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Placer urdido

Fuentes: Rebelión

El superyó es goce. O dicho menos psicoanalíticamente, el capitalismo es tan perverso que condiciona nuestra manera de gestionar el placer. Este aserto, tan lacónico como aparentemente abstruso, conlleva toda una serie de implicaciones que deberán desgranarse a continuación. En primer término, para el lector profano al discurso freudiano, debe destacarse que el superyó hace […]

El superyó es goce. O dicho menos psicoanalíticamente, el capitalismo es tan perverso que condiciona nuestra manera de gestionar el placer. Este aserto, tan lacónico como aparentemente abstruso, conlleva toda una serie de implicaciones que deberán desgranarse a continuación.

En primer término, para el lector profano al discurso freudiano, debe destacarse que el superyó hace referencia a aquella estructura de la personalidad que internaliza los patrones normativos de la cultura. Es decir, todos nosotros, al ser miembros de una determinada formación cultural, y por consiguiente, estar dotados de una educación y preceptos morales, tenemos interiorizados toda una serie de pautas de comportamiento. De modo que, simplificando un tanto la cuestión, el superyó sería el deber ser que yace en nuestra personalidad como guía normativa de lo que debe ser nuestra acción.

Ahora bien, el propio Freud vio que esa instancia era eminentemente represiva. O, dicho en otros términos, el superyó, esa introyección de los valores subyacentes a una cultura, se encarga de reprimir los deseos que se encuentran ocultos, en el sujeto, en su inconsciente. Y, evidentemente esa coerción instintiva conlleva toda una serie de consecuencias, entre las que cabe destacar la neurosis. Por consiguiente, puede afirmarse sin ambages que todo proceso de socialización hace sujetos neuróticos.

Ahora bien, y efectuada esta lacónica y algo pedestre ilustración de la tópica freudiana, volvamos de nuevo al inicio. Que el superyó sea goce significa, no sólo que el sujeto responde placenteramente ante las exigencias, más o menos tácitas, que le impone la dinámica dominante. No se trata de afirmar que el individuo consume aquello que quiere que adquiera el sistema, sino que, más bien, de lo que se trata es de que el individuo encuentra el placer, inconscientemente, al seguir los patrones que dictamina el capitalismo. Expresado más claramente, el goce no se halla únicamente en la obtención de la mercancía, sino que también radica en la cumplimentación de las leyes que establece la lógica capitalista. De este modo, llegados a este punto, no sólo somos sujetos neuróticos, en tanto que individuos socializados y normativizados por los parámetros del sistema, sino que, además, buscamos esa neurosis, la gozamos. Obtenemos placer en lo neurótico.

Más allá de esta última puntualización, de lo que se trata es de observar como el capitalismo urde una red de la cual el sujeto parece no ser capaz de escapar. Su naturaleza es tan intrínseca que configura y constituye la personalidad, percepción y manera de estar en el mundo del sujeto. Y, en ello, es donde radica toda su fortaleza: Que determina al individuo de tal manera que le gestiona su capacidad de desear y de obtener placer.

En su peculiar tono socarrón, Zizek afirmó esta tesis de una forma magistral: es más fácil, en el imaginario colectivo, columbrar o fantasear con el fin del mundo (prueba de ello es la proliferación de films y novelas de carácter apocalíptico) antes que tener en consideración la supuesta caída del capitalismo.

Oriol Alonso Cano es Docente de Filosofía y Epistemología en la UOC e Investigador de Filosofía en la UB.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.