Conforme a algunos, la ecuación se despeja fácil: en su afán de lograr la independencia energética, base del estatus de potencia dominatriz, los Estados Unidos se ciscan olímpicamente en las previsiones científicas de desastres naturales por razones (más bien sinrazones) antropogénicas, incluidos los terremotos en regiones impensadas -ah, la ruda mano del ser humano- y […]
Conforme a algunos, la ecuación se despeja fácil: en su afán de lograr la independencia energética, base del estatus de potencia dominatriz, los Estados Unidos se ciscan olímpicamente en las previsiones científicas de desastres naturales por razones (más bien sinrazones) antropogénicas, incluidos los terremotos en regiones impensadas -ah, la ruda mano del ser humano- y se abisman en el fracking, peligrosa técnica de fractura hidráulica, para extraer hidrocarburos del subsuelo.
¿Las consecuencias? Una sonada, entre ellas. Al redactar estas líneas el precio del petróleo Brent, la referencia de Europa, se situaba por debajo de los 80 dólares por primera vez en cuatro años, cuando hace apenas seis meses el barril andaba por los 115, cifra más lógica si nos atenemos al hecho de que los riesgos geoestratégicos suelen disparar el producto.
Pero las cosas más simples suelen ser la parte visible de un iceberg. Porque, como diversos analistas apuntan, lo cierto es que, a pesar de los peligros y las realidades bélicas en las regiones agraciadas con el oro negro, la demanda actual, interna y externa -aludimos a la Unión- ha disminuido a causa de la crisis mundial, y los costos locales devienen muy altos. Según la Agencia Internacional de la Energía, entre 50 y 100 dólares por unidad, mientras que, por métodos convencionales, en el Oriente Medio y África del Norte oscilan entre 10 y 25 dólares.
¿Entonces? Sin temor a pasar por paranoicos, diversos observadores aseveran que la drástica caída obedece a acciones conjuntas de EE.UU. y Arabia Saudita, para debilitar las economías de Rusia y Venezuela. Al presidente Nicolás Maduro no le caben dudas. Sí, desde Washington se despliega una enconada campaña contra las dos naciones. En el caso de la euroasiática, por potencia emergente; en el de la república sudamericana, por la posición contestataria. Bolivariana.
Entretanto, exhibiendo su casi siempre impenetrable fisonomía, el mandatario Vladímir Putin insiste en que, si hay un complot en el mercado, este golpea a los confabulados. Y en que nadie está interesado en precios irrisorios, conducentes a un colapso del sector y perjudiciales en grado sumo para la productividad de la economía planetaria.
A la desembozada opinión de Maduro, y a contrapelo del optimismo de su colega, se unen expertos tales Thomas L. Friedman, columnista del diario The New York Times, los cuales creen apreciar que, deliberadamente o no, andan llevando a Rusia e Irán al borde de la debacle. La situación «está provocando dificultades en sus relaciones con la elite y el establecimiento empresarial ruso, dos pilares de su apoyo político». En cuanto a la nación persa, «cualquier precio del barril de petróleo por debajo de los US$100 creará un oneroso déficit fiscal y debilitará la posición del país en las negociaciones nucleares con Occidente».
El asunto constituye preocupación para los medios moscovitas. Los editores de Nezavísimaya Gazeta temen que esta sea la peor crisis desde la vivida en 2008-2009. «La dependencia de la economía rusa de los recursos energéticos, principalmente gas y petróleo, es frecuentemente comparada con una adicción a las drogas: la gente dice que está conectada a la ‘aguja del petróleo’ […] las maniobras para bajar los precios del petróleo en el mercado global pueden ser comparadas justificablemente con la agonía de cortar la dependencia hacia una droga. Y esto está siendo realizado con obvios objetivos geopolíticos para debilitar la economía del país y su influencia en la arena global».
Pero las circunstancias devendrían más desentrañables si las expuestas fueran las únicas especulaciones. Allí donde los unos columbran una componenda árabe-estadounidense, otros distinguen una amenaza con respecto a la posición de la principal nación petrolera. «En un esfuerzo por restaurar el equilibrio, Arabia Saudita podría estar usando su ventaja de costo contra los productores de hidrocarburos de esquisto, quienes tienen costos más altos […] Arabia Saudita tal vez se verá obligada a dejar que los precios del crudo caigan a US$75-$80 y se queden ahí por un rato mientras algunos petroleros estadounidenses salen del negocio y así le devuelven poder sobre el precio a Arabia Saudita».
A todas estas, convengamos en que, si no está del todo claro que la fuerte bajada de los hidrocarburos responde a una coordinación, resulta transparente el hecho de que el panorama genera ganadores y perdedores, como ocurre a menudo en este enajenado mundo. Y lo principal: tal concluía una fuente de izquierda, habrá que seguir luchando por la «alternativa a un sistema en el que la salud de las naciones se vea determinada por el azar y por las caóticas fluctuaciones de un mercado incontrolable». Pero esto lo hemos leído ya hace tiempo en la obra de un barbado pensador de Tréveris. Toda una cantata a la esperanza.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.