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Entrevista al Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) de Chile

Poder popular y lucha contra el imperialismo en la América Latina contemporánea

Fuentes: Rebelión

Néstor Kohan: ¿Cómo y cuándo nace el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR)? Frente Patriótico Manuel Rodríguez: El nacimiento «oficial» del FPMR fue un 14 de diciembre de 1983, por medio de una acción armada, un sabotaje al sistema eléctrico nacional, que produjo un apagón en gran parte del país. Fue el Partido Comunista de Chile […]


Néstor Kohan: ¿Cómo y cuándo nace el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR)?

Frente Patriótico Manuel Rodríguez: El nacimiento «oficial» del FPMR fue un 14 de diciembre de 1983, por medio de una acción armada, un sabotaje al sistema eléctrico nacional, que produjo un apagón en gran parte del país. Fue el Partido Comunista de Chile (PCCh) el máximo responsable en la creación del Frente, pero ni fue absoluto ni apacible este papel. Fueron casi diez años de una compleja lucha ideológica en su interior que significaría no sólo el nacimiento del Frente, sino toda una concepción político militar que desembocaría en la política de Rebelión Popular contra la dictadura militar, con un complejo de estructuras no tan famosas pero tan importantes como el FPMR.

N.K.: ¿Por qué eligen ese nombre?

FPMR: Entre los meses de Julio y Diciembre de 1983 aparece el nombre de FPMR., y según testimonios de algunos participantes, el Jefe del FPMR, Raúl Pellegrin «Comandante José Miguel» llegó ante sus subordinados con el nombre de la organización uno o dos meses antes del 14 diciembre de 1983, fecha oficial designada como de su fundación. El nombre indica la reivindicación histórica de Manuel Rodríguez, héroe de la guerra contra el colonialismo español en el siglo 19, cuyas acciones guerrilleras hostigaron y debilitaron a las fuerzas realistas de la misma manera que mantuvieron vivo el espíritu rebelde y libertario de los patriotas. Lo de «Frente Patriótico» era en 1983 expresión de una política que buscaba la unidad de todas las fuerzas antifascistas de Chile.

N.K.: ¿Cuál es el balance histórico que realiza hoy el FPMR de la política que fue hegemónica en el seno de la Unidad Popular (UP) durante el gobierno de Salvador Allende [1970-1973] y de los intentos alternativos durante aquella época por parte del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)?

FPMR: Con el golpe militar de septiembre de 1973 los militares iniciaron una guerra contra el Gobierno Popular de Salvador Allende y todos sus partidos políticos y adherentes, que había realizado cambios en terrenos sensibles para los sectores mas privilegiados de la sociedad chilena y perjudicaba de manera ostensible los intereses de los EEUU en el país. Sin embargo esos cambios se pretendían realizar desde, o respetando la institucionalidad burguesa.

En efecto, el proyecto popular (desde 1952, en que por primera vez se postula Salvador Allende) carecía de toda idea o planteamiento sobre cómo defender tales cambios en el terreno militar. «No a la guerra civil» fue una de las últimas consignas que guiaron a su militancia y sectores populares. No hubo capacidad de resistir al golpe porque los partidos populares conductores del proyecto de la «vía chilena al socialismo» no podían en ese entonces conducir, responder u organizar una guerra.

Múltiples son los argumentos que sustentan esta realidad, pero creemos que en última instancia, no podrían hacerlo básicamente porque el proyecto de la Unidad Popular no contemplaba dicha variante, es decir la destrucción del poder o el Estado burgués como garantía de triunfo de la revolución. Por ello no podían estar preparados ni preparar al pueblo para defenderse ni menos pasar a la ofensiva en un escenario de lucha violenta, pues nunca de manera oficial y planificada se contempló tal posibilidad. No existía una concepción política, ni militar, ni estratégica que contemplara a la guerra como un medio necesario y predecible en el camino de la revolución.. Años más tarde muchos militantes de izquierda aprenderían que una respuesta en ese terreno debía pasar por un cambio radical en las bases del proyecto y por una prolongada y compleja preparación multilateral de todos los partidos y los sectores populares que participaron del Gobierno Popular. En este sentido el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, fue de las pocas organizaciones que sí contemplaba una estrategia de construcción y acumulación de fuerzas en pos del poder popular y de su defensa a través de la fuerza material, pero este fue un proceso que no tuvo el tiempo ni la correlación de fuerzas como para profundizarse. En realidad en ese entonces sólo se pudo resistir el golpe de aniquilamiento a los partidos y organizaciones sociales y reorganizar un funcionamiento básico en medio de complejas condiciones.

Los partidos populares conductores de esa singular «vía chilena al socialismo» (es decir vía pacifica) apreciaron a un país distinto, a unas fuerzas armadas que no eran lo que suponían, a partidos políticos «democráticos» que escondían su anti-democracia, a una derecha con histórica tradición de violencia, competente y capaz de las más infinitas crueldades si se trata de mantener el poder. Apreciar un país que no era, determinó un proyecto erróneo por definición. Se podía conquistar parte del poder político pero no se podía predecir ni remotamente el insospechado escenario que se dibujó en el país a partir de septiembre de 1973. Los ideólogos de aquel proyecto no podían protegerse ni enseñar a proteger la integridad física ni los sueños y esperanzas de parte importante de la población y sus dirigentes. Allí está parte de la cuota de responsabilidad de los conductores de un proyecto derrotado.

N.K.: En algunos países de América Latina la concepción del comunismo tradicional utilizó sus aparatos de seguridad y sus frentes político-militares como elementos de presión para ser empleados en la negociación política. ¿Se dio este fenómeno en el caso del PC chileno?

FPMR: En términos generales podríamos decir que dicho fenómeno se dio como un proceso, el nacimiento del Frente fue resultado de la evolución y desarrollo de la política del Partido Comunista de Chile que después de intentar distintos caminos para enfrentar al régimen militar llegó a la conclusión de que «están cerradas las opciones pacíficas para la derrota de la dictadura» y que «el pueblo recurre y recurrirá a todas las formas de lucha, incluida la violencia aguda, para derrotarla». Surgió un nuevo proyecto político, la rebelión popular, que entró a cambiar cualitativamente el contenido de la confrontación política.

Durante la lucha en contra de la dictadura, el trabajo militar – como un elemento más de la política del PC – estuvo regido por el objetivo político de terminar con la dictadura mediante el desmoronamiento político-moral de las FF.AA.

Esto determinó que la construcción y desarrollo del trabajo militar respondiera a las necesidades de un enfrentamiento destinado a desmoronar al enemigo mediante golpes orientados a desestabilizarlo y no a aniquilarlo. Es decir, asumiendo lo militar sólo en sus aspectos operativos y no inscrito en una estrategia de poder.

Es decir la política militar del PC no se planteaba una guerra revolucionaria. Podría tener una equivalencia con una forma de insurrección parcial que no tenía como objetivo la derrota militar del enemigo sino su derrota política.

Ese diseño tal vez fue el «único posible» o el «mejor resultado» del empuje y la búsqueda de un sector revolucionario dentro del PCCh, limitaciones que fueron fuentes de contradicciones que después del ’86 fueron determinantes en la conducta política del PC, de sus cuadros y militantes.

Tras el atentado a Pinochet se dio una ofensiva estratégica del autoritarismo en que los militares retomaron la iniciativa y lanzaron la proyección del régimen, en un cuadro favorable al dictador.

Pese a que en 1987 permanecía vivo el espíritu de lucha y movilización en vastos sectores, a la larga primó el partidismo de los dirigentes sociales y la presión hacia ellos de las cúpulas políticas afines a una u otra salida de la dictadura. Pues estábamos claramente ante dos proyectos políticos: el burgués – liderado por la DC [Democracia Cristiana]- y uno democrático popular – liderado por el PC -, lo que en este nuevo contexto político llevó a la desunión del movimiento social, a partir de la influencia política de los partidos en ese campo, en sus organizaciones y en sus dirigentes sociales.

El protagonismo alcanzado por las masas en su lucha combativa contra la dictadura pasó a ser secundario y lentamente comenzaron a entrar al escenario los dirigentes políticos en representación de éstas. Ellas dejaron de ser sujetos sociales combativos y pasaron a ser objetos sociales de los intereses particulares de los partidos políticos, sus proyectos y sus disputas ahora netamente electorales.

Otro factor que incidió en la desmovilización social fue la actitud asumida por el PC que frente a la posibilidad de verse aislado, revisó su línea y readecuó su táctica. Optó por un camino distinto al trazado por la Rebelión Popular, en que el trabajo militar dejó de ser un elemento necesario y se transformó en un estorbo que políticamente lo comprometía. Con ambigüedades en su discurso, paulatinamente se fue incorporando al proyecto burgués y a una movilización netamente electoral. Este viraje fue el que terminó provocando el quiebre que hizo romper al FPMR con el Partido Comunista.

La situación política entró en una nueva fase. El régimen consolidó un nuevo orden político, económico y social y estuvo dispuesto a hacer concesiones, incluso a costa de perder el gobierno, dando paso al plebiscito. La oposición burguesa transformó la movilización combativa del pueblo en un combate electoral, del cual salió exitosa.

N.K.: ¿Cómo analiza el FPMR el capitalismo actual en Chile y el ejercicio del poder por parte de sus clases dominantes?

FPMR: A principios de los años 80 del siglo XX se imponen en la conducción de la dictadura militar los intereses de la llamada «burguesía monopólico financiera», que en alianza con el capital transnacional da forma a una economía exportadora de materias primas o productos con bajos grados de elaboración, y a su vez importadora de productos altamente elaborados. En lo político, teniendo a las FFAA como instrumento principal, se legaliza esta reestructuración con la Constitución Política impuesta el año 1980, que presenta severas restricciones en relación con el orden anterior. Junto a ello los distintos gobiernos civiles han promovido una gestión fuerte del orden público, entregando amplias facultades a los organismos operativos y de inteligencia, aún a costa de conculcar muchas veces los derechos de las personas.

En definitiva, el Estado es el principal garante del «neoliberalismo»; la clase dominante ajustó el aparato estatal a sus intereses, transformando sus mecanismos de intervención económica y social en el país por la vía de reducir drásticamente su incidencia en ese campo, pero fortaleciendo y modernizando su rol de control y represión a los sectores sociales y políticos opositores al sistema, vía por la cual ha podido recurrir tanto a la represión, como a la institucionalización de las organizaciones sociales para que las demandas populares no amenacen el esquema instaurado, y el uso de los medios de comunicación social como una eficiente arma de manipulación ideológica en la sociedad.

El proyecto Rodriguista enfrenta la realidad de un país marcado por las contradicciones propias del capitalismo: explotación y cesantía estructural para las y los trabajadores que ven sus derechos pisoteados por la legislación laboral, jornadas de trabajo que se extienden a más de 12 horas, explotación de niños, distribución regresiva del ingreso, sistemas de salud y educación excluyentes y orientados hacia el lucro, y una sistemática usurpación de las tierras de la nación mapuche para favorecer el desarrollo del capitalismo en el sector rural.

Chile es un país que ha fortalecido las cadenas de la dependencia, que no ha logrado salir del subdesarrollo acentuando el crecimiento desigual como país exportador de materias primas, proceso controlado por un puñado de multinacionales y grupos económicos, y también por el mecanismo de la deuda externa que entrega y la tutela del Fondo Monetario Internacional. Por lo que el nuestro es un país capitalista dependiente o neo-colonial, carente de poder de decisión real para trazar sus líneas de desarrollo, donde de nada sirve votar por parlamentarios o presidentes cuando las decisiones trascendentales se toman en reducidos círculos patronales criollos o extranjeros.

Por eso planteamos que la contradicción principal del periodo es «Neoliberalismo» versus lo Nacional, ya que hoy día lo «nacional» se ha transformado en un elemento subversivo, ya que basta plantear algunas reformas cosméticas para que el imperialismo se sienta amenazado en sus intereses políticos y económicos

N.K.: Durante aproximadamente dos décadas en las pomposamente denominadas «transiciones a la democracia» del cono sur latinoamericano se ha priorizado la gobernabilidad por sobre los derechos sociales de los trabajadores y el pueblo. ¿Cómo evalúa el FPMR esas transiciones y qué actitud asume ante la gobernabilidad?

FPMR: Estos 16 años de gobiernos civiles, de la denominada «democracia representativa», se caracterizan principalmente por un proceso dirigido a consolidar la convergencia de las instituciones políticas y del Estado, con los intereses de los grupos económicos nacionales y transnacionales, la burguesía monopólico-financiera.

La búsqueda de esta convergencia -el consenso neoliberal- es lo que el bloque dominante ha denominado «transición a la democracia» que en concreto significa cómo las distintas esferas del poder resuelven y se hacen cargo de problemas o contradicciones que pudieran afectar la tranquilidad y legitimidad del modelo y sus actores principales, por ejemplo los temas llamados de derechos humanos, los «enclaves autoritarios» y la «equidad».

En síntesis, nuestra «democracia» representativa en realidad representa la continuidad del modelo, representa los intereses del bloque dominante del país, que participa, decide y gestiona directamente la política, la economía y todos los aspectos de la base y la superestructura de nuestra sociedad

En este marco es que al terminar su gobierno, Ricardo Lagos no pudo evitar la tentación de decretar el «fin de la transición», con una declaración pomposa que se refiere a las últimas reformas constitucionales que flexibilizan aspectos del sistema político, como los senadores designados, vitalicios, etc., y de paso lo legitiman aún más a escala internacional.

Sin embargo, esta convergencia neoliberal produce también que la gestión de la política y la economía están cada vez más distanciadas de los sectores sociales. Los llamados poderes del Estado muestran hoy día su real carácter, entidades alejadas y por encima de la población, pero que si lo requiere puede ser represivo y violento, apelando a leyes como la Antiterrorista y de Seguridad Interior contra sectores que se organizan y luchan por sus derechos y dignidad, como en el caso del pueblo mapuche.

El mencionado abismo entre los intereses del Estado y los partidos oficiales respecto a los de la mayoría del pueblo, los hace convertirse en aparatos electorales que disputan base social con sólo esos fines, que más bien administran cuotas de poder en su propio seno, haciendo diversos cálculos, movidas, negociados y «blindajes» con el único fin de asegurar sus propias parcelas políticas..

La disputa no es electoral porque sí, se trata de acceder a la administración del Estado, ya sea para seguir gozando de sus beneficios económicos (sobresueldos, contratos a lo amigo, consultorías y asignaciones millonarias) en el caso de la Concertación, o bien para acelerar a fondo el saqueo privatizador en el caso de la Derecha. En ambos casos es la disputa de un jugoso botín.

Esta distancia con la población del bloque dominante y sus aparatos no es en forma aislada una amenaza a su estabilidad, no genera en sí misma un antagonismo social capaz de hacerlo temblar. Para esto se requieren condiciones ligadas a la existencia real de movimiento popular, con perspectiva de lucha por romper el actual orden político-social y levantar un nuevo proyecto de desarrollo nacional. Para nosotros esta es una tarea que bajo las actuales condiciones históricas solo podrán llevarla hasta el final los sectores más conscientes y avanzados, en un gran movimiento que unifique a la clase trabajadora y el pueblo en su conjunto, socavando las bases que sostienen al imperialismo en Chile y América Latina

Como escenario de estas reflexiones tenemos que desde comienzos del año 2006 la movilización social se ha acrecentado; los pobladores sin casa y deudores habitacionales, los trabajadores del sector público y de servicios, los subcontratistas de CODELCO, las organizaciones de la nación mapuche, los estudiantes universitarios, y en especial los secundarios, se han hecho escuchar y legitimaron en los hechos la movilización de masas como la principal forma de expresión y participación.

En términos subjetivos, el debate en el seno de la izquierda se traduce en cómo encarar este proceso, hacia dónde capitalizar y proyectar la lucha y la organización social, qué proyecto político se fortalece. En este aspecto de estrategia y táctica, una de las contradicciones principales tiene que ver con la relación con el Estado y el régimen político. Para el Rodriguismo, hoy es posible abrir alternativas más allá del rayado de cancha del poder, y este año 2006 perfiló la oportunidad para que la izquierda revolucionaria se levante, abandone la marginalidad y encabece la lucha por las demandas populares y la construcción social.

N.K.: ¿Cuáles son hoy las líneas directrices y principales del proyecto político del FPMR?

FPMR: En términos estratégicos, planteamos que el nuestro es un Proyecto Revolucionario, en función de resolver la contradicción fundamental que limita el progreso y el desarrollo de nuestro país, mediante un proceso de lucha destinado a erradicar el capitalismo y a construir el socialismo en Chile. Un proceso con expresión continental que sólo es posible concebir en medio de una constante y creciente confrontación entre las fuerzas que defienden los intereses del capital y del imperio con las de un pueblo que aspira a su liberación.

Un Proyecto Patriótico, orientado a construir una verdadera soberanía del pueblo en los asuntos políticos y económicos del país, usurpados por el capital financiero transnacional en concomitancia con los grupos económicos locales. El sello patriótico de este proyecto es determinado por el carácter antiimperialista de nuestra propuesta de transformaciones destinados a conquistar una auténtica independencia nacional, que nos permita recuperar el control de nuestros recursos naturales y reconstruir la capacidad productiva, enfrentando así la dependencia financiera creada por la deuda externa y el Fondo Monetario Internacional, y terminar con la intervención del imperialismo en nuestra patria.

Un Proyecto Popular, basado en la fuerza de la clase trabajadora, de los pobladores, estudiantes y todos los que se sientan identificados, buscando aportar a construir la alternativa de poder del pueblo, para elevar a los máximos niveles políticos del país la participación popular en una perspectiva de desarrollo independiente y soberano. En síntesis, consideramos que los sujetos potenciales o fuerzas sociales principales de este proceso revolucionario son los Trabajadores, Pobladores y Estudiantes, sectores cuyo elemento unificador es ser igualmente golpeados por este sistema de dominación, que los somete a una situación de explotación, pobreza y/o de dominación estructural irreversible dentro del actual esquema. Esto se refiere a una dimensión visible, que es la falta de ingresos para satisfacer las necesidades básicas (salud, vivienda, educación dignos), pero que en su fondo esta pobreza estructural tiene como causa la relación de explotación inherente al Capitalismo y que se presenta con exacerbada crudeza en su modelo Neoliberal. En este contexto, consideramos a los Mapuche (junto a los Aymará, Rapa Nui, etc.) como una nación originaria, en cuyo seno existen variadas organizaciones y diversas expresiones ideológicas, políticas y sociales.

N.K.: ¿ El FPMR tiene actualmente una estrategia político-militar?

FPMR: Sobre este punto planteamos que la denominada «salida revolucionaria» será fruto de una acumulación de fuerzas de tipo social, ideológica, política y militar que permita la derrota del gobierno y Estado opresor. Las formas concretas de enfrentamiento, ya sean insurreccionales o de guerra prolongada, se irán perfilando o combinando en la misma medida que se agudice el conflicto, por lo que es necesario estar preparados para cualquier variante que la propia dinámica y el pueblo generen.

En definitiva nuestra estrategia efectivamente es de carácter Político Militar, porque entendemos que en la perspectiva de la confrontación del pueblo con el sistema dominante, se deberá transitar por diversos períodos en la acumulación y movilización de fuerzas, y combinando formas de lucha tomando en cuenta los escenarios concretos y la correlación de fuerzas, pero sin perder la perspectiva de que es necesario construir fuerzas populares con capacidad de expresarse materialmente en pos del cambio estructural y responder ante cualquier forma de lucha o grado de violencia.

No hacemos de la violencia un fin, pero consideramos una irresponsabilidad no tenerla en cuenta y no estar preparados cuando el momento lo exija, la historia demuestra que la oligarquía y el imperio no dudan en masacrar al pueblo si ven amenazados sus intereses políticos y económicos. Por tanto los revolucionarios debemos estar dispuestos ideológica y técnicamente para tales niveles de confrontación, haciendo de la violencia revolucionaria un medio determinante en la defensa o avance de las fuerzas populares.

El objetivo estratégico de nuestra política militar apunta a construir la fuerza material para que la organización política del pueblo pueda responder a las necesidades de la confrontación armada y, al mismo tiempo, esté en condiciones de articular fuerzas armadas que aseguren, defiendan y representen los intereses populares. El movimiento revolucionario no puede esperar una insurrección o guerra popular espontánea sino que debe dirigir sus esfuerzos en el seno del pueblo para prepararla y organizarla, el movimiento revolucionario no impulsa este proceso construyendo por fuera del movimiento popular ni lo resuelve en su totalidad con aparatos «especiales», así como tampoco debe confiar en el paso espontáneo de parte de las fuerzas armadas a las filas populares.

N.K.: ¿Qué perspectivas asume la lucha extrainstitucional en el Chile actual?

FPMR: Para responder esta pregunta hay que remitirse primero al objetivo fundamental de nuestra política del período, que es la reconstrucción de Movimiento Popular, teniendo como fuente de esta práctica territorios y sectores concretos, generando las condiciones para que los sujetos sociales alcancen mayor madurez y participación, y se hagan protagonistas del proceso revolucionario. Concebimos a este Movimiento Popular como una fuerza del pueblo, conciente y politizada, organizada en torno a sus demandas sectoriales y nacionales, para enfrentar las políticas neoliberales y sus efectos en los diferentes sectores, ya sean estos; poblacionales, estudiantiles o de trabajadores.

En función de la construcción de dicha fuerza es que hemos descartado la inserción en la institucionalidad, llámese alcaldías, parlamento o presidencia, como paso posible para la mencionada reconstrucción. El régimen político imperante está en general diseñado para cerrar el paso o bien absorber y cooptar expresiones políticas distintas a la del bloque en el poder, situación que en un contexto de desventaja o desorganización de los sectores populares y revolucionarios a escala nacional, vuelve estériles los diferentes intentos de enfrentarlo «desde adentro», de hecho dichas políticas no han logrado siquiera estar «dentro».

Nuestra política en el plano social apunta a la independencia política de las organizaciones populares en relación con los gobiernos y Estado capitalista, a la convergencia de las organizaciones sociales en torno a la lucha reivindicativa y a objetivos comunes; a la generación de plataformas de lucha en el ámbito territorial y sectorial. La perspectiva a largo plazo de este desarrollo es la creación de focos o embriones de un futuro Poder Popular a través de la acción directa de los organismos sociales y políticos en un sector, mediante asambleas, control territorial, construcción de espacios alternativos de desarrollo social, cultural y económico, entendiendo como espacio territorial a todos los sectores sociales coordinados de una zona o región: pobladores, estudiantes y trabajadores.

N.K.: ¿Cuál es la política de unidad del FPMR hacia el campo popular chileno? ¿Hacia qué sectores prioritarios se dirige?

FPMR: El proceso de construcción del período contempla la convergencia de los revolucionarios como una piedra angular de nuestra política, la cual sin embargo deberá lograrse a partir de nuestra organización, es decir el desarrollo en lo interno y en nuestra incidencia, y sustentado en una correcta y sana política de alianzas con todos los que luchen en contra del sistema establecido. Por ello creemos que la flexibilidad debe ser la base de nuestra política de relaciones para con todos aquellos que desde distintas posiciones adopten objetivos inmediatos y estratégicos similares a los nuestros.

La unidad no se resuelve por el hecho formal y mecánico de constituir una estructura orgánica, ni tampoco que los revolucionarios estén al mismo tiempo todos juntos en una misma mesa política, sino que nos parece que hablar de una estructura tiene más bien relación con la finalidad del proceso y no necesariamente con el punto de partida.

La unidad de los revolucionarios debe ser una necesidad e instrumento que potencia un fenómeno simultáneo, que es la unidad del pueblo, de los sectores populares. El entrelazamiento dialéctico entre la convergencia de los revolucionarios y el movimiento social se da en tanto que los primeros son parte integrante de los segundos.

La unidad de los revolucionarios no resuelve el problema de la construcción de movimiento social, pero sí permite enfrentar el desafío en mejores condiciones, políticas, orgánicas e ideológicas.

De esta manera entendemos la unidad no como la simple yuxtaposición de orgánicas y siglas, sino la construcción colectiva en el ámbito de los territorios de aquel Sujeto o Conciencia Para Sí que será el portador y conductor del programa que sintetiza las transformaciones nacionales.

Debemos organizar al pueblo -y lo estamos haciendo- en las distintas formas en que se manifiesta socialmente, ya sea en el terreno laboral, en la población, en la educación, etc. Es decir, debemos instalarlo en un proceso de construcción de conciencia de largo aliento, donde las luchas por las demandas populares sea la piedra angular de esta edificación. En torno a ellas, se configurará una nueva forma de relacionarnos, el surgimiento de nuevas prácticas democráticas, como de ir desarrollando una nueva moral y cultura, vislumbrando la nueva sociedad socialista por la cual luchamos.

Nuestro camino de construcción debe ser capaz de abrir conflictos, de poner a las masas a través de su lucha reivindicativa en la confrontación con el poder. La construcción de movimiento popular no puede ser aséptica, con miedo a contaminarse en la lucha con la institucionalidad. No podemos construir en una burbuja social, encapsulados en un pretendido ya existente «poder popular» que se construye al margen de toda contradicción con el poder capitalista. Es en la lucha, en el enfrentamiento, en la pugna con el poder real de la burguesía donde las masas, armadas con sus reivindicaciones, adquieren la conciencia social.

Como ya dijimos el tema de la unidad de los revolucionarios en este ámbito, debe ser un proceso dirigido y con un plan cuyo cumplimiento de objetivos potencien y amplíen la convergencia. Convergencia llena de hitos, que instale en la realidad nacional una plataforma de lucha o programa mínimo por las demandas populares que reflejen las necesidades más primarias y urgentes de los sectores populares. En este sentido, la unidad por arriba debe tener su correlato en la unidad por abajo, la primera debe ser un instrumento la última el fundamento esencial, la finalidad. De esta manera, la territorialidad en el proceso de convergencia y de construcción del polo revolucionario será un baluarte fundamental.

La tarea de la convergencia y de la construcción de un polo revolucionario es una iniciativa política imposible de postergar, porque no sólo están en juego las reivindicaciones del pueblo, sino también el futuro del país y nuestra factible contribución a la liberación de América Latina. Caminos que ya han iniciado otros pueblos del continente, sobre todo si los rodriguistas no sólo buscamos un proyecto en el ámbito nacional, sino también de carácter continental.

N.K.: Tomando en cuenta la abnegación y la perseverancia de la militancia comunista de base en Chile, ¿cuál es el mensaje del FPMR hacia los colectivos militantes del PC?

FPMR: Es verdad que en la militancia comunista hay compañeros y compañeras abnegados y honestos, hoy en día las diferencias e incluso los conflictos los hemos tenido sobretodo con la actual dirección de ese partido, sin embargo, nuestra opción es plantear abiertamente, y a través de hechos concretos, nuestra política y nuestra visión crítica cuando corresponda. Los últimos conflictos sociales han demostrado que la izquierda consecuente sí puede disputar los terrenos que habitualmente controla el reformismo o el gobierno. Y lo que es estratégico, potenciar la participación de las bases en el campo de los trabajadores, en el ámbito de los pobladores, en el mundo de los estudiantes y en diversos sectores sociales.

Nuestra propuesta es dejar atrás posiciones que convierten los defectos en virtudes, es decir exaltan la ambigüedad, las concesiones y las conductas unilaterales y hegemonistas, que son obstáculos que debe enfrentar el naciente movimiento popular, sin embargo para otra franja de izquierda representada por el Partido Comunista, se potencia una política que busca el entendimiento con la Concertación, e incluso con sectores de Derecha, con la consigna de «romper la exclusión», en síntesis se asimila la lucha contra el neoliberalismo con la inserción en la institucionalidad, con la conciliación con el oficialismo, se asimilan los intereses de un partido con los de un movimiento popular que aún no está del todo desarrollado y articulado a escala social y nacional.

Posturas de este tipo tienen mucho que ver con la «sociología» de los partidos reformistas en Chile y el continente, en cuyo seno se producen tensiones o tendencias que los empujan a lógicas burocráticas, que los conduce a considerarse fines en sí mismos, y por ende a adoptar lógicas conservadoras justificadas con el argumento de la amplitud, la acumulación de fuerzas, la unidad, etc.

La lucha ideológica está entonces planteada entre estos distintos proyectos, en todo caso es la propia base militante del PC la que deberá resolver sus conflictos internos, y nosotros debemos respetar ese proceso y sus ritmos.

N.K.: Durante la última lucha estudiantil secundaria en Chile pudo observarse una creciente influencia política del FPMR entre los jóvenes. ¿Cuál es la política específica del FPMR hacia la juventud?

FPMR: Mas que una política generacional o etárea, es decir hacia la juventud en general, nos planteamos una construcción o una política hacia los sectores sociales a los que pertenecen los jóvenes, es decir en el ámbito laboral, poblacional y estudiantil. Si nos detenemos en este último nivel, vemos que los estudiantes conviven con la precariedad de la infraestructura, malas condiciones laborales de los docentes, deserción escolar, todo esto mediado por la contradicción; dinero (subsistencia) – estudios, entre otros. Si se pudiere entregar una panorámica muy general, daríamos cuenta que tanto los jóvenes y sus padres (tanto de los sectores populares como los de capa media que han tendido a la proletarización) quedan a merced de este mercado que todo lo cubre, aunque en rigor los mayores beneficiados son aquellos que pueden pagar por una educación de calidad. En síntesis, hoy la Educación se ha vuelto un producto de consumo, una mercancía que puede ser adquirida en la medida que se tengan los recursos para ello, quedando postergado su concepción fundamental de Derecho Básico.

Aunque las necesidades estén a la vista, los estudiantes como sector, aún están afectados por la desorganización que caracteriza hoy al mundo popular, pero aún así, es indudable que serán protagonistas importantes dentro del proceso revolucionario; que si bien no se han distinguido por promover durante el presente período un cambio radical en la sociedad, en los momentos en que su lucha se agudiza, como ocurrió este año 2006, son actores dinámicos y altamente críticos de las prácticas y discursos que atentan contra el derecho a la Educación, como también son capaces de acoger aquellos que puedan conducir de buena forma sus más sentidos anhelos y demandas; es ahí donde las organizaciones revolucionarias deben tener la capacidad de orientar un trabajo político que permita develar el verdadero sentido del modelo impuesto y proyectar al interior del estudiantado niveles de organización que respondan al contenido de clase que hoy se necesita.

Los estudiantes se han caracterizado por una constante movilidad, generando un grado de participación y organización muchas veces mayor que otros sectores sociales perfilándolo como un actor principal, aunque estas cualidades se queden en un aspecto formal y concentradas únicamente en su propia experiencia lo que termina orientándolos hacia el reformismo y el cortoplacismo (otra de sus limitantes es que la radicalidad suele ser asimilada más a las formas o instrumentos que a los objetivos). Sus demandas y reivindicaciones más sentidas han tenido un matiz económico (asignación de recursos, principalmente en el ámbito superior), aunque en el último tiempo ya se ha instalado el cuestionamiento al rol que le compete al Estado con la Educación.

Las Federaciones y Centros de Alumnos son espacios orgánicos socialmente legitimados, que más allá de tener o no legalidad (personalidad jurídica), son reconocidos por los estudiantes, así como por autoridades, académicos y funcionarios al interior de las instituciones, e inclusive por los gobiernos de turno al considerarlos interlocutores válidos del mundo estudiantil. Pero su principal validez está determinada en tanto son una necesidad para los estudiantes en la resolución de los diversos problemas que se presentan en el transcurso de sus estudios.

Al entender la importancia estratégica de estos espacios (en cuanto su rol conductor), los sectores oficialistas y derechistas se han insertado en este campo, a través del manejo que realiza de ellos, manipulándolos según sus propios intereses, privilegiando el electoralismo (reduciendo a sólo esto, la democracia y la participación), el gremialismo y el paternalismo en todos sus niveles como forma de control, a lo que también aporta la ambigüedad e incapacidad de la izquierda, que no ha permitido posicionar a los estudiantes como reales protagonistas del quehacer en estos espacios.

De ahí que los rodriguistas al hacernos partícipes de estos espacios, debemos promover y practicar la Democracia y Participación real, como instrumento y metodología en la construcción, fortaleciendo y alentando el protagonismo de los estudiantes en la toma de decisiones tanto al interior de dichas organizaciones como al exterior, es decir el ámbito de la política nacional.

Para avanzar en la construcción de niveles mayores de organización es condición necesaria propiciar, potenciar y fortalecer la organización de base (llámese Centro de Alumnos o espacios político-sociales, construir «desde abajo hacia arriba» buscando el debate, la unidad y la movilización con un claro y definido objetivo político, evitando la instrumentalización (con fines exclusivamente partidarios) y otras prácticas nefastas que tarde o temprano originan la marginación de los estudiantes de estos espacios y la deslegitimación de ellos.

Sabemos que nuestra apuesta es compleja y ardua, exenta de recetas en cuanto a los aspectos formales pues, cada configuración orgánica debe responder a la particularidad de cada nivel, establecimiento e inclusive territorio. En lo fundamental, estas herramientas deben responder a un contenido de clase producto del desarrollo cualitativo de la conciencia de los estudiantes, efecto de la educación y formación que se da en el camino de la construcción y la lucha por nuestras demandas y más sentidas reivindicaciones.

N.K.: ¿Y hacia el campo de la lucha de la clase trabajadora y de las poblaciones (espacio territorial)?

Las tareas del período tendrán múltiples métodos y formas de aplicarse según el análisis concreto de las diferentes realidades de cada sector en el cuál estemos insertos, pero a la vez dotados de contenidos y criterios fundamentales que caractericen el trabajo de masas rodriguista, el cual en una síntesis de lo general a lo particular, debe:

  • Permitir la construcción y fortalecimiento de las organizaciones sociales por medio de lucha y movilización por los derechos y reivindicaciones básicas en lo económico, social y cultural (con avances y retrocesos propios del período).

  • Promover la articulación y coordinación de los diferentes grupos que se encuentren trabajando en determinado sector, que permita además un intercambio político que incentive el protagonismo y la participación sin sectarismos u otras deformaciones que impidan la convergencia social y política. Entendiendo que la práctica de la coordinación es la generación de nuevos espacios o iniciativas entre organizaciones concretas (un espacio distinto), al calor de un activismo que debe hacer crecer y fortalecer el trabajo de todos los involucrados en un territorio, pero sin perder la mencionada perspectiva de establecer o potenciar coordinación y acción en lo nacional. La unidad de los sectores sociales será el resultado final de este proceso de convergencia en torno a las luchas y las demandas que se encuentran hoy parceladas, y debe tener como objetivo final una sola plataforma de lucha que aspire a la transformación social con miras al socialismo.

  • Profundizar la solidaridad como clase o sectores sociales, para vencer el individualismo generado por el sistema, poner en el centro la comunión de condiciones y necesidades preexistentes, recuperar y reivindicar la identidad y el papel protagónico que los sectores sociales tienen dentro de la historia. Así, se hace necesario impulsar la creación de espacios de confianzas, cooperación, creatividad y fortalezas tanto individuales como colectivas, principios que por años el neoliberalismo ha buscado socavar.

  • La construcción de sujetos sociales se sostiene en la identidad e independencia de clase, concretada en la autonomía en las decisiones y en la práctica de las organizaciones sociales respecto a las organizaciones y partidos afines al sistema o al bloque dominante, los organismos o zonas intermedias del aparato del Estado o las fundaciones internacionales dependientes del imperialismo o la socialdemocracia.

  • Aportar a la capacidad político-militar del pueblo por medio del desarrollo cualitativo y cuantitativo de la Autodefensa de Masas, vista como la labor organizada del pueblo en tareas anti-represivas, de protección, repliegue ordenado y vigilancia popular (proteger locales, dirigentes y miembros en general, de las organizaciones).

Otras características del trabajo de masas rodriguista que podríamos citar como parte de nuestro proyecto son:

  • Capacidad de incidir en el desarrollo y conducción (contenidos y objetivos) del organismo social, lo que no debe confundirse con la vieja práctica de buscar la dirigencia del mismo como objetivo principal.

  • Proponer e impulsar métodos y formas de trabajo que eleven la calidad de la organización y la capacidad de movilización.

  • Levantar o fortalecer tipos de organización que aspiren a agrupar a todos los que tengan similares visiones de la realidad, plataformas y objetivos para el período.

  • El carácter territorial de nuestra construcción debe expresarse (y medirse) a través de la incidencia concreta en los espacios y sectores de construcción y no sólo por un concepto geográfico.

  • Crear espacios permanentes de formación política y educación popular, creativos en lo temático y metodológico, con la participación plena de quienes forman el o los organismos (foros, talleres, jornadas de encuentro, etc.). En síntesis, el militante rodriguista debe ser capaz de hacer propuestas políticas y metodológicas concretas y tener una actitud educadora en la organización social.

  • Reivindicar con hechos y aportes concretos la militancia política revolucionaria. La contraposición entre las organizaciones sociales y las organizaciones políticas sólo existe como problema con base objetiva cuando la organización o partido en cuestión lo es en el sentido burgués del término: un aparato organizativo en el cual personas que participan en el juego político institucional defienden intereses ya sea de los propios aparatos o de sectores o clases sociales dentro del sistema. Una organización política cuyo objetivo es transformar la sociedad, acabar con la explotación y la opresión capitalista, y cuya práctica no es oportunista o aparatista, no puede tener ninguna contradicción de fondo con una organización social genuina en el sentido más arriba descrito y al contrario se reforzarán y crecerán mutuamente.

  • Propugnar la autogestión material de las organizaciones sociales, que es resultado del trabajo colectivo y la participación real.

N.K.: Desde la época de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) [conferencia celebrada en La Habana en 1967 que agrupó a la mayoría y a lo más avanzado de las organizaciones revolucionarias del continente] y los tiempos de la Junta de Coordinación Revolucionaria (JCR) [coordinación internacional de distintos destacamentos revolucionarios del cono sur: estaba integrada por el MIR chileno, el PRT-ERP argentino, el ELN boliviano y el MLN-Tupamaros de Uruguay] no ha existido un ámbito de puesta en común de estrategias revolucionarias y radicales de América Latina y el cono sur. ¿Existe en la actualidad alguna posibilidad de globalizar en concreto y coordinar las diversas experiencias antiimperialistas y anticapitalistas?

FPMR: Recientemente hemos realizado en Chile un encuentro de organizaciones revolucionarias del Cono Sur de nuestra patria grande, donde precisamente debatimos e intercambiamos sobre los contenidos de esta pregunta, y hemos llegado a la conclusión de que en las actuales condiciones no sólo es posible, sino que es necesario y urgente iniciar un camino de coordinación de las luchas antiimperialistas. Como señala la declaración posterior al Encuentro, hoy la dominación imperialista es altamente inestable en todos los puntos del globo donde intenta imponerse, y como en la historia de todos los grandes Imperios, en su momento de mayor decadencia es cuando se vuelven más bestiales. La solución militar de toda la política es un claro síntoma de descomposición de los imperialistas.

Por eso es que para nosotros, y las organizaciones que participaron del Encuentro, no sólo por principio sino fundamentalmente por estrategia, los revolucionarios organizados en nuestra Patria Grande estamos obligados a coordinar nuestras luchas y construir una estrategia de derrota continental al Imperialismo.

Ahora bien, esta coordinación no se decreta sino que se construye, y nuestra opción como FPMR es comenzar a materializar un proceso de solidaridad, intercambio y cooperación entre los sectores revolucionarios del cono sur de nuestro continente. Para los Rodriguistas el internacionalismo existe realmente cuando produce resultados que potencien la organización y la lucha en cada país, y no sólo declaraciones, eventos puntuales o actitudes festivaleras, por eso es que se deben iniciar y fortalecer prácticas de trabajo conjunto de corto, mediano y largo plazo, para aportar al fortalecimiento y desarrollo de la organización y lucha popular en el continente.

Mas que generar apresurados referentes o estructuras centralizadas, nuestra opción es implementar iniciativas concretas para cualificar el intercambio político ideológico, la formación de cuadros políticos y sociales, y la difusión de la idea y la acción revolucionaria a través de diversos medios desde una dinámica de trabajo continuo.

Junto a esto, consideramos un deber buscar vías de coordinación para materializar la solidaridad con las luchas de los pueblos en nuestra América, intercambiando experiencias y luchadores, así como de defensa y apoyo a quienes enfrenten la prisión política o la persecución de los Estados y sus aparatos represivos.

Guiados por estos criterios es que pensamos se podrá avanzar a generar prácticas e instancias de lucha continental, que por lo demás es parte de las mejores tradiciones de la lucha revolucionaria en América Latina desde el siglo 19, en la guerra contra el colonialismo español, hasta las luchas revolucionarias del siglo 20 en El Salvador, Nicaragua o Bolivia, por citar algunas experiencias. Esos ejemplos señalan la cartografia ineludible que debemos seguir si de verdad queremos enfrentar al imperialismo.