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Pinochet ha muerto, sus «padrinos» siguen vivos

Fuentes: Rebelión

Ironías de la vida. El 11 de diciembre, precisamente el Día Internacional de los Derechos Humanos, muere un asesino y violador de absolutamente todos los derechos humanos. Mintió, robó, traicionó, asesinó y violó todos y cada uno de los valores humanos conocidos. Es triste, pero todavía es más triste ver y oír en los medios […]

Ironías de la vida. El 11 de diciembre, precisamente el Día Internacional de los Derechos Humanos, muere un asesino y violador de absolutamente todos los derechos humanos. Mintió, robó, traicionó, asesinó y violó todos y cada uno de los valores humanos conocidos. Es triste, pero todavía es más triste ver y oír en los medios de comunicación cómo se repite su historia una y otra vez e incluso se narran muchas de sus maldades corregidas y disminuidas, claro.

Ya hace años que Pinochet había dejado de ser un peligro para Chile, para América Latina y para la humanidad y se había convertido, por su pose y sus modales, en un ser estúpido y grotesco que daba más lástima que otra cosa. Pero no, la historia no es esta, la historia no ha terminado porque la trama continúa. No se trata de Pinochet sino de sus valedores Ante una trayectoria tan execrable el mundo miraba y sigue ahora mirando para otro lado. Y esto es lo grave, los gobiernos callan y otorgan. El «modelo Pinochet» sigue siendo utilizado directa o indirectamente por los mismo países que lo apoyaron.

No. Pinochet no fue un iceberg perdido en alta mar que casualmente arremetió contra un buque y provocó su naufragio provocando millares de muertos. Pinochet no actuaba solo, no iba por libre, sino bien acompañado por numerosos gobiernos, de modo que nadie se alegre, que nadie se ría, todo sigue más o menos igual; Pinochet no ha sido derrotado en absoluto, su espíritu golpista sigue vivo. Basta con ver un telediario, un periódico o cualquier otro medio, para comprobar que quienes estaban a su lado y quienes le respaldaban siguen en los mismos puestos y en los mismos cargos manteniéndolo de una forma u otra, en definitiva, apoyando su modelo. Nadie ha dimitido, ninguno de los que le han dado escolta, aplausos, recibimientos, bienvenidas y toda clase de agasajos ha dimitido ni ha pedido perdón, todos continúan ejerciendo la «democracia» neoliberal.

Era un jefe de estado como ellos, de la misma categoría, de la misma calaña; tal para cual. Así que nadie va a tirar de la manta, a nadie le conviene, todos se quedarían a la intemperie.

Todos los presidentes de Estados Unidos -en su época- los jefes de estado y de gobierno de la Unión Europea, los mandatarios de los países «democráticos», contribuyeron al holocausto chileno y a su mantenimiento. El terrorismo y la democracia occidental se fundieron en un tremendo abrazo de sangre, Salvador Allende fue asesinado con el consentimiento y el aplauso implícito del mundo neoliberal cristiano y civilizado. Nadie tomó ninguna medida contra semejante salvajada. A todos les vino bien la caída de un régimen que intentaba ser democrático de verdad, «populista» como se dice ahora peyorativamente. Afloraba el neoliberalismo y en su libre mercado había situaciones que no debían ser tan libres.

Todo se confirma con las imágenes que se están repitiendo ante la muerte de quien algunos aún dicen que ha sido un gran estadista y ante el que desfilan los líderes de la «democracia» y de la lucha contra el terrorismo y contra todos los males, empezando por Margaret Thacher y Tony Blair, que le dieron asilo y status de refugiado político amparándolo de la tenue justicia internacional, frente a la evidencia de su criminalidad.

No le darán honores de jefe de estado, dicen, pero la iglesia católica chilena pide respeto para sus familiares. No es la primera vez que la iglesia del Vaticano defiende a semejantes personajes.

Es probable que alguno de los gobiernos más cercanos envíe algún mensaje de condolencia. Lo que sí es seguro es que ninguno de los países firmantes de la Declaración de los Derechos Humanos que dicen luchar por tales derechos y en contra del terrorismo y de toda esa letanía de tics, hará el más mínimo gesto de condena y reprobación de la historia de este siniestro personaje que hizo retroceder medio siglo las libertades y el bienestar de toda América Latina y de todo el mundo, a lo que hay que sumar el apoyo internacional con que de hecho fue recibido e incluso felicitado en su momento.

La apuesta democrática y pacífica de Allende truncada tan sangrientamente con la colaboración de Estados Unidos a manos de Kissinger y la CIA según los papeles ya desclasificados -Pinochet sólo era su títere- convulsionó los esquemas éticos, sociológicos y políticos de todos los que entonces se preocupaban por un mundo mejor.

El daño que la quiebra ideológica e intelectual produjo fue tan grave como los mismos hechos sangrientos. La izquierda se quedó desorientada y sin saber si sólo quedaba la vía tan difícil de la revolución armada o la de la guerrilla del Che Guevara o si ya no era posible ni imaginable una transición como la que había intentado Salvador Allende con tan trágico resultado.

Los hechos de entonces no proporcionaban más que incertidumbre, nadie podía dar una respuesta a semejante golpe contra la democracia y contra el progreso. En la persona de Pinochet se estaban escudando Estados Unidos y Europa entera. ¿Exageración? ¿Quién se opuso? Nadie. Es más, ¿quién se opone ahora y quién lo condena de verdad? Tampoco nadie.

La comunidad internacional, que dice estar tan preocupada por la democracia y por la lucha contra el terrorismo, ni siquiera ha intentado condenar al asesino sino que lo ha protegido a toda costa -realmente se están protegiendo de lo que ellos mismos están haciendo en otros países o en los propios- como tampoco han condenado a este régimen ni a este modelo golpista. Nadie, ni Naciones Unidas ni ningún organismo internacional se pronunciará sobre el asunto ni hará ninguna condena. Todos mirarán para otro lado pues en unas cuantas docenas de países mantienen y protegen a otras tantas docenas de «pinochets».

– Revisado por Caty R.