Las crónicas de entretenimiento destacan la tranquilidad que exhibe el hombre acusado de matar a María José Alvarado (Miss Honduras Mundo) y a su hermana Sofía. La rapidez y la facilidad con que Plutarco Antonio Ruiz y sus cómplices dispusieron de los cadáveres, obliga a preguntar si se trataría del primer asesinato cometido en esa […]
Las crónicas de entretenimiento destacan la tranquilidad que exhibe el hombre acusado de matar a María José Alvarado (Miss Honduras Mundo) y a su hermana Sofía. La rapidez y la facilidad con que Plutarco Antonio Ruiz y sus cómplices dispusieron de los cadáveres, obliga a preguntar si se trataría del primer asesinato cometido en esa forma. Sería importante, además, determinar por qué, con solo 32 años, sin profesión u oficio conocido y siendo originario de un país pobre, el hoy acusado ostenta una cuantiosa fortuna y no hay registro de que estuviera siendo investigado.
¿No son, acaso, la falta de institucionalidad y la corrupción en las altas esferas factores que facilitan la acción de «lavar» fortunas y capitales?
También en Honduras, ocho días después del asesinato de las Alvarado, fueron asesinadas a machetazos cuatro mujeres y una niña de una familia. Las víctimas fueron Rutilia Benítez Munguía Peralta, de 47 años, sus hijas Glenis (de 23 años), Brenda Jaqueline (de 21) y Rutilia Aracely Álvarez Munguía (de 16), y su nietecita Heydi Carolina, con apenas 9 años.
Un «enamorado» de una de las jóvenes es el principal sospechoso de este crimen. ¿No son estos criminales hijos legítimos de este sistema de impunidad, descaro y privilegios?
Ofensiva e hiriente es la sonrisa dibujada de Plutarco, pero es obvio que la violencia y la incapacidad para valorar la vida trascienden el ámbito de lo personal.
Dado que es imposible ocultar la violencia de género, los sectores de poder la presentan distorsionada. Intentan hacer invisibles sus lazos con otras formas de abuso generadas por la sociedad de clases, y obvian al describirla su estrecha relación con la influencia del crimen organizado en las instituciones públicas y en las grandes corporaciones a nivel global.
Honduras, por ejemplo, es un país muy violento. 79 homicidios por cada 100.000 habitantes en el 2013, y el asesinato de una mujer cada 14 horas y 30 minutos en el 2012 (cifras de la estatal Universidad Autónoma de Honduras), son estadísticas muy preocupantes.
Una historia política marcada por la injerencia imperialista (asiento de bases militares e histórico centro de operaciones de halcones yanquis) y el autoritarismo de los dirigentes nacionales; un 65% de la población padeciendo pobreza, la corrupción diluyendo los fondos destinados a gastos sociales, el asesinato de siete periodistas en los primeros ocho meses del presente año… ¿No tiene la violencia de género un marco de acción y un conjunto de factores que la sustentan?
El sello de clase
Es una crónica reciente, aunque parece del pasado: La Policía española empujó y maltrató a todo el que se presentó al lugar donde era desalojada (desahuciada dicen los diarios de España y despojada de su vivienda se puede decir en cualquier lugar) una mujer de 85 años. Los agentes policiales actuaron como mercenarios al servicio de la banca. ¿Cómo se explica que en un Estado moderno se permita que los uniformados adquieran esa condición?
En República Dominicana, al inicio del presente mes fue noticia el maltrato de que fue objeto la señora Jean Marie Delgado, asediada por espalderos y mandaderos del ex presidente Leonel Fernández, quienes le obstruyeron el paso, la apretaron y le arrojaron objetos porque ejerció su derecho a expresarse al participar en una manifestación contra el jefe del sistema político dominicano, un hombre a quien todos señalan como el verdadero jefe de los grupos que saquearon el erario entre los años 2008 y 2012 (y hay que apuntar que lo siguen saqueando).
Otro acto de abuso condenable ocurrió el pasado 13 de octubre, cuando una patrulla baleó a Érika Margarita Pérez Martínez, de 26 años, en el Callejón de la Loma, Cabarete, Puerto Plata. Se dice que se resistió a un arresto.
Lo cierto es que la balearon y la dejaron dando gritos de dolor y emanando sangre. El pretexto de que iba a enfrentar con un machete a la patrulla recuerda las miles de historias sobre intercambios de disparos, que son episodios en los cuales la Policía da muerte a jóvenes de los sectores empobrecidos.
Las más abominables formas de coerción de clases, se retratan en estos hechos, en escenarios diferentes y contra mujeres de edades diferentes, pero que se inscriben en el afán de preservar un modelo de acumulación que sustenta un ejercicio ilegítimo de poder.
La desigualdad es una forma de violencia
En el momento actual, los recortes presupuestarios que reducen el gasto social en Europa y los mal llamados planes de austeridad en los países pobres, afectan particularmente a los sectores más vulnerables.
Un caso aleccionador es el de España, donde el salario promedio es de 2.102 euros para los hombres y menos de 1.622 para las mujeres. Según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas, el 35 por ciento de los hombres está situado en los tramos salariales más altos, y solo el 23.8 por ciento de las mujeres. En los tramos inferiores se encuentra el 41.1 por ciento de las mujeres y el 19.4 por ciento de los hombres.
La violencia de género no solo no está divorciada de la coerción de clase, se alimenta del autoritarismo y de la desigualdad social.
Los sectores de poder tratan de presentarla como fenómeno aislado, porque es una forma de injusticia heredada de estadios anteriores de desarrollo y contribuye a evidenciar la ilegitimidad en el ejercicio del poder.
Los dirigentes que se sirven de cuerpos represivos con sello criminal, hablan para responder a ciertos escándalos y guardan silencio cuando entienden que con ello contribuyen a acallar los escándalos.
En este 25 de noviembre, además del homenaje a las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, víctimas de la dictadura de Trujillo, hay que pedir cuentas a dirigentes como Enrique Peña Nieto, quien nada tiene que decir a las madres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y de otros miles de desaparecidos; pero no deja de hablar.
A jefes de Estado y de gobierno como Mariano Rajoy, Danilo Medina y Juan Orlando Hernández, quienes dirigen gobiernos con cuerpos represivos corruptos, criminales y abusadores, y a pseudoestadistas como Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Miguel Vargas, beneficiarios y agentes de la podredumbre y siempre prestos a emitir mensajes y discursos cargados de palabrería… Para dejar de contar muertas, hay que fortalecer los niveles de educación y organización de masas y desmontar este sistema político abusador y excluyente, hipócrita, pero con evidente sello criminal.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.