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Pobreza y violencia

Fuentes: La Jornada

Me dolía la soledad… Al morir su marido, Cristina pasó dos semanas tumbada en la cama sin saber qué hacer. Creía que sola, como mujer, nada podía hacer en la vida. Era su esposo quien trabajaba el campo, lo que hacía ella era ayudar. Él era el que estaba organizado y acudía a reuniones, ella […]

Me dolía la soledad… Al morir su marido, Cristina pasó dos semanas tumbada en la cama sin saber qué hacer. Creía que sola, como mujer, nada podía hacer en la vida. Era su esposo quien trabajaba el campo, lo que hacía ella era ayudar. Él era el que estaba organizado y acudía a reuniones, ella cocinaba para los participantes. Él tomaba las decisiones, pensar y opinar no son cosas de mujeres, le repetían.

El décimo quinto día, su hijo pequeño se acercó dulcemente al abismo de la cama en el que se refugiaba y susurró: «mamá, tengo hambre», y Cristina -mujer- emergió. Tenía que alimentar a sus cuatro hijos y podía hacerlo. ¿Acaso no tenía manos para trabajar la tierra? ¿Acaso no tenía mente para pensar? ¿Acaso no tenía alma para luchar? Su ventana se abría al mundo y debía enfrentarlo sin miedo.

Desde entonces lucha diariamente contra la violencia de la sociedad patriarcal y una agricultura capitalista y neoliberal. Como campesina se enfrenta a la expulsión de sus tierras; no está reconocido el derecho a la propiedad de la tierra en manos de las mujeres; el trabajo y sus frutos se los pagan a precio de explotación; se desprecia su forma de hacer las cosas, sus saberes campesinos; conservar y reproducir sus semillas es ilegal; y las organizaciones en las que participa no cesan de recibir amenazas.

Como mujer se siente herida junto a las muchas otras cristinas que son maltratadas, insultadas, despreciadas, arrinconadas, asustadas, ignoradas, esclavizadas, violadas en su propio hogar. En el campo los rastros de la globalización capitalista son altos niveles de pobreza y devastación social. Mujeres, niñas y niños son sus principales víctimas.

La lucha de Cristina se enmarca en el trabajo de diferentes organizaciones sociales que entienden que la erradicación de la pobreza y la violencia patriarcal van de la mano. Como las mujeres de la Vía Campesina que en la ciudad de Rosario (Argentina) han denunciado: «el capitalismo con todos sus medios nos continúa atacando y busca sistemáticamente nuestra desaparición como pueblos del campo, al constatar que con los medios necesarios podríamos alimentar a la humanidad sin depender del capital».

O recientemente, en los espacios del Foro Social de las Américas, celebrado en Guatemala, donde el movimiento de mujeres mesoamericanas por una vida digna expresan también la importancia de este enfoque dual.

Como dijo Tica Moreno: «¿cómo lograr que la voz y la experiencia de las mujeres jóvenes sea tenida en cuenta en la lucha mayor por un nuevo paradigma de mujer que no sólo luche por sus derechos, sino contra el modelo injusto, patriarcal y capitalista que asfixia e invisibiliza a las mujeres y a todas y todos los excluidos?»

Esta mirada crítica global también se hará presente los próximos 18 y 19 de octubre en el encuentro que la Marcha Mundial de las Mujeres, red feminista internacional que agrupa las mujeres de más de 150 países, ha organizado en Vigo (España).

Con representación de los cinco continentes se seguirá construyendo un mundo donde sean erradicadas la pobreza y la violencia, frente a un capitalismo neoliberal que se sustenta en la sobrexplotación de las mujeres en el mercado formal e informal, en el campo y en la ciudad, en la casa, en las zonas francas y en las maquilas.

La lucha feminista y campesina debe seguir para que un día cercano mujeres como Cristina abran sus ventanas. Lo dice el eslogan para la marcha en Vigo: «Hemos de cambiar la vida de las mujeres para cambiar el mundo, hemos de cambiar el mundo para cambiar la vida de las mujeres.»