Estamos en el capítulo quinto del libro: «El proceso de producción capitalista», pp. 139-173. Seis apartados en total. En el segundo de ellos: «Plusvalor absoluto y relativo, leyes coercitivas de la competencia», pp. 145-149. El capital, señala MH, el valor que se valoriza, «no conoce ningún límite interno a la valorización». Para el capital […]
Estamos en el capítulo quinto del libro: «El proceso de producción capitalista», pp. 139-173. Seis apartados en total. En el segundo de ellos: «Plusvalor absoluto y relativo, leyes coercitivas de la competencia», pp. 145-149.
El capital, señala MH, el valor que se valoriza, «no conoce ningún límite interno a la valorización». Para el capital no es suficiente x o y. No hay un límite a partir del cual ya no. Ningún grado de valorización alcanzado es suficiente.
Si se parte de la tasa de plusvalor (p/v) como media de valorización, existen básicamente dos posibilidades para aumentar esa valorización del capital: producción de plusvalor absoluto y producción del plusvalor relativo (MH señala que el capítulo VII del libro -«Beneficio, beneficio medio y la ‘ley de la caída tendencial de la tasa de ganancia»- se verán otras posibilidades).
Para un valor dado de la FdeT, aumenta p/v si se acrecienta p (o disminuye v por supuesto; luego entramos en ello). ¿Cómo? Con la prolongación del tiempo de plustrabajo que pueda conseguirse incrementando la duración de la jornada laboral. Al acrecentamiento del plusvalor y de la tasa de plusvalor por medio de la prolongación de la jornada laboral Marx lo llama producción del plusvalor absoluto.
La prolongación de esa jornada laboral no solo tiene lugar cuando aumenta (legal o ilegalmente, horas extras no abonadas por ejemplo) el número de horas de trabajo. También se alcanza cuando se aprovechan «mejor» (desde el punto de vista de la valorización del capital) estas horas: disminución de los tiempos de descanso de los trabajadores, arrancando minutos aquí o allá en negociaciones colectivas con fuertes amenazas, no computando determinados preparativos laborales como tiempo de trabajo propiamente, etc. Todos tenemos consciencia de ello.
Aparte de lo anterior, un incremento en la intensidad del trabajo (aceleración del ritmo de trabajo en la cadena de producción, mayor control de las actividades de los trabajadores) tiene el mismo o parecido efecto (desde el punto de vista del capital) que una prolongación de la jornada laboral. En palabras de MH:
Una jornada de trabajo más intensiva suministra un producto de valor mayor que una jornada laboral normal, exactamente igual que si se hubiera prolongado la jornada de trabajo. Los análisis sobre el aprovechamiento del tiempo de trabajo y la intensificación del trabajo también forman parte hoy en día de la vida cotidiana del mundo empresarial.
Los ejemplos se multiplican, los conocemos todos, los hemos vivido en ocasiones. Lo ocurrido en la factoría Nissan de la Zona Franca de Barcelona en las primeras décadas del siglo XXI es un ejemplo altamente ilustrativo de esta búsqueda permanente (con amenazas en este caso de cierre de la producción) del plusvalor absoluto.
El tiempo de plustrabajo puede también incrementarse sin modificación de la duración de la jornada o el aprovechamiento intensivo del tiempo de trabajo: reduciendo el tiempo de trabajo necesario, disminuyendo el valor de la FdeT. Si en lugar de cuatro horas para producir el valor diario de la FdeT, son suficientes tres horas, son entonces cinco las horas de plustrabajo. El acrecentamiento del plusvalor y de la tasa de plusvalor por medio de una disminución del tiempo de trabajo necesario lo designa Marx como producción del plusvalor relativo.
Para conseguirlo, para conseguir una reducción del tiempo de trabajo necesario para producir los medios de vida que necesita la FdeT para su reproducción, en condiciones capitalistas «normales» (no en momentos de capitalismo sin bridas ni control), se tendrá que disminuir el volumen de los medios de vida que se consideran necesarios («si se reduce el nivel de vida normal de la clase trabajadora, pero esto es difícil de conseguir y no se puede efectuar de manera continuada, sino en todo caso puntualmente») o bien si se disminuye el valor de estos medios de vida sin necesidad de su reducción.
Se da este último caso cuando aumenta la fuerza productiva del trabajo en aquellos sectores que producen medios de vida (no solo los productos alimenticios por supuesto) o bien cuando aumenta la fuerza productiva en aquellos sectores que suministran materias primas o maquinaria a los sectores que producen medios de vida: «si los medios de producción son más baratos, disminuye el valor de los medios de vida producidos por estos medios».
En síntesis: la producción de plusvalor relativo termina por reducir el valor de los medios de vida a través de un aumento de la fuerza productiva del trabajo, y de este modo reduce el valor de la FdeT.
Las dos posibilidades señaladas -prolongación de la jornada laboral, aumento de la fuerza productiva- solo pueden realizarse, señala MH, por medio de las acciones de los capitalistas individuales (digamos, mediante la praxis del capital, es decir, lucha de clases como eje de funcionamiento permanente del sistema).
Según nuestro filósofo alemán, es muy plausible que los capitalistas tenga interés en la prolongación de la jornada laboral (para un valor dado de la FdeT, cada hora que se prolongue la jornada laboral eleva directamente el plusvalor que obtiene el capitalista individual), sin embargo, otra cosa es el aumento de la fuerza productiva del trabajo. Con sus palabras:
Si, por ejemplo, un productor de mesas aumenta la fuerza productiva, se abaratan las mesas. Pero solo se abaratará también la FdeT en la medida en que las mesas entren en el valor de la FdeT. El efecto es mínimo, y además la mayorías de las veces queda temporalmente diferido. Esta pequeña e incierta ventaja no es suficiente como motivo individual para el aumento de la fuerza productiva.
Por consiguiente, lo que motiva a los capitalistas individuales aumentar la fuerza productiva es algo completamente distinto en opinión de MH.
El tiempo de trabajo gastado individualmente contará en mayor o menor medida como generador de valor dependiendo (entre otras cosas) de si para la producción de un bien se ha empleado o no el «tiempo de trabajo socialmente necesario» (el tiempo de trabajo que es necesario es unas determinadas condiciones de productividad e intensidad del trabajo socialmente normales…).
Si el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de un determinado tipo de mesas asciende a 10 horas y un productor consigue producir la mesa en 8, habrá creado en estas 8 horas el mismo producto de valor que los otros productores consiguen en 10: podrá vender, entonces, el producto de 8 horas de trabajo como producto de 10 horas de trabajo. Esta es al situación cuando un capitalista determinado es el primero que eleva la fuerza productiva de trabajo en un determinado proceso de producción.
Un ejemplo: supongamos que en un determinado bien, un ordenador por ejemplo (estaríamos hablando propiamente del trabajo realizado internacionalmente y en fases parciales, posteriormente acopladas), se consume capital constante c por un valor de 200. Supongamos también que se necesita una jornada laboral de 8 horas para producir un ordenador. El valor diario de la FdeT es de 80 y el plusvalor asciende al 100% de modo que el plusvalor diario producido por la FdeT asciende asimismo a 80.
El valor del producto sería entonces: c + v + p = 200 + 80 + 80 = 360.
Supongamos también que ese capitalista consigue reducir -es el único que consigue hacerlo de momento- de 8 a 4 horas el tiempo de trabajo necesario para el montaje, para la producción de un ordenador. El valor de éste se ajusta a las condiciones sociales medias y permanece por el momento en 360 (la reducción de este único capitalista no altera sustantivamente la media). Nuestro «eficaz» capitalista no tiene ya que seguir gastando 80 en capital variable sino solamente 40. Por lo tanto, sus costes serán de 200 (capital constante) + 40 (capital variable) = 240. Si vendiera el producto por 360, el plusvalor sería por tanto de 120.
De este modo, además del plusvalor (socialmente normal) de 80, el capitalista en cuestión obtendría un plusvalor extra de 40 por la venta de cada ordenador y una tasa de plusvalía del 300% (120/40) en lugar del 100% (80/80). Este plusvalor extra o beneficio extra y no el abaratamiento futuro de la FdeT, señala MH, es lo que motiva al capitalista a aumentar la fuerza productiva del trabajo.
Pero ese plusvalor extra lo sigue obteniendo el capitalista mientras no se haya generalizado el nuevo método productivo. Una vez se ha generalizado disminuye el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de un ordenador. Si en ese tiempo todo lo demás ha permanecido igual (valor de los elementos del capital constante, valor de la FdeT), el nuevo valor sería entonces: c + v + p = 200 + 40 + 40 = 280. El plusvalor extra habrá desaparecido para el capitalista que estamos suponiendo y la tasa de plusvalor será nuevamente del 100% (40/40).
MH nos sugiere que permanezcamos de momento con el capitalista que ha sido el primero en implementar el aumento de la fuerza productiva. Veamos:
1. Ya no sigue necesitando la misma cantidad de trabajo directo para producir la misma masa de productos.
2. Puede producir ahora la misma masa de productos con menos fuerza de trabajo (o producir una cantidad mayor con la misma cantidad de tiempo de trabajo y de FdeT).
3. La primera posibilidad no es realista en la mayoría de los casos: normalmente el aumento de la fuerza productiva del trabajo solo es posible si se incrementa al mismo tiempo el volumen de producción.
4. Partamos pues de que el aumento de la fuerza productiva va acompañado por lo general de un incremento del número de productos.
5. El medio más simple para dar salida a un mayor número de productos es reducir su precio. El producto individual se venderá, por tanto, por debajo de su valor anterior.
6. Empero, aunque el capitalista venda por debajo del valor anterior, no necesitará renunciar por completo al plusvalor extra: si en lugar de vende a 360 vende a 350 (con un coste para él de 240: 200 + 40), obtendría un plusvalor total de 110 (comparado con el plusvalor normal de 80, significaría un plusvalor extra de 30).
7. Si el capitalista en cuestión vende más (y en otras aristas económicas no se modifica nada que provoque una mayor demanda global), los restantes capitalistas que venden el mismo producto (suponemos una situación no monopolística) van a vender menos y, a la larga, pueden ir a la quiebra.
8. Si quieren defender su cuota de mercado (el porcentaje de sus ventas en las ventas globales del producto), tendrá que operar con el mismo criterio: vender a un precio más bajo.
9, Si no se transforma su forma de producción, esa venta a menor precio conducirá a una disminución de su plusvalía.
10. Por lo tanto, concluye MH, a los otros capitalistas no les queda otra -para poder tomar parte en la competencia de precios de la mercancía que producen- que aumentar igualmente la fuerza productiva del trabajo y reducir los costes.
De este modo, la competencia obliga a los capitalistas a participar en el aumento de la fuerza productiva al que uno de ellos puede dar comienzo, aunque en el caso de que, individualmente, un determinado capitalista no tenga interés alguno en elevar cada vez más la valorización del capital. De este modo, señala MH, «las leyes inmanentes del capital, como la tendencia a prolongar la jornada laboral y el desarrollo de la fuerza productiva, son independientes de la voluntad de los capitalistas individuales». Se imponen frente a ellos, frente a su «forma de ser», frente a su voluntad, lo quieran o no, como leyes coercitivas de la competencia.
Como todo capitalista conoce esta coerción, no espera normalmente hasta que le sea impuesta la innovación por la competencia: intenta ser el primero en aumentar la fuerza productiva (el lema de «el último que cierre la puerta», más la idea de ser siempre el número 1, de competir y ganar siempre), «de modo que al menos pueda tener algo de plusvalor extra, en lugar de tener que estar limitado siempre sus pérdidas».
Resultado: cada capitalista presiona a todos los demás, de la manera que él está presionado por ellos. Con esta práctica, todos los capitalistas obedecen a una ciega «coerción objetiva», les guste o no, la deseen o no la deseen. Por muy frugal que sea un capitalista en concreto, concluye nuestro autor, «en tanto que quiera seguir siendo capitalista no puede evitar ir a la caza de una ganancia cada vez mayor».
El apartado III del capítulo lleva por título: «Los métodos para la producción de plusvalor relativo: cooperación, división del trabajo, maquinaria» (pp. 150-156).
PS: El comentario de Manuel Martínez Llaneza sobre la entrega anterior («Capital constante y variable, tasa de plusvalor y jornada laboral» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=255311 ):
Sobre el texto que me envías no tengo nada que decir. Mejor dicho, sí tendría algo que decir, pero serían puntualizaciones de segundo nivel que ya vendrán cuando se analice el tercer libro de EC según anuncia. Solo señalo que la reproducción de la fuerza de trabajo no es un asunto de la misma índole que la organización de una granja de gallinas ponedoras y no queda cubierto con hablar de las necesidades físicas y psíquicas de los trabajadores. Recuerdo muy bien cuando en la España todavía muy oscura empezaron a hacerse huelgas, no por mayor sueldo aunque era escaso, sino por la mejora de las condiciones laborales.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.