En España, de lo que ocurre en su sociedad la ciudadanía lo sabe casi todo. Es más, quizá nada hay que no sepa. Y tan espesa es la realidad social que no creo que haya otro país europeo donde, en general, se viva más alegre y despreocupadamente y al mismo tiempo con más desasosiego. Hasta […]
En España, de lo que ocurre en su sociedad la ciudadanía lo sabe casi todo. Es más, quizá nada hay que no sepa. Y tan espesa es la realidad social que no creo que haya otro país europeo donde, en general, se viva más alegre y despreocupadamente y al mismo tiempo con más desasosiego. Hasta tal punto esto es así que si uno no quiere enfermar de exasperación, lo saludable es desconectarse de la realidad o solo asomarse a ella con cautela y no pasar de leer los titulares.
Pero eso no obsta para saber también que hay hechos, de este país y de un sistema que nos va devorando poco a poco en lo material, en lo psicológico y en lo moral que o se silencian y no aparecen en las parrillas informativas, o se publican no cuando acaban de suceder sino calculadamente, y no sólo con intención de recopilar pruebas sino también por presiones oscuras (toda presión lo es) desde los centros neurálgico del poder, instituido o de facto, para que no salgan a la luz, al menos en ese preciso momento.
Pues cuando el hecho grave aflora, se investiga o se juzga, resulta que o su gravedad ha prescrito o las condiciones que vive el país en general y la figura del presunto culpable en particular amortiguan el hecho hasta quedar reducido a anécdota. En todo caso los dos partidos del bipartidismo virtual arropan las imposturas principales, entre otros motivos porque parte de sus miembros viven del statu quo, monarquía incluida, y de la alternancia, y por eso la promueven aunque favorezcan y solapen con ello infamia tras infamia desde la Transición y millones de personas lo paguen con su miseria o su salud…
Pero también sabemos que, conociéndolo todo, en muchos casos es todo menos lo más grave. Al poder económico, al financiero y al empresarial les interesa la estabilidad social y la política aunque el desengaño, la frustración y el cierre de las puertas que dan al futuro de millones de personas estén a la orden del día. Por eso presionan para que el político, el gobernante o los miembros de la monarquía no sean investigados a fondo, no sean juzgados a conciencia castigados estrictamente pese a haber sido inductor, autor intelectual o autor a secas de tropelías y graves abusos que constituyen delito social. Es más, cuanto más escandaloso y más grave es el hecho, y más relevante la personalidad del presunto culpable, sea un presidente de gobierno o un ex rey, más a salvo: a todas luces lo que menos podíamos esperar el siglo pasado para éste…
En otro orden de cosas pero relacionadas con la naturaleza del verdadero poder, los parlamentarios de cualquier parlamento abordan numerosos asuntos como si fueran ellos quienes deciden nuestro destino y de paso el suyo. Sin embargo ellos y todos sabemos que quienes deciden realmente son los poderes económicos, los financieros y los fondos de inversión que condicionan subrepticiamente al poder político, cuando no le bloquean, a través de su papel concluyente en el empréstito.
Todo se prepara con antelación. Anticipàndose a los acontecimientos políticos, círculos oscuros deliberan para que nada se les vaya de las manos. Por ejemplo, oficialmente sabemos que el banco central europeo, cuyos fondos son públicos por definición pues son la suma de los aportados por cada Estado de la Unión, no presta el dinero a los Estados, se lo presta a los bancos nacionales y estos se lo prestan al Estado a unos intereses arbitrarios de modo que la conducta política de los gobernantes de la nación prestataria dependa de las condiciones impuestas por el banco, por las entidades financieras y por las agencias de calificación. Por ejemplo, sabemos que ahí está Bilderberg y más o menos quiénes asisten a sus conciliábulos, pero ni una palabra oficialmente sabemos de qué tratan, aunque lo suponemos: defender con uñas y dientes la riqueza de quienes la poseen a través de la tenaz imposición de políticas concretas, de cortapisas y de impedimentos a las fuerzas, líderes y partidos que tratan de ahondar la democracia y avanzar en España. Por ejemplo, oficialmente sabemos del incremento repentino del presupuesto militar español, inevitable por compromisos anteriores contraídos, que desdibujan la voluntad antimilitarista de millones de españoles, y se imponen ahora a la voluntad de un presidente de gobierno español de convencional y presunta progresía. Por ejemplo, sabemos que un ex rey hace mucho cayó en la infamia, pero su castigo conduciría a una convulsión social de suficiente envergadura como para remover los cimientos del Estado. Por ejemplo, sabemos de la deriva que tomó Grecia tras prolongados periodos de indignación social abanderados por un economista no neoliberal que, una vez presente en los entresijos políticos y económicos europeos, fue expulsado difuminándose así tanto el político como su noble causa prácticamente para siempre. Por ejemplo, sabemos que la modificación del artículo 135 de la Constitución española en cuya virtud los primeros en cobrar son los acreedores internacionales, aunque una vez pagados no quede ni un sólo euro en las arcas públicas obedece a un mandato indirecto del poder bancario europeo (modificación, por cierto, que el portavoz del partido del gobierno de aquel entonces intentó justificar al comunista que le interpeló en el Congreso, con frases como estas: «no hay otra opción, la presión de los mercados obligaría a hacer más recortes; las tensiones en los mercados han llegado a un límite que ponen en riesgo las políticas sociales. Esta es la realidad»).
Y es que, reconozcámoslo de una vez para no engañarnos constantemente, parlamentarios y dirigentes apenas tienen voluntad propia y pintan poco, mucho menos de lo que imaginamos. Pues, habida cuenta que pocas cosas escapan en este sistema al influjo de la economía, están abducidos. Todo depende de la realpolitik, que no es otra que la exigida por los poderes financieros y económicos y los fondos de inversión, en unos aspectos, que, en otros, se suman a las trabas y compromisos con la Unión económica europea a su vez asimismo a ellos sometida. Sabemos que todo podrá seguir en apariencia un curso «natural», pero que cuando esas fuerzas sienten que una iniciativa compromete su statu quo, los préstamos son acompañados de condiciones que marcan severamente el rumbo de la sociedad. No en vano Marx decía que la política es una mera superestructura cambiante de lo económico…
No es ya del mito de la caverna platónica o del elogio de la locura eramista de lo que hablo, que también, sino de una realidad inalcanzable para la virtual totalidad de la población de cada nación y del mundo, o acerca de una realidad cuyo conocimiento, aun siendo asequible no conviene manejar en la información o en los relatos públicos porque quizá la civilización, al menos la occidental, se desplomaría como el edificio de una demolición controlada o un rascacielos engullido por un profundo movimiento de tierras. Hablo de que, si atravesásemos las paredes y nos constase la certeza de cómo se han preparado numerosas situaciones para las sociedades del sistema y la nuestra en particular, nos echaríamos las manos a la cabeza e iríamos a los centros neurálgicos del sistema para hacérselo pagar a los culpables verdaderos…
Por todo esto me pregunto, ¿qué sentido tiene arremeter, increpar, maldecir y perseguir a los títeres interiores del país, si los verdaderos y gigantescos depredadores están fuera? ¿No debería el mundo que quiere ser verdaderamente libre ir contra estos? ¿Podemos contrarrestar la globalización? Porque la realidad que no trasciende pero nos trasciende es que los políticos y sus dirigentes son unos auténticos peleles, sobre todo los de países de estructura endeble, como España. Quizá no pueda evitarse. Pero ya que creemos saberlo todo, no olvidemos esto, pues es posible que ese sea el comienzo de buscar otros caminos para romper hostilidades, no con los intermediarios, los miembros del poder político, sino con quienes son la causa de la causa, los depredadores del poder económico.
Imaginemos que se instala en los parlamentos la formulación de esta verdad: «son los poderes económicos los que mandan, nosotros les estamos sometidos, ¿qué podemos hacer?» Pues bien, si las naciones no prefieren que la humanidad salte por los aires, quién sabe si el aflorar desde el subsconsciente a la consciencia de parlamentos y ciudadanía, psicoanalítica y sanitariamente, que los poderes económicos son los que deciden, no facilitaría eso el comienzo y desarrollo de una nueva y más saludable Era de la humanidad.
Se dice que España entra en bancarrota en 2019. Si es así, sólo habrá unos ganadores. Si ahora nuestro futuro, el de los demás, es incierto, ya nos podemos preparar… Lo peor es que, si no intentamos remediarlo, todo seguirá má s o menos así hasta que desde el primero hasta el último ser humano se dé cuenta de que el dinero no se come…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista
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