Recomiendo:
0

Plantemos cara a la barbarie

Fuentes: Rebelión

Estamos asistiendo a lo que muy probablemente sea el mayor saqueo de fondos públicos de la historia. Si hemos de hacer caso a las cifras facilitadas por algunos medios, el total de dinero público destinado a tapar la crisis financiera (los llamados «planes de rescate») se eleva a ¡7 billones de euros! (diario «Público», 27-11-08). […]

Estamos asistiendo a lo que muy probablemente sea el mayor saqueo de fondos públicos de la historia. Si hemos de hacer caso a las cifras facilitadas por algunos medios, el total de dinero público destinado a tapar la crisis financiera (los llamados «planes de rescate») se eleva a ¡7 billones de euros! (diario «Público», 27-11-08). Pero el sistema financiero internacional sigue arrojando sin descanso indicadores de crisis, incluso después de la cumbre del «G- 20» , el pasado 15 de noviembre. Por supuesto, ninguno de los asistentes a la reunión convocada por Bush ha osado poner en solfa la premisa que éste planteó, de entrada, como innegociable: el no cuestionamiento del libre mercado, aquello que aparece, justamente, como la causa de la crisis. No podíamos esperar otra cosa de tanto «líder» junto. No deberíamos confiar el parque de bomberos a una pandilla de pirómanos.

Así las cosas, cabe preguntarnos qué objetivos, realmente, tenía ése cónclave de «refundación del capitalismo». Por lo visto ha cubierto tres, y ninguno sano: 1º.- Garantizar políticamente la continuidad del sistema capitalista, incluso en su actual versión, dando continuidad a organismos como el FMI, entre otros instrumentos del neoliberalismo, y reajustando, en todo caso, los engranajes de control y supervisión, ciertamente desquiciados con la última orgía especulativa. 2º.- Acordar y coordinar la operación global de apropiación de fondos públicos que, de momento, puede situarse alrededor de la astronómica cifra señalada anteriormente, y 3º.- Escenificar el «broche de oro» (nunca mejor dicho) del negro período de ocho años de mandato del anfitrión, George Bush. Un individuo que, dicho sea de paso, hace ya tiempo que debería estar ante un tribunal, depurando sus responsabilidades criminales.

«La monarquía es el régimen de la bancocracia«, que diría Proudon, hace ciento cincuenta años. En la bancocracia imperante en el llamado reino de España, las «subprime» no están, ciertamente, en las entidades financieras. Ya se han encargado estas, a la hora de prestarte uno, pillarte tres, como demuestran los muy saneados índices de morosidad, a pesar de la crisis. Las verdaderas «subprime», letalmente tóxicas para muchas economías de gente trabajadora, están en cada hipoteca sobre vivienda sobrevalorada, con elevados intereses referenciados en la base del negocio bancario, el «euribor». Si el sistema capitalista se caracteriza por convertir los derechos de la gente en negocio privado, esta no es una excepción: el derecho básico a una vivienda digna, reconocido incluso por la constitución-trampa que ahora cumple treinta años («Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada...», Art. 47 CE), se acaba convirtiendo en un negocio para bancos e inmobiliarias, mediante la especulación, prohibida expresamente por la misma norma constitucional, pero permitida de facto.

Así las cosas, las ayudas a los «particulares y a las familias», anunciadas con mucha fanfarria por el Gobierno español, en realidad no van más allá de la posibilidad del pago aplazado (hasta el 50%, por dos años) de las cuotas hipotecarias de los ciudadanos, y no su condonación, aunque sólo fuera en parte. Y todo ello con la garantía del Instituto de Crédito Oficial, para mayor gloria y acomodo de las cúpulas bancarias privadas que, de esta manera, se aseguran el cobro de las deudas, al menos de momento. O sea, pan para hoy y hambre para mañana. Mientras tanto, ésa misma banca, en régimen de monopolio y con la excusa de la crisis «de confianza», cierra el grifo del crédito a particulares, autónomos o pequeñas y medianas empresas, donde descansa el grueso de la llamada «economía productiva» (el 80% del total del empleo, en el estado español), provocando la destrucción alarmante de puestos de trabajo y, por lo tanto, el consecuente empobrecimiento del conjunto de la clase trabajadora. La trampa de la crisis se cierra cuando todo eso provoca que la población vea reducida drásticamente su capacidad adquisitiva. Y mientras la crisis de sobreproducción llena los almacenes de productos que nadie compra, las empresas (como consecuencia de ello o aprovechando el momento, que de todo hay) presentan ERE’s u otros mecanismos de despido de trabajadores. Y el paro se multiplica, hasta sobrepasar ya los tres millones.

Uno tiende a pensar que quizá esta fase del capitalismo, calificada como crisis, no sea tan espontánea ni casual. De hecho, todavía no hemos visto a ningún multimillonario arruinado pegarse un tiro, ni lanzarse de cabeza desde lo alto de un rascacielos, como hace ochenta años. Tampoco hemos visto procesar ni meter entre rejas a los responsables de tamaño desaguisado, que los hay. Por otra parte, no existe ninguna contradicción, en la conducta de los hasta ahora paladines neo-con, acudiendo a las arcas públicas, porque los gestores del capitalismo nunca han hecho gala, precisamente, de principios éticos, y sí de mucho desparpajo, y pocos escrúpulos, ante el dinero fácil. Si ahora se lo pueden permitir, ¿por qué van a renunciar a apropiarse del erario público, entregado por gobiernos serviles, a uno y a otro lado del Atlántico?

Quienes hasta hace bien poco ejercían como gurús del pensamiento único, se esconden en las tertulias, se arrugan en los debates y, por lo general, no se atreven a enfrentarse dialécticamente, a los argumentos de los críticos con el capital. A este sistema se le están viendo, aún más si cabe, sus vergüenzas. Y hasta en los grandes medios surgen voces, más o menos oportunistas, que denuncian los crecientes desequilibrios y las inquietantes perspectivas. El recordar que, con sólo una parte de los fondos públicos ahora esquilmados, se podría erradicar definitivamente la pobreza, la hambruna y las deficiencias sanitarias de todo el mundo, sacude la conciencia de todo aquel que la tenga. Y es que, mientras se despilfarran billones de euros en «salvar» banqueros, hay mil millones de víctimas del hambre (registrados oficialmente por la ONU ) y mueren cada día decenas de miles de personas, en especial niños, por esta causa.

Pero, por más desacreditado que pueda estar el sistema y sus gestores, el capitalismo no caerá por sí solo. Porque no solamente se trata de debatir sobre sistemas y modelos económicos, o sobre la ética o la indecencia de los gestores de turno. Todo eso es útil, si sirve para elevar la conciencia de la ciudadanía, como elemento de la acción política. No nos olvidemos que el capitalismo se ha mantenido, en sus diferentes versiones a lo largo de la historia, no con argumentos ni razones, sino por la fuerza de un sistema de dominación política, social, económica, informativa y militar, acentuada actualmente en una situación mundial unipolar. Y no desaparecerá, si no somos capaces de que así sea.

Y es aquí donde debemos reconocer que su crisis no debe ocultar la nuestra, la de todos y todas los que nos oponemos y nos rebelamos contra los designios del capital y su mercado. A los movimientos de oposición al sistema, a la izquierda anticapitalista, nos siguen sobrando las razones, pero carecemos, de momento, de la unidad y la fuerza necesaria, más allá de la útil e imprescindible tarea cotidiana de la defensa de nuestros derechos, que no es poco. Pero, de momento, no vamos más allá de la actividad defensiva. Es imprescindible, por lo tanto, pasar a la ofensiva, construyendo un proyecto social y político alternativo al capitalismo, generando espacios de confianza, protagonismo y participación de las gentes trabajadoras. Haciendo cada vez más creíble y cercana la posibilidad de derrotar al sistema. Trabajando por la Huelga General , como primera e imprescindible herramienta al servicio de los trabajadores y de las clases populares.