Se reedita, al calor del movimiento del 15-M, el libro ‘Los 70 a destajo’, una crónica de la Transición vista desde la cabecera de la contracultura española
Una imagen: jóvenes y no tan jóvenes tomando las plazas españolas, sin líderes ni banderas. Montando asambleas. Pidiendo una democracia real y mayor espacio de libertad. Rechazando la falta de moralidad del sistema y unas ideologías caducas porque no les representan. Apostando por una economía sostenible, por una mayor transparencia y por una cultura participativa. En definitiva: buscando alternativas. No son los indignados que se han convertido en los protagonistas de este año que ahora termina. La imagen es de los años setenta, y los «indignados» de entonces fueron aquellos que se atrevieron a soñar con una Transición diferente. Con una democracia no basada en los partidos políticos sino en los ciudadanos.
En medio de aquella España que aspira a ser mejor, nacía en 1974 la revista Ajoblanco en Barcelona, cuya primera época de vida se extendió hasta 1980 (su segunda etapa lo hizo desde 1987 hasta 1999) y que fue uno de los focos de la llamada contracultura española. Partiendo de la contracultura norteamericana, el mayo francés, el pasado libertario español, «ciertos eslóganes y ciertas lecturas que nos excitaban», Pepe Ribas fundó una cabecera donde con los años se han tratado temas como la ecología, la lucha por la liberación homosexual, el feminismo y la multiculturalidad. A la luz de lo ocurrido este año, Ribas y la editorial Booket reeditan Los 70 a destajo (publicado originalmente en 2007) para que, como escribe en el prólogo el propio Ribas, «las nuevas generaciones dispongan de una nueva versión de este tramo de la historia [la Transición], con la esperanza de convencerles de que un mundo mejor fue y sigue siendo posible».
«Todo lo que estamos viviendo hoy empezó en los setenta», cuenta Ribas a Público, que vive hoy entre Berlín y el Ampurdán. » La crisis financiera y la crisis de valores, tanto en España como en el mundo, empezó en los setenta. De alguna forma, es cuando Nixon y Kissinger rehacen el mundo a partir de la crisis del petróleo. Y por eso es importante volver a esta época». Ribas ha visitado durante este año algunas de las plazas españolas en Madrid, Granada, Barcelona, Valencia, Zaragoza, y dice que lo que vio allí fue «el Ajoblanco más perfecto de todos los tiempos. Vi el espíritu de Ajoblanco en vivo, que es de alguna manera el espíritu de la libertad, de la transparencia informativa, de la no manipulación de la cultura, de dejar que los relevos crezcan desde el humanismo, sin manipulación».
Entonces ya se plantearon conceptos que hoy vuelve a manejar la ciudadanía, fundamentalmente la no ideologización, la autogestión, el antiautoritarismo, la no violencia, el cambio de modelo productivo. Y una política pensada con modestia, mucho más cercana al ciudadano, pensada para barrios y no para grandes ciudades, casi para cada casa. Sin multinacionales, sin grandes bancos. «En resumen: la gestión real de nuestros asuntos. Vivir tal y como piensas, no hipócritamente sino con transparencia. Se planteó entonces y ahora toma una fuerza nueva», cuenta Ribas.
La calle es fundamental para entender aquello que pasó y esto que está pasando. Hoy, plazas y calles se han convertido en lugares de reunión donde el pensamiento y la actividad están en ebullición. «Y la Transición era la calle, se hizo en la calle», dice Ribas. «Luego, los partidos políticos tomaron el control y desarticularon los movimientos sociales». En su opinión, «todos los partidos políticos han participado de la traición a la Transición, que fue la calle, los movimientos sociales, los movimientos vecinales, obreros, los sindicatos y los intelectuales».
La cultura de la utopía
Ajoblanco nació del diálogo, la lectura y los viajes, «pero viajes casi sin dinero», matiza Ribas. En un manifiesto redactado entonces, se lanzaba la propuesta: «¿Por qué esta nueva revista? 1. Porque no queremos una cultura de imbecilistas. 2. Porque estamos ya hartos de divinidades, sacerdocios y élites industrialculturalistas. 3. Porque queremos intervenir, provocar, facilitar y usar una cultura creativa. 4. Porque todavía somos utopistas. 5. Porque queremos gozárnosla con eso que llaman cultura. 6. Porque tenemos imaginación para diseñar otra, si ustedes quieren».
Cierto componente lúdico fue necesario para separarse de la generación anterior («ellos buscaban el poder, y nosotros éramos los que buscábamos la vida»), pero también para alejarse de algunos militantes, que llegaron a afirmar entonces que «en la revolución no hay espacio para la libido». En este sentido, un sorprendido Francisco Umbral se preguntaba en las páginas de La Vanguardia: «La oposición está empezando a combatir la represión con sentido del humor […] Hace poco, en Barcelona, vi a los subversivos surrealistas del grupo Ajoblanco paralizando las Ramblas con una manifestación en la que gritaban: ‘Cachondo, únete’. ¿Cómo deshacer a golpes una manifestación que pide a los cachondos del mundo -o de una ciudad- que se unan?».
También, según Ribas, lo que ha pasado ahora con el 15-M tiene que ver con el ocio, exactamente con «el redescubrimiento del ocio gratis. La gente joven ha dicho: ‘Por fin podemos hablar de nuestros problemas sin necesidad de consumir ni pagar’. Recuperar esto es fundamental: nos han hecho creer que el ocio hay que pagarlo. Y el ocio es lo contrario del negocio: es un espacio de libertad».
En las páginas de Los 70 a destajo hay mucho espacio para las lecturas que estimularon una época (de los ensayos sobre la nueva izquierda a los boletines clandestinos, la cultura lisérgica y mucha poesía), la música (Hendrix, Dylan, pero también el rock progresivo español de Smash y Máquina, Pau Riba, Sisa…), el cine prohibido en España (Pere Portabella, La naranja mecánica), el esoterismo, la importancia del viaje como experiencia y muchas personalidades, desde la gauche divine a hippies, poetas, cineastas y hasta futuros políticos.
La universidad, a donde empezaban a llegar las clases obreras, fue otro foco de actividad, aunque, según Ribas, pronto se pasó de las aulas a las plazas debido a las huelgas y los cierres
de facultades, no sin antes apostar por ser autodidactas en clases clandestinas. Una vez en las plazas, «lo mismo acababas sentado al lado de García Márquez que al lado de Lluís Llach. Todos nos mezclábamos: universitarios con los intelectuales, con los artistas, con los teatreros. Primero fueron las Ramblas, luego el Rastro madrileño, el Parterre en Valencia o el Parque de María Luisa en Sevilla».
Ribas no es benévolo: su generación, asegura, «fue masacrada por los dos totalitarismos». Y, como escribe, «parte de mi generación, la más inquieta, pasó de la decepción de la universidad al underground militante», pero aquellos que se comprometieron con la izquierda «han tenido muy poca responsabilidad real en las grandes decisiones que han cimentado el régimen político surgido en 1978». El fracaso de la Transición se reflejaría poco después en la Movida y «el franquismo de partidos, como yo lo llamo. No hay ideas sociales, el punk ha sido conquistado y del no creo en nada se pasa al no puedo cambiar nada. Una caricatura de lo que se vivió en los setenta: Quiero ser un bote de Colón y todas esas letras. Es todo una gran ganga, una gran broma».
Fuente: http://www.publico.es/culturas/413795/plazas-rock-progresivo-y-ajoblanco