselitismo sectario de menores, que es, muchas veces, una conspiración entre profesores, confesores y padres de alumnos. (Véase, mi «Niños en el Opus Dei», revista El Siglo, nº 608, mayo 2004). Pero la tercera etapa es también la de su triunfo eclesiástico porque Juan Pablo II, a diferencia de los papas anteriores, conectó perfectamente con la ideología del Opus y grupos parecidos y, sin hacer caso a sus críticos, les concedió el status de Prelatura personal, ansiado por Escrivá para que los obispos ordinarios no pudieran controlarles y canonizó a Escrivá en un criticado y expeditivo proceso.
La hipótesis de que el Opus es un grupo sectario comienza a difundirse con motivo del informe sobre sectas que el Parlamento belga solicitó en 1997 y donde es incluido. Antes se había producido una discusión en el Parlamento italiano sobre la opacidad y el secretismo de la organización y, pronto, la literatura sociológica empezó a tratar el tema. Mi «Sectas católicas: El Opus Dei», publicado en la Revista Internacional de Sociología en octubre de 1992 fue el primero, aunque pronto se le unieron otros y, muy especialmente, el realizado por Sharon Classen, quien pasa revista, en columnas paralelas, a las características internas del grupo comparadas con el conocido prontuario de sectas realizado por Steve Hassan: grupos cerrados, muy disciplinados, con una lealtad total al líder, de ideología rígida, sin prejuicios morales y que ejercen un proselitismo sin escrúpulos, etc («How Opus Dei is cult-like». www.odan.org). Muchos análisis periodísticos y bastantes libros concurren e n esa calificación del fenómeno. Tambien la literatura de ficción comienza a ocuparse del Opus y destaca el famoso «El Código Da Vinzi», cuyo autor incorpora un peculiar miembro del Opus a su conocida trama. Y así otras novelas sobre temas eclesiásticos donde suele haber una ración de Opus Dei, siempre con las mismas connotaciones de misterio, opacidad y manipulación sectaria. Pero el carácter sectario del Opus comienza a conocerse en detalle cuando se produce, a partir de finales de los años 90, la segunda desbandada de numerarios, muchos de los cuales cuentan sus experiencias, sobre todo en la página web: www.opuslibros.org. Diseñada esta página en 2002 para que se puedan leer «online» los libros críticos sobre el Opus Dei que sus directivos, más o menos discretamente, han hecho desaparecer del mercado, pronto incorpora una sección de testimonios en el que se vuelcan las experiencias de los ex numerarios y numerarias. El Opus ha intentado bloquear esa página, obligandola a cambiar su nombre anterior de opusdeilibros, siguiendo su conocida táctica de impedir la discusión y el diálogo después de cosechar resultados adversos en los debates televisivos y otros foros. De esta manera, el Opus se ha incorporado al grupo de entidades políticas, mercantiles, etc, que tratan de impedir, a veces con métodos muy cuestionables, el que sus actividades sean c onocidas por la opinión pública.
El sectarismo del Opus se aprecia hoy, en toda su crudeza, a partir de los testimonios de tantos ex miembros que relatan verdaderas violaciones de sus derechos humanos. Por cierto, uno de los personajes más pintorescos de la organización, el cardenal de Lima, Juan Luis Cipriani, colaborador del dictador Fujimori, dijo no hace mucho tiempo ante un público de militares, que los derechos humanos son «una cojudez», versión castiza peruana de «gilipollez». La cercanía opusdeista a los militares, que llevó a Escrivá a declarar que ellos, por el mero hecho de serlo, tienen ya la mitad de la vocación al Opus Dei, es un recuerdo de su implicación fervorosa en la guerra civil española que, para los obispos españoles, fue una cruzada religiosa. Otro cura numerario del Opus, monseñor Saenz Lacalle, sucesor del asesinado monseñor Romero como Arzobispo de San Salvador, empezó siendo Obispo capellán castrense.
Ser numerario o numeraria se está convirtiendo en un tormento, precisamente para la gente más inteligente, con más conciencia. Tanto que los que se dan cuenta y pueden se marchan. No todos pueden porque el régimen de pobreza en que viven les impide ahorrar personalmente. Encontrarte en la calle con cuarenta, cincuenta años, es complicado, tal y como está el mercado de trabajo. Ello fomenta una perseverancia por impotencia o por cinismo, pero el Opus prefiere retenerlos a darles facilidades para marcharse. Otras organizaciones no actúan así. Por ejemplo, los jesuitas americanos que dejan la Orden disfrutan de una tarjeta Visa a cargo de la Compañía durante los dos años posteriores a su salida.
Además de la desbandada actual, que se nota en la disminución de casas y centros en todo el mundo, aumentan también los casos de enfermedades mentales. Como he explicado en «Suicidios en el Opus Dei»( revista El Siglo, nº 654, junio 2005), las casas de numerarios están llenas de gentes con problemas mentales, algunos de los cuales no pueden aguantar más y se quitan la vida. A ello contribuye la obligación de consultar solo a psiquiatras del Opus, algunos de los cuales, como explica Carmen Charo, ex numeraria, están más interesados en garantizar la perseverancia de sus pacientes forzosos que en su curación. (Véase «La cuarta planta», revista El Siglo, nº 605, mayo,2004) . Recuerda otra ex numeraria que cuando le comentó a un sacerdote que se estaba volviendo loca, le respondió: «Loca, pero en casa».
Tamaña aberración profesional es paralela a los modos de gobierno. Los directivos actuales, seleccionados básicamente por lealtad a la organización, como las demás sectas, carecen de preparación psicológica y, aún menos, de capacidad para entender los derechos humanos. La mayoría no ha trabajado nunca civilmente, apenas conocen el mundo real y su principal obsesión es que el número de socios no disminuya.
La esquizofrenia que produce la pertenencia al Opus tiene tres componentes. Por una parte, la contradicción entre lo que les prometieron sería su vocación, trabajar en medio del mundo en una profesión civil y lo que la mayoría hace, ocuparse de los asuntos del Opus como sacerdotes o funcionarios de la organización. Por otra parte, la presunta libertad para dedicarse a un trabajo civil está condicionada por las observancias de la vida del numerario o numeraria que van desde la multitud de obligaciones internas a las reglas sobre la vivienda, el trato con otras personas, el modo de usar el tiempo y el dinero, en un reglamentismo que excede con mucho al de las más observantes ordenes religiosas. Sin embargo, el principal factor de la esquizofrenia es el que tengan que fingir sobre todo ello y asegurar en público que ellos son cristianos corrientes y ejercen todas las libertades que disfrutan los demás. Ello les hace vivir en una mentira constante que termina minando su salud m ental y que a veces desemboca en autodesprecio, en una obsesión por la mortificación, por la autoinmolación, muy alentada por los directores. El resultado es ese desquiciamiento de la personalidad que se paga tan caro. El peculiar sectarismo del Opus afecta también a los modos de practicar la religión. Por ejemplo, a fin de conseguir el control de los directivos sobre las conciencias de sus súbditos, los sacerdotes del Opus no dan la absolución en la confesión sacramental a los numerarios que no se comprometen a contar las mismas cosas a los directores laicos, en una crasa violación del secreto de confesión que, como tantas cosas, también debe estar al servicio de la organización. Antonio Esquivias, en su día sacerdote del Opus, relata sus discusiones con los jefes, incluso con el actual presidente y su impotencia para hacerles cambiar esta práctica. («Dirección espiritual,www.opuslibros.org).
Para mayor confusión, los directivos se han visto obligados a aumentar el número de los sacerdotes de la organización porque el modelo de Prelatura personal aprobado por la Iglesia determina que solo los sacerdotes son miembros de pleno derecho, los demás son simples cooperadores. Por ello, todos los cargos internos deben ser desempeñados por sacerdotes y la proporción de éstos que anteriormente no pasaba del 5% ahora llega hasta un 20%, desnaturalizando el pretendido carácter laico de la fundación de Escrivá.
Sacerdotes y fieles de la Iglesia, algunos obispos se preguntan cómo una organización con estos perfiles goza de la confianza del Vaticano sin que éste no tome medidas para disciplinarla. La explicación es muy sencilla. El Pontificado de Juan Pablo II se caracterizó por dos circunstancias muy notorias. En su afán por regresar a la estructura e ideología anteriores al Concilio Vaticano II, desechó la colaboración de las organizaciones más prestigiosas y dispuestas al cambio, los jesuitas, los dominicos, los franciscanos y se puso en manos de los nuevos movimientos populistas, el Opus Dei, los Legionarios de Cristo, los Neocatecúmenos, Comunión y Liberación,etc más elementales, más fundamentalistas, más obedientes y que, además reclutan a más gente, tienen más sacerdotes, por dirigirse a clientelas tan elementales como ellos. En segundo lugar, este Papa ha estado obsesionado, primero por la eradicación del comunismo y, después, por la recuperación de la confesionalidad del Estado, eligiendo los temas de moralidad sexual y familiar para echar un pulso a los gobiernos y las organizaciones civiles más progresistas. No lo ha conseguido pero en sus campañas ha estado secundado por el Opus Dei y organizaciones parecidas por lo que fue muy difícil conseguir que diera oídos a las críticas que llegaban al Vaticano. Así ha ocurrido con las denuncias de los ex Legionarios de Cristo respecto a los abusos sexuales del padre Mercier, su Fundador. Por ello, la mayoría de los expertos coinciden en que las actuaciones para responsabilizar de la violación de los derechos humanos a estas organizaciones sectarias pertenecientes a la Iglesia católica, deben ejercerse en instancias civiles, policíacas o jurisdiccionales, como ya ha ocurrido con las demandas aceptadas en Estados Unidos contra los sacerdotes pederastas.
Quizás la razón principal del carácter sectario de organizaciones eclesiásticas como el Opus Dei sea la inexistencia de un marco de derechos de sus miembros y su correlativa indefensión. La vigencia del voto de obediencia como regulador de las relaciones entre directivos y asociados convierte a éstos en súbditos inermes. El voto de obediencia como parte de la vida de renuncia al mundo, en la tradición monástica, es incongruente en organizaciones cuyos miembros se supone son personas corrientes, ciudadanos civiles. Pero Escrivá, con la contundencia que le caracterizaba, insistía en que en el Opus no hay derechos sino obligaciones. Su libro de cabecera, Camino, subraya que la alternativa es obedecer o marcharse. Ello da pié a que los superiores ejerzan un dominio omnímodo sobre las conciencias de los asociados hasta convertir a la organización en una verdadera secta donde se produce una rendición incondicional de la persona al grupo. «Nuestra entrega debe ser absoluta» es e l principio con el que se explica la vida de los numerarios y numerarias del Opus Dei. Pero la doctrina de los derechos humanos, que está entrando, si bien lentamente, en la disciplina de las organizaciones eclesiásticas, en la actividad interna de la Iglesia católica, es incompatible con esa rendición incondicional, con esa actitud de sumisión personal a los superiores que caracteriza al numerario del Opus. Mientras ellos aceptan tal situación, en el ejercicio de lo que Escrivá exaltaba como una recomendable «infancia espiritual», no se producen problemas justamente al precio de esa infantilización del comportamiento pero la crisis surge cuando las personas descubren la contradicción entre su condición civil, su conciencia moral y sus relaciones con el grupo sectario.
(En las páginas web:www.opuslibros.org, en español y www.odan.org. en inglés, puede encontrase bibliografía e información abundante sobre la materia, que puede complementarse con una búsqueda en cualquiera de los buscadores de Internet).