1. ¿Qué es el poder opresor? 2. ¿Qué es el poder adulto? 3. ¿Qué es el movimiento juvenil? 4. ¿Política juvenil de lo cotidiano? 5. ¿Cómo puede organizarse la juventud ? 1.- ¿qué es el poder opresor? Estamos acostumbrados a hablar del poder de la burguesía sobre las clases trabajadoras, del poder de los Estados […]
2. ¿Qué es el poder adulto?
3. ¿Qué es el movimiento juvenil?
4. ¿Política juvenil de lo cotidiano?
5. ¿Cómo puede organizarse la juventud ?
1.- ¿qué es el poder opresor?
Estamos acostumbrados a hablar del poder de la burguesía sobre las clases trabajadoras, del poder de los Estados que oprimen y explotan a los pueblos como es el caso de los Països Cataláns, del poder de los hombres sobre y contra las mujeres, del poder de la civilización eurocéntrica, blanca y cristiana, sobre otras culturas y civilizaciones que definimos como «de color», «subdesarrolladas», «atrasadas», etc. Intuimos que estos y otros poderes extraen algún beneficio de la opresión a la que someten a las personas y colectividades que explotan y dominan, sean las que fueren. Algún beneficio económico, político, cultural, sexual, etc., suficientemente grande que les compense los gastos en instrumentos de represión que deben realizar para mantener ese poder tan beneficioso. Por ejemplo, algún beneficio debe obtener la burguesía española y su Estado con la opresión nacional de los Països Cataláns como para mantener en funcionamiento toda la maquinaria que lo asegure y, además, para después de todo esos gastos y después de realizadas todas las cuentas, éstas aporten una cantidad neta y «limpia» de ganancias económicas. Las y los catalanes ya habéis demostrado fehacientemente, con números irrebatibles, cuántos millones de euros se embolsan gratis, netos y «limpios» la Hacienda española y su burguesía con la explotación nacional que sufrís.
Otro tanto, en síntesis, sucede con el resto de los poderes opresores, aunque exploten y dominen a otros colectivos y personas. Más aún, debemos saber que los beneficios obtenidos, siendo y buscando serlo sobre todo económicos en su forma directa, crematística, también son y pueden serlo en su forma indirecta, es decir, que si bien al principio se presentan como, por ejemplo, materias primas brutas, petróleo en crudo, etc., luego, al transformarlas, usarlas o venderlas producen beneficios económicos directos, materializados en dinero contante y sonante o en cualquiera de sus maneras actuales de circular por los mercados, desde oro y diamantes que terminan guardado en las cajas fuerte hasta dinero-electrónico guardado en las computadoras de los bancos. Siendo ésta la principal finalidad de la explotación, también sucede que los beneficios que genera se plasman de manera más indirecta, mediante el arte, la cultura y los museos saqueados a los pueblos vencidos, por ejemplo, o mediante la directa y física explotación sexual de sus mujeres y de algunos de sus jóvenes, que rápidamente se transforma en la explotación sexo-económica de la prostitución, una de las formas más inhumanas de esclavizar al ser humano; o mediante el reforzamiento psicopolítico de masas del nacionalismo imperialista del Estado ocupante, en este caso del nacionalismo español que aliena a las clases trabajadoras de ese Estado.
Por tanto, el poder opresor es el concepto que expresa teóricamente el conjunto de medios materiales e ideológicos que un grupo opresor emplea para obtener un beneficio mediante la explotación y dominación de la gente trabajadora, de las mujeres, de las clases y naciones explotadas y oprimidas. Como veis, hablamos siempre de «poder opresor» en vez de «poder» a secas porque el «poder» en abstracto no existe, como no existe la «democracia» en abstracto ni la «política» abstracta. La sociología hace esfuerzos ingentes por demostrar la existencia del «poder», de la «democracia», de la «política», como algo inmaculado, como instrumentos neutrales que pueden ser aplicados mediante la «ley», la «justicia» y el «parlamento», y totalmente ajenos a la realidad objetiva de la opresión, explotación y dominación de la mayoría por la minoría. Pero todo poder es opresor o liberador, del mismo modo que toda democracia es o bien capitalista o socialista, burguesa o proletaria, machista o feminista, española o catalana, imperialista o internacionalista; al igual que la política es reaccionaria o revolucionaria, conservadora o progresista, española o catalana.
Cualquier «teoría», debate o discusión abstracta sobre el «poder», la «política», la «democracia», etc., sin contenido social interno que refleje la lucha de contrarios que siempre se libra en toda sociedad basada en la propiedad privada de las fuerzas productivas, es un debate y discusión tramposa, es una «teoría» falsa, hueca y sin contenido científico-crítico alguno destinada a legitimar los intereses de la minoría, necesitada de falsear u ocultar la realidad. La sociología, por término medio y además de rechazar la unidad y lucha de contrarios entre los poderes antagónicos, también y sobre todo desconecta su «teoría» sobre el «poder» abstracto de la realidad de la explotación económica y de la dominación cultural e ideológica. Semejante amputación de la realidad socioeconómica, política y cultural que funciona como un todo pese a las diferencias de ritmo de sus partes constitutivas internas, esta separación e incomunicación de sus componentes, aislándolos unos de otros y negando su permanente interacción e influencia mutua, tal error es una necesidad de la «teoría» sociológica para ocultar o negar el papel central y decisivo a la larga, en el tiempo prolongado de la historia, de la explotación económica.
La explotación económica vertebra a los demás componentes de la totalidad social, y define a dicha totalidad en sí misma, aunque a corto plazo, en períodos temporales de pocos años, no pueda apreciarse con facilidad su peso determinante porque la dominación cultural e ideológica y la opresión sociopolítica parece que actúan libres de toda ingerencia económica. De hecho, la dominación cultural, que busca alienar e idiotizar a las personas, sumiéndolas en la pasividad y en el egoísmo individualista, y la opresión política que busca impedirles toda acción política liberadora y crítica, ambas, como decimos, actúan externamente como si no dependieran de los intereses socioeconómicos de la minoría explotadora. De hecho, la máquina propagandística burguesa y su «ciencia social», la sociología, hacen esfuerzos desesperados por ocultar su dependencia interna hacia lo económico. Las dos tienen mayor o menor autonomía relativa sobre todo en los períodos de expansión económica en los que no aparecen claramente las contradicciones internas del capitalismo, sus crisis profundas. Pero esa relativa autonomía desaparece cuando aparecen las crisis, cuando la burguesía endurece la explotación, reduce salarios, incrementa el paro, empeora las condiciones de vida y de trabajo, etc. Es en estos momentos cuando la opresión y la dominación aparecen como lo que son: las muletas imprescindibles de la explotación socioeconómica.
2.- ¿Qué es el poder adulto?
Los conceptos aquí expuestos tan básicamente son necesarios para entender mejor qué es el poder adulto tanto en su especificidad como en su vital imbricación en la totalidad social basada, en último instancia, en la explotación socioeconómica. Lo específico del poder adulto, y lo que explica su aparente inexistencia, es que las personas lo sufren cuando no tienen conciencia de sí, autoconciencia y capacidad crítica, o cuando la tienen muy poco desarrollada, incipiente, porque están en la adolescencia, fase intensa, corta y rápida en la que se agolpan masas ingentes de nuevas experiencias e informaciones exteriores con cambios psicofísicos internos todo ello en medio de tensiones generacionales. En estas condiciones resulta muy difícil cuando no imposible tomar conciencia de sí ya que, además, la juventud debe seguir abriéndose a nuevas realidades e integrarlas en la medida de lo posible en una vida que se vive mecánicamente como un torbellino que arrastra a la juventud hacia los destinos predeterminados en sus grandes líneas por la sociedad burguesa.
El poder adulto es el poder concreto que garantiza al sistema establecido la producción en serie de dócil fuerza de trabajo explotable en su momento. El poder adulto integra a la familia y a las instituciones educativas y de control social encargadas de producir esa fuerza de trabajo mediante una tarea que empieza antes incluso del nacimiento oficial de la persona. El poder adulto, como todo poder, es un proceso en desarrollo supervisado por los aparatos de Estado y por los sistemas paraestatales y extraestatales. Por ejemplo, el debate permanente entre por un lado, l PP, la Iglesia , y las burguesías autonomistas y regionalistas, y por otro lado, el PSOE y grupos socioculturales reformistas, refleja las diferencias internas en la burguesía en lo tocante a la creación de «ciudadanos de bien», de «buenos españoles», de «trabajadores cualificados», de «prevención de la delincuencia», de «prevención sanitaria», etc. En estos debates que se endurecen en determinados períodos y nunca acaban, intervienen los aparatos de Estado, organizaciones «laicas» fieles a la Iglesia , ONGs, «asociaciones de padres» y un largo etcétera.
Los programas educativos y universitarios, las inversiones en sanidad, educación sexual y prevención de la «delincuencia juvenil», la planificación familiar y la política hacia el aborto y el divorcio, la política a favor o en contra del trabajo doméstico y del trabajo asalariado de las mujeres, todo esto y mucho más, atañe a la permanente inquietud de la clase dominante, de la burguesía, por asegurar en la medida de lo posible la reproducción de, por un lado, una generación de buenos y efectivos dirigentes burgueses y, por otro lado, una clase trabajadora sumisa y apta para las nuevas necesidades de la producción capitalista. Nada permanece al margen de esta inquietud burguesa por el futuro, ni siquiera la cuestión de las pensiones, de las jubilaciones y de los modelos de familia que deben absorber y desactivar las tensiones que inevitablemente surgirán con el tiempo. Existe una lógica interna entre la educación infantil, el modelo familiar y la política de pensiones que no podemos desarrollar ahora, pero que tiene en el poder adulto uno de sus eslabones autoritarios más sólidos.
Pues bien, el Estado como «cuartel general» de la clase burguesa es igualmente decisivo en la planificación global de la reproducción de las condiciones de explotación, en la que hay que introducir al poder adulto como una pieza clave. Todos los problemas que surgen en y durante la formación de las futuras clases explotables tienen su correspondiente análisis estatal y éste su adaptación más o menos rápida al quehacer del poder adulto. No vamos a extendernos por obvio sobre el problema educativo, que no es otro que el de la cualificación laboral para aumentar la productividad del trabajo. El poder adulto vigila con mayor o menor presión y detalle, pero vigila, los resultados de los estudios y de la formación laboral de la infancia y de la juventud. Si por lo que fuera, los padres no realizasen la suficiente presión, el Estado ha creado los mecanismos necesarios para compensar esa indiferencia y dejadez paterna hacia sus deberes para con las necesidades estratégicas del capitalismo. Mecanismos más efectivos dependiendo de la clase social, del sexo-genero y de la pertenencia nacional de los afectados, de modo que la juventud burguesa masculina y de la nación opresora, en este caso de la española, tiene más posibilidades y ayudas de «triunfar» en la vida que las que tiene una joven catalana de clase obrera.
El poder adulto dedica tanta atención a «los estudios» –la preparación técnica de la fuerza de trabajo para que rinda el mayor beneficio a la burguesía–, porque, además, el poder adulto asume que su propio bienestar material y simbólico futuro depende en gran medida de la rentabilidad global que extraiga del trabajo de sus hijos e hijas, de «colocarlos bien» en un «buen trabajo» y en un «buen matrimonio». En las sociedades precapitalistas, agrarias, ganaderas y de producción artesanal, preindustrial, el futuro del poder adulto se garantizaba mediante muchos hijos e hijas que, con su trabajo, aportaban los recursos imprescindibles. En la sociedad capitalista en su fase industrial y dependiendo de la lucha de clases, la seguridad social, los salarios indirectos y las prestaciones públicas suplen de algún modo siempre incierto e inseguro, las necesidades de la vejez. La realidad capitalista advierte a las clases trabajadoras, a las mujeres y a las personas de la tercera edad que su futuro último siempre es incierto, siempre depende del egoísmo burgués, y que si quieres garantizarse unas mínimas condiciones de vejez tras una mala vida explotada, debe luchar y pelear o cargar su vejez sobre sus hijas e hijos. Semejante incertidumbre y precariedad vital cobra mayor gravedad en las naciones oprimidas, sometidas a la voluntad del Estado opresor, carentes de los medios de planificación propia.
Al margen del «amor» cierto e innegable que madres y padres sientan hacia sus hijos e hijas –sería necesario aquí extendernos sobre el denominado «instinto maternal» como ideología patriarco-burguesa, pero no tenemos tiempo–, lo que es verdad es que por debajo y en interior de los sentimientos paterno-filiales rigen fuerzas inconscientes centradas en la objetividad histórica de la «mente mercantil», es decir, de la personalidad y de la estructura psíquica de masas creada por el capitalismo como relación social cosificada que reduce a las personas y a sus sentimientos más sublimes a simples mercancías. Peor todavía, ese «amor» cierto es mayoritariamente vivido y sentido desde los parámetros burgueses, lo que cierra el círculo de la obsesión del poder adulto, de los padres, porque sus hijos «triunfen» en la vida. Los métodos del poder adulto variarán según los casos, según las disponibilidades económicas de la familia, etc., pero a grandes rasgos no tienen otro objetivo que el de, por un lado, invertir en la cualificación de la descendencia como garantía de futuro; por otro lado, entender esta garantía en su sentido material y de prestigio familiar y, por último, cumplir con la exigencia social interiorizada como «deber moral» burgués anclado en el inconsciente de asegurar la reproducción del capitalismo.
Son estos factores los que explican que muchas madres y padres sientan amargamente que han «fracasado en sus vidas» al no haber logrado estos objetivos tal cual les fueron impuestos en su infancia por el poder adulto que padecieron ellos. Los padres proyectan sobre hijos e hijas sus deseos y anhelos, sus sueños inalcanzables, y cuando éstos no cumplen esos mandatos los padres se sienten defraudados, y ese amargor se suma a sus frustraciones, a sus derrotas vitales. El deslizamiento imparable hacia el «fracaso vital», a la resignación derrotada y pasiva, que abre la puerta a la derechización y al racismo, se acrecienta en la medida en que van enfriándose las relaciones sexuales y amorosas, en que la institución matrimonial y familiar aparece como lo que es: la cárcel de los sentimientos verdaderamente humanos. Las tensiones interpersonales, los reproches mutuos, los celos y las relaciones sexuales extramatrimoniales hipócritamente denominadas «infidelidades», y hasta la violencia machista intrafamiliar, el alcoholismo y la drogodependencia abierta o soterrada, la precariedad vital inherente a la dictadura del salario, semejante realidad oculta oficialmente bajo el mito del «dulce hogar» no hace sino acelerar la tendencia al endurecimiento del poder adulto.
No debe sorprendernos por tanto que los padres vigilen muy atentamente las amistades y las relaciones personales de sus hijas e hijos, sobre todo cuando pueden chocar con la ley sean en su forma de delincuencia civil, sea en su forma de represión sociopolítica, sindical, cultural y patriarcal. Dejando por falta de tiempo la primera vigilancia, sí tenemos que decir que la vigilancia sobre los primeros pasos en la vida política de hijos e hijas está causada por el miedo a que «meterse en política» termine arruinando, por un lado, la inversión en tiempo y dinero realizado en el hijo, en sus estudios y en la búsqueda de un «buen trabajo», y por otro lado, aunque a una cierta distancia, el cuidado puesto en el «buen nombre» de la familia. El miedo al «qué dirán» que tiene el poder adulto no responde sólo a los restos de las viejas costumbres preburguesas de «honor y fama» sino fundamentalmente a que en la sociedad capitalista también el «buen nombre» pesa a la hora de las relaciones personales que facilitan encontrar un buen puesto de trabajo, sobre todo entre la burguesía en cualquiera de sus fracciones. La «familia seria» aunque sea trabajadora y no solamente «buena familia», tiene más posibilidades de «colocar bien» a sus hijos e hijas que las «malas familias», diferencia que puede garantizar una mejor calidad de vida –dentro de los parámetros burgueses– a los padres en su vejez.
Del mismo modo, el control de la vida sexual de las hijas e hijos, por este orden de valor, debe insertarse en el control adulto que tiende por necesidad a ser total, aunque nunca lo logre plenamente. Si bien es verdad que las grandes áreas urbanas, la relativa facilidad del transporte, la extensión del espacio productivo y sus crecientes distancias, las luchas feministas y sexuales, los cambios en las formas de la familia, estos y otros cambios permiten formas de vida sexual menos reprimidas e hipócritas que las anteriores, siendo esto cierto, tampoco tenemos que cometer el error de aceptar el catastrofismo de la derecha patriarco-burguesa más reaccionaria y clerical sobre la «depravación» de las costumbres y de la moral, sobre la «perdición de las mujeres» y el hundimiento de la «sagrada familia». Por el contrario, el sistema patriarco-burgués está lanzando una contraofensiva antisexual generalizada que tiene varios frentes entre los que destaca reducir las posibilidades de trabajo asalariado, en empresas, obligando a las mujeres a pudrirse en el «dulce hogar». A la vez, se endurecen las exigencias de «buena fama» y de imagen física, que no solamente de preparación profesional, que las empresas ponen a las mujeres para se admitidas.
La contraofensiva patriarco-burguesa tiene uno de sus argumentos más efectivos en el fracaso de la prevención de las enfermedades venéreas y del VIH-Sida, en especial. Muchas madres y en menor medida los padres, son bastante manipulables por esta propaganda vaciada de todo contenido científico y pedagógico, de manera que trasladan al interior de sus familias tanto sus propios miedos y temores, que se refuerzan con los miedos al placer y a la libertad sexuales que les inculcaron a ellas en su infancia y adolescencia, como sus preocupaciones por el riesgo de que las hijas queden preñadas e infectadas por esas enfermedades. La vigilancia sobre los amigos y amigas de las hijas, sobre sus formas de diversión, los locales que frecuentan y las gentes con las que se relacionan, estas inquietudes, pueden llegar a ser absorbentes sobre todo cuando se suceden los suspensos en los exámenes, aumenta la tensión e incomunicación en la convivencia familiar, etc. Sucede otro tanto, pero a diferente escala, en lo relacionado con la vigilancia sobre los hijos, fundamentalmente porque no corren el riesgo que quedarse preñados y porque no existe el problema del aborto.
El poder adulto, para ir concluyendo, aparece así como un instrumento vital en la continuidad del sistema dominante. Todo lo anterior no quiere decir que no existan familias y padres y madres progresistas y hasta revolucionarias, que han asumido el proyecto de crear personas libres, críticas e independientes. Las hay, pero dejando ahora de lado las que están en la cárcel, en el paro y en grupos organizados, el resto han de mantener una heroica lucha digna de todo apoyo material y moral.
3.- ¿Qué es el movimiento juvenil?
Otra de las características del poder adulto es que impide obsesivamente que la juventud pueda autoorganizarse, pueda desarrollar sus medios de prensa y debate, de coordinación. El poder adulto tiene tres métodos fundamentales para impedirlo: uno, vigilar de cerca a hijas e hijos para que solamente puedan relacionarse con sus círculos allegados, familiares, amigos de escuela y estudio, convecinos, etc., en su vida cotidiana; dos, permitir una cierta autonomía en las amistades y en las relaciones, sobre todo cuando los estudios o el trabajo limitan el control adulto por problemas de distancia geográfica, horarios, edad, etc.; y tercero, en el peor de los casos, asumir que la juventud necesita «desahogarse», vaciar su «fogosidad» uno o dos días a la semana para que el resto del tiempo estudie o trabaje al máximo. Este tercer caso se da en las fases más críticas de la edad juvenil y el poder adulto lo justifica diciendo que los excesos cometidos en tales casos son «pecados de juventud», que se superan con la edad, una especie de «acnea juvenil».
Para romper este cerco la juventud solamente tiene dos recursos: uno es el más fácil e inútil, el de las cuadrillas, las bandas, los grupos de amigos y amigas que se forman por pura necesidad de desahogo y protesta, y que se deshacen al poco tiempo cuando la implacable lógica capitalista ha arrasado toda veleidad escapista; y otro, el movimiento juvenil organizado con fines de superación del poder adulto y de la sociedad burguesa. Existen muchas variables entre ambos extremos, pero al final el problema aparece en toda su crudeza: más temprano que tarde la juventud ha de enfrentarse al poder adulto si quiere abrir las puertas para su emancipación vital. Y la única forma de hacerlo es mediante el movimiento juvenil, colectivamente, porque es imposible luchas en aislado contra el poder adulto. La familia burguesa aísla a la juventud, rompe su unidad al imponer la denominada «familia nuclear» centrada en el dominio del padre. En su origen, la familia proletaria facilitaba el contacto de la juventud obrera en las grandes barriadas populares, alrededor de talleres y fábricas, al igual que lo hacía la familia campesina en los trabajos del campo y en la vida en los pueblos, en sus fiestas. Pero la familia burguesa, núcleo del poder adulto, se mueve en otro cosmos vivencial, el del individualismo burgués.
Luego, debido a cambios que no podemos exponer ahora, muchas familias obreras asumen el mismo aislamiento y tratan a sus jóvenes de forma similar en lo ideológico, aunque en la realidad, la juventud obrera tiene más facilidades para su coordinación en movimientos juveniles. Pero el capitalismo reacciona, el Estado, la Iglesia y más tarde el consumismo, actúan contra la juventud obrera, y sobre todo, el giro al reformismo de los partidos «comunistas» desde la mitad de los años ’70, todo esto destroza cualquier posibilidad de que la juventud aprenda de las luchas juveniles anteriores, reciba lecciones teóricas y ayudas prácticas en la creación de su movimiento juvenil. Como veremos luego, si la juventud no tiene referentes en los que basarse, si desconoce otras luchas juveniles y si carece de un proyecto, objetivos y estrategia, entonces su reacción se limitará a reunirse espontáneamente en la calle, en los bares y salas de fiesta. No es cierto que la juventud rechace estar junta. Al contrario, rechaza el aislamiento y la soledad. Lo que ansía y necesita vitalmente es explorar el mundo sin la vigilancia del poder adulto, de los padres, y con un grupo de jóvenes de su edad. El movimiento juvenil tiene, por tanto, una base objetiva de formación pero, sin embargo, tiene unos poderosos enemigos y obstáculos que debe superar.
La burguesía conoce perfectamente esa naturaleza social y colectiva de la juventud y la orienta en la dirección que a ella le conviene: desde los clubes deportivos reaccionarios, las asociaciones militaristas y fascistas, hasta la manipulación teledirigida de las aglomeraciones juveniles en los fines de semana para introducir masivamente toda serie de drogas, pasando por las asociaciones religiosas y por los espectáculos montados por la industrial musical. El poder adulto controla mal que bien esta realidad, dando cierta autonomía relativa a muchos grupos porque prefiere, en el peor de los casos, una juventud obrera podrida por la droga y el consumismo irracional, que radicalizada política y culturalmente. Este cálculo metódico y frío de la burguesía aparece en su plena operatividad en las barriadas obreras y populares, en los lugares de encuentro espontáneo de la juventud, en donde ésta pierde el tiempo porque el sistema no sólo no le ofrece nada mejor, sino porque el sistema le impone semejante forma de «diversión». Dentro de esos grupos que se forman y se deshacen, que se mezclan y que se enfrentan, vigilando a distancia como las hienas a sus víctimas, las mafias de las drogas, las tiendas con sus ofertas de consumo, los medios de prensa con su ideología individualista y sexista, agresiva y racista. No debe sorprendernos, por tanto, que buena parte de la juventud obrera y popular termine definitivamente integrada en el sistema al carecer de otra referencia.
El movimiento juvenil tiene precisamente la función de aportar tal referencia ausente, de mostrar que la juventud malvive en una realidad objetiva que no comprende y ni tan siquiera ve porque cree que su forma de vida es la única posible. Pero el movimiento juvenil no surge de la nada, necesita que anteriormente haya existido una juventud que luchó en su momento, que se autoorganizó y que se preocupó por formar a otros jóvenes de modo que, al llegar a su edad adulta, germinara lo sembrado anteriormente. Aquí llegamos a un punto crítico en el problema que tratamos: la responsabilidad doble de las generaciones adultas que se dicen progresistas, de izquierdas y hasta revolucionarias por, primero, no haberse organizado ellas en movimiento juvenil en sus años jóvenes y, segundo y en caso de haberlo hecho, por no haber aportado su experiencia, sus errores y acierto, a la juventud posterior, a sus hijas e hijos. Exceptuando procesos de liberación nacional y social y contextos de lucha de clases muy avanzados, en las situaciones «normales», son muy poco los padres que han sido militantes revolucionarios los que cuentan a sus hijos sus experiencias de lucha, y menos aún lo hacen los obreros que sostuvieron huelgas y que luchas sindicales, que no políticas. Este miedo a «contagiar» a los hijos e hijas, a mostrarles un mundo de peligros, se acrecienta si los partidos que fueron revolucionarios han girado al reformismo, han abandonado a sus antiguos compañeros y han traicionado los ideales del pasado, y sobre todo se multiplica si la burguesía incrementa la represión.
Nunca tomaremos suficiente conciencia crítica de la responsabilidad de la izquierda amaestrada en el olvido de la tradición de lucha, en el abandono de la política y de la ética revolucionaria y en el rechazo cobarde a traspasar a sus hijos e hijas, a la juventud de su entorno, de sus barrios y fábricas, estos imprescindibles valores humanos. Esta traición es aún mayor en las naciones oprimidas, en las que la historia oficial está construida por el Estado ocupante, y la verdadera historia nacional, la del pueblo oprimido, es desconocida por cuanto no ha sido ni investigada ni contada por sus protagonistas a la juventud.
Teniendo todo esto en cuenta, una de las primeras tareas que ha de asumir el movimiento juvenil es la de mostrar a la juventud la existencia de auténticos valores humanos que perviven en la vida subterránea, en los subsuelos del desierto exterior, de la superficie oficial y aparente de la vida. Pero ha de hacerlo mediante la pedagogía del ejemplo concreto, en los problemas acuciantes e inmediatos que asfixian a la juventud. Las grandes proclamas apenas sirven de nada si previamente no están apoyadas por el ejemplo de los padres, de las personas mayores conocidas, o por el ejemplo social y popularmente arraigado de una lucha de liberación que se ha ganado a pulso su legitimidad histórica. En ausencia de este contexto de deslegitimación social del poder explotador, o con una débil deslegitimación, las grandes soflamas carecen de valor, siendo fundamentales las luchas por los problemas concretos. Ahora bien, la sola acción por la acción sobre los problemas concretos sin una explicación teórica que la sustente y sin una demostración práctica de que existen esos valores colectivistas, humanos y solidarios, no individualistas ni egoístas y pasotas, esta acción por la acción tampoco sirve de nada a medio plazo.
Una de las necesidades más urgentes de la juventud que se abre al mundo con una mentalidad crítica es la de comprobar en los hechos que es posible realizarse humanamente en la vida, que es posible, agradable y reconfortante construir un mundo justo, que hay gente que no es como lo es la mayoría, como son los padres, por citar el ejemplo más inmediato, que dicen una cosa y hacen la contraria, que vociferan en casa y en el campo de fútbol pero que son unos cobardes frente al patrón y al poder. Unos padres y amigos que una y otra vez aceptan en silencio los recortes laborales, sociales y sindicales, los que les afectan directamente a ellos y a medio y largo plazo a sus propios hijos e hijas, que sufrirán un mayor explotación en una vida precarizada al máximo porque las generaciones adultas del presente no se han enfrentado a la burguesía, ni al Estado ocupante, dejando que la situación empeore ahora y más aún en el futuro.
Muy importante es que la juventud comprenda en su propia vida colectiva que lo que el poder adulto desprecia denominando «política» –«no te metas el política que trae problemas», «todos los políticos son una corruptos», etc.– es solamente la política burguesa, la que realiza esta clase, la que sufren las y los explotados. La política está corrupta porque la corrupción es un componente interno del capitalismo. Lo ha sido desde sus orígenes pero está aumentando aún más su papel como recurso necesario para superar las dificultades crecientes del sistema. Pero cuando el poder adulto dice a sus hijas e hijos que la política trae problemas está refiriéndose a la política revolucionaria, a la política de liberación nacional y social, a la política de los oprimidos y oprimidas. Hemos dicho arriba que no se puede hablar en abstracto del poder, de la democracia, de la política, etc. Cuando el poder adulto advierte a la juventud que no se meta en «líos políticos» se está refiriéndose a los líos represivos que tarde o temprano y en menor o mayor cuantía, según los casos, acarrea la política independentista y socialista, antipatriarcal.
El movimiento juvenil ha de realizar, por tanto, una pedagogía práctica mostrando que la buena política, la de los y las oprimidas, es la síntesis, el concentrado de todos los valores humanos, de la solidaridad y del internacionalismo, de la capacidad crítica y autocrítica, del conocimiento libre y científico y de la filosofía humanista y atea. La política revolucionaria, en cuanto praxis vital, genera una profunda ilusión por la vida, por el futuro, un optimismo y una alegría cotidiana que se basan en las demostraciones obtenidas a diario de que es posible la victoria sobre la explotación, de que el opresor no siempre vence y de que la dominación tiene un límite a partir del cual empieza a retroceder: el de la emancipadora. El movimiento juvenil dispone de recursos suficientes para desarrollar esta praxis, y el fundamental es el de la iniciativa creadora que caracteriza a la juventud desalienada.
4.- ¿Política juvenil de lo cotidiano?
La juventud está sometida a una implacable presión burguesa destinada a impedir que tome conciencia de sus problemas. El poder adulto activa todas sus fuerzas alienantes dentro y fuera de la familia, en la escuela y en la universidad, en las formas de consumo y de fiesta. El poder adulto quiere crear una juventud envejecida, una juventud sin alegría, resignada a esperar las órdenes de arriba, cansada de vivir, ansiosa de protección estatal y acostumbrada a valar como ovejas a la espera del matadero de la jubilación. La cotidianeidad juvenil, la vida vivida a diario, es para la juventud alienada una repetición insípida y mecánica de actos decididos por el poder establecido. La vida cotidiana juvenil se mueve siempre dentro de un horario y prácticas determinadas por el poder adulto. La rutina mecánica juvenil es reforzada por el absoluto desconocimiento de las causas sociales de los problemas que le atañen, y en especial de los problemas inherentes a su edad, a los cambios psicofísicos, hormonales y sexuales que le sumergen en una espiral de problemas ante los que el poder adulto guarda un mutismo total, o los intenta resolver con medidas autoritarias y mentirosas, o posponiéndolos para el futuro, para que desaparezcan por sí mismos con la simple superación de la adolescencia y llegada de la edad adulta.
Muy pocos, contadísimos son los padres que, primero, adquieren los conocimientos necesarios para saber con rigor los problemas inherentes a la juventud, y en especial a los cambios psicofísicos en la adolescencia; segundo, menos aún son los que se atreven a explicar a sus hijos esos conocimientos, dialogar con ellos, corregir mutuamente los errores y autocriticarse si la responsabilidad es suya y no de los hijos y, tercero, todavía son menos los que se atreven a dar altas cotas de confianza a hijas e hijos, por este orden, en cuanto a su libertad personal en base a los dos puntos anteriores. Peor aún, la gran mayoría de padres se desentienden de los problemas de la juventud, los observan desde fuera con una mezcla de desconcierto, ignorancia y miedo, y sólo intervienen poniendo por delante su autoridad y poder, en vez de su capacidad y credibilidad. Es por esto que, cuando la realidad llama a la puerta súbitamente en forma de problemas de los hijos con los estudios, las drogas, los embarazos y el sexo, la delincuencia juvenil, o la política, en estos casos tan frecuentes, la gran mayoría de los padres sienten que el mundo se les ha venido abajo.
El movimiento juvenil ha de crear espacios de cotidianeidad diferente a la impuesta por el poder adulto. El movimiento juvenil ha de lograr que el tiempo dedicado por los jóvenes a su autoemancipación sea creativo e intenso, que transcurra en un instante, que esa juventud que ya se está atreviendo a independizarse gradualmente de la cotidianeidad oficial y a construir la suya, siquiera sólo durante pocas horas, sienta que las horas de libertad son pocas, que cada vez necesita más tiempo para su vida colectiva y personal. Se trata de ir logrando que el tiempo dedicado a la emancipación sea sentido como tiempo imprescindible e insustituible porque es el único que facilita el desarrollo pleno de la juventud. Del mismo modo en que para un trabajador asalariado el verdadero tiempo libre y propio empieza solamente después de que se haya recuperado psíquica y físicamente del agotamiento del tiempo asalariado, también para la juventud su tiempo propio empieza después de que acaba la cotidianeidad impuesta por el poder adulto.
Avanzar en esta dirección implica abrir determinadas vías de praxis, de intervención y debate, de contacto colectivo e interpersonal. Aquí solamente vamos a exponer cuatro grandes bloques interrelacionados de problemas cotidianos que el poder adulto ni quiere ni puede resolver pero que son decisivos para la juventud y, por tanto, básicos para su movimiento. Al interactuar permanentemente, su orden de exposición no tiene ahora importancia ya que ha de ser cada grupo juvenil organizado el que marque las prioridades, siempre desde una perspectiva nacional de lucha por la independencia y el socialismo.
Uno de los bloques ha de abarcar toda la problemática relacionada con la dependencia económica de la juventud, sobre todo de la trabajadora y popular, con los problemas de sus gastos, de que no tienen recursos para realizar una vida autónoma, de que dependen de los padres, a no ser que tengan un trabajo asalariado. La dependencia económica llega a ser el mayor problema para mucha juventud por razones obvias, sobre todo cuando quieren pasar a vivir en otro sitio, con otras amistades, y no pueden hacerlo, o cuando la vida en su familia se ha vuelto insoportable. Además, en la sociedad burguesa la dependencia económica está muy relacionada con la dependencia psicológica y afectiva, con el chantaje emocional tan usado por el poder adulto contra la juventud. Por otra parte, acceder a un trabajo asalariado no tiene por qué resolver definitivamente el problema de la dependencia, sino que incluso puede agudizarla según qué trabajo sea, la situación económica de la familia, etc. Está claro que el movimiento juvenil ha de mantener relaciones directas con la lucha laboral, con los sindicatos no reformistas, con las organizaciones de parados, tanto para intervenir en la lucha de clases en general como para facilitar la lucha laboral concreta de los jóvenes.
Otro de los bloques ha de ser el de la emancipación personal y colectiva de la juventud, muy relacionada con el anterior, por ejemplo con el problema y la necesidad de crear comunas juveniles, gaztetxes, espacios de autoorganización juvenil, etc., vitales para avanzar en la independencia juvenil en todos los aspectos, pero también unida a la desalienación en las relaciones interpersonales, al aprender a tratar a las personas no como mercancías y cosas inertes a utilizar en provecho propio, sino como compañeras y compañeros de lucha. Las relaciones afectivas, amorosas y sexuales, las atracciones y rechazos no conscientes, los celos, las fobias y las filias interpersonales, todo este universo de sentimientos que están excluidos oficialmente de la vida familiar cuando no reprimidos por el poder adulto, tiene en la juventud una importancia sociopolítica práctica decisiva. La independencia personal que es parte de la colectiva, y viceversa, solamente puede desarrollarse cuando, a la vez, la persona joven conoce sus límites y la necesidad de la interdependencia mutua, lo que nos lleva al problema de la comprensión de las necesidades de los demás.
Además, tenemos el bloque de la formación teórico-política, cultural y humanista que debe crecer a la misma velocidad de los dos puntos anteriores. Nunca ningún joven conocerá las razones últimas de su dependencia económica si no estudia el papel de la familia en el capitalismo, y si no estudia la explotación asalariada de sus padres y la explotación de su madre mediante el trabajo doméstico, etc. Tampoco sabrá nunca las razones de su dependencia psicoafectiva hacia el poder adulto, de su alienación juvenil, si no estudia el papel de la ideología burguesa, de la subjetividad dependiente y de la manipulación psicológica en el capitalismo. Lo mismo le sucederá en su vida afectiva extrafamiliar, en sus relaciones sexuales y amorosas, si además de desconocer la interacción entre los factores objetivos y los subjetivos ya citados, tampoco profundiza en la crítica del sistema patriarco-burgués. Desconocerá el verdadero poder deshumanizador del consumismo si no estudia el proceso de producción capitalista, que crea y recrea nuevas falsas y fatuas necesidades, nuevas expectativas huecas que nunca se cumplirán del todo o en absoluto, y que encadenan mental y materialmente a las personas alienadas. Queremos decir que la formación teórico-política simultánea a los avances que se van realizando en la lucha contra el poder adulto, es decisiva para apuntalar esos avances y, sobre todo, para abrir nuevas vías de exploración y de lucha al descubrir otras experiencias y las lecciones que pueden aportar.
Los tres bloques aquí expuestos deben estar enmarcados en una perspectiva general de los problemas históricos de la juventud catalana, de su presente y de las dificultades que deberá superar en el futuro, es decir, dentro de la realidad de opresión nacional que padecen los Països Catalans. La juventud catalana no tiene futuro como tal si sigue bajo la dominación española. Tendrá futuro como parte de la juventud española, pero no como juventud catalana. El movimiento juvenil catalán ha de afrontar el problema español en los Països Catalans como el problema que determina a todos los demás porque, en última instancia, es la burguesía española y su Estado quien impone los estrechos límites insalvables dentro de los cuales se han de constreñir las expectativas de la juventud catalana, su futuro. La opresión nacional de un pueblo niega por definición que éste pueda decidir por sí mismo qué quiere hacer con su presente y con su futuro. Las decisiones tomadas por el Estado ocupante afectan a lo esencial de la libertad del pueblo ocupado: su capacidad de decidir libre y soberanamente qué desea ser.
En cierta forma y salvando todas las distancias, frecuentemente un pueblo oprimido es tratado como un pueblo infantil, no adulto, incapaz de vivir sin el cuidado protector del Estado que lo domina, que asume el papel del poder adulto pero a gran escala. La infantilización del pueblo dominado tiene como objetivo anular su capacidad de independencia, hacerlo eso, dependiente como un niño. Un pueblo es rebajado a su nivel de dependencia infantil cuando desde su historia y pasado hasta su futuro, todo queda en propiedad del Estado ocupante, de sus instrumentos decisorios, cuando es obligado a definirse a sí mismo según los criterios del Estado ocupante. La dependencia infantil puede ser mayor o menor según el grado de autonomía concedido por el Estado, pero en todas las cuestiones decisivas es éste y no la nación oprimida la que tiene la última palabra en todos los problemas decisivos, exactamente igual a cómo el poder adulto trata a la gente joven.
Como vemos, el movimiento juvenil debe enfrentar a la cotidianeidad burguesa otra forma opuesta y superior de practicar la vida, de vivirla y de integrarla en el proceso de liberación nacional, de clase y antipatriarcal de la nación catalana. Los cuatro bloques tan brevemente expuestos afectan a la totalidad de la vida de la juventud y a su futuro colectivo e individual. Debemos estudiarlos más en detalle en sus cuestiones organizativas.
5.- ¿Cómo puede organizarse la juventud ?
Lo que sigue no pretende en modo alguno ser un programa de obligado cumplimiento. Ni podemos ni queremos «impartir doctrina» a la juventud catalana porque, primero, la experiencia de este pueblo es diferente a la vasca y también lo son sus luchas de liberación; segundo, porque hace tres décadas que deje se ser joven, y tercero y lo decisivo, porque la juventud, sea de donde sea, ha de explorar ella misma sus caminos. Esta última afirmación no se contradice con lo dicho arriba sobre la responsabilidad imperdonable de los adultos al no poner su experiencia a disposición de los jóvenes para ayudarles en su emancipación. Lo que no debe nunca la izquierda adulta es imponer autoritariamente un camino a la juventud, cerrando todo debate y, lo que es peor, impidiendo que ésta experimente por sí misma. La izquierda revolucionaria ha cometido muy frecuentemente este error irrecuperable por despreciar la creatividad y la capacidad de autocrítica de la juventud, lo mismo que despreciaba la capacidad del movimiento obrero, de las mujeres, etc., es decir, por creer que solamente la ella, la burocracia del partido, está en posesión exclusiva de toda la verdad. Por su parte, el reformismo siempre ha querido cortar de cuajo, de raíz, la capacidad crítica de la juventud para impedir que se reforzada la izquierda revolucionaria.
Es innegable que en ambas posturas anida más o menos desarrollada la ideología del poder adulto en cuanto tal, que desprecia y teme a la juventud. Los dos errores están, en apariencia, muy distanciados uno de otro, pero tienen la misma base: impedir el movimiento juvenil. De lo que se trata es que la izquierda establezca relaciones bidireccionales con el movimiento juvenil, aportando toda su experiencia, credibilidad y legitimidad conquistadas durante años en los que nunca se ha arrodillado frente al opresor. Durante estas relaciones bidireccionales la práctica irá limando y superando las distancias a la vez que irá creando nuevos puntos de debate. En la medida en que, con el paso de los años, buena parte de los jóvenes que por edad deben dejar la lucha juvenil para integrarse definitivamente en la izquierda revolucionaria, en esa medida aportarán a ésta todo el frescos, iniciativa e intrepidez aprendidas durante su anterior etapa, y en la medida en que se sigan manteniendo los lazos entre la izquierda adulta y la izquierda juvenil, ambas independentistas, la primera aportará a la segunda un caudal de experiencias más amplias, pero siempre deberá hacerlo con el criterio de que a la juventud se le gana convenciéndola en la práctica, con los hechos y con el ejemplo sostenido, y nunca con la demagogia y la verborrea vacía y cínica, autoritaria en el fondo y en la forma, costumbre esta típica del poder adulto.
Teniendo esto en cuenta, podemos proponer cinco principios generales comunes porque sintetizan años de experiencias, conquistas y logros, fracasos y errores. Insisto en que es una propuesta a debate, nada más. El primero trata sobre la seriedad militante. Es un mito adulto, falso y peligroso, la supuesta incapacidad de la juventud para ser seria, eficaz y constante en lo que hace. La ideología adulta desprestigia a la juventud afirmando que es inconstante y despreocupada. Toda la experiencia lo niega, y confirma que cuando la juventud se organiza es capaz de impresionantes logros. Sin embargo, siendo esto cierto, dentro de la juventud como conjunto existen fuertes desniveles de conciencia, y existen grupos de jóvenes más eficaces y militantes, más organizados y autocríticos. Corresponde a este selecto grupo convencer a los demás de la necesidad de una forma de hacer las cosas que maximice los logros y minimice los errores.
Por ejemplo, la puntualidad es muy importante porque ahorra tiempo, multiplica la eficacia, fortalece las buenas relaciones interpersonales, indica el nivel de decisión y conciencia de las personas puntuales, etc. La impuntualidad reiterada puede indicar desgana, indecisión e indiferencia, cansancio, incapacidad para mantener un proyecto sistemático, etc., pero también sentido de superioridad y desprecio hacia los demás, que se les hace esperar y perder el tiempo; y desprecio hacia las decisiones colectivas tomadas en la elaboración de los planes y de sus horarios, que son incumplidos. Uno de los síntomas más claros de que un proyecto colectivo empieza a ir mal, empieza a perder el apoyo de la gente que lo ha ideado es la aparición de la impuntualidad de sus miembros. La puntualidad va unida a otras virtudes y hábitos buenos como son el cumplir con las responsabilidades asumidas conscientemente, el no defraudar en la medida de lo posible, el analizar críticamente cómo se desarrollan los proyectos para corregir los errores, etc. La puntualidad, en suma, saca a la superficie el crucial problema del dominio del tiempo, de saber utilizar el tiempo para la emancipación en vez de malgastarlo según lo manda el poder dominante. A partir del problema de la puntualidad, por seguir con este tema, podemos avanzar en otros dos principios generales estrechamente relacionados con el anterior.
El segundo principio general que afecta al movimiento juvenil surge precisamente de las lecciones obtenidas con el problema de la puntualidad y todo lo que esta trasluce. Hablamos de las relaciones entre el desarrollo personal y el desarrollo colectivo en la juventud que asume diferentes grados de organización, disciplina consciente y lucha independentista y socialista. Para la juventud que empieza a cuestionar el poder adulto que sufre, adquiere gran importancia la necesidad de disfrutar de la libertad que empieza a construir. Frenársela o cortarla con imperativos de militancia severa y estricta, sacrificada, supone el inicio del desastre. Tal vez y en un primer momento, los sectores menos concienciados de la juventud realicen tareas del movimiento que no las comprende del todo, que las siente como impuestas y extemporáneas, pero más temprano que tarde abandonará la militancia y pasará a engrosar el rebaño de los jóvenes desilusionados, cansados y prematuramente envejecidos, y todo porque no se han respetado los ritmos de su evolución personal, han sido forzados y acelerados desde fuera, sin una pedagogía compartida y consciente.
La juventud más concienciada y preparada dentro del movimiento, ese sector más reducido al que nos hemos referido arriba, debe prestar la atención necesaria al parejo desarrollo entre la libertad individual de los jóvenes menos concienciados y las necesidades colectivas de la lucha juvenil. Uno de los métodos más efectivos para mantener parejos e interactivos, en la medida de lo posible, ambos desarrollos, el colectivo y el individual, consiste en, por un lado, crear un contexto de confianza mutua colectiva para tratar estos problemas y, por otro, programar debates colectivos sobre estos problemas, sobre la sexualidad, la afectividad, el papel de la familia y de la religión en la vida cotidiana, el papel del consumismo, de la drogas, de la carestía de vida para la juventud, de la necesidad de independizarse del poder adulto pasando a vivir en comunas juveniles, etc.
El tercer principio es un avance perfeccionado y más extenso de los dos anteriores porque trata sobre las formas de organización juvenil teniendo en cuenta las diferencias internas a la juventud en sus niveles de conciencia y militancia. El sector más avanzado nunca ha de aparecer como manipulador e impositor ante el menos avanzado. Se han de desterrar todas las muestras de prepotencia y chulería, de dirigismo, y se ha de buscar siempre la pedagogía del ejemplo. La sinceridad vuelve a ser, una vez más, imprescindible. Debe comprenderse como normal que quien más milita voluntariamente tenga que organizarse aparte, tenga que hacer reuniones específicas en las que no tienen por qué intervenir quienes menos militan, quien hacer menos. No se trata de crear niveles dirigentes burocratizados, en modo alguno. Se trata de una esencia idea democrática según la cual quien más aporta asume más responsabilidades y por eso mismo debe realizar más reuniones, debe manejar más información, debe disponer de más datos y conocimientos porque su mayor responsabilidad así se le exige. Resulta imposible, por ejemplo, llevar la contabilidad de un colectivo sin reuniones específicas, sin datos precisos y concretos, y como este los demás ejemplos.
Determinadas corrientes individualistas creen que solamente debe existir el funcionamiento asambleario mitificado al extremo, sin comisiones, responsabilidades y tareas específicas que, al final, deben rendir cuentas a la asamblea. Creen que no es necesario un esquema organizativo interno que agilice y ahorre el trabajo; creen que, en suma, que «todo entre todos». En un primer instante y cuando se realizan pocas tareas, este método puede funcionar pero rápidamente degenera en un caos, en un desorden que precipita el fracaso. Peor aún, la experiencia muestra que este método permite el personalismo, el dirigismo burocrático de la minoría sobre la mayoría. Un esquema organizativo –teoría de la organización– es tan necesario en el movimiento juvenil como lo es en el resto de luchas que forman, en su conjunto, el movimiento de liberación nacional, de clase y antipatriarcal. Aunque sea en sus mínimos imprescindibles, que se mejorarán según las necesidades, deben precisarse las normas de funcionamiento de las comisiones, de las reuniones más amplias y de las asambleas decisorias, con sus interacciones, y con las obligaciones correspondientes a cada nivel, que deben siempre supeditarse al debate democrático realizado en las asambleas.
Aquí aparece un problema muy común y muy peligroso si no es tratado correctamente. Ocurre que casi siempre diferentes grupos juveniles tienen relaciones políticas más concretas con grupos adultos organizados en forma de partidos, sindicatos, asociaciones, etc., por afinidad ideológica, o por lo que fuera. La experiencia indica que la mejor forma de evitar roces y hasta choques entre ellos dentro del movimiento juvenil, paralizándolo o arruinándolo, es establecer que cada uno de ellos realice sus reuniones con sus correspondientes grupos adultos fuera del local juvenil, fuera del espacio en el que el movimiento juvenil concreto se autoorganiza, convive, debate y decide. La experiencia muestra que cuando existe «competencia» entre grupos juveniles diferentes dentro de la misma asamblea o local, debe respetarse el criterio de independencia de ese centro, local o asamblea, en la que existen diferentes criterios pero un mismo objetivo estratégico: ayudar a la emancipación juvenil del poder adulto. En la medida de lo posible, han de evitarse las fricciones que surgen de la coincidencia de reuniones de grupos en «competencia» dentro del mismo local. Estos grupos han de comprender que debe garantizarse continuidad del espacio físico en el que la juventud se autoorganiza en lo que le une e identifica frente al poder adulto. Con demasiada frecuencia, las disputas entre grupos llevan al estallido de las asambleas juveniles y al cierre de locales o a su grupusculización sectaria y engreía. Semejante infantilismo radicaloide sólo beneficia al poder adulto.
El cuarto principio trata sobre los medios de comunicación y de estudio imprescindibles para la emancipación juvenil. No existe «prensa juvenil» sino prensa burguesa adulta especializada en la alienación juvenil, excepto muy contados medios críticos juveniles y de la izquierda revolucionaria puestos a disposición de la juventud. Menos todavía existe prensa crítica de las mujeres jóvenes, las más aplastadas. Y llegamos al punto crítico cuando vemos que la mayoría abrumadora de la prensa adulta y burguesa defiende activa o pasivamente la opresión nacional que padece el pueblo catalán. Una tarea urgente es la de coordinar en la medida de lo posible todos o casi todos los medios de prensa crítica juveniles ya existentes, al menos a escala regional ya que hacerlo a nivel nacional catalán es tarea difícil, por ahora. Una coordinación que debe ser debatida y concretada por los movimientos participantes. Las experiencias de las juventudes de otras naciones oprimidas sirve de mucho en esta cuestión porque el poder adulto actúa idénticamente en todas partes, exceptuando diferencias de forma, con la obsesión de impedir cualquier prensa juvenil crítica e independiente, e interactiva, es decir, que englobe todos los medios de comunicación inventados, no sólo el papel, que también, sino los electrónicos, el Internet, las radios libres, etc.
Pero la prensa crítica, interactiva y global juvenil es sólo una parte del problema a resolver, porque la otra es la de los medios de estudio teórico-político de la realidad juvenil. Existe una directa interacción entre ambos que, por obvia, no desarrollados ahora. Del mismo modo en que el poder adulto impide o niega el derecho/necesidad a la información juvenil, también hace lo mismo en el conocimiento teórico-político de su situación. El llamado «problema juvenil» es creado e interpretado por el saber adulto para impedir que lo elabore la propia juventud. El movimiento juvenil en su conjunto, y en sus partes, ha de avanzar en la creación de una teoría de la emancipación juvenil dentro del proceso de liberación nacional catalana, del papel de la juventud en este proceso y de los medios que ha de dedicar para la elaboración del método teórico. Cualquier problema juvenil, desde su miseria sexo-afectiva hasta la precarización laboral, pasando por las drogas, el deporte, la educación, etc., toda su realidad cotidiana es teorizada desde el poder adulto y presentada como la única teoría posible. Poco a poco, pero sin pausa y tomando velocidad, hay que acabar con la dictadura adulta del conocimiento de la realidad juvenil, y esto solamente puede hacerlo la propia juventud en estrecha relación con la izquierda socialista e independentista.
El quinto y último principio trata sobre la perspectiva estratégica del movimiento juvenil, y es el punto de bóveda de todo lo anterior. La edad juvenil es una fase corta, intensa y rápida de la vida humana, decisiva pero fugaz. Muy rápidamente, la juventud alienada ya envejecida psíquicamente por el poder adulto, es transformada en dócil masa explotada hasta su jubilación, e incluso después también aunque de otras formas que no podemos explicar ahora. La juventud que va desalineándose, tomando conciencia crítica de su presente, debe ir tomando conciencia de su futuro personal y colectivo, más aún en una nación oprimida. Cada día que pierda en la toma de conciencia crítica sobre su futuro, es un día ganado por el poder adulto y por el sistema capitalista porque se trata de un proceso natural, biológico, objetivo e ineluctable. El contexto social influye fuertemente en el tránsito desde la infancia a la edad adulta, pero, en definitiva, ésta llega más temprano que tarde. Desconocerlo es ir contra la naturaleza, lo cual es imposible. Por tanto, para no terminar siendo un adulto infantilizado, que es la forma última del joven psicológicamente envejecido por la alienación burguesa, para no terminar siendo un objeto pasivo en vez de un sujeto activo, el joven, la joven ha de tomar conciencia de que le queda cada vez menos tiempo para prepararse como joven crítica y luchadora, que es la base imprescindible para llegar a ser una mujer libre.
El objetivo del movimiento juvenil es el de acelerar la formación crítica de la juventud para que esté en las condiciones óptimas de autoconstruirse como generación adulta con capacidades de praxis revolucionaria omnilateral y pluridimensional, justo todo lo contrario del adulto infantilizado, dependiente y unilateral creado por el sistema capitalista mediante el poder adulto, entre otros instrumentos disciplinadores y represores. No hace falta decir que este modelo estratégico corresponde a la visión marxista de la especie humana como ser-humano-genérico que avanza en su autogénesis como especie animal autoconsciente, propietaria de sí y de su destino porque es a la vez propietaria colectiva de sus fuerzas de producción. Tampoco hace falta decir que, en un contexto de opresión nacional, explotación de clase y se sexo-género, y de dominación cultural extranjera, la independencia nacional del pueblo trabajador, en este caso del catalán, se constituye como el único proceso liberador que permite la realización histórica del ideal marxista arriba expuesto. Por tanto, en todo pueblo nacionalmente oprimido el movimiento juvenil ha de ser independentista.
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